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Adiós, 1 de mayo

Fuentes: Rebelión

No vale la pena seguir conmemorando el primero de mayo tal y como ahora están las cosas. Se unen varios factores que aconsejan o suprimirlo o esperar y reconstruirlo para no hacer más el ridículo ante la opinión pública. Esos factores son coyunturales y estructurales: los primeros se refieren a la pérdida de identidad de […]

No vale la pena seguir conmemorando el primero de mayo tal y como ahora están las cosas. Se unen varios factores que aconsejan o suprimirlo o esperar y reconstruirlo para no hacer más el ridículo ante la opinión pública. Esos factores son coyunturales y estructurales: los primeros se refieren a la pérdida de identidad de los sindicatos, convertidos, cada vez más, en máquinas servidoras del mercado, como lo demuestran los continuos pactos con los sectores que sustentan el sistema (una cosa es el pacto y otra la connivencia) y el apoyo al proyecto de Constitución Europea que ni es constitución ni europea sino un acuerdo en la cumbre que encierra una filosofía más estadounidense que europea: más rearme, vinculación con EEUU, consagración del Mercado como sistema indiscutible, legalización de las guerras llamadas preventivas, libre circulación de capitales apenas controlada (¿cuándo entrarán Mónaco o Suiza en la UE? Nunca, tienen la misión de ser la alcancía negra del Poder), todo ello adornado con los consabidos derechos de libertad de expresión, pensamiento, reunión, etc., imposibles de hacerlos realidad porque ya te colocan los límites: no se puede aspirar a otro sistema que no sea el de Mercado, si lo haces te acusarán de terrorista con el tiempo; por otro lado, si una gran parte de la población, aquí y en EEUU, como en este último caso ha demostrado la periodista Barbara Ehrenreich en su libro «Por cuatro duros», malvive con sueldos bajos o muy bajos y contratos indignos, ese segmento poblacional no puede ejercer de verdad la libertad de expresión y de reunión. En el mundo del periodismo, por ejemplo, sindicarse y actuar como tal puede suponer el despido. Se da la circunstancia de que tal tramo poblacional coincide con el más joven, con lo cual se está estimulando la sumisión y la ley del silencio, no la democracia plena.

Los sindicatos apoyan todo esto más que nada por omisión. Prefieren aceptar un texto europeo que hable del derecho a trabajar en lugar del derecho a poseer un puesto de trabajo. Es evidente que en las alturas sindicales no pocos «compañeros» se han apoltronado y se han acostumbrado a vivir bajo la erótica del poder y el paraguas de los presupuestos generales del Estado, sin cuya sombra no podría existir la democracia actual que, en el fondo, no es más que un decorado: sindicatos, partidos políticos, organizaciones empresariales, ONGs, etc., todo sobrevive gracias al dinero público porque la gente le ha dado la espalda a sus teóricas instituciones representativas. Supongo que algún día habrá que pararse a pensar en las causas de todo esto así como de las abstenciones en las elecciones de todo tipo e iniciativas oficiales: elecciones políticas, universitarias, consejos escolares, presupuestos participativos en los que no participa casi nadie… El ciudadano «pasa» de todo esto cada vez más pero no nos detenemos a considerar qué está ocurriendo en este Occidente resignado y mortecino.

El primero de mayo es otra de las cosas que hay que hacer porque sí, como ir a misa los domingos y fiestas de guardar, casarse por la Iglesia porque es más bonito que por lo civil, cantar la Internacional al final de un acto concreto o traerse a un morito del Sahara como muestra de solidaridad, hacerle ver lo bueno que es vivir aquí y luego enviarlo de nuevo al desierto con el pastel en la boca. Se trata de acciones mecánicas en las que los progres están implicados y los «funcionarios» de partidos y sindicatos -con sus familias- se dejan ver para que los jefes lo tengan en cuenta. Pero pocos sienten ya lo que un 1 de mayo significa porque las cosas han cambiado mucho, gracias no a la actuación de las fuerzas progresistas alternativas sino a los cambios que el propio sistema ha acometido para perpetuarse.

Dichos cambios han atrapado a los propios «transformadores» dando lugar a que aparezcan corrientes críticas en el seno de casi todas las organizaciones de izquierdas (empezando por CCOO) que huyen del estancamiento y del paroxismo socialdemócrata que lo ha envuelto casi todo, en afirmación de Jacques Sapir en su obra «Economistas contra la democracia». Como dice Vicente Verdú en su libro «El estilo del mundo», el primero que ha comprendido que otro mundo es posible y ha aplicado ese otro mundo ha sido el Mercado, que ahora actúa de una manera sustancialmente igual que hace cincuenta años pero ha envuelto nuestras vidas en papel de celofán y en luces de colores, hasta el punto de que acabamos dándole las gracias. Y aquí aparece la causa estructural que obliga a suspender o aplazar el primero de mayo tal y como hoy se «festeja»: la clase obrera casi ha dejado de existir y la que existe no desea serlo ni se siente orgulloso. La cultura obrera es una falacia, como lo es la diversidad cultural. La gente aspira a ser burgués, propietario de cuantas más cosas mejor, a tener antes que a ser, la gente es esclava de los bancos y de sus caprichos, el ciudadano suele ser un producto mediático más que una persona; mucho personal está metido hasta los tuétanos en el llamado «capitalismo popular». ¿Quién ha tenido la culpa de todo esto? ¿El capital? No, ése ha cumplido con su obligación. La culpa es de quienes le llevan hablando a la ciudadanía, desde hace años, de izquierda, de progresismo, de alternativas, cuando, en el fondo, no sabían qué hacer. Pues esto hay que reconocerlo, no callarlo y pasar a ser cómplices de la situación que incluye a los pseudoprogresistas que han engañado conscientemente a los ciudadanos.

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