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Como en Gaza, la penuria es deliberada

Hambruna en Sudán

Fuentes: Voces del mundo

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Durante meses, todos hemos podido mantenernos razonablemente informados sobre las guerras de Gaza y Ucrania. Pero hay otra guerra espantosa de la que se ha hablado tan poco que se nos podría disculpar por no saber nada de ella. Se trata de la aparentemente interminable y devastadora guerra de Sudán. Piensen en ella como la guerra desaparecida. Y si no empezamos a prestarle mucha más atención pronto -ahora mismo- será demasiado tarde.

Tras 15 meses de combates en ese país entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), los expertos en inseguridad alimentaria calculan que casi 26 millones de personas (¡no, no es un error de imprenta!), es decir, más de la mitad de la población de Sudán, podrían sufrir malnutrición en septiembre. Ocho millones y medio de esos seres humanos podrían sufrir desnutrición aguda. Peor aún, si la guerra sigue su curso actual, millones de personas morirán de hambre y enfermedades en los próximos meses (y pocas personas en nuestro mundo se darán cuenta).

A estas alturas, esos ejércitos beligerantes han llevado a Sudán al borde de la hambruna total, en parte por haber desplazado a más de una quinta parte de la población de sus hogares, medios de subsistencia y granjas, al tiempo que impedían el suministro de alimentos a los lugares más necesitados. Y sin duda no les sorprenderá saber que, con su política exterior centrada en Gaza y Ucrania, el gobierno de nuestro país y otros de todo el mundo han prestado muy poca atención a la creciente crisis de Sudán, haciendo en el mejor de los casos gestos poco entusiastas (¿un cuarto de entusiastas?) para ayudar a negociar un alto el fuego entre las Fuerzas Armadas Sudanesas y las Fuerzas de Resistencia del Señor, y aportando sólo una pequeña parte de la ayuda que Sudán necesita para evitar una hambruna de magnitud histórica.

De la emergencia a la catástrofe

A finales de junio, el sistema de Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (IPC, por sus siglas en inglés), respaldado por la ONU, que vigila las regiones en riesgo de hambruna, informó de «un marcado y rápido deterioro de la situación de la seguridad alimentaria» en Sudán. Señaló que el número de personas que padecen hambre lo suficientemente grave como para clasificarse, en términos de la IPC, en la Fase 3 («Crisis») o en la Fase 4 («Emergencia») se ha disparado un 45% desde finales del año pasado. En diciembre de 2023, ningún sudanés había llegado aún a la fase 5 («Catástrofe»), condición característica de las hambrunas. Ahora, más de tres cuartos de millón de personas se encuentran en esa fase final de morir de hambre. De hecho, si el conflicto sigue agravándose, amplias zonas de Sudán pueden entrar en una espiral de hambruna total, un estado que existe, según la IPC, cuando al menos el 20% de la población de una zona sufre hambre de fase 5.

Hasta hace poco, los peores conflictos y el hambre se concentraban en el oeste de Sudán y alrededor de Jartum, la capital del país. Ahora, sin embargo, se han extendido también al este y al sur. Peor aún, la guerra en Sudán ha desplazado ya a la escandalosa cifra de 10 millones de personas de sus hogares, más de cuatro millones de ellos niños, una cifra que parece una errata, pero que no lo es. Muchos han tenido que desplazarse varias veces y dos millones de sudaneses se han refugiado en países vecinos. Y aún peor, con tanta gente obligada a abandonar sus tierras y sus lugares de trabajo, la capacidad de los agricultores para labrar la tierra y de otros tipos de trabajadores para mantener un sueldo y así comprar alimentos para sus familias se ha visto gravemente perturbada.

No es de extrañar que 15 meses de guerra brutal hayan causado estragos en la producción agrícola. Las cosechas de cereales de 2023 fueron muy inferiores a las de años anteriores y las reservas de grano (que suelen suministrar el 80% de la ingesta calórica sudanesa) ya se han consumido por completo, a falta de meses para la próxima cosecha, un periodo de tiempo conocido, incluso en los años buenos, como la «estación de las vacas flacas». Y con la guerra en curso, este año se espera cualquier cosa menos una cosecha abundante. De hecho, justo cuando comenzaba la temporada de siembra, los encarnizados combates se extendieron a Gezira, uno de los 18 «estados» de Sudán, famoso por ser el granero de la nación.

Sudán necesita desesperadamente ayuda alimentaria y no consigue la suficiente. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados ha recibido este año menos del 20% de los fondos necesarios para ayudar a alimentar a los sudaneses y ha tenido que «recortar drásticamente» las raciones de alimentos. Como declaró al New York Times Tjada D’Oyen McKenna, directora de la organización humanitaria sin ánimo de lucro Mercy Corps, «los líderes mundiales siguen expresando su preocupación por la crisis de Sudán. Sin embargo, no han estado a la altura de las circunstancias».

Peor aún, en medio del caos, incluso la ayuda alimentaria que llega a Sudán no llega a las poblaciones hambrientas en cantidades adecuadas y, cuando está disponible, suele ser inasequible. Según los informes, las personas hambrientas hierven hojas, comen hierba, cáscaras de cacahuete e incluso tierra.

Hambre: «Un arma barata y muy eficaz»

Para muchas familias, lo único que mantiene a raya el hambre puede ser un comedor social gratuito. En un informe publicado en mayo, Timmo Gaasbeek, del Instituto Holandés de Relaciones Internacionales, señalaba: «Sudán tiene una larga tradición de compartir alimentos. Tras el estallido de la guerra y la propagación del hambre, surgieron en todo el país iniciativas comunitarias para compartir alimentos. Estas iniciativas de ‘comedores de beneficencia’ suelen ser informales, pero pueden estar muy bien organizadas».

Gaasbeek advirtió, sin embargo, que los comedores de beneficencia sólo pueden llenar algunos vacíos en un sistema destrozado por la destrucción, el desplazamiento y la pérdida de cosechas en tiempos de guerra. Su instituto calcula que, al ritmo actual de reparto de alimentos, 2,5 millones de personas podrían morir de hambre y enfermedades para cuando se recojan las cosechas en septiembre. En otras palabras, entre el 10% y el 20% de los sudaneses de las zonas más afectadas podrían morir, tasas de mortalidad similares a las sufridas durante las terribles hambrunas de Nigeria en 1969, Etiopía en 1984 y Somalia en 1992.

Según los cálculos de Gaasbeek, un reparto más agresivo de alimentos a través de comedores de beneficencia y otros medios podría reducir el número total de víctimas mortales a un millón. Pero eso parece poco probable, ya que incluso los esfuerzos actuales de los grupos locales de ayuda mutua y las organizaciones internacionales para proporcionar alimentos han sido atacados por ambos bandos de la guerra. Seis expertos internacionales que escriben para la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos han acusado a las FAS y a las FAR de «utilizar los alimentos como arma y matar de hambre a los civiles». También constataron que el «ataque deliberado contra trabajadores humanitarios y voluntarios locales ha socavado las operaciones de ayuda, exponiendo a millones de personas a un mayor riesgo de inanición».

Hace poco nos pusimos en contacto con Hadeel Mohamed, una educadora con la que habíamos hablado el pasado octubre después de que huyera de Sudán a Egipto. En un correo electrónico que nos envió el 16 de julio, escribió que «la guerra en Sudán, como muchas guerras, ha demostrado ser más un ataque contra los civiles que contra cualquier fuerza armada». Todavía en contacto con vecinos que se quedaron en Jartum, nos informa de que ninguno de los dos ejércitos protege a los civiles. De hecho, a veces parece que ambos se alían para acabar con ellos. Cuando, por ejemplo, las fuerzas de la FAR llevan a cabo una incursión, le dicen sus contactos, las tropas de las FAS a menudo «se retiran de los lugares horas antes de que se produzcan los ataques». Peor aún, para los que ahora intentan huir como ella el año pasado, «algunos dicen que, en sus intentos de escapar de Jartum, se han encontrado con fuerzas de las FAR esperando para saquearles. Una vez más les robaron todas sus provisiones».

Alex de Waal, de la Fundación Mundial por la Paz, declaró a la BBC que los paramilitares de las FAR son «esencialmente una máquina de saquear. Arrasan el campo y las ciudades, robando todo lo que hay». Incluso bombardearon y saquearon el último hospital que aún funcionaba en el norte del estado de Darfur. De forma no menos horrible, las tropas de las FAS del gobierno son culpables de intentar matar de hambre a la población de las zonas ahora ocupadas y controladas por las FAR y, según De Waal, ninguna de las partes está dispuesta a «renunciar a lo que es un arma barata y muy eficaz».

Ecos a mil kilómetros de distancia

¿No empieza a sonar sombríamente familiar la pesadilla de Sudán?

* Familias desplazadas varias veces, con la guerra pisándoles los talones.

* La ayuda alimentaria es desesperadamente insuficiente.

* La ayuda humanitaria es interceptada por soldados y otros hombres armados antes de que llegue a sus destinatarios.

Ataques a comedores de beneficencia.

* Trabajadores humanitarios asesinados.

Hospitales bombardeados, invadidos y cerrados.

Sabotaje de la capacidad de producción agrícola durante una emergencia de hambre.

* Washington hace poco o nada para detener el horror.

¿Podríamos estar pensando, tal vez, en una pequeña franja de 25 millas de territorio a mil millas directamente al norte de Jartum, justo al otro lado de Egipto?

Por desgracia, existen muchos paralelismos sorprendentes entre las guerras que se libran contra las poblaciones civiles de Sudán y Gaza. No obstante, sería un error culpar al interés mundial por la pesadilla de Gaza de desviar la atención de la guerra civil de Sudán. Ninguno de estos crímenes contra la humanidad, en su escala y crueldad, debería ser explotado por nadie para minimizar el peso y la urgencia del otro. Peor aún, limitarse a prestar más atención a la pesadilla de Sudán y enviar a su población más ayuda alimentaria no resolverá el desequilibrio. El hecho es que ni los sudaneses ni los gazatíes han recibido lo que necesitan con más urgencia en estos momentos: el fin de sus respectivos conflictos.

Los esfuerzos de Estados Unidos y otros países por impulsar el alto el fuego en ambos lugares y el fin de cada una de esas guerras han sido, casi catastróficamente, inadecuados e ineficaces. Para Sudán, ha sido especialmente desalentador. El año pasado, las conversaciones entre las Fuerzas Armadas Sudanesas y las Fuerzas de Autodefensa de Sudán, auspiciadas por Arabia Saudí y Estados Unidos, ni siquiera consiguieron reducir los combates, y los recientes intentos de reanudarlas se han frustrado. A principios de junio, Egipto acogió en El Cairo a partidarios de las dos partes enfrentadas en Sudán para entablar negociaciones. El único resultado: la creación de un subcomité supremamente burocrático para redactar un comunicado sin sentido.

Coraje colectivo

El pasado octubre, Hadeel Mohamed escribió que entonces sólo había una modesta esperanza en Sudán. Para los millones de sudaneses que viven su última pesadilla nacional, nos dijo, «realmente se vuelve a una ayuda más basada en la comunidad. Con nuestros limitados recursos, con nuestras limitadas capacidades, todavía encontramos gente que se levanta para cuidarse unos a otros». Y siguen haciéndolo. Pero no es suficiente para evitar una hambruna desastrosa, mientras continúen los enfrentamientos sectarios.

Con el escaso apoyo del mundo exterior, los civiles de Sudán no tienen más remedio que confiar en las largas tradiciones de cohesión social y ayuda mutua mientras trabajan para sobrevivir y, de alguna manera, poner fin a la guerra en su país. En este sentido, existe otro paralelismo con la guerra contra los civiles de Gaza: el servicio coordinado, el heroísmo y el sacrificio personificados por los periodistas palestinos, los taxistas, los socorristas, los profesionales sanitarios y un sinfín de otras personas son ya legendarios.

En muchas situaciones de este tipo, los medios de comunicación mundiales presentan con demasiada frecuencia a los civiles como víctimas casi indefensas. Los pueblos sudanés y palestino están demostrando que esa imagen es falaz al actuar con el tipo de coraje colectivo, resistencia y solidaridad que es demasiado raro en las sociedades cómodamente situadas que les están dejando morir de hambre. Están siendo cruelmente victimizados, pero se niegan a hacerse las víctimas.

El movimiento de reparto de alimentos en tiempos de guerra en Sudán, que gestiona comedores de beneficencia, es un buen ejemplo. Está dirigido por grupos vecinales de base llamados «comités de resistencia» que comenzaron a formarse hace más de una década a raíz de la Primavera Árabe, con la misión de proporcionar protección social y aprovisionamiento en sus comunidades de origen. Desde entonces han proliferado por todo Sudán, operando de forma local e independiente, pero formando juntos una red nacional notablemente bien integrada.

Los comités de resistencia desempeñaron un papel destacado en las protestas populares contra el golpe militar de octubre de 2021, que interrumpió la transición nacional hacia un régimen democrático que se estaba produciendo en Sudán. Dieciocho meses después estalló la guerra actual, cuando los dos generales que habían dirigido el golpe se enfrentaron entre sí, uno al frente de las Fuerzas Armadas y el otro de las Fuerzas de Apoyo Rápido. A lo largo de la subsiguiente guerra, los miembros del comité de resistencia han desempeñado funciones esenciales para salvar vidas, poniendo en grave peligro su propia seguridad. Al tiempo que trabajan para evitar el hambre en sus comunidades, también han dado prioridad al mantenimiento de los derechos humanos, la continuación de los servicios sociales y la defensa de la democracia directa, al tiempo que han instado a una ferviente oposición a las FAS, las FAR y, más en general, a la incesante militarización de su país. Algunos también están movilizando a sus comunidades para la autodefensa.

El experto en Sudán Santiago Stocker sugirió recientemente que los comités de resistencia, «por su apoyo entre los jóvenes y su legitimidad local en Sudán, son una voz que la comunidad internacional debería apoyar y elevar». Los comités forman parte de un movimiento civil de base más amplio que participó en las malogradas conversaciones de El Cairo. Según Stocker, ese movimiento podría contribuir tarde o temprano a desbloquear la situación en Sudán, presionando a otros países para que actúen con decisión para poner fin a la guerra. Podrían instar, por ejemplo, a que «la comunidad internacional… aumente las medidas punitivas, incluidas las sanciones, contra los dirigentes de las FAR y las FAS y los miembros clave de la coalición gobernante de las FAS, incluidas las empresas y los grupos religiosos de línea dura».

Si bien es importante que Gaza siga siendo objeto de nuestra atención mientras continúe la atroz campaña israelí, no lo es menos que los países del Norte nos centremos en la guerra menos visible de Sudán y presionemos a nuestros gobiernos para que impongan medidas punitivas a los generales y otras élites del país, al tiempo que hacen todo lo posible (y bastante dinero) para llevar alimentos a los millones de personas que los necesitan desesperadamente.

Sudán no debe seguir siendo ignorado de forma tan insensible.

Priti Gulati Cox es artista y organizadora local de la Sidewalk Gallery of Congress de CODEPINK, un espacio de arte callejero comunitario en Salina, Kansas. Su obra visual, It’s Time (Es la hora), crece mes a mes mientras relata lo que podría ser la época más fatídica para nuestro país desde la década de 1860. Twitter: @PritiGCox.

Stan Cox, colaborador habitual de TomDispatch, es investigador de estudios de la ecosfera en el Land Institute. Es autor de The Path to a Livable Future: A New Politics to Fight Climate Change, Racism, and the Next Pandemic, The Green New Deal and Beyond: Ending the Climate Emergency While We Still Can, y la actual serie climática In Real Time de City Lights Books. Twitter: @CoxStan.

Texto original: TomDispatch.com

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2024/07/31/hambruna-en-sudan/