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A cerca de la Unión Militar Democrática (UMD) (II)

Memorias de una disidencia

Fuentes: Rebelión

La fundación de la UMD, así como su posterior desarrollo, adquieren su sentido pleno si se tienen en cuenta los cambios sociales anteriormente acontecidos en España, en particular desde el comienzo de los años 60 del siglo pasado.

No se entiende, sin embargo, su apresurada disolución en junio de 1977, tras las primeras elecciones democráticas, en un momento en que la agitación militar ultraderechista era especialmente grave.

Es ineludible, por tanto, considerar también el periodo de activismo desplegado por antiguos miembros de la UMD, tras su autodisolución, oponiéndose activamente al golpismo militar-franquista, hasta su presunta extinción en 1985.

Esta segunda parte, memorias de una disidencia, está escrita con la intención de aportar algunos recuerdos concretos, muy personales, que puedan ser de utilidad para la comprensión de aquel convulso periodo histórico. Pues a fin de cuentas, la vida militar toma su sentido verdadero cuando se está dispuesto a arriesgarse y dar la vida por el pueblo.

La toma de conciencia

Tras finalizar mis estudios secundarios en el Instituto San Isidro de Madrid, aprobé en junio de 1960, aún con 16 años, la oposición de ingreso en la Escuela Naval de Marín (Pontevedra).

En tercer curso, siendo guardiamarina, publiqué en la revista de alumnos (Avante) un artículo de crítica social, titulado “Carta abierta a un compañero”.

Entre otras cosas, dije: Tienes que gritar la verdad, sin miedo, apoyándote como los buenos cantantes en el fondo de tus pulmones. Cree en lo que vas a hacer, crecer desde dentro hasta llegar al rescoldo en donde se calienta el caldero de sopa para el marinero.

Por ello fui convocado al despacho del Jefe de Instrucción y recibí una fuerte amonestación, sin mayores consecuencias, salvo un pequeño incidente con otro guardiamarina -procesado, condenado y encarcelado muchos años después por ladrón- que me llamó a voz en grito “hijo de puta”, por la publicación del artículo; varios compañeros tuvieron que separarnos para evitar una pelea.

En 1964, a bordo del “Juan Sebastián Elcano”, durante una regata mundial de buques escuela de Lisboa a Nueva York, dos profesores me denunciaron por leer “libros nocivos”; se trataba de autores tales como Federico García-Lorca, Vicente Aleixandre, Fiódor Dostoyevski, Unamuno, Ortega y Gasset o Bertrand Russell. Fui sometido a un interrogatorio, en pre-consejo de disciplina. El Comandante del buque escuela sobreseyó el procedimiento, pero me amonestó severamente y envió una carta informativa a mi familia, tergiversando los hechos.

A mi salida de la Escuela Naval, en julio de 1965, fui destinado a Cádiz. Me uní a “Quimera Teatro Popular”, un grupo de disidencia cultural. En marzo de 1966 fui trasladado, siendo destinado a Ferrol.

En septiembre de 1967 fui destinado a Vigo como alumno de la Escuela de Transmisiones y Electricidad de la Armada (ETEA). Al finalizar en julio de 1968 con la máxima calificación (mención muy bueno), fui becado por el Gobierno francés para realizar un master de ingeniería en la Universidad de París. A primeros de septiembre me incorporé como “elève-ingénieur” a la división de radioelectricidad y electrónica de “Supelec”; una “grande école” de alto nivel, muy selectiva. Finalicé en julio de 1970 con las máximas calificaciones (mención excelente).

En septiembre de 1970, a mi regreso de París, fui destinado de profesor a la ETEA.

Recientemente incorporado, invitado a un coctel en el domicilio de uno de los profesores, afirmé en una conversación que mi ideas eran de izquierdas, lo que originó un silencio muy expresivo entre los oficiales que me escuchaban. El capitán Bergantiños Miragalla se solidarizó de inmediato conmigo, afirmando que él también pensaba así.

Algunos meses después se produjo un conato de altercado en el microbús que nos trasladaba a los oficiales, desde las viviendas militares, en la localidad de Alcabre, hasta la ETEA. En aquellos días de diciembre de 1970 se había iniciado el famoso Consejo de Guerra de Burgos contra 17 militantes de la organización armada Euskadi Ta Askatasuna (ETA), acusados de terrorismo. El incidente se produjo cuando critiqué en voz alta a la justicia militar, por su implicación política en la represión de delitos civiles. El teniente de navío José María Santé, amigo y vecino mío, intervino valerosamente en mi defensa, apaciguando a los exaltados.

Días después del incidente, el Comandante-Director de la ETEA me amenazó públicamente, poniéndome en evidencia en el patio de armas, durante el acto de lectura de leyes penales. A causa de ello solicité la excedencia y puse tierra de por medio a fin de evitar males mayores; ya habían nacido mis dos primeros hijos.

En 1972 regresé de nuevo al servicio activo, siendo destinado al Centro de Investigación y Desarrollo de la Armada (CIDA), y, simultáneamente, como profesor en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Armas Navales en Madrid.

Activismo en la UMD

Desde el otoño de 1975 llevé a cabo tareas informativas y de captación, misión casi imposible dado el enorme temor que inspiraba la represión militar franquista.

La detención y encarcelamiento del comandante Luis Otero, junto a los capitanes Fernando Reinlein, Xosé Fortes y seis compañeros más, frenaron en seco las afiliaciones.

El comandante Julio Busquets, sociólogo y fundador de la UMD, diputado del PSC-PSOE en las primeras elecciones democráticas de 15 de junio de 1977, me dedicó un ejemplar de su libro “El militar de carrera en España”, con una dedicatoria que lo resume todo: “Al capitán Manuel Ruiz Robles, compañero de armas e ideas, que demostró su actitud democrática, en los años difíciles. Con todo afecto de Julio Busquets”.

En septiembre de 1976 fui enviado por la Armada a cursar estudios de doctorado en física de la energía en la Universidad de París, durante el curso 1976/1977, efectuando frecuentes a viajes a Madrid, que me mantuvieron en contacto con la organización.

Los compañeros que habían sido detenidos en julio de 1975, juzgados en consejo de guerra, condenados, encarcelados y expulsados del ejercito por su pertenencia a la UMD, fueron excarcelados tras la primera Ley de Amnistía de julio de 1976, junto a la mayoría de presos políticos, decretada por el rey Juan Carlos. No fue una concesión desinteresada, sino forzada por la potente movilización social. Pese a todo, siguió manteniendo expulsados del Ejército a los compañeros de la UMD.

Celebradas las primeras elecciones democráticas, el 15 de junio de 1977, la UMD se autodisolvió dos semanas después.

La Ley de Amnistía de 1977, aprobada por el Parlamento, volvió a dejar expulsados del ejército a nuestros compañeros. Por si fuera poco, el capitán de aviación José Ignacio Domínguez, piloto de reactores y portavoz de la UMD en el exilio, fue procesado tras su regreso a España, y condenado en consejo de guerra celebrado en diciembre de 1977, aplicándosele torticeramente la “Ley de Amnistía”, que confirmó su expulsión.

Diez años después, en 1986, se enmendó en parte esa grave injusticia, con el claro propósito de blanquear un régimen impuesto por el rey Juan Carlos, pues tampoco se les dejó incorporarse al servicio activo.

La disidencia

Inmediatamente después de la autodisolución, algunos miembros de la UMD continuamos activos durante varios años, en oposición a los movimientos militares franquistas, que se habían intensificado tras la legalización del PCE y las primeras elecciones democráticas.

El valeroso capitán de la UMD, Fernando Reinlein, tras su excarcelación, consiguió un empleo de periodista en Diario16 y nos facilitó, a los pocos que nos decidimos a escribir, el acceso a su famosa columna sobre temas militares, publicando rápidamente los textos que escribíamos.

En el artículo titulado “Señores diputados”, critiqué duramente la Ley de Amnistía de 1977. Denuncié la exclusión de los compañeros condenados en consejo de guerra por pertenecer a la UMD, afirmando que habían sido olvidados. Afirmé, además, que la Ley de Amnistía establecía desequilibrios fundamentales en los cimientos de esta democracia.

Por ello fui arrestado en 1979, interrogado con malos modos en un juzgado militar y estampada una nota desfavorable en mi hoja de hechos. El capitán José Altozano, excelente abogado, que fue defensor del capitán Xosé Fortes en el Consejo de Guerra contra la UMD, redactó varios recursos contra mi sanción, pero todos fueron desestimados. Sin el apoyo moral de Rosa, mi compañera, probablemente me hubiesen destruido; éramos muy jóvenes y ya habían nacido nuestros seis hijos.

Fue una ley de “punto final” que sigue, aún hoy en día, obstruyendo la acción de la justicia internacional contra los crímenes del franquismo.

En aquellos convulsos días de 1980, con el fin de analizar la grave situación militar en España, me reuní clandestinamente en Lisboa con el antiguo jefe del Comando Operacional del Continente (COPCON), el estratega de la Revolución de los Claveles, Otelo Saraiva de Carvalho.

Poco después, en el otoño de 1980, ocurrió un extraño incidente presuntamente urdido por las “cloacas militares”. El Comandante-Director de mi destino (CIDA) me ordenó realizar un ensayo en polígono de tiro de un artefacto temporizado que, posteriormente, ya en laboratorio, descubrí que había sido manipulado malintencionadamente. Un comandante de Infantería de Marina, perteneciente a los servicios secretos, vino a mi despacho para darme instrucciones al respecto. Mis sospechas, dada la grave situación militar, hizo que tomase ciertas precauciones.

Durante las pruebas se produjo la detonación prematura del cebo eléctrico. De no haber tenido la precaución de retirar la carga explosiva, nos hubiese matado a mí y al capitán de Infantería de Marina Alfonso Hidalgo Landaburu, amigo y vecino mío en las viviendas de la Armada en Madrid, que había sido delegado por el Estado Mayor para inspeccionar las pruebas. Mis superiores se negaron a abrir una investigación, con el pretexto de que era un asunto clasificado como secreto.

Semanas después, el jefe de una banda terrorista con tricornio, al mando de un tropel de guardias civiles, asaltaba el Parlamento. Era el detonante del autogolpe del 23-F de 1981, instigado por el rey Juan Carlos Borbón, último jefe de la dictadura, huido a Abu Dabi por ladrón desde el año 2020.

Al día siguiente del golpe, por la tarde-noche, el comandante Luis Otero, fundador de la UMD junto a Julio Busquets, nos reunió a algunos compañeros en su domicilio en Madrid, a fin de analizar la situación militar e informar a los partidos políticos democráticos. Se concluyó que poco o nada se podía hacer.

Muchos años después, el citado comandante de Infantería de Marina, antiguo miembro del SECED, relacionado con el turbio asunto del artefacto temporizado, fue reconocido y denunciado por un argentino, antiguo detenido en la ESMA, un centro de tortura y exterminio de la Armada argentina. Ante el escándalo internacional, fue llamado a declarar por el Juez Garzón de la Audiencia Nacional en 1997, pero sorprendentemente tampoco se investigó, y todo quedó en el más absoluto olvido.

Manuel Ruiz Robles, es capitán de navío de la Armada (retirado), antiguo miembro de la Unión Militar Democrática (UMD).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.