El Golfo de Guinea, un área marítima de tres millones y medio de kilómetros cuadrados a cuyo litoral convergen una veintena de naciones, por el que navegan más de 400 barcos mercantes al día y se transporta el diez por ciento de la producción mundial de petróleo, se ha convertido desde fines del siglo pasado en uno de los centros de piratería más activos del mundo, superando en la actualidad a esas mismas acciones criminales en el estrecho de Malaca, en el sudeste asiático y en la cuenca somalí, incluyendo el Golfo de Adén, en África Oriental.
Según el Centro de Concientización y Cooperación en Información Marítima (MICA), entre 2008 y 2009 la piratería se incrementó de manera exponencial, por lo que para 2013 los Estados ribereños, reunidos en Yaundé (Camerún), decidieron enfrentar la crisis de seguridad de manera conjunta, para lo que también adhirieron países fuera del área como China, Rusia, Estados Unidos, Francia y más tarde Brasil y Dinamarca.
Las problemáticas esenciales de la crítica situación se pueden dividir en dos, la piratería y el narcotráfico. La primera de estas variantes, la piratería que se considera como tal -recién más allá de las doce millas marítimas- mientras que la producida antes de esa marca es considerada “robo a mano armada”.
La que se han intensificado dada la constante degradación del medio ambiente, tanto terrestre como marino, por la combinación de diferentes factores, fundamentalmente por el tratamiento inadecuado de las explotaciones petroleras por parte de las multinacionales que operan en el Delta del Níger; el robo constante de esa producción saboteando oleoductos, con la consecuente pérdida de ese hidrocarburo, lo que provoca la destrucción de los bancos de pesca y las áreas de cultivo a lo que le suma el avance de la deforestación indiscriminada, en procura de los bosques de maderas preciosas. Este conjunto de causas ha generado que los antiguos pescadores y campesinos debieron ingresar a esas mafias en procura de la sustentabilidad de sus familias y salir a mar abierto, al abordaje para el saqueo de esas naves, además del secuestro de las tripulaciones en búsqueda de cobrar rescates a las navieras.
Durante el 2020 se produjeron a nivel mundial 375 hechos de piratería y robo de los que 114 se realizaron en el área que se extiende desde Conakry (Guinea) a Angola, al tiempo que fueron secuestrados 142 navegantes.
Entre estos “piratas” destacan los provenientes de Nigeria, que cuentan con buena logística, formación armada y de navegación, concentrando sus operaciones contra los grandes buques mercantes que navegan mar adentro entre las 150 y las 200 millas náuticas (300 a 400 kilómetros). Estos grupos salen en embarcaciones que transportan hasta diez personas con potentes motores fuera de borda. Estas lanchas atacan de forma coordinada trepando al barco por medio de escaleras de unos diez metros que son enganchadas en pleno movimiento, a pesar de las grandes olas de mar abierto, para enseguida alcanzar el puente, cortar las comunicaciones y disponerse al saqueo y secuestro de los marineros, a los que llevarán a sus campamentos en la costa, donde comenzarán las negociaciones con los armadores para su liberación.
En el Golfo de Guinea durante el año pasado se produjo un incidente de estas características cada tres días. Los secuestros se realizan particularmente entre octubre y marzo, durante la llamada estación seca en la que el clima en general, al igual que el aire y el viento, es más suave, por lo que las aguas se encuentran generalmente más calmas.
Desde principios del 2021 al mes de julio se habían registrado cerca de cuarenta y cinco hechos en los que fueron secuestrados unos cincuenta marineros, un número muy inferior al del año pasado en el mismo periodo.
La otra variante del crimen organizado que opera en el Golfo es la de los cárteles del narcotráfico sudamericanos, particularmente colombianos que trafican la cocaína que desde la llegada a algún punto de esa área, tras ser trasladada en lanchas a la costa, emprende un largo viaje que según los puntos de partida y llegada desde el Golfo a algún puerto del sur del Mediterráneo puede superar los 5.500 kilómetros, para ser introducida en Europa vía marítima. Los alijos de estos cárteles son custodiados en el largo trayecto terrestre por mafias locales, las que estarían siendo desplazadas por bandas salafistas que operan cada vez con más fuerza en el Sahel y el Sáhara.
El pasado 8 de noviembre en Pointe-Noire (Congo-Brazzaville) se inició un congreso al que asistieron los jefes navales de las Armadas de los países ribereños del Golfo para discutir más medidas para seguir combatiendo la crítica situación de sus litorales sin que se hayan conocido las conclusiones finales.
Los conocidos de siempre
A pesar de los largos años del combate y los importantes aportes en hombres, armas y recursos financieros de diferentes potencias occidentales, las bandas integristas que comenzaron a operar en el norte de Mali en 2012 no solo no han podido contrarrestar a la insurgencia, sino les ha sido imposible evitar su expansión a diversas regiones del continente, Burkina Faso, Níger, Chad y países más lejanos como Mozambique o República Democrática del Congo. Además de la llegada de esas khatibas terroristas se están expandiendo hacia el litoral del Golfo de Guinea, comenzando a operar en Benín, Togo, Ghana y Costa de Marfil.
La expansión de Estado Islámico en el Gran Sahara (ISGS), como la de los al-qaedeanos de Jama’at Nasr al-Islam wal-Muslimīn (JNIM), está articulada sobre dos vectores: El primero se vincula al estado de vulnerabilidad económica de la población, dada las altas tasas de corrupción de los gobiernos y la crónica ineficiencia de las mismas potencias occidentales para controlar que los flujos de divisas que aportan a esos mismos gobiernos, como créditos e incluso donaciones, no queden en las telarañas gubernamentales y lleguen a los sectores más desprotegidos, negándole el acceso al desarrollo de la educación, la salud y recursos financieros para el emprendimiento de producciones agrícolas, de pastoreo y pequeñas industrias. En segundo lugar, las fronteras ingobernables, abiertas a todo tipo de tráfico ilegal, desde contrabando clásico a droga, armas y personas, entre los que se ocultan centenares de muyahidines, que rápidamente se conforman en grupos insurgentes, que con infinidad de recursos cuentan con capacidad para reclutar a los jóvenes que no tienen otra opción que afiliarse o abandonarlo todo tras la quimera de un trabajo en Europa. A esto se suman las acciones depredadoras de las fuerzas de seguridad mal entrenadas y peor equipadas que convierten a las mismas poblaciones que tendrían que proteger en su fuente más rápida y segura de recursos, apropiándose desde sus cosechas y animales a sus hijos, a los que reclutan sin paga ninguna, y a sus mujeres a las que convierten en esclavas todo servicio.
Las potencias occidentales regentes en África conocen los sobrados motivos que les han llevado a fracasar en la lucha contra el terrorismo en el Sahel y otras áreas del continente, por lo que para evitar que el litoral del golfo se convierta en un nuevo santuario del fundamentalismo, donde encuentra la cobertura de los grandes bosques como el Parque Nacional Comoéen Costa de Marfil o el complejo de más de 32.000 kilómetros cuadrados de áreas protegidas de W-Arly-Pendjari (WAP) que abarca Níger, Burkina Faso y Benín, donde pueden evitar la vigilancia aérea y conseguir suministros, llegando hasta allí transitando por los largos corredores de trashumancia que utilizan hace milenios, que desde el sur de Argelia llegan hasta las costas del golfo.
Donde ya en 2019 se produjo el secuestro de dos turistas franceses en Benín y el asesinato del cura español Antonio César Fernández cuando se trasladaba de Togo a Burkina Faso.
Hasta hace apenas unos años los expertos en seguridad afirmaban la imposibilidad de que los rigoristas puedan extender sus redes al litoral de África Occidental, ya que los países del área en general políticamente son más estables que sus vecinos del Sahel y tienen un mayor control fronterizo.
El secuestro de los turistas y el asesinato del sacerdote, dos acciones complejas, han dejado en evidencia que sus perpetradores cuentan con redes de seguridad permanentes en esa amplia zona. Particularmente Koalou, un territorio de cerca de setenta kilómetros cuadrados en disputa entre Burkina Faso y Benín, carente de seguridad e inaccesible para las fuerzas regulares, convirtiéndose en un espacio franco para los integristas. Al tiempo que están explotando las problemáticas estructurales, como el subdesarrollo del norte, con pésima infraestructura y falta de rutas, de mayoría musulmana, pastoresnómadas en general. Sin acceso a trabajos y educación mientras que la situación se revierte en el sur más industrializado y orgánico cristiano y animista. Lo que está exacerbando las tensiones interétnicas y tribales en toda el área, de las que los wahabitas ya han sabido sacar buenos dividendos en situaciones similares en Mali y Níger.
El terrorismo wahabita en toda África Occidental tiene ahora la posibilidad de asentarse firmemente, lo que hasta ahora nunca antes había podido conseguir dados tres factores: la muerte del intransigente líder de Boko Haram, Abu Bakr Shekau, que hacía imposible pensar en una alianza con cualquier organización “hermana”, lo que ahora con la victoria de la facción interna del grupo nigeriano, Provincia de Estado Islámico de África Occidental, (Iswap, por sus siglas en inglés) y más allá de la reciente muerte de su líder Abu Musab al Barnawi, pensar en una alianza con Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS) se hace mucho más que posible; la segunda condición es la resolución de Francia de por lo menos disminuir su presencia con la Operación Barkhane en Mali y Burkina Faso a partir del próximo año. Lo que restaría un enemigo fundamental a los terroristas posibilitando afianzarse en toda la región mientras no hay ninguna potencia occidental dispuesta a ocupar ese lugar. Y en tercer lugar las trágicas experiencia en las operaciones conjuntas de los ejércitos nacionales de la región, solo vale como ejemplo la Operación Comoé entre Costa de Marfil y Burkina Faso en la primavera de 2020 donde todo falló, desde el mando político a la mala coordinación militar y equívocos de las inteligencias, que hicieron que todo terminara en un gran fracaso garantizando así larga vida a rigorismo en el golfo de Guinea.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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