Tras la visita de Donald Trump a los Estados árabes del Golfo, hubo muchos comentarios sobre un cambio radical que el recién estrenado presidente de EE.UU. supuestamente introdujo en la política exterior estadounidense, en particular hacia la región árabe. Los comentarios se basaban en las declaraciones de Trump durante la visita, en particular sus elogios a lo que describió como los notables éxitos de los regímenes exportadores de petróleo y gas del Golfo, y su insinuación de que la principal fuente de su riqueza es su habilidad para gestionar los asuntos. Acompañó sus elogios con su repetida afirmación de que había puesto en marcha un cambio radical en la política exterior de Washington, de modo que Estados Unidos ya no da lecciones de democracia a otros Estados, ni intenta reconstruir algunos de ellos sobre bases democráticas, en referencia a los fracasos estadounidenses en Irak y Afganistán.
En realidad, el único periodo de la historia moderna en el que se produjo un cambio real, aunque limitado, en la política árabe de Washington fue durante el primer mandato de George W. Bush (2001-2005) y la primera mitad de su segundo mandato (2005-2009). La arrogancia de Estados Unidos en el apogeo de la hegemonía mundial unipolar que experimentó en la última década del siglo pasado, tras el colapso del sistema soviético, dio lugar a la llegada de los neoconservadores al poder en la nueva administración. Los neoconservadores promovieron una ingenua política idealista que fantaseaba con una réplica del papel que Estados Unidos desempeñó en la reconstrucción de Europa Occidental y Japón sobre bases supuestamente democráticas, pero esta vez en la región árabe. De hecho, la ideología neoconservadora proporcionó a la administración Bush un pretexto para su ocupación continuada de Iraq, pretexto que adquirió mayor importancia cuando el pretexto principal original (la mentira de que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva) se vino abajo.
Washington se embarcó entonces en un intento de construir un sistema democrático en Iraq que se ajustara a sus intereses, tratando de imponerlo al pueblo iraquí a través de legisladores de su propia elección, hasta que el movimiento popular convocado por la autoridad religiosa chií le obligó a aceptar una asamblea constituyente elegida en lugar de una designada por el ocupante. En ese momento, en un esfuerzo por afirmar la sinceridad de sus intenciones, la administración Bush, especialmente a través de Condoleezza Rice tras su ascenso de Consejera de Seguridad Nacional a Secretaria de Estado, declaró que la época en la que se daba prioridad a la estabilidad autoritaria frente a las exigencias de la democracia había terminado, y que había llegado el momento de invertir la ecuación. Esta afirmación fue acompañada de presiones sobre el reino saudí, Kuwait y Egipto para que aplicaran reformas limitadas. En Egipto se desvaneció rápidamente cuando Hosni Mubarak, en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias de 2005, cerró la limitada ventana democrática que había abierto en la primera ronda, sabiendo que los Hermanos Musulmanes serían los principales beneficiarios. Los resultados de la primera vuelta fueron suficientes para respaldar su argumento ante Washington, que posteriormente dejó de ejercer presión sobre él.
Toda la perspectiva idealista de los neoconservadores se vino abajo con el estallido de la guerra civil iraquí en 2006. La administración Bush se deshizo de los neoconservadores más destacados en la segunda mitad del segundo mandato del presidente (2007-2008). Volvió al rumbo que Estados Unidos había seguido a escala mundial desde el comienzo de la Guerra Fría. En el Norte Global, este curso dirigía un discurso ideológico democrático casi exclusivamente a la esfera soviética (Washington acogió al régimen cuasi-fascista portugués entre los miembros fundadores de la OTAN en 1949, y el golpe de Estado en Grecia en 1967 no impidió que este país siguiera siendo miembro de la alianza durante todo el gobierno militar que terminó en 1974).
En el Sur Global, el rumbo realista constituyó la norma. De hecho, Washington desempeñó un papel clave en el derrocamiento por la fuerza de varios regímenes democráticos progresistas y su sustitución por dictaduras de derechas (quizá el más famoso de estos numerosos casos sea el golpe militar de 1973 contra Salvador Allende en Chile). Tanto Barack Obama como Joe Biden han seguido el mismo rumbo hipócrita, independientemente de sus pretensiones. De hecho, la hipocresía alcanzó su punto máximo con Biden, quien tanto en 2021 como en 2023 convocó una «Cumbre por la Democracia» que incluía a figuras prominentes de la galaxia neofascista, como el brasileño Bolsonaro, el filipino Duterte y el indio Modi, por no mencionar, por supuesto, al israelí Netanyahu.
En la región árabe, las pretensiones democráticas de Washington desde la época de la Guerra Fría no le impidieron patrocinar el establecimiento de un régimen impregnado de extremismo religioso en el reino saudí mientras explotaba su riqueza petrolera. Más bien, presionó para que se endureciera o se volviera a endurecer ante la «Revolución Islámica» de Irán en 1979. Así lo señaló el príncipe heredero Mohammed bin Salman en una famosa entrevista tras asumir el cargo, en respuesta a una pregunta sobre el extremismo religioso en el reino, que se había propuesto desmantelar. El pretexto utilizado por Estados Unidos y otros países occidentales con intereses en la región árabe para justificar su silencio sobre el despotismo fue el «respeto a las culturas locales». Es el mismo pretexto utilizado por Donald Trump para justificar su priorización de los intereses estadounidenses y de sus intereses personales y familiares por encima de cualquier otra consideración.
Si Trump ha introducido algún cambio en el rumbo de la política exterior estadounidense, es en el abandono del discurso democrático que esta política había practicado en combinación hipócrita con un realismo que priorizaba los valores materialistas sobre cualquier otro valor. Trump ha abandonado así una de las herramientas de poder blando que Estados Unidos imaginaba poseer sobre el mundo entero hasta su llegada a la Casa Blanca. Sin embargo, el rumbo neofascista que Washington ha adoptado durante el segundo mandato de Trump no es menos hipócrita que antes. El vicepresidente J.D. Vance sermoneó a los gobiernos liberales europeos sobre la «democracia» en defensa de las fuerzas neofascistas en sus propios países, y hemos visto al propio Trump apresurarse a ofrecer asilo a un puñado de granjeros blancos sudafricanos con el pretexto de que estaban siendo sometidos a un genocidio, producto de la imaginación de sus compañeros supremacistas blancos, mientras incitaba a un genocidio real, ciertamente terrible, en Gaza. La moraleja de todo esto es que la hipocresía ha sido la constante más destacada de la política exterior de Washington durante décadas y hasta el día de hoy.
Gilbert Achcar es un académico y escritor socialista libanés.
Traducción: César Ayala para viento sur.
Fuente: https://vientosur.info/sobre-el-mito-de-que-washington-abandono-la-hipocresia/
Imagen de portada: [Waleed Zein – Anadolu Agency]