En diciembre del 2020, a días de terminar la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump rindió su último gran homenaje al régimen nazisionista de Tel-Aviv reconociendo la soberanía de Marruecos sobre los territorios de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) a cambio de que Mohamed VI, el rey marroquí, traicionando su pueblo, al pueblo árabe y especialmente al pueblo palestino, estableciera relaciones diplomáticas con el régimen judío.
Así terminó la dilapidación de la patria saharaui, obra iniciada 50 años atrás por otro gran “pagaputas”, hoy rey emérito de España, quién en contra de lo dispuesto por su mentor, Francisco Franco, ignoró la independencia de la antigua colonia del Sáhara español dando lugar a Marruecos, hoy el mayor comprador de armas estadounidenses del continente, para que inicie la ocupación de esos territorios desatando una guerra que todavía continúa.
Ignorada por la comunidad internacional y callada por los grandes medios atlantistas, la guerra asimétrica entre el reino alauita y la nación saharaui, si bien intermitente, alcanza importantes niveles de violencia según lo necesite para cubrir su enchastres Mohamed VI, un caracterizado animador de la jet set internacional que como la mayor parte del mundo ignora los 2.700 kilómetros del muro de arena, conocido como berm (terraplén), construido por Rabat para impedir el acceso de los saharauis a las tierras que le fueron incautadas a lo largo de estos 50 años. El berm, hoy, cuenta con los más precisos aparatos de detección de personas, cámaras infrarrojas, radares, drones y toda la parafernalia que el complejo industrial militar norteamericano ha creado para esos menesteres. Además de una dotación de 160.000 efectivos del ejército marroquí.
Más allá de la seguridad de dicho muro, previo a él Marruecos se ha encargado de sembrar uno de los campos minados más grande del mundo que, según la fuente, tiene entre 10 y 40 millones de artefactos explosivos.
Recientes ataques de drones marroquíes que asesinaron a un número indeterminado de civiles eran aparentemente dirigidos contra combatientes del Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (Frente Polisario) y del Ejército de Liberación del Pueblo Saharaui (SPLA) por el ejército marroquí, que libra intensos combates en el sur de los territorios en disputa a los que Marruecos llama “provincias del sur”
El reinicio de las operaciones del ejército marroquí ha obligado, una vez más, a un importante número de ciudadanos saharauis a desplazarse hacia los campos de refugiados en el suroeste de Argelia y ciudades mauritanas cercanas a la frontera como la de Bir Moghrein, a unos 40 kilómetros de la frontera saharaui, con una población cercana a los 3.000 habitantes y donde la mayoría de los vehículos tiene matrículas de la RSAD.
La crisis de noviembre de 2020, después de casi 30 años de silencio entre el Polisario y el ejército de Rabat, iniciada con la invasión marroquí del sector de Guerguerat, al este de la berma, incendiando campamentos de haimas (carpas) saharauis junto a la frontera con Mauritania (Ver: Sahara occidental: Un mapa trazado con napalm y fósforo blanco.), aún no ha terminado, por lo que las acciones, esporádicas pero puntuales, del reino están obligando a los pobladores de lo que se conoce como “tierras liberadas”, controladas por el Polisario a buscar refugió fuera de su país.
Si bien las cifras son extremadamente difíciles de calcular dada la falta de información, se conoció que la gran mayoría de los 12.000 habitantes de Mehaires, una localidad y oasis perteneciente a lo que se conoce como Zona Libre de la RASD, el nombre oficial elegido por el Polisario para el antiguo el Sáhara Occidental, se han debido desplazar tras la reanudación de las acciones alauitas a los campos de refugiado de Tinduf, en el sur de Argelia, donde se encuentran establecidos entre 200.000 y 400.000 refugiados saharauis en un total de cinco campamentos que van incrementando su población al mismo ritmo que aumentan las operaciones marroquíes desde 1975, que ya ha logrado apoderarse del 80 por ciento del Sáhara Occidental y que Rabat reclama como propio.
Los refugiados saharauis a los que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) anunció en agosto pasado el recorte de las raciones mensuales a los campamentos, que recibirán cinco kilos mensuales en vez de los 17 kilos históricos, lo que significa una merma del 75 por ciento, lo cual pone a un treinta por ciento de la comunidad saharaui refugiada, según el PMA, en inseguridad alimentaria. ACNUR, la agencia de refugiados de la ONU dice haberse agravado la desnutrición aguda de un siete a cerca del 11 por ciento entre 2019 y 2022. Los campamentos saharauis reciben por parte de ACNUR agua y gas, mientras el Gobierno argelino proporciona electricidad y conectividad a internet. Al mismo tiempo Argel suministra armamento al Polisario y se cree que también drones de origen iraní, lo que el Polisario ha negado de manera tajante. Tras el recrudecimiento del conflicto, las eternas diferencias entre Argel y Rabat terminaron por desencadenar, en agosto de 2021, la ruptura de las relaciones diplomáticas.
Una vez reiniciados los combates miles de saharauis se alistaron en el Ejército de Liberación del Pueblo Saharaui (SPLA) sin contar esta vez con los ingentes apoyos de Libia y el coronel Gaddafi, un histórico defensor de la causa saharaui.
Según fuentes del Polisario, el objetivo del reino alauita es despoblar las zonas controladas por el Frente Polisario con ataques de drones y artillería que no solo se concentran en los vehículos que transitan por las rutas del desierto, sino que también tienen como blanco las manadas de camellos que representan, para muchos saharauis, la base de su economía.
Desde que se reinició el conflicto en 2020, Marruecos ha llevado la delantera, apoyado particularmente por el Sistema de Reconocimiento y Control Aéreo de Marruecos, (SACR), cambiando la ecuación del primer periodo de guerra 1975 a 1991, en el que el Polisario contaba con la ventaja de estar en su territorio, pudiendo implementar tácticas guerrilleras ocasionando fuertes pérdidas al ejército invasor.
La innovación en esta nueva fase de la guerra se encuentra particularmente en la incorporación al ejército real de los drones de vigilancia 150 UAV de fabricación sionista, llegados tras los acuerdos obligados de Trump, así como la llegada de drones de ataque chinos Wing Loong y turcos Bayraktar TB2, lo que está permitiendo al régimen alauita, sin haber sacado un solo hombre más allá del berm, pasar a la ofensiva y consiguiendo una gran ventaja.
Un desierto demasiado rico para ser abandonado
La crisis en este sector de África Occidental la provocó la guerra iniciada en 1975 y alcanzó un alto el fuego negociado por la Organización de las Naciones Unidas en 1991, tras el compromiso de esa organización de un referéndum supervisado por una misión propia, referéndum que hasta el día de hoy no se ha realizado debido a la presión de Occidente, que ha incautado valiosos yacimientos de fosfatos y todavía va a por más en los ricos territorios que le fueron robados a la RASD. Territorios, en apariencia estériles, que no sólo contienen esos ricos yacimientos de fosfatos, sino que además su costa cuenta con riquísimos bancos de pesca explotados principalmente por empresas marroquíes y españolas, en las que el emérito tiene sustanciales participaciones.
En esta lucha desigual entre El-Aaiún y Rabat, sin duda el reino lleva la delantera no sólo por su inconmensurable poder militar y de lobby diplomático y empresarial, frente a la RASD, una nación en la que muchos ciudadanos son todavía nómadas. Dichas diferencias permiten a Marruecos instrumentar política de asentamiento de sus nacionales en los sectores reclamados otorgando subsidios a quienes quieran asentarse en esas áreas, intentado no solo torcer el resultado del referéndum si alguna vez se da, sino también crear un espíritu de marroquinidad que pueda disputarle ese espacio a sus verdaderos dueños.
Mientras tanto los jóvenes saharauis se ven obligados a ingresar al Polisario, escapar hacia el exilio económico o, mucho peor, incorporarse a algunas de las khatibas wahabitas que operan tan cerca de sus lugares. Muchos de los muyahidines que militan en esos grupos, por fe o por dinero, son originarios del Sáhara Occidental, que tras haber sido entrenados por el Polisario desertan para incorporarse a esas organizaciones terroristas.
Nacidos y criados en campamentos de refugiados fundados por sus abuelos, el espíritu de desesperanza va en constante incremento, ya que para el más mínimo desarrollo dependen casi en su totalidad de la cada vez menor ayuda internacional u operando en la ilegalidad. Sacando ventaja del conocimiento que estos jóvenes tienen de esta geografía, transportan para sí o para otros emigrantes subsaharianos que buscan llegar a los puertos del Mediterráneo o contrabandeando hacia el norte por rutas clandestinas llevando contrabando, particularmente combustible, cigarrillos y en algunos casos drogas que desde América del Sur llegan al Golfo de Guinea buscando el Mediterráneo para llegar después a Europa.
La salida política que ofrece el actual contexto al problema saharaui, dando por olvidada la quimera del referéndum, ya que la ONU sigue definiendo al Sáhara Occidental “como territorio no autónomo” y el Polisario es solo un representante internacional del pueblo saharaui, es la iniciativa de Marruecos, cada vez con más apoyo de gobiernos occidentales, árabes y del continente africano, acerca de un autogobierno saharaui bajo la soberanía marroquí que por fin logre el ansiado deseo de la extinción de la patria saharaui.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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