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Sáhara Occidental: colonialismo, empleo y complicidad imperialista

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Jesica Safa

En 2025 se cumplen 50 años de la ocupación ilegal del Sáhara Occidental por parte de Marruecos, una ocupación colonial sostenida por un aparato militar represivo, una política deliberada de sustitución demográfica y, sobre todo, una red de complicidad internacional. Es una colonia según el concepto marxista del término: un territorio explotado, dominado y manipulado para servir a los intereses económicos y geopolíticos de una metrópolis alineada con el imperialismo.

La característica esencial del colonialismo es la negación del derecho de los pueblos a la autodeterminación y el uso de la fuerza para mantener una relación asimétrica que beneficia a la potencia ocupante. En el caso del Sáhara Occidental, cumple plenamente esta definición. Marruecos actúa como una extensión de los intereses imperialistas, particularmente los de Francia, España y Estados Unidos, a cambio de reconocimiento, armas, apoyo diplomático y protección económica. Su presencia en el territorio es una extensión de la lógica capitalista, que requiere territorios y recursos subyugados para alimentar la acumulación en las metrópolis.

La complicidad de estos poderes es total. Francia sigue siendo el principal aliado diplomático de Marruecos, que utiliza el hecho de pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU para bloquear cualquier progreso significativo hacia la autodeterminación saharaui. Estados Unidos, además de suministrar armas (incluidos misiles Stinger y tecnologías de vigilancia) reconoció unilateralmente que la ocupación era legítima, en flagrante desacato de las resoluciones de la ONU. España, la antigua potencia administradora, mantiene una postura de claudicación activa al ceder a los intereses comerciales y energéticos con Marruecos y abandonar sus responsabilidades legales y morales hacia el pueblo saharaui.

La ocupación del Sáhara Occidental no es solo militar y política, es profundamente económica. Marruecos utiliza los territorios ocupados como medio para gestionar su excedente de mano de obra doméstica reubicando a trabajadores marroquíes en sectores como la administración, la minería y la pesca, mientras que la población saharauis es excluida sistemáticamente del empleo público, está sometida al desempleo estructura, y perseguida cuando intentan organizarse. El objetivo es claro: desplazar, borrar y sustituir. No se trata de la explotación clásica de la mano de obra nativa, sino de su eliminación como sujeto económico y político.

Desde que Marruecos violó el cese al fuego en 2020, el territorio ha vuelto a entrar en guerra. El ejército marroquí ha utilizado drones armados para atacar a población civil saharaui, incluidos menores, en las zonas liberadas y cerca de los campamentos de personas refugiadas. Estos crímenes de guerra son ignorados, o incluso encubiertos, por los aliados occidentales de Rabat que siguen proporcionando apoyo político y militar al régimen.

Casos como el de Sidi Abdallah Abbahah, encarcelado desde 2010 y en aislamiento desde 2018, u otros del grupo Gdeim Izik, como Abdeljalil Laaroussi y Mohamed Bourial, demuestran una política de represión sistemática, tortura prolongada y negación de atención médica, prácticas condenadas por los órganos de la ONU como el Comité contra la Tortura. Sin embargo, estas decisiones son sistemáticamente ignoradas por Marruecos, con el silencio cómplice de sus socios internacionales.

La lucha del pueblo saharaui encarna directamente lo que Lenin llamó el derecho de las naciones oprimidas a la liberación nacional. Según su opinión, una verdadera revolución proletaria no puede existir sin una posición firme en apoyo de las luchas anticoloniales. La revolución mundial exige solidaridad activa con todos los pueblos que luchan contra el colonialismo y el imperialismo. El Sáhara Occidental es hoy uno de estos centros de resistencia que se enfrenta a un sistema global de dominación sostenido por el capital y las alianzas entre las élites locales y las potencias extranjeras.

Denunciar lo que está sucediendo en el Sáhara Occidental no es solo un acto de solidaridad, es una obligación revolucionaria. Ignorar esta realidad es alinearse, por omisión, con el imperialismo y la violencia colonial que perpetúa. La liberación del pueblo saharaui no vendrá de concesiones diplomáticas entre las capitales, vendrá de la perseverancia en su lucha, del apoyo internacional consciente y del inevitable colapso de un sistema que niega la soberanía a los pueblos mientras sirve a los intereses del lucro. Es hora de romper el silencio, es hora de decirlo claramente: el Sáhara Occidental es una colonia y debe ser liberado.

Como escribió Karl Marx, “una nación que oprime a otra nunca puede ser libre”. La opresión colonial no es simplemente una cuestión de poder político, es una estructura económica que niega la autodeterminación, y utiliza el territorio y a las personas como herramientas de acumulación para la metrópoli. En el Sáhara Occidental esta acumulación es compartida entre Marruecos y los centros imperialistas que la apoyan.

Un elemento fundamental de la ocupación es la cada vez mayor colaboración entre Marruecos e Israel, una alianza que ha existido desde el comienzo de la ocupación, pero se ha hecho pública e institucionalizado en los últimos años. La entrega de drones, tecnología de vigilancia, armas y asesores militares a los makhzen es solo un aspecto. Empresas israelíes como Ratio Petroleum participan ahora en la exploración de petróleo en aguas saharauis, lo que viola el derecho internacional y profundiza el saqueo colonial con total impunidad.

Es común en los círculos progresistas celebrar la liberación de los pueblos africanos y recordar las luchas anticoloniales del siglo XX. Sin embargo, el caso del Sáhara Occidental sigue siendo una herida abierta, uno de los pocos ejemplos de colonialismo heredado todavía activo en el mundo actual. Su especificidad es brutal: no se trata simplemente de una ocupación militar, sino de una cadena de colonialismo sostenido por nuevas formas de dominación transnacional, armada, energética, diplomática y simbólica.

En los últimos años hemos sido testigos de la expulsión de Francia de varios países del Sahel, como Malí, Burkina Faso y el Níger. Sin embargo, la sustitución de esa influencia por Marruecos supone continuar con el mismo yugo bajo una bandera diferente. El proyecto de acceso atlántico supuestamente ofrecido por Marruecos a estos países implica utilizar el puerto de Dakhla, situado en territorio saharaui ocupado. Esto no es soberanía africana: es colonialismo reciclado, en el que Marruecos actúa como brazo operativo del imperialismo francés en el continente.

Esta relación entre Marruecos e Israel es más que una alianza táctica: es una sinergia estratégica de intereses coloniales. Ambos regímenes practican una forma de colonialismo de asentamiento, uno en el Sáhara Occidental y el otro en Palestina; comparten conocimientos represivos, tecnología militar y prácticas de control de la población. Lo que se exporta al Sáhara Occidental no es solo armamento, sino métodos de dominación, mecanismos de silenciamiento e ingeniería demográfica, todo con el respaldo y la financiación de las potencias occidentales.

La presencia de empresas israelíes en los sectores de energía y seguridad de los territorios ocupados refuerza aún más la integración de Marruecos en una red de dominación imperialista que instrumentaliza las tierras saharauis para fines totalmente ajenos al desarrollo local. Es la continuación de una lógica en la que se trata a los pueblos colonizados como obstáculos logísticos o daños colaterales en el proceso de expansión capitalista y control geoestratégico.

Esta realidad muestra que el caso del Sáhara Occidental no es simplemente una cuestión de autodeterminación, es un problema estructural del orden mundial. La continuación de la ocupación sirve al sistema de dominación mundial. Francia asegura cobertura diplomática, Estados Unidos suministra armas y el silencio de la ONU, Israel aplica modelos probados de represión, y Marruecos actúa como gestor local y cara pública de este esquema de colonialismo multinacional.

La izquierda internacional, particularmente la marxista-leninista, no puede seguir tratando la causa saharaui como algo periférico. Es una lucha que sintetiza las contradicciones del capitalismo global: expropiación de recursos, militarización, colonialismo, racismo y connivencia entre élites locales y poderes imperiales. Más que la victoria de un pueblo, la liberación del Sáhara Occidental representa el colapso de una cadena de explotación y la aparición de nuevas posibilidades históricas en el continente africano.

El papel de Marruecos en el norte y oeste de África encaja perfectamente con el concepto de subimperialismo, tal como lo formula el teórico marxista Ruy Mauro Marini. Según Marini, el subimperialismo ocurre cuando un país periférico o semiperiférico en el sistema capitalista global actúa como agente regional del imperialismo mientras mantiene la dependencia del capital extranjero. Estos países no solo internalizan la lógica de dominación imperialista, sino que también la reproducen en relación con los pueblos vecinos o más vulnerables, ya que funcionan como extensiones locales del orden capitalista global.

Marruecos cumple todos estos criterios. Está profundamente integrado en la estructura imperialista: es un socio privilegiado de la Unión Europea, un aliado estratégico de Estados Unidos y un estrecho colaborador militar y tecnológico de Israel. Este trío garantiza el apoyo diplomático de Rabat, acceso a armamento avanzado, cobertura del foro internacional e inversión económica; a cambio de ello, Marruecos desempeña el papel de gendarme regional al controlar los flujos migratorios, reprimir movimientos políticos internos y externos, y garantizar de una estabilidad geoestratégica a beneficio de las potencias occidentales.

La ocupación del Sáhara Occidental es la expresión más clara de esta función subimperialista. Marruecos no solo coloniza un territorio en violación del derecho internacional, sino que también transforma la ocupación en una herramienta de proyección regional. El ejemplo más reciente de esto es el llamado proyecto “Atlantic Access” (acceso atlántico) ofrecido por Marruecos a los países del Sahel, incluidos Mali, Burkina Faso y Níger, a través del puerto de Dakhla, ubicado en territorio saharaui ocupado. Esta iniciativa, que se presenta como cooperación regional africana, no es más que una nueva forma de someter a los pueblos liberados de un yugo colonial (el francés) a otro (el marroquí) y reafirmar a Marruecos como brazo operativo del imperialismo francés en África.

La alianza con Israel refuerza esta lógica. Más allá del suministro de drones y tecnología de vigilancia, la presencia de asesores militares israelíes en el makhzen y la adjudicación de contratos de exploración petrolera en aguas saharauis a Ratio Petroleum ponen de relieve la naturaleza colonial, de seguridad y extractivista de la ocupación. Es un claro caso de transferencia de métodos y estructuras coloniales entre regímenes que comparten una lógica común de represión y usurpación territorial, un verdadero “eje de ocupación”. A cambio, Marruecos ofrece apoyo político y logístico al régimen sionista.

En este sentido, el caso del Sáhara Occidental no puede considerarse un conflicto aislado o regional. Representa una estructura subimperialista articulada con el imperialismo global. El subimperialismo marroquí no solo oprime al pueblo saharaui, sino que también sirve para preservar un sistema que niega la verdadera liberación a todos los pueblos explotados de la región. Combatirlo es una parte fundamental de la lucha antiimperialista de nuestro tiempo.

La Dra. Isabel Lourenço es investigadora en el Centro de Estudios Africanos de la Universidad de Oporto, Portugal. Es especialista en estudios africanos, colonialismo, derecho internacional y derechos humanos.

Texto original: https://thepanafrikanist.com/western-sahara-colonialism-labor-and-imperialist-complicity/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.