Después de tres meses de la interrupción de las conversaciones entre los dos bandos que se enfrentan en la guerra civil sudanesa, que se inició el pasado 15 de abril, ambos grupos han resuelto reiniciarlas este jueves 26 de octubre con la pretensión de establecer un alto el fuego humanitario, lo que no se había logrado en una media docena de acuerdos anteriores.
Tanto los voceros del jefe del ejército regular Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) como el Consejo Soberano de Sudán, el Gobierno de facto que dirige el país desde 2019, el general Abdel Fattah al-Burhan y el líder del grupo paramilitar conocido como Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), Mohamed Hamdan Dagalo -alias Hemetti- anunciaron el miércoles 25 que aceptaban volver a la mesa de negociaciones de la ciudad Jeddah (Arabia Saudita), auspiciadas desde el comienzo del conflicto por el país anfitrión y los Estados Unidos.
Mientras los combates en los diferentes escenarios de la guerra se siguen profundizando y expandiendo, habiéndose producido unos 10.000 muertos y el doble de heridos, además de obligar el desplazamiento tanto interno, como externo de cerca de siete millones de personas y otros veinticinco millones de personas se encuentran con necesidad de asistencia humanitaria según la OCHA (Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios).
Así, para establecer la paz se necesitaría una fuerza externa que protegiera las rutas de suministro, los centros logísticos, las infraestructuras críticas y el personal médico y técnico que manejen esos suministros.
Rápidamente se había conocido, a través de comunicados oficiales, que el general al-Burhan había aceptado la invitación para que su sector viajara Jeddah e intentar reactivar lo acordado en las reuniones previas, para el tan ansiado alto el fuego, y que las diferentes entidades internacionales como la Cruz Roja y la Media Luna Roja y las ONG lleven a cabo operaciones humanitarias urgentes.
Las FAR también aceptaron la invitación con el fin de “aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo y facilitar la llegada de ayuda humanitaria a los civiles” e informaron de que sus delegados ya se encontraban en la ciudad saudita. Aunque las FAR también advirtieron que el reinicio del diálogo no significa la interrupción de los combates.
Más allá de la disposición a participar de ambos bandos, ninguna fuente ha dado mayores especificaciones acerca de la mecánica que tendrán las rondas en esta nueva etapa. La última fue clausurada el 21 de junio, ya que a pesar de la urgencia que la situación reclama desde los primeros días de combates, los fracasos de los sucesivos acuerdos han sumergido a los casi 46 millones de sudaneses, todavía más, entre las poblaciones más empobrecidas del mundo a pesar de las inmensas riquezas naturales del país, particularmente en oro y petróleo.
En estos seis meses de combates además se han destruido hasta los cimientos la capital del país, Jartum, y las ciudades de Omdurmán y Jartum Bahri (Jartum Norte), (hospitales, viviendas, escuelas, mercados, edificios públicos e infraestructura en general), por lo que para quienes todavía se han mantenido en las áreas de combate, el abastecimiento de provisiones y agua potable no solo es una quimera diaria, sino que se ha convertido en una ruleta rusa las que muchos han perdido la vida.
Las tres ciudades mencionadas, apenas separadas por el Nilo Azul, antes del inicio de la guerra concentraban una población cercana a los seis millones de habitantes, por lo que más allá de que muchos han abandonado sus lugares, todavía se mantienen grandes focos poblacionales, convertidos en potenciales blancos según las necesidades políticas y propagandísticas de cada bando.
Mientras en ese núcleo urbano, el más importante del Sudán, tanto el ejército como los paramilitares combaten de igual a igual sin haberse sacado mayores ventajas desde el comienzo de la guerra, en la región de Darfur, al sur oeste de Jartum, de donde provienen las FAR, se está desarrollando un nuevo intento de limpieza étnica tal cual sucedió en la primera década de este siglo que había dejado entonces medio millón de muertos, por parte de las milicias de las minorías de pastores árabes-musulmanes, conocidas como janjaweed (jinetes armados) de donde emergieron las FAR, abusando de la indefensión y el abandono por parte de las Fuerzas Armadas Sudanesas de la población masalit (agricultores, negros, cristianos) cuyos grupos de autodefensa han sido arrasados en el trascurso de los meses.
Hasta ahora se han reportado unos 4.000 muertos, aunque se sabe que existen muchas fosas comunes clandestinas, por lo que la cifra declarada es aleatoria. En Darfur los ataques indiscriminados contra la población civil refugiada en campamentos para desplazados han causado centenares de víctimas. Mientras una treintena de pueblos y aldeas de esa región han sido destruidos, a lo que se suman saqueos y robo de ganado.
Por lo que son miles las personas que buscan llegar a Chad, no sólo afrontando las dificultades de falta de provisiones, agua y asistencia médica, sino que además deben soportar ataques continuos en plena marcha por parte de patrullas de las FAR y grupos locales de origen árabe.
La guerra de los hospitales
Como se sabe y es obvio señalar, la guerra es ese territorio donde absolutamente todo lo inenarrable sucede y donde todos los excesos, más allá de los absurdos tratados internacionales, están permitidos, por lo que en esta nueva guerra civil sudanesa hay crímenes de lesa humanidad a diario. Desde abril pasado los hospitales se han convertido en un blanco atractivo para uno y otro bando, habiéndose destruido a lo largo del país docenas de hospitales donde no solo fueron atacados con fuego de artillería y aviones no tripulados conociéndose que estaban desbordados de pacientes, sino que han sido saqueados su instrumental y depósitos farmacéuticos.
Durante el mes de octubre las FAR incentivaron los bombardeos de la artillería contra los hospitales, habiendo afectado en estos últimos días unos 15 en diferentes puntos del país. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa de que el setenta por ciento de los centros sanitarios en las zonas de conflicto han quedado fuera de servicio, mientras que otro veinte por ciento continúan operativos en condiciones extremadamente precarias.
En Omdurmán fue destruido el Hospital El Nau el pasado lunes 9 de octubre, el único que resistían en esa área, en el que murieron 54 personas y otras 164 resultaron heridas. Los ataques del pasado sábado 7 de la artillería y drones de las FAR llegaron a Jebel Aulia, en el sur de Jartum, cuyo Hospital Universitario sufrió graves daños y donde también murieron 45 personas y 90 resultaron heridas. Secuencias parecidas se reprodujeron en El Obeid en Kordofán del Norte y en otros dos hospitales en el estado de Nilo Blanco.
En declaraciones contrapuestas tanto las Fuerzas Armadas del Sudán como el Grupo de Apoyo Rápido (FAR) se acusaron mutuamente de la responsabilidad del ataque al Hospital El Nau.
Las FAR insisten en que los bombardeos provinieron del Cuerpo Blindado El Mohandesin, mientras que el portavoz de las FAS, el general de brigada Nabil Abdallah, acusó a las FAR de bombardear el hospital.
Más allá de las conversaciones de Jeddah, los vecinos de Sudán y del Cuerno de África, en la órbita de la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD por sus siglas en inglés) trabajan para conseguir detener el conflicto, ya que algunas de estas naciones (Djibouti, Eritrea, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán del Sur y Uganda) están siendo afectados por la guerra debido a razones estratégicas, comerciales y al incremento constante de refugiados sudaneses, aunque quien más refugiados ha recibido ha sido el Chad, con casi medio millón, a los que hay que sumar 50.000 chadianos residentes en Sudán hasta abril, todos llegados mayoritariamente desde Darfur, donde ser negro es casi una condena a muerte.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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