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Hijos de Occidente

Fuentes: Rebelión [Foto: pueblo pesquero de Tanji, Gambia. César Álvarez.]

Hace años que trabajo con personas migradas, acompaño procesos de emancipación y desinstitucionalización de jóvenes que en su mayoría proceden de países del África Occidental. Principalmente de Gambia, Senegal, Guinea Conakry o Mali.

Más allá de las rigurosas trabas burocráticas a las que se enfrentan, el racismo estructural, el sesgo de clase o el edadismo son las grandes barreras que tienen que sortear para ser reconocidos como ciudadanos de pleno derecho. 

No basta el dolor por dejar atrás una familia, una cultura, un lugar de pertenencia. La herida profunda que subyace al abandonar el contexto que te atraviesa y te configura como persona. 

Llegas a un mundo inhóspito que te rechazará y juzgará por ser diferente. Donde serás aceptado una vez renuncies a lo que eres y te conviertas en lo que se ha impuesto como normativo y correcto. 

Si analizamos la historia del África occidental, centrándonos en los últimos cuarenta años, observaremos cómo las políticas económicas postcoloniales han ejercido el saqueo de forma continuada en los países que conforman este marco territorial. 

El éxodo actual responde a una necesidad de subsistencia generada por décadas y décadas de extractivismo europeo. 

La violencia y la corrupción han sido las armas para someter a los pueblos y perpetuar una situación de pobreza prolongada. 

El imperialismo muta de rostro pero mantiene intacto su gen depredador. 

Los que llegan reclaman aquello que les fue robado. Se trata de un acto de dignidad: vienen a recuperar lo que es suyo. 

Justicia poética. ¿Verdad?

Las raíces esclavistas de las leyes de extranjería redactadas por los países miembros del espacio Schengen, devienen de la falta de voluntad por transformar la dinámica supremacista que durante siglos ha ejercido la política exterior europea frente al continente africano. 

Inmigrante ilegal, así de contundente es la etiqueta con la que se anula la identidad de más de un millón de ciudadanos y ciudadanas que residen dentro del territorio europeo. 

Si a la cuestión racial y al sesgo de clase le añadimos el aspecto religioso, concretamente el musulmán, entonces el rechazo entra en una dimensión superlativa, casi insalvable.

En estos tiempos de furor fascista y fake news, se necesita una alta dosis de talante reflexivo y rigor historiográfico para combatir el relato xenófobo que proyectan los voceros de la élite desde los medios de comunicación mainstream y las redes sociales. 

Una perspectiva humanista nos ayudará a entender que la diferencia nos hace complementarios. La asimilación de esta complementariedad ha de ser el punto de partida para construir una sociedad abierta, acogedora e inclusiva. 

No podemos continuar como si nada mientras en nuestras fronteras mueren cada año miles de seres humanos en busca de un presente digno. 

Es hora de exigir políticas migratorias valientes, acordes a las necesidades de las personas y que, de una vez por todas, dejen de obedecer a la sinrazón de los mercados. 

Es una deuda moral de esta generación, y las venideras, reparar el duelo y romper las alambradas que cercenan el futuro de quienes como nosotros, hijos de Occidente, tienen la obligación de vivir. 


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.