Traducido para Rebelión de Loles Oliván
El levantamiento de Túnez que ha conseguido derrocar a Zine El Abidine Ben Ali, presidente de Túnez, ha derribado los muros del miedo erigidos por la represión y la marginación, restaurando con ello la fe de los pueblos árabes en su capacidad para exigir justicia social y el fin de la tiranía.
Es una advertencia a todos los líderes, ya sean a los respaldados por las potencias internacionales o por las regionales, de que ya no son inmunes a las protestas populares de la furia.
Es cierto que la fuga del país de Ben Ali es sólo el comienzo de un arduo camino hacia la libertad. Es igualmente cierto que los logros del pueblo tunecino podrían ser contenidos o confiscados por la élite gobernante del país que desesperadamente se aferra al poder.
Pero la Intifada de Túnez ha situado al mundo árabe en una encrucijada. Si logra promover plenamente un cambio real en Túnez empujará la puerta abriéndola de lleno hacia la libertad del mundo árabe. Si sufre un retroceso seremos testigos de una represión sin precedentes por parte de los gobernantes que luchan por mantener su control absoluto del poder.
De cualquier manera, se ha derrumbado un sistema que combinaba una distribución marcadamente desigual de la riqueza con la negación de las libertades.
Un modelo de tiranía
Túnez puede haber sido un ejemplo extremo, pero todos los regímenes árabes son variaciones sobre el mismo modelo que de manera obediente sigue las instrucciones occidentales de «liberalización» económica, mientras se estrangulan los derechos humanos y las libertades civiles.
Occidente ha admirado durante mucho tiempo el sistema tunecino alabando su «laicidad» y «las políticas económicas liberales», y en su afán por abrir los mercados mundiales y maximizar la rentabilidad, ha hecho la vista gorda a las violaciones de los derechos humanos y al amordazamiento de los medios de comunicación, dos funciones en las que destacó el régimen de Ben Ali.
Pero el Túnez bajo Ben Ali no era un modelo de laicidad sino un modelo desvergonzado de tiranía. Convirtió la «laicidad» en una ideología del terror no sólo en nombre de la lucha contra el extremismo islámico sino en un intento de aplastar el espíritu de la oposición -islámica, laica, liberal y socialista por igual.
Al igual que en casos precedentes de países que se consideraba que habían adoptado «modelos económicos exitosos», como Chile bajo el desaparecido dictador Augusto Pinochet, Occidente, en particular Estados Unidos y Francia, han respaldado al régimen de Ben Ali priorizando la estabilidad forzada por encima de la democracia.
Sin embargo, incluso cuando tales gobiernos permanecen en el poder durante décadas gracias al apoyo de Occidente y a un aparato de seguridad que reprime a la gente con inmunidad, es solo cuestión de tiempo que lleguen a un final humillante. Occidente, y Estados Unidos en particular, siempre ha abandonado a sus aliados -un ejemplo memorable es la forma en que Washington dejó caer a Mohammad Reza Pahlevi, el ex sha de Irán, cuando la ira popular amenazó la estabilidad del país.
Los árabes están escuchando
El pueblo de Túnez ha hablado y, lo que es más importante, el pueblo árabe está escuchando. Las protestas de Túnez ya han provocado manifestaciones pacíficas en Jordania, donde la gente ha protestado por la inflación y por los intentos del gobierno de socavar las libertades políticas y la libertad de prensa y han exigido la salida de Samir al-Rifai, el primer ministro.
El gobierno, al parecer preocupado por la evolución de los acontecimientos, ha tratado de apaciguar el descontento popular revocando el que había sido el noveno aumento de los precios de la gasolina desde 1989. Pero ha sido demasiado poco y demasiado tarde, especialmente porque los precios de los alimentos siguen aumentando y es de esperar que los jordanos continúen las manifestaciones en las próximas semanas.
El gobierno haría bien en aprender de Túnez que la represión de las fuerzas de seguridad ya no puede resolver sus problemas ni garantizar el consentimiento de sus ciudadanos.
En Egipto, el opositor Movimiento para el Cambio parece haber cobrado vigor por los acontecimientos en Túnez. Y en las capitales árabes, de Saná a El Cairo, el pueblo está enviando un mensaje a sus propios gobiernos cuando expresa su apoyo al pueblo tunecino mediante la organización de concentraciones frente a las embajadas de Túnez.
Árabes de todas las generaciones expresan asimismo sus sentimientos a través internet -no sólo felicitando a los tunecinos sino también haciendo llamamientos para movilizaciones similares en sus propios países. En Facebook muchos han reemplazado sus fotos de perfil con imágenes de la bandera de Túnez, como si se envolvieran a sí mismos en los colores de una revolución árabe.
Temor y júbilo
El fracaso de una de las fuerzas de seguridad más represivas del mundo árabe en sofocar el poder del pueblo ha sido recibido con júbilo. Los bloggers han comparado el caso con la caída del muro de Berlín sugiriendo el preludio de una nueva era en la que el pueblo árabe tendrá una mayor influencia en la determinación de su futuro. Mohamed Bouazizi, el joven tunecino que se prendió fuego en protesta contra el desempleo y la pobreza, se ha convertido en un símbolo de los sacrificios de Túnez por la libertad.
Los activistas de la región han reclamado la «tunisación» de la calle árabe tomando a Túnez como un modelo para la afirmación del poder popular y las aspiraciones de justicia social, la erradicación de la corrupción y la democratización.
No obstante, el ambiente de celebración que domina la blogosfera y amplios sectores de la sociedad árabe está manchado por un sentimiento generalizado de cautela y miedo: cautela porque la situación en Túnez no está clara y miedo de que pueda producirse un golpe de Estado que impondría seguridad pero reprimiría las aspiraciones populares.
Queda por ver si el levantamiento de Túnez tendrá éxito en el logro de reformas radicales o si será parcialmente abortado por la elite gobernante. Pero ya ha facultado los pueblos de todo el mundo árabe para exponer la falacia de los regímenes que creen que adoptar una agenda pro-occidental les permitirá engañar a su pueblo y garantizar su longevidad.
La Historia ha demostrado que las fuerzas de seguridad pueden silenciar a los pueblos pero jamás podrán aplastar la rebelión latente que yace bajo las cenizas. O, en palabras de nuestro querido poeta tunecino Abul-Qasim al-Shabi en su poema «A los tiranos del mundo»:
Esperad, no dejéis que la primavera, la claridad del cielo y el brillo de la luz de la mañana os engañen… Porque la oscuridad, el estruendo de los truenos y el soplo del viento avanzan hacia vosotros desde el horizonte. Tened cuidado porque hay fuego bajo las cenizas…
Fuente: english.aljazeera.net/indepth/