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Sembrando en el desierto (3)

¿Las campesinas saharauis viven ya en el futuro?

Fuentes: Climática [Foto: Campos de alfalfa para forraje en el oasis, huerto y palmeral de Njaila (DAVID SEGARRA)]

En un contexto de incertidumbre global y crisis climática, la población refugiada saharaui sobrevive en uno de los entornos más hostiles. Tal vez el mundo pueda aprender del modelo de soberanía alimentaria y agricultura de oasis de las mujeres saharauis.

En el último día en los campamentos del Sáhara visitamos el huerto-oasis de Njaila. Njaila significa «palmerita». Como nosotros, la cultura árabe adora los diminutivos. Este lugar se me aparece como un milagro. Ciertamente es un vergel creado por el ser humano en medio de la desolación. No es casual que en la tradición islámica el Paraíso se describa como un jardín, fresco, regado y cultivado. En la tradición científica, la palmera datilera fue bautizada como Phoenix dactylifera por su legendaria resistencia a medios extremos. Originaria de la península arábiga, fue difundida por todo el Mediterráneo por las civilizaciones fenicia y egipcia hace tres milenios. Y hace más de mil años, tras el colapso del imperio romano, en el territorio semiárido de Elche, Elx en valenciano y árabe, se inició un proyecto de geoingeniería: transformar una tierra yerma en un vergel. Se excavaron pozos, se levantaron pequeños muros de adobe, se sembraron palmeras y se trazaron acequias. Tras años de crecimiento, las palmeritas se transformaron en un bosque y una umbría protectora. Resguardados del inclemente sol se plantaron naranjos, limoneros, granados, olivos e higueras. Y más abajo, huertos, hortalizas, verduras y legumbres. Todo ello acompañado de ovejas, cabras y gallinas. Las comunidades campesinas de al-Ándalus, herederas de las culturas íberas, fenicias, romanas, bizantinas, árabes y amazighs, habían logrado hacer un edén de un desierto. Un edén que continua vivo hoy en día como el palmeral más grande de Europa. Mil años después, el milagro de la ciencia agrícola se repite. Pero esta vez en la hamada, un terreno mucho más duro. Las campesinas saharauis llevan dos décadas en la labor. Y ya han logrado levantar cientos de huertos. Pero, ¿todo esto es retroceder al pasado o es avanzarse al futuro?

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El modelo agrícola del huerto-oasis protege los cultivos con la sombra de higueras, palmeras, acacias y granados. D.S.

Comencemos aclarando un punto clave: esta pequeña revolución verde se produce en los campamentos de refugiados de personas saharauis en Argelia. Y es que la mitad del pueblo saharaui vive en sus tierras tradicionales junto al Atlántico, territorio hoy bajo dominio del reino de Marruecos. La otra mitad vive bajo el autogobierno saharaui en la república de Argelia. Y por eso cada campamento replica el nombre de la ciudad de donde tuvieron que huir. Así, hay dos El Aaiún, dos Dajla, dos Smara y dos Auserd. Hace ya medio siglo que las familias están separadas por millones de minas, el mayor muro del mundo y drones de última generación.

Fatimetu Elgueibi, de la daira de Guelda, en El Aaiún, nos narra cómo hace más de 10 años descubrió que el hijo de un amigo tenía un huerto. Encontrarse con ese refugio fértil le impactó profundamente. Junto a su familia iniciaron su propio cultivo. Su hermano es ingeniero agrónomo en España, así que le fueron enviando fotografías tomadas con sus teléfonos para recibir consejos y sugerencias. Un año después fueron contactados por CERAI para entrar en el programa de desarrollo de huertos familiares. Me cuenta que en la temporada de cosecha ya no tienen que comprar en las tiendas o esperar la ayuda humanitaria como únicas fuentes de alimento. Ahora, una parte de la comida la producen ellas mismas.

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En los huertos trabajan muchas campesinas mayores nacidas en el Sáhara Occidental. D.S.

Balal Muhamed y Emgaili Balal viven en la daira de Tiniguir, en Dajla, el campamento más alejado del resto. Son una pareja muy mayor, y se iniciaron observando a otras pioneras. Ahora reciben el asesoramiento y formación de las coordinadoras de los huertos agroecológicos. Pero me confiesan que a veces entran a ver vídeos en Internet para ampliar su conocimiento agrícola. Son personas que han nacido junto al océano Atlántico, que han crecido como nómadas ganaderos. Saben leer las estrellas para guiarse y saben seguir las nubes en busca de pastos. Y ahora, en su última edad, están aprendiendo a ser campesinas y a usar la tecnología. Así es la vida saharaui hoy.

En la misma Dajla, pasamos a otro barrio, a Ain Beda, donde nos reunimos con Hasina Muhammad. Pero debemos volver a la etimología de la toponimia, a la arqueología de las palabras. Ain Beda significa fuente blanca. De la misma manera que Al Aaiún es el plural de Ain, las fuentes. Parte de un mismo legado árabe son los pueblos valencianos homónimos de Ain y de Albaida. Sí, los lazos culturales e históricos que nos unen aparecen a cada momento. Pero debemos aprender a leerlos. Hasina destaca de su huerto los frutos del calor: el melón y la sandía. Y también la uva. Mientras me explica todo observo las pequeñas higueras, los olivos y las moringas que rodean la huertecita. Y concluye remarcando que el aprendizaje se fundamenta en una red de apoyo: las coordinadoras de barrio, de población, el vecindario, la familia. Es un proceso de transformación colectiva. Lo bueno, y lo malo, se vive en comunidad.

Me reconforta comprobar que en el Sáhara me encuentro con el mismo carácter de orgullo, humildad, generosidad y fortaleza que he encontrado entre los labradores de Gaza y València. Lejos de la romantización y la idealización, el campesinado ha sido menospreciado tradicionalmente en el cine, la televisión, la literatura y la política de las ciudades. Quizás por miedo. Quizás por envidia. Toca reflexionar. Y toca cambiar.

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Independencia y autosuficiencia son los dos conceptos más repetidos por las nuevas agricultoras saharauis. D.S.

Salama Maulud, de Emgala en el Aaiún, nos relata como fue profesora nueve años en Cuba. Y cómo allá lograron un alto nivel educativo. Pero también cómo tuvieron que enfrentar el colapso de la economía cuando cayó el bloque soviético. El país, bajo el bloqueo más duro del mundo, perdió el 90% de sus suministros. Y llegaron el hambre y la desesperación. La revolución verde cubana supuso transformar radicalmente un modelo de agroindustria y monocultivo, a uno de huertos de hortalizas y frutas variadas basado en la ciencia agroecológica. Y ahora, como en el Caribe, sus hijas y sus nietas comen verduras ecológicas. Pero en el desierto.

Sembrar en el fin del mundo no es una novela, ni un filme, ni una utopía, es una tradición ancestral del ser humano. Cuando todo parece perdido, siempre queda la tierra. La tierra que, si la cuidas, ella te cuida. Y esto no es poesía, es ciencia. Lo cierto, es que hay una demanda creciente para crear nuevos huertos. Pero llevarlos a cabo no es nada sencillo: son necesarias formaciones, acceso a pozos, bombas de agua, semillas, levantar muros, colocar invernaderos, resistir a las tormentas de arena, enfrentar las inundaciones y adaptarse a la salinidad de la tierra (y ella al agua). Además, la realidad geopolítica influye en las decisiones: justo ahora, la ya mermada ayuda internacional se está reduciendo. Pero la decisión de reverdecer el desierto ha sido tomada. Y ya no hay vuelta atrás.

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Una nueva generación saharaui está creciendo y educándose en el amor a sus huertos familiares. D.S.

Si estudiamos el último siglo para el pueblo saharaui observaremos que ha sufrido cambios traumáticos: han pasado de ser un archipiélago móvil de comunidades nómadas libres a sufrir el colonialismo europeo primero, y la guerra, la ocupación, la resistencia y el destierro, después. Tras esto se les ha lanzado sin consultarles a la sedentarización, al capitalismo, a la diplomacia internacional, a la globalización y a la tecnología moderna. En cien años han tenido que atravesar varios milenios de la historia humana. Y sobrevivir manteniendo sus raíces, cultura e identidad. El saharaui es un caso radical, pero no es un caso único. Puede ser un espejo en el que todos los pueblos se miren. Y reflexionen. 

Cruzando las carreteras argelinas en Toyota y Mitsubishi vemos las jaimas, la tiendas y los rebaños de camellos. Escuchamos rap mauritano alternado con suras coránicas y debates políticos saharauis que del móvil pasan a los altavoces del vehículo. Inevitablemente debemos cruzar un túnel bajo un megaproyecto: 950 kilómetros de nuevas vías férreas que conectarán Orán con Tinduf. Los carteles de las obras están en bilingüe: en árabe y chino. El financiamiento parte de que la mayor mina de hierro está al este de los campamentos. El día anterior, al salir de la casa de adobe nos despide una anciana al pie de una placas solares. En la mano un móvil de última generación. En mi teléfono veo los vídeos en inglés y las imágenes aéreas de Smara grabadas con dron por los jóvenes de Saharawi Voice. Y al llegar la puesta del sol, la hora del Magreb, Sidahmed, antiguo maestro y logista de CERAI, hace la oración descalzo en la arena. Una niña detrás de él imita en silencio sus movimientos. Tal y como se ha hecho aquí  durante 1.300 años. Exactamente igual. Cuando vivimos el apagón en la península Ibérica pudimos ver el mismo cielo con la misma Osa Mayor y la misma estrella Polar que se ven en el cielo del Sáhara. Este es nuestro mundo.

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Maestras y campesinas en el desierto, con acceso a la cultura global y sembrando la tierra. D.S.

Fatimetu de Guelda sonríe cuando nos explica que las niñas y los niños ya crecen en el huerto como si fuera su jardín. Corren, juegan y hacen travesuras en su oasis diminuto. Ya tienen planes de levantar un horno moruno para preparar el pan. Y un espacio para pasar la tarde a la fresca. Imagina que los árboles serán un pequeño bosque, y que cada árbol guardará la memoria de la familia. Salama de Emgala afirma desafiante que la huerta es independencia. ¿Pero es posible una independencia sin Estado? ¿Es posible la libertad en el exilio? ¿Es posible un futuro que nazca en los huertos? Todas estas son cuestiones políticas en discusión mientras una nueva generación ya está creciendo con la azada en una mano y el móvil en la otra.

El penúltimo día me resiento de dos semanas de trabajo continuo de sol a sol. Ya he perdido la cuenta de los huertos y las dairas que he visitado. De los tés y de las conversaciones. Cansado, en Hagunia me enseñan otro huerto. Pequeño pero suficiente para abastecer a cuatro familias. Y todavía hay quien no los valora, me cuentan riendo. Me muestran los tomatitos del invernadero. Y en un rinconcito escondido me señalan y nombran una plantita que desconozco. Pregunto para qué se usa. Me dice que la alholva se usa para el dolor de estómago y las infecciones. Y es entonces cuando les confieso que me encuentro un poco mal. Rima Mohammad entra en su casa y me trae un paquetito con semillas. Por la tarde las tomo en infusión. Y funcionan. Al día siguiente me siento mucho mejor. Ahora sé que esta planta, originaria de Asia, es parte de la medicina tradicional. A veces olvidamos que la Ruta de la Seda, que ha conectado la ciencia y las ideas de la humanidad, es una ruta antigua. Y que si antes viajaba de Pekín a València en caravanas de dromedarios y barcos de madera, hoy lo hace en trenes, aviones y redes inalámbricas. Las maestras y artistas saharauis de Bojador suben vídeos del oasis de Njaila a sus redes sociales. Ellas son las modernas cronistas de esta, su pequeña revolución verde. Tal vez el porvenir y el pasado estén más conectados de lo que pensamos. Como narra un proverbio saharaui: para llegar a cada oasis, hay que atravesar un desierto. Es posible que las campesinas del Sáhara estén viviendo ya en el futuro.

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La revolución verde de las mujeres saharauis une tradición e innovación, ciencia y espiritualidad. D.S.

La humanidad debería reflexionar sobre su alimento.

Hacemos descender agua en abundancia,

hendimos la tierra en surcos

y germinamos semillas,

vides y hortalizas,

olivos y palmeras,

huertos frondosos,

frutos y pastos.

Para vosotros y para vuestros rebaños.

Sura ‘El ceño fruncido’. Corán.

Textos y fotografías realizados por David Segarra con el apoyo del equipo de CERAI, formado por Víctor Martínez, Zahraa Ahmed Elkheir, Saúl Reyes, Sidahmed Mohamed-Islem, Mahmud Abeid, Jalil Mahmud Lehbib y Vega Díez.

Esta iniciativa es parte del programa CONTRAST de la Coordinadora Valenciana de ONGD, financiado por la Generalitat Valenciana, Caixa Popular y la Diputació de València
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Fuente: https://climatica.coop/sembrando-desierto-sahara-3/