La investigadora, autora de «El fracaso de Occidente en África», sostiene que la intervención internacional en el continente ha pasado de justificarse por motivos económicos a de seguridad.
Beatriz Mesa garabatea sobre una libreta la lluvia de ideas que va lanzando durante la entrevista. Sobre los lomos del conocimiento académico y la trayectoria profesional se suma una vocación y admiración por una región silenciada y olvidada, aunque de gran importancia geopolítica: el Sahel. Mesa es doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Grenoble Alpes, periodista y actual profesora afiliada e investigadora en la Universidad Internacional de Rabat. Desde 2007 ha centrado sus líneas de actuación e investigación alrededor de los países del norte de África y África occidental, aunque con una mirada especial sobre Burkina Faso, Mali, Níger, Senegal y Mauritania, entre otros.
En su nuevo libro titulado El fracaso de Occidente en África de la editorial Almuzara y presentado en la Librería Balqís de Madrid, la investigadora especializada en geoestrategia, terrorismo, violencia política y crimen organizado examina las estrategias implementadas por actores externos como Estados Unidos, la Unión Europea o Francia en un intento por estabilizar el continente africano y que finalmente han desembocado en el desequilibrio regional.
¿Cómo se diferencia el nuevo libro de los anteriores?
Podemos pensar que es una continuidad de la primera obra sobre Los grupos armados del Sahel: conflicto y economía criminal en el norte de Mali, pero realmente este libro está sobre todo centrado en el nuevo enfoque del Sur Global. Un enfoque del Sur Global que implica una nueva perspectiva geopolítica.
En esta ocasión, he intentado explicar que, paralelamente a la producción de la violencia que se ha venido sucediendo en los países del África subsahariana, y concretamente del Sahel, también hemos visto cómo se han ido posicionando durante los últimos 20 años los mecanismos de seguridad internacionales, concretamente de Occidente.
Es decir, a partir de una situación de inseguridad y de la emergencia de la insurgencia armada que está cuestionando los Estados soberanos del continente africano, se han ido produciendo, una vez más, una intervención progresiva y repetida de actores internacionales a través de la seguridad. La ventana de oportunidad para un actor internacional de intervenir en el continente africano durante el siglo XXI, si bien antes se producía a través de agendas de cooperación o económicas de recursos, hoy ha sido la agenda de la seguridad la que ido marcando los pasos de estos actores internacionales.
¿Y cuál ha sido el resultado de ese proceso de securitización de Occidente en África?
El resultado es malo. Todo ese proceso, que empezó en los años 2000, ha dado como resultado una nueva proliferación de la violencia, el surgimiento de nuevos grupos armados, un aumento de la inseguridad… Todo ello ha llevado, por primera vez, a la aparición de Estados paralelos. Es decir, en determinadas zonas territoriales del Sahel esos grupos insurgentes, que están apoyados en brazos políticos y con legitimidad popular, han conseguido crear Estados para ellos con el apoyo de un actor internacional clásico como Francia.
A Occidente le ha interesado seguir manteniendo una relación de dependencia en África donde el actor internacional actúa de manera cortoplacista, sin intervenir para generar oportunidades de industrialización.
En el libro habla de una acumulación de los fracasos… En general, ¿cuál es el mayor fracaso de Occidente en África?
Principalmente estamos ante un fracaso en dos dimensiones. Por un lado, la securitaria, que bebe de ese fracaso de securitización que comentaba previamente y, por otro lado, la dimensión económica. En una fase poscolonial, los países africanos que llegaron a la independencia han ido siempre con retraso con respecto al proceso de legitimidad soberana y desarrollo industrial en Europa.
Hasta la fecha, África no ha culminado su proceso de emancipación e industrialización porque la dependencia con respecto al exterior todavía existe. A pesar de que los países africanos han logrado una independencia desde el punto de vista de Estado-nación, eso no significa que hayan logrado reapropiarse de su soberanía económica.
El fracaso de Occidente es que una parte de los programas que se han venido implementando a través de las agencias de cooperación han continuado subdesarrollando a África. A Occidente le ha interesado seguir manteniendo una relación de dependencia donde el actor internacional actúa de manera cortoplacista, sin intervenir para generar oportunidades de industrialización.
¿Ese fracaso no bebe de la narrativa occidental sobre lo que es y será África?
Mucho. Las narrativas neocoloniales continúan marcando que existe una civilización hegemónica frente a otras. Es más, nos han hecho creer que en África no ha existido civilización, que no había historiadores africanos y que todo comenzó a partir de la llegada de los exploradores europeos.
A esa narrativa neocolonial se suma la idea de que todos los países africanos son incapaces de ser independientes porque son Estados fallidos. El Estado fallido, como concepto, siempre ha necesitado a los actores del poder del norte global para justificar sus intervenciones.
El discurso neocolonial desemboca en la problemática de la securitización y en el concepto del lenguaje de la jurisdicción. Para anticiparnos a una situación de amenaza, la opinión pública tiene que legitimar una intervención fuera de mi frontera. En el caso de Occidente, emplean un lenguaje de securización que pasa por la siembra del terror, del miedo o de una situación de riesgo.
El título de su libro habla de amenazas… ¿cuál es la amenaza que Occidente no ve en África?
Para los ojos occidentales, que no son los míos, en África estamos viviendo una prolongación de la Guerra Fría. A pesar de que la presencia de Rusia y su relación con el continente es histórica y sólida, sobre todo en materia militar, estamos viviendo una nueva generación de la influencia rusa en África. Ya no hablamos de ideologías, sino de posiciones de poder y de actores que apoyen la recuperación de la soberanía, seguridad y economía de los países africanos.
Aun así, lo que está claro es que el escenario internacional está totalmente alterado. Es, además, una alteración desde un Sur Global emancipado geopolíticamente. Es decir, los países que habían sido considerados por Occidente como una periferia y que no podían influir en el Norte Global, sí que lo están haciendo.