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República Democrática del Congo, la guerra discreta

Fuentes: Rebelión

Como suele suceder, en las periódicas guerras de la República Democrática del Congo (RDC), al iniciarse estallan en todos los medios del mundo y rápidamente, el espacio en esos mismos medios comienza a diluirse. Quizás porque existe la garantía de que la guerra va a continuar inalterable, discreta, y cuando la información se retome, como es su costumbre, allí estará, con sus crecientes números de muertos, desplazados y horrores, siempre permanentes, siempre cambiantes.

Las informaciones de una semana atrás ya hablaban de ocho mil muertos en la ciudad de Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte y epicentro de los combates entre las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC) y el Movimiento 23 de marzo, junto a una dotación importante del ejército ruandés que, según la fuente, varía entre los cuatro mil y los doce mil efectivos para un área de cinco millones de habitantes.

Paul Kagame, el presidente de Ruanda, legitimizado en las elecciones del año pasado por un 99,18 (sí, “noventa y nueve con dieciocho”) por ciento de los votos y que además recibió hasta hace pocas semanas miles de millones de dólares por parte de Europa, Estados Unidos, el Banco Mundial y el FMI, en acuerdos de exportaciones de materiales de los que carece, pero sí existen en gran cantidad en los territorios invadidos de la RDC, había declarado en 2023 que: “las fronteras precoloniales del Reino de Ruanda se extendían mucho más allá de las fronteras actuales, que abarcaban el actual al norte de Uganda, sur de Burundi y el este de la RDC”, por lo que muchos especialistas están esperando el inicio de una guerra regional.

Junto al M-23 participa en la guerra el resto de los integrantes de Alianza del Río Congo (ARC), una coalición político-militar fundada en diciembre del 2023 en Nairobi (Kenia), entre las que se encuentran el partido Acción para la Dignidad del Congo y su Pueblo (ADCP) y una colección de sellos de goma que incluye al de los Patriotas Resistentes Congoleños (PARECO) y otras pequeñas milicias del este de la RCD, conocidas como mai-mai.

En Nairobi fue elegido Corneille Nangaa, un hombre del establishment congoleño enfrentado con el presidente Félix Tshisekedi, como líder de la nueva alianza, a pesar de estar acusado de corrupción “persistente”, a partir de la manipulación de fondos para las elecciones de diciembre de 2018. Nangaa, según el Tesoro norteamericano, usó “indebidamente los fondos operativos de la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) para conseguir beneficios personales y políticos, retrasando las elecciones de aquel año, en las que se impuso Tshisekedi».

Ahora las bajas civiles superan largamente las diez mil, un número nada desdeñable si se tiene en cuenta que la guerra todavía no cumple cuarenta días. A este panorama hay que sumar un millón de desplazados desde que, a principios de enero, el M-23 intensificó sus operaciones en torno a Goma hasta lograr tomarla un par de semanas después. Más de cuarenta mil personas han escapado a Burundi solo durante febrero, unas diez mil de ellas en un solo día, mientras miles continúan bregando por conseguir el certificado de otorgado por la Comunidad Económica de los Países de los Grandes Lagos (CEPGL) que les permite abandonar el país y transitar libremente por Burundi, país miembro, junto a Ruanda y la RDC.

Mientras las columnas del M-23, tras la toma de Bukavu, la capital de Kivu del Sur y la segunda más importante del este del país, que con los desplazados suman más de un millón de personas, continuaron su ofensiva hacia el sur, habiendo tomado Kamanyola en su camino hacia la ciudad de Uvira, con 650.000 habitantes, la tercera en población de ambas Kivus. Otro brazo rebelde se desplaza al norte de Goma, hacia Butembo, con casi trescientos mil pobladores.

Tanto en Goma, con dos millones de habitantes, como en Bukavu, tomada por los rebeldes a mediados de febrero (Ver: La R.D. del Congo en lo más profundo de la hoguera), la ARC ha instalado gobiernos provisionales.

Más allá de estos gestos de soberanía, en el este de la RDC nada nunca es definitivo y todo es inestable. La semana pasada, en la Plaza de la Independencia, la principal de la ciudad de Bukavu, la Alianza del Río Congo, había arriado a miles de personas para “saludar” a los libertadores y escuchar a Corneille Nangaa.

Cuando Nangaa se comenzaba a retirar del acto dos explosiones combinadas se produjeron en proximidades de la plaza donde, tras la estampida inicial, permitió conocer que las explosiones habían producido unos quince muertos y setenta heridos.

En un comunicado los rebeldes acusaron a las autoridades federales de orquestar el ataque, agregando: “Este acto cobarde y bárbaro no quedará sin consecuencias”. Fuentes locales indican que, fueron producto de dos granadas lanzadas por miembros del mismo M-23 molestos porque la multitud había entonado consignas contra la presencia de los efectivos ruandeses.

Otras dos versiones indican que las explosiones fueron a consecuencia de un intento fallido, por parte de un atacante suicida, que pretendía inmolarse al paso de la caravana de los dirigentes de la Alianza del Río Congo, que acababan de participar del acto. La última de las versiones sostiene que fueron explosivos, colocados en proximidades de los parlantes del acto por agentes de Kinshasa.

Por su parte, el presidente Tshisekedi calificó el ataque de “acto terrorista atroz perpetrado por un ejército extranjero (el de Ruanda) presente ilegalmente en suelo congoleño”.

Mientras las acciones continúan el primero de marzo, una formación del M-23 fue sorprendida en proximidades de Minova, un pueblo sobre el lago Kivu, a noventa kilómetros al norte de Bukavu y a unos veinticinco al oeste de Goma. Irregulares progubernamentales llamados wazalendos dejaron una cincuentena de muertos entre las filas rebeldes.

Los conocidos wazalendos (en suajili nacionalistas), son la única fuerza que, que tras la huida del FARDC, se han agrupado y comienzan a resistir la embestida del M-23 en distintos sectores cercanos a Bukavu.

Por lo que al menos trescientos miembros del ejército congoleño están siendo enjuiciados por su deserción, a lo que se suman acusaciones por robos, saqueos y violaciones. Las defensas argumentas que han sido los bajos salarios y la corrupción de sus superiores lo que ha obligado a los hombres de las FARDC a abandonar sus filas.

La capital de la anarquía

En esta última semana fuertes combates se habían producido en el área de Nyangesi, un importante distribuido caminero que, desde Bukavu, se desliza hacia las llanuras. Lo que indica que nada está terminado en el este congoleño.

Más allá de las acciones publicitarias del M-23 y la ARC, la situación en Bukavu es extremadamente precaria. Donde las muertes entre civiles se suceden de manera constante, ya que la policía ha desaparecido sin que fuera reemplazada por nadie. Al tiempo que la prisión resultó destruida durante los combates que precedieron a la toma, dejando en libertad a centenares de delincuentes, lo que obligó a los ciudadanos a formar grupos de autodefensa para evitar el accionar de los criminales que están operando a destajo. Estos grupos, por su parte, ejecutan a cualquier sospechoso sin dar intervención a ninguna autoridad.

El 27 de febrero cinco presuntos ladrones fueron ejecutados en uno de los barrios de la ciudad. Tampoco es claro si estos “grupos de autodefensa” no están vinculados de algún modo con grupos pertenecientes a los wazalendo.

El conflicto en el este de la República Democrática del Congo tiene fundamentalmente una sola razón para que más de cien grupos armados se encuentren participando desde hace más de treinta años en un conflicto amorfo, donde nadie sabe qué otros intereses tienen además de saquear los recursos naturales de una de las regiones más ricas del mundo convertida en un desangradero.

Prueba de ello es lo que acaba de trascender acerca de que en medio del conflicto y en plena ofensiva rebelde la noche del 19 al 20 de febrero, la planta de tratamiento de minerales de la empresa local CJX Minerals fue asaltada por hombres del M-23. Los milicianos, después de destruir las cámaras de seguridad, secuestrar y desaparecer a sus guardias de seguridad, saquearon los depósitos de la planta, llevándose unas diez toneladas de estaño, wolframio y coltán prontos para la exportación, los que se creen han sido llevados a Ruanda.

Mientras Europa, como siempre, mira a un costado frente a sus culpas y responsabilidades, la administración Trump no se entera de qué millones de personas se están jugando su vida. Mientras en el remoto corazón de África la guerra discreta continua.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asía Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.