El 6 de enero presenciamos escenas en Washington reservadas normalmente para las repúblicas bananeras. No se trataba de un último intento para salvar la presidencia de Trump, como algunos piensan, sino del comienzo de un período violento y turbulento en la historia de los Estados Unidos. El analista político Marc Vandepitte resume los hechos y mira hacia el futuro.
Una acción «salvaje» planificada
Los eventos impactantes no cayeron del cielo. Semanas antes Trump había llamado a sus seguidores a través de una serie de tweets a acudir y manifestarse el 6 de enero. Uno de esos tweets no dejó mucho a la imaginación: “¡Venga, será salvaje!” (“Be there, will be wild!”)
A finales de diciembre ya estaba claro que los partidarios radicales planeaban una gran y violenta acción de protesta para evitar la certificación de la victoria electoral de Joe Biden. El grupo armado neofascista Proud Boys reservó hoteles en Washington con semanas de anticipación. En los foros codificados se hablaba de contrabando de armas y de la creación de un “campamento armado”. Muchos de los alborotadores parecen tener vínculos o son miembros de milicias de extrema derecha. Entre los detenidos estaba un teniente retirado de la Fuerza Aérea.
Una hora y media antes del asalto al Capitolio Trump incitó a sus seguidores en Twitter: “Nunca recuperarás nuestro país con debilidad. Tienes que mostrar fuerza”. En una reunión de protesta celebrada ese día en Washington su abogado personal Rudy Giuliani llamó a la multitud a resolver la disputa electoral mediante la violencia: un “juicio por combate”.
En retrospectiva sigue siendo sorprendente que los alborotadores fueran tan pocos. Este levantamiento es la culminación de cuatro años de escalada de violencia de la extrema derecha, desde los manifestantes cargados de antorchas en Charlottesville, que gritaron contra negros y judíos, las milicias fuertemente armadas que se manifestaron contra el confinamiento, hasta los planes para secuestrar y posiblemente asesinar al gobernador de Michigan.
Se estima que cientos de grupos paramilitares están activos en los EE.UU. en este momento. Algunos están fuertemente armados. Suman unos 50.000 miembros. Los expertos ven un cambio inquietante de únicamente mostrar las armas a una voluntad real de usarlas.
El verano pasado hubo casi 500 incidentes de intimidación o violencia por parte de civiles armados. Los supremacistas blancos y otros extremistas de derecha fueron responsables de dos tercios de todos los ataques y conspiraciones terroristas nacionales en 2020. La mitad de esa violencia se dirigió contra manifestantes. Es una reminiscencia de las bandas de matones fascistas de los años 30.
Extraña acción policial
El hecho de que los trumpistas fueran capaces de penetrar en estos edificios fuertemente custodiados es muy curioso. En primer lugar, ese edificio debería haber sido vigilado mucho más fuertemente. Las demostraciones del pasado muestran que tomar el Capitolio es casi imposible. La floja acción policial contrasta fuertemente con las anteriores manifestaciones cerca del Capitolio. Edward Luce del Financial Times lo dice sin rodeos: “Si manifestantes afroamericanos hubieran intentado asaltar el Capitolio o la Casa Blanca, no hay duda de que se habría disparado contra ellos”.
Los seguidores de Trump, sin embargo, encontraron poca resistencia por parte de los guardias de seguridad. Aparentemente, podían contar con su simpatía. Se vio a algunos policías que dejaban pasar a los alborotadores a través de las barreras del Capitolio. Otros incluso posaron felices juntos para un selfi con los partidarios de Trump. Se sabe que al menos una cuarta parte de las milicias de extrema derecha en los EE.UU. consiste en soldados y policías activos o antiguos.
Sin embargo, los servicios de seguridad eran perfectamente conscientes de antemano de los posiblemente serios disturbios. Por ejemplo, previamente se informó bien a los parlamentarios presentes de la amenaza y se les aconsejó que llevaran una bolsa con sus pertenencias para pasar la noche si fuera necesario.
Finalmente apenas 26 personas fueron detenidas dentro de los edificios y otras 43 personas fueron detenidas afuera. En una manifestación pacífica en 2018 en el mismo lugar se detuvo a 600 personas. La diferencia es que eran manifestantes de izquierda.
El apoyo republicano
Trump no fue el único en incitar y apoyar a los insurgentes. Incluso después del asalto al Congreso alrededor del 70 % de los republicanos en la Cámara de Representantes y una cuarta parte en el Senado se negaron a certificar al menos parte de los resultados de las elecciones.
Lauren Boebert, delegada republicana, declaró durante la sesión: “Ahora tengo votantes fuera de este edificio. Prometí ser su voto”. Los últimos días se mostró en un vídeo paseando con una pistola Glock por Washington.
Ivanka Trump, hija del presidente, describió a los alborotadores como “patriotas”. Muchos líderes republicanos condenaron, el ataque pero no culparon a Trump. Casi la mitad de los partidarios republicanos apoyan la invasión del Capitolio.
El caldo de cultivo
A pesar de su vulgaridad, su total incompetencia y su desastrosa política con respecto al coronavirus, Trump aún cuenta con muchos seguidores. En las últimas elecciones presidenciales obtuvo los votos de 74 millones de votantes, la segunda cifra más alta en la historia de los Estados Unidos. Hay varias razones para esto.
Desde la década de 1970 los EE.UU. han experimentado un relativo descenso económico en el escenario mundial. A partir de los años 90 esto fue acompañado por una desindustrialización de regiones enteras del país. Junto con una política de austeridad antisocial, esto se ha traducido en una fuerte degradación social.
Hoy en día el 58 % de los ciudadanos viven de salario en salario. A menudo tienen que aceptar dos o tres trabajos para no terminar en la pobreza. En los últimos cuarenta años el salario medio de los trabajadores blancos no cualificados ha disminuido más de un 20%, una caída que fue especialmente pronunciada después de la crisis financiera de 2008. Al mismo tiempo aumentó la tasa de mortalidad de la población adulta blanca. La brecha entre ricos y pobres se ahondó más. En ningún lugar del mundo occidental esa brecha es tan amplia como en los EE.UU. El 0,1 % de los afortunados tienen tanta riqueza como el 90% de los más pobres.
Además del declive social, se debilitó el tejido social. Las organizaciones sociales, las instituciones religiosas y los sindicatos vieron desplomarse significativamente la cantidad de sus miembros. En 1970 el 27 % de los empleados eran todavía miembros de un sindicato; hoy en día es sólo un 10 %. La gente se ha atomizado y se ha vuelto vulnerable. Al nivel político tampoco se podía contar con los demócratas. Al igual que los partidos de centro y socialdemócratas en Europa, bajo Clinton y Obama el partido demócrata fue la fuerza motriz de la política neoliberal. Los demócratas apenas tuvieron en cuenta las muchas quejas de gran parte del electorado (blanco).
La base social en la que se apoya Trump es principalmente la de los grupos de personas con un bajo nivel de educación, principalmente blancos. Pero sus ideas de extrema derecha y ultranacionalistas también atraen a segmentos de las clases media y alta.
Explotar el miedo y la ira
Ha surgido un peligroso vacío social y político. Mucha gente se siente ignorada y excluida por aquellos que tienen el poder político y económico. También ven el mundo como un lugar amenazador y hostil.
Trump responde a la desconfianza del establishment perfilándose como un forastero. A pesar de que Trump viene de las más altas esferas de la población, se posiciona como un antiestablishment y se enfurece contra la casta política, los medios de comunicación, los científicos e intelectuales. Su lenguaje duro y vulgar encaja perfectamente con eso.
Al igual que otros líderes de la extrema derecha en otros países, Trump es particularmente hábil en explotar el miedo y la ira de amplios sectores de la población. Utiliza un discurso venenoso que combina el chovinismo nacional con la hostilidad hacia los migrantes y las minorías. Condena a los intelectuales y expertos como traidores al pueblo. Eso atrae a la gente que se siente excluida. También da a la gente la sensación de que escucha sus quejas y que las defiende en contraste con otros líderes políticos.
En tiempos inciertos la gente busca respuestas simples y un líder fuerte. La ideología autoritaria y de extrema derecha de Trump es bien recibida por su grupo de apoyo radicalizado. Alrededor una cuarta parte de la población consideró en 2017 que una toma de posesión militar estaba justificada si había mucha corrupción o crímenes. El gran apoyo electoral con el que Trump puede contar insufla energías a los grupos paramilitares de extrema derecha y los hace más audaces.
Apoyo del establishment
Al principio de su mandato Trump pudo contar con la gran mayoría de la élite económica gracias a una importante reducción de impuestos. Sin embargo, sus guerras comerciales, su política caprichosa y sus lazos con la extrema derecha erosionaron ese apoyo. Una proporción significativa de empleadores no apoyó su política antiinmigratoria. No obstante, Trump siguió contando con capitalistas de sectores como la energía, la agroindustria, el transporte y la construcción.
La clase capitalista prefiere líderes políticos dispuestos y predecibles. Pero si no hay alternativa, no duda en ofrecer un salvavidas al bufón más brutal o incalculable, siempre y cuando defienda sus intereses. Esto nos enseña la historia del fascismo del siglo XX y las dictaduras del Tercer Mundo.
Los medios de comunicación y los medios sociales son cada vez más fundamentales en las elecciones. Según el Centro Berkman Klein, las elecciones presidenciales de 2020 fueron un proceso impulsado por la élite a través de los medios de comunicación. Al igual que en 2016 Trump pudo contar con mucho apoyo de los medios de comunicación. Rupert Murdoch, el poderoso magnate de los medios de comunicación, propietario, entre otras cosas, del canal de televisión más popular Fox, desempeñó un papel importante en la victoria electoral de Trump en 2016. Permaneció muy leal al presidente hasta su derrota electoral. Muchos medios de comunicación tradicionales adoptaron y reforzaron la campaña de desinformación sistemática lanzada por Trump durante las elecciones.
La influencia de las redes sociales es aún mayor. La propaganda digital fue el secreto de la primera victoria electoral de Donald Trump, pero también de la de Javier Bolsonaro en Brasil. En Twitter de Trump tenía 89 millones de seguidores, en facebook tenía 35 millones. Pero, incluso ahora que ha sido expulsado de twitter, puede seguir difundiendo su mensaje en plataformas o sitios supuestamente alternativos, como Gab, Telegram, TheDonald.win, Quillette, Spiked, etc., que a menudo tienen patrocinadores muy ricos. Son estas redes ‘sociales’ las que normalizan el racismo y ayudan a difundir ampliamente las ideas de la extrema derecha, también en nuestras regiones.
Legado duradero
Durante su mandato Trump ha construido una sólida base social. En las últimas elecciones le secundó el 47 % del electorado y después de su derrota electoral le siguió apoyando el 90 % de los republicanos. Seguirá contando con una poderosa maquinaria de propaganda, tanto a través de los medios de comunicación como de los medios sociales (alternativos). También nombró a muchos jueces conservadores y convirtió la Corte Suprema en un bastión conservador.
En cuatro años Trump ha conseguido que el partido republicano se someta completamente a su voluntad. Muchos de los parlamentarios, gobernadores y alcaldes son fieles acólitos de él. Muchos miembros del partido que no están de acuerdo con él no se atreven a abrir la boca. Tienen miedo de ser abordados por las redes sociales o, en la próxima nominación, de ser desafiados por un candidato más trumpiano. También por esa razón se han pronunciado tan pocos republicanos contra el llamado fraude electoral o culpan a Trump del asalto.
Un país altamente polarizado
Los implacables golpes de Trump a lo largo de los años han dejado su marca. La legitimidad y la estabilidad de todo el sistema político se han visto gravemente socavadas. Joe Biden será el primer presidente desde Abraham Lincoln en 1861 al que gran parte del país considera ilegal antes de prestar juramento.
El nuevo presidente tendrá que lidiar con un país altamente polarizado. Los partidarios radicales de Trump consideran los eventos del 6 de enero una gran victoria. La gran atención de los medios de comunicación les ha dado un impulso y les permitirá reclutar miembros y fortalecerse.
Los expertos temen que los disturbios mortales puedan ser el comienzo de una escalada de violencia más que un intento final de salvar la presidencia de Trump. Existe la posibilidad de que en las próximas semanas se produzcan nuevas redadas de este tipo y que los partidarios radicales recurran aún más a la intimidación y al uso de la violencia en los conflictos raciales, sociales o incluso laborales. Jorge Dávila, analista político de la CNN, advierte de una “guerra civil de baja intensidad”.
El trumpismo no se va
El futuro de Trump no está claro. ¿Lo van a expulsar? ¿Tendrá que comparecer ante un juez? ¿Podrá volver a presentarse a las próximas elecciones dentro de cuatro años, como planea hacer? Una encuesta reciente entre los republicanos mostró que es el favorito abrumador del partido para ser nominado para 2024. Después de él viene el vicepresidente Mike Pence y luego Donald Trump Jr.
Incluso si no es candidato, dada su considerable influencia en la base conservadora, podrá en gran medida determinar cuál de los republicanos entrará en la carrera. No hay escasez de candidatos. Por ejemplo, Mike Pompeo, su ministro de Asuntos Exteriores, o Tom Cotton, el senador de Arkansas. Como señala el Financial Times, “son versiones más duras de él, sin sus caprichos”.
Samuel Farber de Jacobin lo resume bien: “Cualquiera que sea el destino de Donald Trump en los próximos años, el trumpismo como movimiento político y estado mental, e incluso como movimiento, probablemente se sostendrá mejor que el propio Trump”. En Europa vemos corrientes similares y las mismas tendencias peligrosas. ¿Qué pasa si en las próximas elecciones parlamentarias en el norte de Bélgica la extrema derecha Vlaams Belang junto con el muy derechista NVA obtienen la mayoría de los votos? ¿Tendrá una resolución pacífica esa situación? En cualquier caso, los acontecimientos de los últimos días son una llamada de atención para todos nosotros.
Socialismo o barbarie
Para cambiar la marea (1) primero hay que frenar a las milicias paramilitares, lo que deberá que ir de la mano de una revisión y purificación de los servicios de policía y el ejército, así como de una enmienda a la ley de armas.
Pero no es suficiente. Estas milicias forman un tumor cancerígeno maligno en un cuerpo enfermo. Para recuperar la salud de ese cuerpo y eliminar el caldo de cultivo de la extrema derecha, se necesita una especie de nuevo contrato social, caracterizado por una fiscalidad justa, una asistencia sanitaria universal, un aumento de los salarios (mínimos) y las jubilaciones, y una educación superior más barata. También se necesitan grandes inversiones en infraestructuras, atención sanitaria y tecnología ecológica. Por último, el sistema político necesita un reajuste completo.
Mientras esto no suceda, la pérdida de prosperidad, la brecha entre ricos y pobres, la inseguridad, la falta de perspectivas de futuro y la desconfianza de los políticos continuarán formando un cóctel explosivo que podría llevar a un Trump bis o a algo peor.
Al mismo tiempo, es alentador el auge en los últimos años de la ideología de izquierda entre la población, especialmente entre los jóvenes. Una encuesta de Gallup mostró que el 51 % de los jóvenes entre 18 y 29 años tiene una posición favorable al socialismo. En la población en su conjunto es un 37 %. También es esperanzador el hecho de que se eligieran candidatos de izquierda radical para el Congreso.
Los procesos electorales son muy importantes, pero aún más importante es trabajar pacientemente en la base: sensibilizar, organizar y movilizar a la gente para un proyecto progresista sostenible. La llegada de Bernie Sanders ha sacudido profundamente el paisaje político de los EE.UU. En las pasadas campañas electorales se ha puesto en marcha un nuevo movimiento esperanzador. Se enfrenta a grandes retos. La consigna de Rosa Luxemburg «Socialismo o barbarie» es más actual que nunca.
Traducción del neerlandés Sven Magnus
Nota:
(1) Resumimos aquí parcialmente las conclusiones de un artículo anterior: ¿Puede Biden revertir el declive de su país?