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Trump: la política hecha reality en la antesala del autoritarismo

Fuentes: Rebelión

Heredero y afamado especulador, Donald Trump aunque una figura relevante de Nueva York desde hace décadas, no saltó a la fama realmente hasta que se convirtió en estrella de un reality show por representar algo que él nunca ha sido: un emprendedor exitoso. Convertido ya en un maestro de la impostura decidió convertirse en político.

Ante el supuesto atentado a la vida del expresidente y candidato por el partido republicano es difícil evitar caer en la tentación de la sospecha, de la cual ha hecho un gran capital político el mismo Trump, asegurando -a pesar de carecer de cualquier prueba- que la elección en 2020 fue fraudulenta y debido a ello perdió.

Aunque en la corte nunca ha utilizado ese argumento, porque ahí sí habría consecuencias ya que el perjurio es un delito severamente castigado, eso no le ha impedido que en los medios repita un y otra vez la misma mentira.

Es fácil inocular el virus de la sospecha en cualquier persona cuando casi todo lo que percibimos del mundo lo hacemos a través de los medios de comunicación masiva. Nos saturamos de información, pero prácticamente ninguna de ella es fruto del contacto directo, a estas alturas eso más que irracional, es imposible.

Nos vemos obligados a confiar en las instituciones que nos aseguran darnos información verídica, sin embargo, esos medios no existen en un vacío de intereses económicos, políticos e ideológicos, son propiedad de personas que tienen intereses y difícilmente esos intereses van a ser los de la mayoría.

Esta crítica había sido utilizada siempre por la política progresista sin que ello implicara acciones para generar un cambio, y donde ha sucedido pues es en esos lugares donde se les acusa ferozmente de ser dictaduras que atentan contra la libertad de expresión, como puede ser el caso de Cuba o Venezuela, casualmente.

El uso banal de la crítica a las élites

Ahora Trump, como buen político de la derecha populista, reproduce las críticas a los medios de comunicación, pero sólo a los que son críticos a él. En tiempos de pospandemia tergiversar la crítica progresista se ha vuelto un arma del conservadurismo. Otro ejemplo puede verse en las críticas a las grandes farmacéuticas por los antivacunas.

Del mismo modo, la constante acusación de fraude electoral, para la izquierda siempre se ha sustentado en el hecho de que la mayoría de los recursos están al servicio de las élites, no sólo hay pruebas, hay sólidos argumentos en ello. La derecha ahora lo usa de manera hueca, pero altamente propagandizada por diversos medios masivos.

Para los detractores de Trump es una tentación caer en el discurso de que el atentado fue prefabricado, al estilo del incendio del Reichtag en febrero de 1933, algo que está plenamente documentado fue una estrategia del nazismo para perseguir a la oposición.

Pero caer en ese discurso con mucha facilidad anula las críticas a quienes sin prueba alguna aseguran que Trump fue víctima de un fraude electoral.

A lo que podemos apelar es a las pruebas de que Trump es y seguirá siendo un muy efectivo showman, al grado que incluso los medios que lo critican día y noche desde hace cerca de una década, realmente lo adoran, porque les da el rating y la atención que tantos recursos llevan a sus arcas.

La decadencia de la democracia occidental

El disparo que el pasado sábado rozó la oreja de la estrella del reality que es la política estadounidense bien podría haber herido de muerte la hegemonía de la falaz democracia estadounidense, con las consecuencias que ello derive en un mundo donde el liberalismo occidental había marcado la pauta de la política como la conocemos en el resto del globo.

Esta última afirmación puede ser tan esperanzadora como atemorizante, pues pensemos que incluso el marxismo, como forma radicalmente crítica de la democracia capitalista, ha mamado de las ideas liberales y del iluminismo que fue la raíz de las diversas ideas que conocemos de progreso político en nuestra era.

Pero mientras algunos podrían celebrar el fin de una era y anunciar el inicio del cambio revolucionario -¿sin teoría revolucionaría?-, hay razones para preocuparse más por el ascenso de un totalitarismo posmoderno que encuentre en los medios masivos efectivas correas de transmisión para su coronación.

Tan sólo hay que ver como el internet está lleno de videos que celebran respuestas autoritarias a problemas de la cotidianidad como cualquier conflicto con un vecino o hasta con un familiar. En un mundo donde la interacción social se ha convertido en sinónimo de peligro, la tentación de darle demasiado poder a un Estado autoritario es latente.

De igual modo la extendida precariedad y miseria que ha dejado el neoliberalismo a lo largo y ancho del planeta provoca que muchas personas prefieran apostar por la seguridad antes que por la libertad, pues la libertad -esa libertad capitalista- ya mostró su rostro más horrendo, o sea, el auténtico.

@PacoJLemus

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.