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A nuestra Madre Tierra no la llames Naturaleza

Fuentes: Rebelión

Muy pocas veces somos conscientes de que las palabras con las que nominamos la realidad son performativas. Es decir, configuran y condicionan nuestras actitudes con la realidad. Y, lo más sorprendente es que dichas palabras, repetidas por nosotros en la cotidianidad, fueron y son creadas para garantizar la hegemonía de ciertas ideologías y sistemas, incluso […]

Muy pocas veces somos conscientes de que las palabras con las que nominamos la realidad son performativas. Es decir, configuran y condicionan nuestras actitudes con la realidad. Y, lo más sorprendente es que dichas palabras, repetidas por nosotros en la cotidianidad, fueron y son creadas para garantizar la hegemonía de ciertas ideologías y sistemas, incluso en contra de la misma Vida. Esto es lo que ocurre con la palabra naturaleza.

Naturaleza proviene del término latino natura, relativo al proceso de cómo se originan y desarrollan las cosas (nacer). Los griegos llamaban phisys a lo que nosotros llamamos naturaleza. Aristóteles estableció la phisyká como el estudio de las leyes internas que rigen a los cuerpos.

René Descartes, en el siglo XVII, con su planteamiento dualista de res cogitans (sustancia pensante) y res extensa (sustancia material, naturaleza), estableció las bases filosóficas para la dominación y el saqueo de la naturaleza por parte del ser pensante (hombre moderno). Según esta filosofía (base de la ciencia moderna) la naturaleza es un ser mecánico, objeto insensible e irracional, sin derechos. En cambio, el ser humano ilustrado es un sujeto digno, superior, con derechos, por su cualidad de pensante.

Un siglo después, Emanuel Kant (s. XVIII), establecerá que el único sujeto con derechos es el ser humano (pensante, libre y autoconsciente). Y en el siglo XIX, Augusto Comte, fijará el principio filosófico del positivismo y de la modernidad: conocer para escrutar y dominar a la naturaleza. Así, el sujeto modernizado, montado en su tecnología, tortura y saquea a la naturaleza como si fuese un botín de guerra o una materia muerte, ya no para satisfacer sus necesidades y sino para sus deseos insaciables activados por el sistema espectacular del libre mercado.

Y lo más doloroso de esta evolución conceptual y filosófico no fue sólo el hecho de que se haya declarado materia inerte a la Madre Tierra, sino que en su esfuerzo especulativo por separar lo natural de lo cultural (pensante) terminaron catalogando como «naturales» a los pueblos aborígenes, negros, mujeres, etc. Es decir, unos pocos machos se autoproclamaron sujetos plenos con derechos. El resto, combustible inevitable para garantizar la hegemonía ideológica y cultural de ellos. El moderno sistema neoliberal del sistema-mundo-occidental, que diluye todo todos los derechos de la Madre Tierra y los derechos humanos, es la materialización de esta filosofía.

Nuestros abuelos nos inculcaron la interacción equilibrada con la Pachamama (Madre Tierra). Ella para nosotros no es sólo natura o physis. Mucho menos res extensa o un reloj mecánico. Ella no es una materia insensible o irracional. La Tierra, con todos los seres que la cohabitamos, es nuestra única Madre Tierra. Tiene la mayor dignidad y los derechos mayores. Por ello la respetamos y la amamos como hijos e hijas. De Ella venimos, en Ella convivimos, y hacia Ella retornamos. Nuestros derechos, dignidad, autoconsciencia y espiritualidades dependen de los derechos, la dignidad, la autoconsciencia y la espiritualidad de Ella.

Si seguimos refiriéndonos a nuestra única Madre Tierra como la naturaleza, seguiremos afianzado en nosotros la falsa conciencia de superioridad o independencia con relación a Ella. Por tanto, nuestra conducta consumista-suicida seguirá acelerando la debacle de las diferentes formas de vida. Hasta que Ella como madre sensible y responsables terminará silenciado a los Caín de esta comunidad cósmica.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.