Traducido para Rebelión por Olimpia Grajales.
El escritor marroquí Abdelkah Serhane vuelve a hablar, con pesar, sobre el plebiscito obtenido, con el 98,49% , por el rey Mohamed VI en el referéndum sobre la nueva constitución de Marruecos que tuvo lugar el 1 de julio de 2011. Unas elecciones amañadas que pusieron fin a la esperanza política apoyada en las revueltas del movimiento del 20 de febrero.
«En la sombra de tus manos, las palabras tiemblan para nombrar los males de nuestro ser árabe» M.H Samrakandi.
El 1 de julio de 2011 se puso fin a la agitación de las revueltas del domingo y a la incertidumbre de los marroquíes. El país entró directamente en el Estado de derecho de una monarquía democrática constitucional, moderna y social con un 98,49% a favor en un referéndum propuesto por Su Majestad el rey Mohamed VI a su pueblo en defensa de la nueva constitución. En su época, Driss Basri dio unos resultados apenas algo más elevados con un 99,99% para colmar nuestro ego, haciendo de nosotros un pueblo competente, excepcional, y de nuestro rey «mahboub al jamahir» (el adorado del pueblo).
Pero, ¡no nos equivoquemos de época ni de sistema! Los años de plomo están lejos de nosotros y la época de Derb Moulay Chérif, Dar Moqri, Agdez o Tazmamart ya pasó. El pequeño centro de Témara no es sino un desgraciado paréntesis en los anales de la era grandiosa que vivimos como marroquíes. Los reiterados atentados terroristas y las inmolaciones son gestos de sacrificio en aras del más bello país del mundo por parte de una juventud orgullosa de su identidad nacional.
En mi humilde opinión, un 98,49% es muy poco para una monarquía puesta por las nubes por un pueblo desarrollado, cultivado, afortunado, responsable, consciente de lo que está en juego a nivel nacional, regional e internacional. La primavera árabe y el movimiento del 20 de febrero sin duda obligan, esta vez, a contener el entusiasmo del Ministro del Interior. Un 98,49% es una bey’a moderna con una tasa que hace creíble esta consulta popular a ojos del hermano Occidente, preocupado por nuestros intereses en un siglo XXI en crisis, en un mundo árabe a sangre y fuego. Con un 72% de participación en un clima de descontento social y una juventud que no para de repetir que «el pueblo quiere la caída del régimen».
El verbo «liberar», en imperativo, en todas las revoluciones actuales, en ningún caso se nos puede aplicar gracias a la extraordinaria excepción marroquí del Makhzen, que es el perejil de todas las salsas. Además, tras el discurso del rey del pasado 17 de junio y sin sorpresas, casi todas las formaciones políticas de la carcomida columna vertebral hicieron lo que mejor saben hacer; se humillaron ante las palabras del Maestro, aplaudieron a rabiar su reforma constitucional y llamaron a las urnas para el referéndum. Cohortes de jóvenes, la mayoría en paro, etéromanos, ladronzuelos o carteristas, llevaron camisetas del «Sí», enalteciendo la bandera marroquí y gritando violentamente: «¡Viva el rey!¡Sí a la Constitución!»
Se captaron voces para componer coplillas en favor del SI pegado por multitud de escaparates en comercios, gimnasios, autobuses, taxis, tiendas de barrio…Se organizaron mítines por aquí y por allá para responder al llamamiento real y, preparándose para lo peor, autorizaron al ejército y a la policía por primera vez desde los golpes de estado de 1971 y 1972 contra Hassan II que recondujo el camino a las urnas para expresar su acuerdo con la reforma constitucional del jefe supremo de los ejércitos. Los Moqadem ojeaban, prometiendo cupones a la gente, actuando bajo instrucciones del Ministerio de los Habous y Asuntos Islámicos. Los imanes de las mezquitas, mientras predicaban, incitaban al pueblo a votar de forma masiva por el SI ya que, explicaban a los fieles, «quien vota SI está con el rey, quien vota NO está contra él y entonces irá al infierno por hereje.»
La instrumentalización de la religión en beneficio del SI es una manera civilizada de evitar las angustias infernales a las almas perdidas del movimiento del 20 de febrero. Al final de la jornada de la votación, el atasco en las urnas por los agentes del Makhzen es nuestra manera de limpiar el lugar y evitar que el blanco se mezcle con el azul. El blanco es un color sagrado que hay que respetar, es el color del paraíso donde se encontrarán, por la gracia de Dios, todos los benditos Síes. El azul, más cercano al negro, es el color del vicio, de Satán, ¡así que puede irse a la basura!
Y la gran transformación democrática cayó sobre nosotros el 1 de julio de 2011 como una ofrenda del cielo, un regalo inesperado que salva al país de la turbulencia que agita a la región. Del sujeto influido por el Makhzen, sometido y bajo su tutela, el marroquí actual pasa al estado de ciudadano por completo, beneficiándose de la consideración que le confiere la nueva Constitución, garantizándole trabajo, vivienda decente, cuidados, educación para sus hijos, igualdad para todos ante una justicia convertida, por la gracia del voto en íntegra y completamente independiente porque los jueces renunciaron en el acto a sus corrompidas prácticas. Estamos tranquilos en cuanto a nuestro futuro, que se avecina soleado y lleno de felicidad.
El Primer Ministro con el poder reforzado, podrá, a partir de ahora, obrar por el bienestar del pueblo y nuestras dos Cámaras podrán discutir, cuestionar el presupuesto Real y el del ejército tranquilamente en los debates parlamentarios. El rey y su entorno se beneficiarán, a partir de este momento, de los mismos tratamientos que tienen miles de hogares en los barrios de chabolas, el dinero malversado y expatriado por ladrones, volverá a las arcas del Estado, el presupuesto de Mawazine, el de los fosfatos, fundaciones reales, licencias telefónicas…irá a la reforma del sistema escolar, la investigación científica y tecnológica, la educación y formación profesional de nuestra juventud, la mejora de las condiciones de nuestros hospitales, la lucha contra la pobreza y el analfabetismo…Gracias a Su Majestad, su nueva Constitución pone a salvo a Marruecos de la corrupción endémica, de las desigualdades sociales, de la miseria, el paro, la arbitrariedad, las prebendas, los favoritismos, enchufes y otros males que sufre la sociedad marroquí… ¡La vida nunca había sido tan bella!
Pero seamos serios, anticipémonos o al menos seamos honestos. ¿Cómo el paso a la democracia puede decidirse por un solo hombre, el rey, que dicta las orientaciones de la reforma y nombra los miembros de la comisión encargada de trabajar? ¿En qué comarca, hoy, la participación en cualquier sufragio alcanza un 72% de votantes?
¿Qué país, tan desarrollado como sea, tiene la capacidad de organizar una consulta o referéndum en trece días y hace público el escrutinio al poco de cerrar los colegios electorales incluso sin tener en consideración la diferencia horaria de las comunidades marroquíes que viven en el exterior? ¿Y quién puede creer en un 98,49% en un clima caliente generalizado donde miles de manifestantes han pedido a gritos con todas sus fuerzas, durante varios meses, la caída del Makhzen?
Cuando metí mi papeleta azul en la urna en el colegio donde había votado a mediodía, no había ni cuatro gatos. Los encargados de verificar mi tarjeta de elector no me hicieron firmar el registro, contentándose con poner una cruz en mi nombre y ensuciándome la yema de mi dedo índice con rotulador. Comprendí entonces que en el juego había trampa, que el Makhzen haría votar a los ausentes, a los inexistentes e incluso los muertos, como de costumbre. Ese voto no era el nuestro. El mensaje está claro, lleva una advertencia a los disidentes, a los agitadores, a los manifestantes del movimiento del 20 de febrero y otros indignados rebeldes.
Y si aún se atreven a salir a la calle para reivindicar la libertad y una democracia real, serán molidos a palos por las fuerzas del orden, detenidos, juzgados y condenados. Con un 98,49% de Síes nadie tiene derecho a perturbar la tranquilidad de nuestros monótonos domingos.
Nos espera un duro periodo transitorio. Ante el vacío político que atraviesa el país, ningún jefe de gobierno, cualquiera que sea, tendrá la suficiente voluntad para ejercer sus nuevas prerrogativas frente a una monarquía que no se suaviza apenas y continúa poseyendo los principales poderes. Los jefes de partidos cercanos al Makhzen, totalmente desacreditados, cercenados, aburguesados, harán lo que el palacio real dicte que hay que hacer para que un hombre, una familia o clan se aprovechen de nuestros bienes. Los privilegios y los altos sueldos tienen un precio. Nuestros politicastros están dispuestos a pagarlo con su mítica falta de dignidad, su carencia de firmeza y su ausencia de compromiso social. Ningún marroquí no partidista confía en los políticos actuales.
La democracia es un aprendizaje de cada día, un ejercicio de la ciudadanía y de la responsabilidad de cada uno. No se acaba con una renovación de algunos artículos de leyes, sino que entraña la implicación de todos en un proyecto que impulsa hacia arriba a la sociedad, saneando las situaciones desagradables. Con un alto porcentaje de analfabetismo, una corrupción y una injusticia más que probada, el régimen garantiza tentar a su pueblo con lo que quiera.
La Historia de Marruecos recordará este otro fracaso. El rey no tenía nada que perder sino todo lo contrario, ganaría con una transición democrática real. Habría inscrito su nombre como el primer jefe de un estado árabe que coloca su país en el camino del Estado de derecho en un ejercicio claro de separación de poderes. Por desgracia no es el caso.
La nueva Constitución, confeccionada a medida para él por la comisión Mennouni, no toca lo principal de sus prerrogativas. Ningún pueblo, por analfabeto o crédulo que sea, decide votar a favor del mantenimiento de la denegación del derecho, del autoritarismo, de las injusticias y de las desigualdades sociales. Muchas personas están sorprendidas.
Este voto en el referéndum es un adelanto en la engañifa, un disfraz que no cambia nada en el terreno sociopolítico de Marruecos. Reafirma al rey en su papel del Makhzen de antaño, levantando una cortina de humo sobre los partidos berberistas, islamistas y formaciones políticas desprovistas de cualquier legitimidad popular.
Las próximas elecciones no contravendrán la regla de la falsificación. El despreciable Makhzen reproducirá el disfraz para que ningún jefe de gobierno pueda negarse ante el rey, ya que ningún partido gozará de una mayoría que se lo permita en el parlamento (a no ser que gane el PAM), lo que abrirá la vía a alianzas a todos los niveles que perviertan aún más el juego político. ¿Y qué político puede negarse hoy ante un rey que dicta su ley a todos? La monarquía piensa que, debilitando y deslegitimando a los partidos políticos, sale ganando en este lamentable escenario. El futuro le dará la razón o no. El servilismo de una parte de la población sumisa con el mito de la monarquía puede que le dé la razón. La desilusión y el descontento de una juventud impaciente seguramente no.
- «Sma’ sawt acha’b!» (¡Escucha la voz del pueblo!) ha impregnado las calles durante varios meses, en todas las ciudades del país y en todas las lenguas.
El rey no ha escuchado esta voz. Ha escuchado la de sus consejeros, amigos y servidores del Makhzen. Una parte de la población, frustrada por no haber sido escuchada de verdad, vuelve a ocupar las calles desde que se anunciaran los resultados del referéndum. ¿La multitud indignada triunfará donde nosotros, sus antecesores, lamentablemente fracasamos?
El diez de julio, las calles indignadas, cantaron sus nuevos lemas, condenando la lírica estrafalaria de Nicolas Sarkozy, Alain Juppé y otros impostores, «T’guad! Tguad! Walla khwi lablad!» («¡Vuelve a la rectitud, si no abandona el país!») «Hada Almaghrib ouhna nassou, oulhakam yajma’ rassou!» («¡Esto es Marruecos y nosotros sus hombres, que se vaya el que gobierna!»). A los que apoyaron el SÍ, la consigna es inapelable: «Khamsine darhams t’fout t’fout ounta dima tabqa machmout!» (¡Cincuenta dirhams se acabarán y tú seguirás engañado!)
La nueva Constitución es al mismo tiempo una apuesta (arriesgada) y una trampa. Mohamed VI no ha ganado su apuesta y la trampa planea sobre él. El enfrentamiento con la calle podría ser inminente, los carteles no paran de decir: «Lâ lihâkimine yanhabou almâl al’âm!» («¡No al dirigente que malversa dinero público!»).
Hagamos memoria: en 2009, Ben Ali obtuvo el 89,62% de los votos para su quinto mandato. En 2005, Mubarak fue reelegido por sexta vez con un 88,6% de votos y su partido, el PND, Partido Democrático Nacional consiguió 311 escaños de los 454 existentes en el parlamento. Estas cifras no han podido hacer nada contra el mar de fondo que les ha expulsado del poder. El juego que ha tomado Mohamed VI es muy peligroso. Tiene el riesgo, a corto plazo, de desacreditar su voluntad y a medio plazo, radicalizar más los movimientos del 20 de febrero.
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