El periodista saharaui Said El Mrabet denuncia la represión que sufren los reporteros de investigación en el país norteafricano y relata su “infierno” en la prisión de Agadir.
En Marruecos y el Sáhara Occidental bajo ocupación marroquí los periodistas de investigación viven atrapados en el miedo. El reportero Said El Mrabet, nacido en El Aaiún, mantiene que “allí nunca hay un lugar seguro para nosotros, siempre tenemos que estar alerta”. Desde que comenzó su carrera periodística, este profesional ha cubierto migraciones y derechos humanos para medios de la talla de Associated Press, la BBC y TVE. Ejercer un periodismo independiente y de calidad se ha convertido en un trabajo de alto riesgo desde la llegada de Mohamed VI al poder. En 1999, año de su coronación, no había ningún periodista encarcelado. En la actualidad, Souleiman Raissouni, Omar Radi y Taoufik Bouachrine se suman a una larga lista de periodistas que están entre rejas.
En julio de 2020 Said fue detenido en la capital del Sahara Occidental. El Mrabet cuenta que un control policial inspeccionó el vehículo con el que circulaba y, pese a no encontrar ninguna irregularidad, fue detenido y trasladado a comisaría, donde estuvo retenido tres días. Said relata que la policía le acusó de conducir ebrio, saltarse el estado de emergencia, no portar mascarilla e incluso de resistencia a la autoridad. Este joven periodista sostiene que el verdadero motivo de su retención fue la publicación semanas antes de un reportaje sobre la falsificación de pruebas de Covid-19 para retener ilegalmente a migrantes subsaharianos en centros de aislamiento. Finalmente, Said fue puesto en libertad por falta de pruebas. “Aquello fue una clara advertencia del gobierno para que dejara de meterme en sus asuntos”.
Los periodistas en Marruecos están sometidos a una intensa vigilancia del estado, que emplea programas de espionaje como Pegasus. “Saben dónde te encuentras, qué es lo que haces allí, con quién te vas a reunir y cuáles serán tus próximos movimientos”, afirma Said
Los periodistas en Marruecos están sometidos a una intensa vigilancia del estado. Las autoridades emplean programas de espionaje como Pegasus, con el que monitorean los teléfonos móviles. “Saben dónde te encuentras, qué es lo que haces allí, con quién te vas a reunir y cuáles serán tus próximos movimientos”, afirma Said. Los reporteros internacionales que cubren la información del país rifeño también son objeto de control. Es el caso de Ignacio Cembrero, cronista de El Confidencial, al que persiguen judicialmente por asegurar haber sido espiado por Marruecos. Además, los redactores no son los únicos hostigados: entre 2017 y 2019 alrededor de 1.400 activistas fueron encarcelados.
Casi un año más tarde del primer arresto, cuatro jóvenes con machetes y perros asaltaron a Said en la ciudad costera de Agadir mientras conducía un coche alquilado, recuerda. Said interpuso una denuncia por lo sucedido y envió una copia de la misma a la empresa arrendadora del automóvil. Ya en Rabat, donde residía y trabajaba, la comisaría donde denunció le informó de que habían detenido a los cuatro presuntos agresores y le solicitó que acudiese a identificar a los sospechosos, asevera. Al llegar, Said no encontró a nadie, sino que se vio envuelto en una emboscada para aprehenderlo. Argumenta que fue acusado de interponer una denuncia falsa y de rebelarse a los agentes. En esta ocasión, aquello no era una advertencia. Su reportaje sobre la crisis migratoria desde Dajla a Canarias, en el que informó sobre cómo la gendarmería de Marruecos abrió las puertas a las bandas de tráfico de personas, y el informe en el que se declaran falsas las acusaciones de violaciones y pederastia a periodistas de investigación le habían salido demasiado caros. Said fue encarcelado ese mismo día.
El pavor que los periodistas sienten se pierde, según Said, cuando estás cautivo: “en las puertas del penal lo dejas todo, ya no tienes nada que perder, pueden hacer contigo lo que quieran, qué mayor motivo que seguir narrando la verdad”
En el centro penitenciario compartió celda con otros 20 reclusos, convivió con dirigentes de mafias, ladrones, narcotraficantes y asesinos. Las autoridades marroquíes sólo le permitían salir al patio una hora al día. Said recuerda que “fueron 28 días en un verdadero infierno, todas las noches pensaba que no iba a volver a salir nunca”. La corrupción del sistema judicial marroquí fue la única salida que encontró a su situación. El periodista manifiesta que pagar al juez 55.000 dirhams —alrededor de 5.000 euros— permitió su puesta en libertad. El pavor que los periodistas sienten se pierde, según Said, cuando estás cautivo: “en las puertas del penal lo dejas todo, ya no tienes nada que perder, pueden hacer contigo lo que quieran, qué mayor motivo que seguir narrando la verdad”.
Según el último Informe Mundial de Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras, el reino alauita ocupa el puesto 144 de 180 países evaluados. “Marruecos no quiere tener una prensa crítica, el estado ha matado el alma del periodismo, casi todos los digitales, periódicos y revistas son voceros del régimen”, afirma El Mrabet. Añade que en este oficio no hay héroes, únicamente profesionales intentando hacer su labor: “no somos Robin Hood, somos periodistas y solo pedimos un espacio de libertad donde hacer nuestro trabajo”.
Este periodista saharaui se replantea su futuro debido al sufrimiento que ha pasado su familia. Reconoce que “la cárcel es el precio de hacer periodismo en una dictadura”, pero opina que “no hay investigaciones que valgan una vida”. Said cuida ahora de su tío en España. Tras asistir al Congreso Internacional de Periodismo de Migraciones de Mérida, organizado por la Fundación porCausa y la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo, confiesa que “sus días en Marruecos ya han acabado”. Ahora sopesa pedir asilo político en Europa y tiene claro que su intención siempre será “estar del lado de quienes lo necesiten dándoles voz, tratando temas de derechos humanos y migraciones”. Con la fuga de periodistas de investigación locales, por la represión y las amenazas del régimen, Marruecos consigue su objetivo: controlar la opinión pública y operar con total impunidad en el silencio. Solo el trabajo de los que resisten permite a la sociedad marroquí y de otros países conocer la deriva del país.
Manu Bernabeu. @ManubernabeuR. Fundación porCausa