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Sembrar miedo y cosechar abuso: la memoria débil de Ángel Gabilondo

Fuentes: Rebelión

El pasado 7 de febrero, el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo afirmaba en una entrevista en la cadena SER, que él no tuvo conocimiento de ningún caso de abusos sexuales mientras impartía clases como hermano corazonista en el colegio que esta congregación tenía en la calle Alfonso XIII de Madrid.

La alegación de Ángel Gabilondo puede ser estrictamente cierta y, al mismo tiempo, suponer un ejercicio limitado e “inocente” de memoria. Seguramente, el Defensor del Pueblo no miente en estas declaraciones, pero omite un contexto más esclarecedor para entender lo que ocurría en este centro: la violencia corporal y la humillación como piedras angulares de una pedagogía del terror, practicada de forma sistemática por la inmensa mayoría del los hermanos corazonistas que impartían clase.

Como antiguo alumno de este centro, quiero volver a tratar este tema, esta vez, de una manera más analítica y menos descarnada(*). Como en muchas otras congregaciones religiosas, los Corazonistas se jactaban de fomentar la disciplina, eufemismo que ocultaba lo que en realidad eran malos tratos físicos y verbales.

En las aulas se activaba una dualidad perversa: una vez que el niño, mediante el golpe o la humillación, había sido traumatizado, el mismo docente en otro momento posterior, y en un clima de sosiego, ofrecía refugio y comprensión; el alumno, a elección del hermano corazonista al frente del grupo, era llamado a su mesa mientras el resto del grupo, por orden del profesor, “repasaba” una lección. El hermano corazonista tomaba al alumno por la cintura y comenzaba el magreo entre lascivo y cariñoso; la mesa estaba ladeada y ubicada en una tarima, localización que permitía cierta “privacidad” ante un aula llena de niños. Esta era una práctica que observé y padecí, como tantos y tantos compañeros de aula, desde párvulos a tercero de EGB. Cuando el niño era llamado a esos trances, y puedo hablar en primera persona, uno se sentía protegido y aliviado en aquel entorno violento y desquiciado.

Por lo tanto, no es que no hubiese abuso sexual, sino que el abuso estaba tan normalizado que se ejercía a plena luz y de forma cotidiana con una naturalidad funcionarial, una lógica con mucha similitud con la banalidad del mal conceptualizada por Hannah Arendt.

Antes he mencionado el concepto de trauma y no lo he hecho de una forma trivial. El trauma, como bien ha investigado la neurociencia, es un impacto objetivable en las personas y produce heridas psicológicas profundas. El neuropsiquiatra Bessel Van Der Kolk, posiblemente el mayor especialista en el TEPT (trastorno de estrés postraumático), ha demostrado que los traumas remodelan el cerebro y el cuerpo de los mamíferos. Un trauma puede ser ocasionado por un hecho puntual: un accidente, una violación, una guerra… sin embargo, como desarrolla en una de sus obras este especialista(**) , la exposición crónica al miedo y al maltrato produce efectos devastadores: los malos tratos crónicos en la infancia interfieren en la correcta programación de los sistemas de integración sensorial. En algunos casos, ello genera un trastorno de aprendizaje, que incluye malas conexiones entre los sistemas auditivos y de procesamiento de las palabras. Tras 30 años de investigación, este especialista ha comprobado que el Sistema Nervioso Simpático de una persona traumatizada (aquel que regula la frecuencia cardiaca, el ritmo de la respiración, o la presión arterial ,entre otras funciones), no funciona igual que el de una persona no traumatizada. Un cerebro traumatizado siempre estará en alerta: la energía del superviviente del trauma, se centra en eliminar el caos interno, en detrimento de vivir espontáneamente su vida…los intentos por controlar unas reacciones fisiológicas insoportables pueden dar como resultado toda una serie de síntomas físicos como la fibromialgia, la fatiga crónica, la ansiedad, ataques de pánico…

Vuelven a mi memoria con estas declaraciones de Ángel Gabilondo, aquellos días de los primeros años setenta, en aquel Colegio de los Corazonistas de Alfonso XIII, en el que siempre, siempre, siempre… era de noche. Recuerdo que mi tía Elena solía venir a buscarme a menudo, ya que mi madre andaba con frecuencia de médicos; me traía una chocolatina y un bollo, y luego, en la humilde casa-sótano que como porteros habitaban mis tíos, pude ver, durante una temporada, la serie dela RAI, Pinocho, en la que una sensual y bellísima hada madrina interpretada por Gina Lollobrigida, orientaba al niño de madera, encarnándolo y ayudándolo a salir adelante de todos los atolladeros.

La serie, seguramente, me proporcionaba un efecto terapéutico y apaciguador de las tensiones, pero, a día de hoy, y con la perspectiva de los años y lo acontecido en mi vida, también podría ser leída como una metáfora: había que superar la rigidez del miedo inducido, sustituyéndolo por la flexibilidad encarnada. Para ello, había que sembrar sosiego, racionalidad, respeto y reconocimiento, es decir, pedagogía; así y sólo así, vendrían cosechas de seguridad personal para poder restañar tantas heridas.

Nunca terminé la EGB en aquel colegio; sin saberlo, con 13 años algo en mi interior se quebró. ¿Cuántos casos hubo similares en aquel centro? ¿Cuántos antiguos alumnos del Colegio de los Corazonistas de Alfonso XIII han pasado por patologías y sufrimientos a lo largo de su vida como consecuencia de aquellas vejaciones y de aquella violencia? No, señor Gabilondo, los abusos, sexuales y no sexuales, eran norma y no excepción, una forma de proceder con patente de corso.

No quiero concluir sin hacer vindicación de la Educación Pública, esa Gina Lollobrigida que me permitió zafarme de aquel centro infame, y tener, al menos, una adolescencia digna en la que pude empezar a respirar.

Muchos de aquellos docentes de la Enseñanza Pública con los que tuve la suerte de estar, fomentaban el culto al conocimiento, al texto, al libro como objeto preciado, al análisis reflexivo de cuanto nos rodeaba. Como el hada madrina de Pinocho, enseñaban a no mentir… a no mentirnos buscando quimeras de éxito y competitividad, pisando la dignidad del prójimo, si fuese necesario. ¡Cuánto respeto y equilibrio! ¡qué contraste con aquel colegio del Sagrado Corazón!

Mi exprofesora de Historia, y amiga desde hace cuarenta años, Concha Cervera, sabía que la educación tenía que ver con la vida y la honestidad. De ella aprendí, mucho antes de escuchar el Escaramujo, que si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo.

Notas:

(*) https://rebelion.org/mis-tripas-mi-perro-y-algo-mas-que-una-casualidad/

(**) El cuerpo lleva la cuenta; Bessel Van Der kolk; Ed. Eleftheria

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.