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Crisis en el Sahel: hacer callar a las armas, no a los pueblos

Fuentes: Umoya

Aminata Traoré, Boubacar Boris Diop y otras personalidades firman un llamamiento a raíz de los atentados que han golpeado el Sahel y la decisión francesa de reforzar su presencia militar. Señalan el neoliberalismo como causa real del «yihadismo» y de las migraciones, denuncian el amordazamiento de sus pueblos y exigen salir del paradigma liberal y militar para una salida digna de la crisis. (IGA)

Estampa pesquera de Senegal. Foto: Marie VICAT (Pixabay).

Llamamiento de una coalición de intelectuales y artistas por una paz duradera, la seguridad humana y la preservación del medio ambiente (Bamako, marzo de 2020).

«Sí, en definitiva, corresponde a los poetas, a los artistas, a los escritores, a los hombres de cultura, en la cotidianidad de los sufrimientos y de las negaciones de justicia, suscitar los recuerdos y esperanzas, constituir las grandes reservas de fe, estos grandes silos de fuerza de donde los pueblos, en los momentos críticos, obtienen la valentía de asumir ellos mismos y de forjar el futuro» (Aimé Césaire, «El hombre de cultura y sus responsabilidades», 2º Congreso Internacional de Escritores y Artistas Negros, Roma, 1959.

Cuando los pueblos sobran

Sokolo y Ogossagou en Mali, Silgadji, Yagha y Nagraogo en Burkina Faso, Chinégodar y Tillabéry en Níger son algunas de las localidades donde se han perpetrado ataques «yihadistas» después de la cumbre celebrada en Pau el 13 de enero de 2020. Los hechos son atroces y espectaculares, las imágenes insostenibles. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué hacer?

Observamos, en primer lugar, que dos escollos principales obstruyen el horizonte: por una parte, la negativa a reconocer las causas reales del «yihadismo» y de las migraciones, a saber, el neoliberalismo y sus estragos y, por otra, el amordazamiento de nuestros pueblos. La toma de la palabra de los sahelianos nos parece más que crucial. Intentamos apuntar la suerte que se les ha infligido hoy en su contexto proclamando alto y fuerte que Sokolo, Ogossagou, Silgadji, Yagha, Nagraogo y todas las demás localidades mártires de esta maldita guerra antiterrorista no son más que parcelas de un mundo global en llamas.

Sin embargo, hay que señalar una flagrante desigualdad ante la muerte, ya se trate de decenas de miles de víctimas de la inmigración criminalizada o de las 4.000 vidas segadas por ataques «yihadistas» en Malí, Burkina Faso y Níger durante el año 2019. Estas últimas suscitan menos compasión e interrogantes que 41 soldados franceses muertos en seis años de guerra en el Sahel.

Honrar a Samir Amin por haber identificado tan lúcidamente el virus liberal y recordar que, «para el sistema mundial, los pueblos sobran… La África útil es la África sin los africanos. […] Está condenada por la lógica misma de este sistema a ser sobreexplotada».

El tono abiertamente condescendiente del presidente Emmanuel Macron, ofendido por la petición de retirada de la fuerza Barkhane por una parte de la opinión pública saheliana, demuestra, si fuera necesario, que entre el árbol y la corteza, entre los pueblos y sus mandatarios, está el dedo de la antigua potencia colonial. También Macron no ha dudado en deslegitimar a los pueblos del Sahel apostrofando directamente a sus líderes: «Espero de ellos [los jefes de Estado del G5] que aclaren y formalicen sus peticiones a Francia y a la comunidad internacional».

¿Barkhane o el caos? Nuestra parte de verdad. El jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas francesas, el general François Lecointre, nos ha advertido de una presencia de larga duración. «Estamos aquí para garantizar nuestra seguridad durante los próximos treinta años […] porque, si dejamos que el caos se instale, los Estados del Sahel van a derrumbarse sobre sí mismos y dejarán paso al Estado Islámico, lo que provocará una presión migratoria sobre Europa, con todos los riesgos populistas que esto entraña».

Nada sorprende, por tanto, que [la misión militar francesa] Barkhane haya salido reforzado de la Cumbre de Pau con 600 nuevos soldados además de los 4.500 desplegados desde el 1 de agosto de 2014. Esta opción está en una posición comprometida tanto con los esfuerzos de la Unión Africana (UA) por acallar las armas como con los imperativos de la transición climática.

La retirada de Barkhane y también de la MINUSMA, si no es posible inmediatamente, debe, en consecuencia, estar sobre la mesa y examinarse con la serenidad y la honestidad intelectual que exige la gravedad de la situación.

Por lo demás, constatamos con asombro que los valores de los que se glorifican las «democracias occidentales» como fundadoras de su cultura política -igualdad, libertad, democracia, multilateralismo…- han sido pisoteados en Libia desde 2011, al igual que en los países del G5 Sahel, víctimas colaterales de la desestabilización del régimen de Muamar el Gadafi.

La Operación Serval fue decidida por François Hollande sin un voto de los diputados franceses, como lo autoriza la Constitución de su país. El despliegue de tropas no se ha ajustado a la petición inicial del presidente interino de Malí, Dioncounda Traoré. El apoyo aéreo solicitado ha sido transformado por París. en un despliegue terrestre. Alain Juppé, ex ministro de Asuntos Exteriores de Nicolas Sarkozy, se ha preguntado públicamente si, al hacerlo, Francia «no ha ido demasiado lejos», precisando incluso: «Hoy nos enfrentamos a riesgos extremadamente elevados y estamos solos…».

Por lo tanto, no es cierto que el mantenimiento de Barkhane en el Sahel por un tiempo indeterminado establezca allí la paz y la seguridad. Por el contrario, estamos convencidos de que el supuesto riesgo de creación de un «santuario terrorista» quizá puede evitarse si las «democracias occidentales» reconocen las dramáticas consecuencias de sus políticas de injerencia y el fracaso de su paradigma de desarrollo en su país y en todas partes.

La cultura, la madre de las batallas

La supremacía blanca que, cada vez más, se manifiesta en Occidente, es la expresión popular y liberada de una voluntad de poder y de dominación cultural que adorna ciertos discursos oficiales. Persiste la visión hegeliana de una África impermeable al progreso.

También hemos abierto este llamamiento con las palabras de Aimé Césaire. Al igual que el gran poeta de Martinica, consideramos central el papel de los hombres y mujeres de la cultura en las elecciones y decisiones que afectan al destino de los pueblos. Bien entendida, la cultura, puede permitir restablecer el hilo del diálogo para prevenir o curar la mayor parte de los males que gangrenan nuestras sociedades.

De ahí el porqué de «la urgencia de hacer callar las armas», uno de los objetivos estrella de la Agenda 2063 de la Unión Africana ha sido el tema de la decimocuarta edición de «Migrances», que tuvo lugar del 15 al 18 de diciembre de 2019 en Bamako, en un contexto marcado por la celebración del Diálogo Nacional Inclusivo (DNI), instituido por el presidente Ibrahim Boubacar Keita a petición de diferentes componentes de la nación maliense. Esta vez también ha movilizado a intelectuales, artistas y activistas de las sociedades civiles africanas y europeas que tienen como objetivo promover un orden mundial más justo en el que cada pueblo viviría en paz de sus recursos naturales.

Animados por ese ideal, nos negamos a someternos a un sistema desigual, irrespetuoso con el medioambiente, racista, sexista y belicista.

Si bien la corrupción es una gangrena que nuestros países deben curar imperativamente, no deja de ser el árbol que oculta el bosque cuando se trata de las causas profundas del «yihadismo» en el Sahel. Altamente corruptoras son las condiciones de la financiación para el desarrollo que, por lo general, solo se consiente cuando los objetivos previstos están en consonancia con los intereses de los socios capitalistas. Consideramos que todo contrato de consulta, de construcción, de transporte, de suministro de equipos, de alimentación…, concedido a expertos o a empresas extranjeras y pasando por encima de los sahelianos, constituye una mala gobernanza y una corrupción. El sector de la cultura y las artes no escapa a las presiones de algunos socios. Estigmatización, suspensión de visados, de financiación, amenazan a las voces discordantes.

Los jefes de Estado del Sahel no pueden ignorar el resentimiento de sus compatriotas, decepcionados/as a la vez por las falsas promesas de pacificación y desarrollo. Tampoco pueden evitar los riesgos de sobreendeudamiento que se perfila en el horizonte con la explosión de los gastos militares. En este punto en el que estamos, el silencio de las armas es el mejor homenaje que se puede rendir a todas las víctimas, civiles y militares, africanas y europeas, del «yihadismo» en el Sahel.

Dicho esto, rechazamos la tesis humillante de Estados del Sahel fallidos. Acusa demasiado pronto a un país como Malí de ser incapaz de contener los flujos migratorios y de desarrollar su zona norte, que Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine y el MUJAO han invadido, según las circunstancias, como aliados o enemigos del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA). Cierto, todo Estado tiene el deber de satisfacer las necesidades de su población y protegerla.

Pero no basta querer para poder: los Estados del G5 Sahel, debilitados por los programas de ajuste estructural de las instituciones de Bretton Woods y por las leyes del mercado capitalista, sufren también las consecuencias del ataque a Libia. Deben ser refundidas y reforzadas frente a socios internacionales que, a pesar de intereses a veces divergentes, saben ponerse de acuerdo para imponernos su agenda política.

Francia está dispuesta a escuchar la voz de la razón. O, por el contrario, va a perseverar en el camino de su vieja política de dividir para reinar mejor, felicitando a Mauritania y al Chad por haberse dotado de instrumentos de seguridad eficaces y de una doctrina clara del compromiso de sus fuerzas armadas. Níger, por su parte, se siente alentado a seguir por el buen camino mientras que Malí y Burkina Faso son estigmatizados.

¿La antigua pujanza colonial no debería reflexionar sobre las enseñanzas de la presencia militar estadounidense en Afganistán, que se ha saldado con la muerte de más de cien mil afganos y afganas, varios miles de soldados americanos y ha costado miles de millones de dólares? ¿La vía del diálogo con los talibanes que Washington acaba de emprender no da la razón a los malienses que exhortan al presidente Ibrahim Boubacar Keita a establecer contacto con Iyad Ag Agali y Amadou Kuffa?

El verdadero cuello de botella en el diálogo entre los malienses es que Europa y los Estados Unidos creen que deben defender su seguridad desde el Sahel. Sin embargo, los autores de los atentados del Charlie Hebdo, del Bataclan, de Niza y de otros lugares no procedían de los países del Sahel.

La verdad es que los Estados del Sahel se ven obligados a afrontar las consecuencias de lo que Occidente ha sembrado en Afganistán, Irak y Libia. Incluso el antiguo ministro francés de Asuntos Exteriores, Dominique de Villepin, se ha visto obligado a admitirlo. En efecto, en septiembre de 2014, declaró a una televisión francesa: «Ya es hora de que los Estados Unidos y Europa aprendan de la experiencia. Hace trece años que multiplicamos las intervenciones militares (Afganistán, Irak, Libia y Malí). En 2001 hubo un foco de crisis terrorista central. Hoy hay cerca de quince. Es decir, los hemos multiplicado. ¿Por qué? Porque hoy el Estado Islámico es el hijo monstruoso de la inconstancia y la arrogancia de la política occidental».

El clima: la última interpelación

El decenio que comienza bien podría ser el de un desastre debido a las emisiones de gases de efecto invernadero y esto aumentaría el riesgo mortal de convertirlo en el de la guerra del Sahel.

Constatamos con amarga estupefacción que el cambio climático, aunque amenaza las condiciones de vida de los sahelianos/as, no se toma seriamente en cuenta ni en el diagnóstico ni en la búsqueda de soluciones a la crisis.

La Cumbre de la OTAN en Watford y la COP25 en Madrid se celebraron casi al mismo tiempo en diciembre de 2019. Esta coincidencia en el calendario lamentablemente no se ha aprovechado para subrayar el vínculo entre la protección del medioambiente en el Sahel y la instauración de una paz duradera. Sin embargo, esta interacción no ha escapado a Emmanuel Macron, quien, en una conferencia de prensa al término de la Cumbre del G-20, en julio de 2017, en Alemania, declaró: «No se puede pretender luchar eficazmente contra el terrorismo si no se toma una acción decidida contra el calentamiento climático o habrá que explicar a las personas que viven en Chad, Níger y otros lugares que el clima no es un problema». Lo menos que podemos decir es que sus palabras no concuerdan con sus acciones.

Nuestras perspectivas

Es posible salir con éxito de estas crisis colocando cuestiones importantes en el centro de nuestras preocupaciones. Estas van desde los fundamentos culturales de la extraversión económica hasta los modelos alternativos de desarrollo.

Del paradigma liberal y militarista queremos que nuestros Estados se emancipen con toda urgencia, como lo exige el descubrimiento por un desgraciado virus de las fragilidades del neoliberalismo, que no ha cesado de alabarnos la eficacia y la infalibilidad. Es para esta tarea exaltante e indispensable para lo que invitamos a intelectuales y artistas en el marco de una coalición en pro de una paz duradera, la seguridad humana y el respeto del medio ambiente en el Sahel.

Dado que la incultura económica y geopolítica es nuestro peor enemigo en África, el objetivo de esta coalición es ante todo pedagógico, tendente a la vez a hacer comprender mejor los vínculos entre lo local y lo global y a fortalecer la capacidad de análisis, de propuesta y de anticipación de los pueblos infantilizados y excluidos.

Queremos avanzar rápidamente en la invención de una nueva cultura política, ya que la competición electoral se reduce a batallas campales alrededor de los puestos por sus ventajas.

Impregnados, en sus lenguas nacionales, del vínculo entre lo local y lo global, armados de herramientas teóricas pertinentes, los pueblos de África lucharán mejor contra el hambre, el paro, las desigualdades y todas las derivas que el sistema genera y mantiene.

El hecho de que el secretario General de las Naciones Unidas haya propuesto hacer de 2020 el año en que los Estados escuchen a los pueblos es para nosotros motivo de esperanza, al igual que su propuesta de reducir aún más las emisiones de gases de efecto invernadero. Esta cuestión, vital para toda la humanidad, lo es aún más para África. Sin embargo, deseamos que la Organización que dirige se preste también al juego democrático de la escucha de los pueblos y del respeto de su derecho a la libertad de palabra, incluidos los temas que molestan a algunos miembros del Consejo de Seguridad.

Pedimos hacer del decenio 2020-2030 que comienza el de una gran ambición continental basada en la confianza en nosotros mismos, la solidaridad entre nosotros y un imaginario político, humanista y ecológico.

Nuestra convicción es que la iniciativa de hacer callar las armas, cuya puesta en marcha esta prevista por la Unión Africana (UA) para julio de 2020, solo podrá reforzar y acelerar la integración económica si se evita convertirla en un gran mercado para los productos de terceros países. A nuestro juicio, es preferible estimular las inversiones, en particular por parte de las empresas y los Estados africanos, dando prioridad absoluta a la industrialización, a partir de nuestros recursos naturales sobre bases ecológica y socialmente sanas. Los intelectuales y los artistas comprometidos tienen un papel fundamental que desempeñar en el cambio de nuestra visión de nosotros mismos y de nuestros comportamientos económicos, a menudo extrovertidos y miméticos.

En 2020 continuaremos nuestra lucha por la integración regional a través de la ECO, moneda única que permitirá a los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) defender mejor sus intereses frente a terceros países. Por eso, instamos a todos los jefes de Estado de la CEDEAO a que respeten la decisión adoptada en Abuja el 29 de junio de 2019, así como la hoja de ruta acordada a tal efecto.

Por otra parte, el año 2020 estará marcado por la renovación del Acuerdo de Cotonú que vincula a los países ACP (África, el Caribe y el Pacífico) con la Unión Europea. En esto vemos ante todo, una formidable oportunidad de liberarnos de las limitaciones impuestas por los Acuerdos de Partenariado Económica (APE) y evaluar las exigencias de la realización de los objetivos de la Zona de Libre Comercio de África (ZLECA, por sus siglas en francés) y de otros procesos de integración en curso a nivel regional y continental. La apuesta por la neutralidad climática que la UE quiere ganar de aquí a 2050 se juega también aquí en África.

Este año 2020 marcará igualmente el vigésimo aniversario de la Resolución 1325 de las Naciones Unidas sobre «Mujeres, paz y seguridad». ¿Pueden los Estados que venden armas y contaminan respetar los derechos de las mujeres, las grandes víctimas de sus guerras? Las mujeres maltratadas, violadas, desplazadas, refugiadas, así como las que, para huir, emigran a riesgo de sus vidas, deben poder formular estas preguntas con ocasión del 75 aniversario de las Naciones Unidas.

La juventud africana debe ser escuchada, educada y protegida porque está en peligro, consideradas demasiado numerosa y una amenaza para la seguridad y la identidad de Occidente debido a su movilidad y al color de su piel. Sin embargo, no por ello es menos considerada como consumidora de bienes y servicios de empresas multinacionales.

La Cumbre África/Francia 2020, que se celebrará en junio en Burdeos, Francia, cuyo tema será «La ciudad y los territorios sostenibles», deberá ser la ocasión para aclarar muchas controversias y paradojas.

Herederos y orgullosos del ser de una larga tradición de reflexión y resistencia, que da pleno sentido a este llamamiento, podemos decir con el presidente Modibo Keita que «nuestra lucha contra el colonialismo no se nutre de las fuentes del rencor, procede de la voluntad de poner fin a la humillación, a la esclavitud moderna, tiene por finalidad la liberación del hombre». Lo sabemos muy bien: las demostraciones de fuerza en África tienen por objeto, sobre todo, tranquilizar a las opiniones públicas occidentales asustadas. A estos hermanos humanos sabiamente desinformados les recordamos las fuertes palabras de Thomas Sankara: «Las masas populares en Europa no se oponen a las masas populares en África. Quienes quieren explotar África son los mismos que explotan Europa. Tenemos un futuro común»

Signatarios/as:

  • Aminata D. Traoré (ensayista, Mali)
  • Boubacar Boris Diop (escritor, Senegal)
  • Issa N’Diaye (filósofo, Mali)
  • Jean- Bosco Konaré (historiador, Mali)
  • Cheick Oumar Sissoko (cineasta, Mali)
  • Demba Moussa Dembélé (economista, Senegal)
  • Taoufik Ben Abdallah (economista, Túnez)
  • Nathalie M’Dela-Mounier (escritora, Francia)
  • Cherif Salif Sy (economista, Senegal)
  • Mandé Alpha Diarra (escritor, Mali)
  • Kako Nubukpo (economista, Togo)
  • Ismaël Diabaté (artista-pintor, Mali)
  • Adama Samassekou (lingüista, Mali)
  • Assétou Founè Samaké (profesor, Mali)
  • Bernard Founou (economista, Francia)
  • Diadié Dagnoko (profesor, Mali)
  • Ismaël Samba Traoré (editor, Mali)
  • Makhily Gassama (ensayista, Senegal)
  • Koulsy Lamko (escritor, Chad)
  • Alioune Ifra N’Diaye (artista, Mali)
  • Cheick Tidiane Seck (artista, Mali)
  • Mahamadou Konaté (profesor, Mali)
  • Mariam Koné (artista, Mali)
  • Cissé Mariam Coulibaly (profesora de geometría económica, Mali)
  • Abdoul Aziz Koné (alias «Aziz Siten’k», slamista, poeta)
  • Diola Konaté (profesor, Mali)

Artículo original en francés: Investig’Action, Crises au Sahel: Faire taire les armes, pas les peuples.

Traducido por Mª Isabel Celada Quintana para Umoya.

Fuente: https://umoya.org/2020/04/15/sahel-manifiesto-yihadismo-neoliberalismo/