Según una de las teorías más sólidas de lectura de la historia, el materialismo dialéctico, los fenómenos simbólicos son expresiones de la base material de una sociedad, de sus medios de producción y de consumo. Luego de la muerte de Marx, sus seguidores y detractores introdujeron variaciones que iban desde Max Weber hasta los marxistas Antonio Gramsci, Louis Althusser y la Escuela de Frankfurt.
Los marxistas del siglo XX se detuvieron en la idea de que la supraestructura simbólica no es mera consecuencia de las condiciones de producción y consumo, sino que poseen una relativa independencia e influencia sobre la base material. Esta crítica de los marxistas a Marx, por lo general, establecía que estas instituciones, ideas e ideologías independientes de los sistemas económicos tenían por objetivo, cuando eran dominantes, confirmar los intereses de la clase social beneficiada.
Uno de los conceptos que quisiera introducir aquí radica en la extraña y aparentemente contradictoria dialéctica entre (1) las traducciones simbólicas de la base material de las sociedades y (2) aquellas ideas que le son, en principio, inconvenientes y hasta foráneas. Me refiero a los dos dogmas ideológicos dominantes de la Era Moderna: capitalismo y democracia. Por generaciones, ha sido un entendido común en Estados Unidos que ambos son la misma cosa, tanto como lo es socialismo y dictadura―o capitalismo y cristianismo.
El liberalismo, articulación ideológica de los antiguos señores feudales y de los posteriores esclavistas, se opuso al poder político concentrado de las monarquías. No se opuso a las monarquías parlamentarias que protegió a la nueva elite burguesa (la antigua clase nobiliaria), sino a las monarquías absolutistas (dictaduras) que no respondían a su control directo, representado, como en la Atenas imperial, en una minoría de elegidos, cuando no en un senado hereditario. La compra y el secuestro del poder del Estado (las monarquías) por parte de sus enemigos, los liberales nobiliarios, le aseguró a la nueva clase dominante una brutal fuerza de represión contra las anteriores revueltas comuneras y de campesinos despojados por la privatización de la tierra a través del sistema de enclosure o cercado (Moscas en la telaraña).
Por definición, el capitalismo es antidemocrático, ya que su único objetivo radica en la concentración de capitales. Ninguna democracia es real si la libertad de sus ciudadanos está limitada a una minoría que da órdenes y una mayoría que las recibe. Sin poder no hay libertad (social) y sin dinero no hay poder. La mayoría de los miembros de una sociedad capitalista son asalariados, profesionales o pequeños mercaderes―es decir, no son capitalistas. El poder de decidir, de legislar, de comprar y vender bienes, servicios, narrativas y voluntades está concentrado-privatizado. En Estados Unidos y en cualquier neocolonia un puñado de hombres blancos posee tanta riqueza como la mitad del país y se dedican a comprar senadores y presidentes o a escribir las leyes directamente. El modelo de las sociedades esclavistas permanece intacto: todos tienen, como en tiempos de la esclavitud de grilletes, una libertad de expresión garantizada por la constitución (siempre y cuando se cumpla con la fórmula P=d.t); todos han sido por igual unidos con un mismo dogma mitológico (los nacionales y los religiosos), por una misma obediencia al trabajo duro y efectivo como valor superior. Las corporaciones que se enriquecieron durante la esclavitud, sobrevivieron la abolición legal del sistema esclavista secuestrando el sermón libertario para presentarlo como propio y exigir los créditos de las libertades que los ex esclavos de grilletes gozan hoy en día.
Por historia, el capitalismo también siempre fue antidemocrático. Desde su nacimiento en el siglo XVIII, en nombre de la libertad de mercados, de la libertad individual y de la democracia, el capitalismo se especializó en destruir la libertad de sus súbditos y esclavos. Se encargó de destruir la libertad de mercado, donde la había, para instaurar la dictadura de los capitales y de sus imperios. Se encargó de destruir democracias, reemplazándolas por dictadores bananeros en todos los continentes que vampirizó a fuerza de cañón, de masacres de y corrupción de sociedades oprimidas, para luego presentarse como el modelo ejemplar de desarrollo, de libertad y de civilización.
Otra hipótesis problemática aquí es: diferente al protestantismo, la democracia contradijo al sistema capitalista desde su base material. ¿Por qué una idea, una ideología, llegaría a ser la bandera de su opuesto, el capitalismo y el imperialismo? ¿Cómo fue posible que las ideas de democracia conviviesen de forma tan persistente con ideas como la de superioridad racial, como fue el caso de Theodore Roosevelt y de todos los imperialistas de la Era Moderna?
Mi primera respuesta radica en que la Ilustración reflejó la profunda perplejidad por el descubrimiento de las democracias indígenas en América y, como en los casos anteriores, se avocó a secuestrarla. ¿Cómo? A través del antecedente griego u “occidental”. Las asambleas de la Antigua Grecia (Eclesia) estaban compuestas solo de ciudadanos hombres, similar a la democracia estadounidense durante su primer siglo de existencia. En ambos casos, solo el quince por ciento de los habitantes participaba de las elecciones. Dentro de ese porcentaje, otra minoría más rica dominaba.
La democracia nativo-americana, traficada por las crónicas jesuitas a Europa, debió tener el mismo efecto psicológico y cultural que las crónicas de Vespucio en la nueva tradición antagónica de las utopías sociales, como Utopía de Tomás Moro. Dependiendo del poder de las nuevas ideas, la clase dominante las secuestrará o las demonizará.
En la democracia iroquesa, hombres y mujeres tenían voz y voto en las decisiones que eran decididas por consenso. Toda decisión debía considerar el principio de “Las siete generaciones”. La democracia ateniense era más individualista, mientras que la indígena establecía la harmonía del Uno con el Todo, lo cual se traducía en una mayor estabilidad política y social que en el caso griego o de las democracias liberales.
Tal vez el impacto de la experiencia de los “salvajes americanos” fue mayor en la Europa capitalista del siglo XVIII debido a que la memoria histórica del continente registraba un ejemplo “vernáculo”, el de Grecia, el cual con el tiempo se fue imponiendo como forma natural de reemplazo de las monarquías absolutas por la tradición anterior de los nobles feudales, es decir, de los liberales modernos.
Otro fenómeno que problematizaremos como hipótesis de trabajo, puede resumirse de la siguiente forma: Todos los sistemas imperiales se caracterizan por la política de la crueldad debido a que su objetivo principal es el miedo a perder el control, aun cuando se representen a sí mismos como civilizados, como lo fueron la Pax romana o la Pax americana. Bastaría con recordar los espectáculos de la crueldad del circo romano, donde la lucha desigual entre un gladiador (esclavo) y un león resultaba excitante para el emperador y para el público en general. Luego podríamos continuar con la crueldad de imperios tan diferentes como el mongol, el azteca, o los más recientes imperios anglosajones con sus invasiones, guerras y masacres en las colonias.
¿Es la democracia (como fue el milenario caso iroqués) incompatible con sistemas políticos geopolíticamente dominantes? Entiendo que sí.
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