El 2 de noviembre último, tras nueve días de negociaciones en Pretoria (Sudáfrica), los representantes del Gobierno del Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed, y el Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF) firmaron un acuerdo “para el cese de las hostilidades y la protección de los civiles”, tras la guerra que se había iniciado dos años antes.
Habrá que esperar para saber si los acuerdo alcanzados en Pretoria serán duraderos, ya que en marzo del año pasado se había pactado una tregua que se rompió en agosto dando lugar a una ofensiva de las fuerzas federales que, según diversas fuentes, habrían producido solo en la población civil entre 385.000 y 600.000 muertos, además de varios miles de combatientes cuya cifra total se desconoce.
En dicha ofensiva han sido las fuerzas federales del Estado etíope de Amhara, con particular interés en la rica woreda (distrito) de cultivo de Welkait, que perteneció a los amharas y ahora vuelven a reclamar, junto a las fuerzas de la vecina de Eritrea, los protagonistas de las peores matanzas, teniendo a la ciudad de Mekelle, capital de Tigray con medio millón de habitantes, como epicentro de las acciones.
Este conflicto se sumerge en lo más profundo de la historia etíope, como tantos otros que se reiteran en el continente, donde razas, etnias, tribus, religiones, tradiciones y culturas intervenidas por siglos de colonialismo e injerencia occidental, parece que nunca encontraran una solución definitiva.
En el caso de la guerra que involucró región de Tigray y se expandió a otras vecinas como Afar y Amhara e incluso amenazó con extenderse a Addis Abeba, la capital del país a más de 900 kilómetros al sur, se originó en la intención del TPLF tras décadas de controlar políticamente al país, fue desplazada con la llegada de Abiy Ahmed al poder en 2018.
Razón por la que independizarse de Addis Abeba articulando inicialmente un plebiscito que el Gobierno central declaró inconstitucional, por lo que casi de manera inmediata se precipitó el conflicto armado. Las fuerzas de Tigray tomaron varias acciones militares nacionales en la región adelantándose a una inminente intervención federal.
Los resultados han sido pavorosos y sin duda ahondan todavía más los odios y las diferencias, por lo que a dicho acuerdo, para que se sostenga Addis Abeba, tendrán que articular políticas de integración para Tigray y tratar, de alguna manera, de resarcir a la región de los daños causados en los dos años de guerra.
Dos de los puntos más sensible del acuerdo siguen sin resolverse, si las Fuerzas de Defensas de Tigray (TDF) el brazo armado del TPLF, entregaran sus armas y si el presidente eritreo Isaias Afwerki aceptara que sus tropas retornen a su país, después de haber participado con particular virulencia junto a las tropas del Primer Ministro Ahmed, en prevención de que la etnia tigray de su país, la más numerosa de las nueve que conforman Eritrea -con un 55 por ciento-, no intente imitar a sus hermanos etíopes como ya lo han intentado a lo largo de la historia.
Cómo en todas las guerras los muertos se cuentan después, y en este caso esa cuenta hará palidecer cualquier otro conflicto del continente. En Etiopía, donde todas las partes han sido responsables de atrocidades, entre las que el hambre, la limpieza étnica y la violencia sexual se han convertido en las armas de guerra más letales, habiendo alcanzado cifras desconocidas en otras guerras, como la que se libra en el Sahel contra los integristas de al-Qaeda y el Dáesh, de igual manera en Nigeria o Somalia, la guerra civil larvada de la República Democrática del Congo (RDC) y las siempre inconclusas guerras civiles de la República Centroafricana y de Sudán del Sur, solo por nombrar las más devastadoras que hoy trascurren en el continente.
En vista de esto la segunda parte de las negociaciones realizadas en Nairobi, la capital de Kenia, fue particularmente sensible, ya que a dos meses de los acuerdos la tregua se mantiene, pero en Nairobi se negociaron objetivos mucho más concretos. por lo que los representantes de Abiy parecieron ser más elásticos a la hora de discutir el desarme, consiguiendo que los delegados de Mekelle, se resignaron a deponer sus armas pesadas cuando, recién después, las tropas eritreas y amharas abandonen su territorio.
Mientras la ayuda humanitaria ha comenzado a fluir hacia Tigray, ya que durante el conflicto el Gobierno central mantuvo un estricto bloqueo cortando la electricidad, las telecomunicaciones, los servicios bancarios y restringiendo al máximo la llegada de alimentos, medicinas y otros insumos esenciales, lo que provocó que infinidad de niños murieran por desnutrición aguda. Sin insumos médicos muchos murieron de enfermedades fácilmente curables. Mekelle ha sido nuevamente conectada a la red eléctrica, además de que Addis Abeba retiró al TPLF de la lista de organizaciones terroristas.
Un largo camino por recorrer
Los acuerdos de Pretoria y Nairobi, que ponen fin a la guerra y posicionan al Primer Ministro Abiy Ahmed -el discutido Premio Nobel de la Paz 2019- como el gran triunfador, no resuelven de hecho el conflicto, por lo que se tendrá todavía que recorrer un largo trecho para que se disipe la niebla y sepamos, por fin, de que estamos hablando en verdad.
Con cada pasó a dar y frente a cada concesión aparecerán muchos heridos que pueden provocar otro movimiento insurgente. El TPLF, cómo organización política, deberá encontrar su lugar y no cualquiera, ya que sigue siendo decisoria en la política interna de la región, por lo que podrá reclamar, al igual que lo tienen el resto de las diez regiones o kililoch que conforman la República Democrática Federal de Etiopía, una fuerza armada propia. Además de que muchos de los hombres de Fuerzas de Defensas de Tigray tendrán que tener cabida en el ejército nacional.
Mientras esto se discute ya existen denuncias sobre los efectivos eritreos que continuaban arrestando y asesinado civiles en Tigray, produciendo saqueos, lo que lleva a nuevos desplazamientos. Tanto Eritrea como la región de Amhara no han participado de las negociaciones de paz, por lo que se cree que pueden no aceptar ningún acuerdo y continuar la guerra.
La guerra ha desgarrado de manera atroz a Etiopía, que además sufre enormes conflictos, que siempre se desbordan en crisis humanitarias: hambrunas y desplazamientos. La crisis climática ha convertido en crónicas las sequías, a lo que se le suman otros males de reminiscencias bíblicas, como brotes constantes de enfermedades y mangas de langostas que devoran las cada vez más paupérrimas cosechas. Como sucede entre otras regiones del país como la Oromia, donde se encuentra Addis Abeba y Benishangul Gumuz.
De los 110 millones de etíopes, durante 2022 más de 30 necesitaron ayuda humanitaria, entre los que se cuentan los nueve millones de afectados directamente por la guerra, muchos de ellos han debido, abandonarlo todo y desplazarse hacia el sur o refugiarse en Sudán, donde no están siendo recibidos de la mejor manera.
Tigray antes del conflicto contaba con una cincuentena de hospitales, 224 centros de salud y casi 300 ambulancias, tras la guerra el 80 por ciento de los hospitales han sufrido algún tipo de daño o han sido destruidos totalmente por soldados etíopes tropa eritrea, mientras el servicio de ambulancia ha desaparecido totalmente.
Frente a la magnitud del desastre el Frente Popular de Liberación de Tigray ha debido negociar una paz a la que su líder, Getachew Reda, quien participó de las negociaciones, ha definido como “concesiones dolorosas”.
Durante la guerra se han utilizado métodos que los abisinios, los antiguos etíopes, idearon durante la guerra con Italia en 1890, conocidos como la “ola humana”, que obligaba al reclutamiento forzado de miles de personas que fueron enviadas al combate con escaso entrenamiento y se les mandó marchar a través de campos minados hacia las trincheras enemigas, por lo que las fuerzas enemigas debían abrir fuego contra la multitud que avanzaba a una muerte segura logrando, de esta forma, que se malgasten ingentes cantidades de municiones para evitar que lleguen hasta sus trincheras. Lo que en muchos casos, a pesar de la superioridad de fuego inicial de los defensores, finalmente fueron derrotados, lo que explicaría el alto número de bajas que, para algunos analistas, alcanzaría el millón de vidas perdidas entre la furia y el fuego.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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