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¿Adiós, Nueva York?

Fuentes: La Jornada

Esta gran y extraordinaria metrópoli se está volviendo ordinaria. El gran periodista neoyorquino Pete Hamill dice que Nueva York es la ciudad de la nostalgia, ya que todos se la pasan recordando lo que estaba en tal esquina, qué estaba en otra avenida, la cantina, el restaurante, el teatro. Lo que desapareció. De hecho, es […]

Esta gran y extraordinaria metrópoli se está volviendo ordinaria. El gran periodista neoyorquino Pete Hamill dice que Nueva York es la ciudad de la nostalgia, ya que todos se la pasan recordando lo que estaba en tal esquina, qué estaba en otra avenida, la cantina, el restaurante, el teatro. Lo que desapareció. De hecho, es una urbe en permanente transformación, pero ahora está por perder su carácter.

Es que la ciudad está anulando, expulsando, lo que siempre le dio vida y diversidad sin igual: sus inventores cotidianos. La avaricia -o lo que aquí llaman el mercado- está amenazando con convertirla en un escenario como cualquier otro de este país, otro mall.

Las fuerzas del mercado, en lo que es tal vez la ciudad más rica del mundo, están expulsando, literalmente, no sólo a los trabajadores, a las comunidades, sino también a los que le dan su perfil como lugar como ningún otro: sus artistas, gastrónomos y creadores, a quienes resucitan todos los días este universo metropolitano.

David Byrne, el músico, alertó que cada día es más difícil que vivan aquí los nuevos creadores, los artistas. Lo que fue imán cultural mundial ahora está en peligro de volverse museo para ricos. Más allá de trabajo, venimos a Nueva York por la posibilidad de la interacción e inspiración, escribió Byrne en The Guardian en octubre de 2013. Ciudades que son sólo centros de negocios, argumentó, no necesariamente son buenos lugares para vivir. Afirmó que Nueva York tiene algo más: «Gracias a las olas sucesivas de migrantes que han compuesto la ciudad… uno es impactado por la conformación multiétnica de Nueva York».

Expresa: «Otras ciudades puede que sean más limpias, más eficientes, más cómodas, pero Nueva York es funky, en el sentido original de la palabra: Nueva York huele a sexo». Cuenta que él se mudó a la ciudad en los 70 porque era «un centro de fermentación cultural…. Nueva York era legendaria. Era donde las cosas pasaban…. y uno sabía de antemano que la vida no sería fácil».

Añade: «La ciudad es un cuerpo y una mente, una estructura física, como también un depósito de ideas e información. El conocimiento y la creatividad son recursos… La ciudad es una fuente que nunca se detiene; genera su energía de las interacciones humanas que se dan en ella. Desafortunadamente, estamos llegando al punto en que muchos ciudadanos de Nueva York han sido excluidos de esta ecuación por demasiado tiempo. La parte física de la ciudad -su cuerpo- ha sido mejorada inigualablemente…. pero la parte cultural -su mente- ha sido usurpada por el uno por ciento de arriba».

Señala que es una ciudad dividida, donde cada vez más partes son reservadas para los ricos, mientras la clase media apenas logra sobrevivir, y olvídate de los artistas en ciernes, músicos, actores, danzantes, escritores, periodistas y pequeños comerciantes. Poco a poco los recursos que mantienen vibrante la ciudad se están eliminando. Acusa que al privilegiar el sector financiero sobre lo demás se ha devaluado la cultura real. Sostiene que la situación de los bienes raíces, donde todo es para ricos, impide que el talento joven de todo tipo encuentre dónde vivir aquí, y con ello «se volverá una ciudad más parecida a Hong Kong o Abu Dhabi que el lugar rico y fértil que históricamente ha sido. Esos lugares puede que tengan museos, pero no tienen cultura… Si Nueva York va hacia allá… me voy».

Danny Meyer, famoso restaurantero, dueño del reconocido Union Square Café, anunció que después de 30 años tendría que cerrar y mudar su negocio, porque los dueños del edificio desean triplicar la renta. El Union Square Café fue ancla para resucitar lo que se había convertido en un barrio gris y desolado. Hoy día esa zona está entre las vitales de la ciudad, gracias en parte a las aportaciones de restaurantes y comercios independientes que apostaron a resucitar el área.

Meyer, en un artículo que publicó en el New York Times la semana pasada, narra que el suyo no es un caso aislado, sino lo que está pasando por toda la ciudad, ya que, porque el mercado sugiere que pueden, los dueños de bienes inmuebles están multiplicando las rentas. Los condominios y tiendas de cadenas que sustituyen los comercios y restaurantes independientes tienen otras estructuras financieras y pueden pagar esas rentas, explica. «Es triste que cada vez que un barrio se vuelve más ‘exitoso’ gradualmente tiene una vista más reconocible y común, al llegar lo mismo bancos, cadenas de farmacias y franquicias nacionales», señala. Comenta que en esta urbe lo único constante es el cambio, pero necesitamos considerar las consecuencias de la economía de esta ciudad, que expulsa negocios saludables, establecimientos que ayudaron a hacer que esto se sintiera como Nueva York, por principio de cuentas.

Esto mismo se está viendo en barrios legendarios como Harlem, Lower East Side, East Village y Williamsburg, como ya sucedió en Park Slope, en Brooklyn. Donde antes estaba el antro icónico punk CBGB, en el East Village (ahí pasaron los Ramones, Talking Heads, Patti Smith y más), hay una tienda del diseñador de lujo John Varvatos. Un famoso antro de música alternativa, el Knitting Factory, en el Lower East Side, cerró sus puertas después de que se construyeron condominios de lujo y los nuevos residentes se quejaban del ruido. El famoso bistro Florent padeció algo parecido a lo del Union Street Café hace pocos años. Antiguos y legendarios cafés italianos cierran al ceder ante la ola de Starbucks. La lista sigue creciendo y, en consecuencia, la cultura de la ciudad se empobrece cada vez más.

Ojalá la cultura -eso que se crea todos los días- y la nostalgia le ganen al mercado en la competencia por definir el futuro de esta ciudad, que día tras día desaparece un poco más, cediendo ante otra que nadie reconocerá.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/07/07/opinion/029o1mun