Como africanos, a menudo nuestros ojos se vuelven hacia América porque para algunos de nosotros hay una ilusión que nos atrae, pero para otros el ojo se centra en cómo el hombre Negro aparece en escena en la realidad americana. Para muchos americanos negros, como para la mayoría de americanos, África es una tierra de […]
Como africanos, a menudo nuestros ojos se vuelven hacia América porque para algunos de nosotros hay una ilusión que nos atrae, pero para otros el ojo se centra en cómo el hombre Negro aparece en escena en la realidad americana.
Para muchos americanos negros, como para la mayoría de americanos, África es una tierra de salvajes; y esta idea tiene una relevancia particular entre la población afro-americana porque muestra cómo se les ha enseñado a odiarse a sí mismos a través de la figura del llamado hombre original, un hombre que es sub-humano.
Sin embargo, cuando miramos las cosas más de cerca, una tiene que preguntarse si hay alguna diferencia real en el modo en que somos tratados. Las políticas imperialistas que afectan a las poblaciones africanas son las mismas que las aplicadas a la población negra en los Estados Unidos -precisamente porque el principio subyacente es que el cuerpo negro debe ser explotado vivo o muerto. Debe generar beneficios.
Provengo de un país, la República Democrática del Congo, donde más de 6 millones de personas han sido asesinadas y donde los asesinatos continúan teniendo lugar para que el mundo se beneficie de la riqueza del país, especialmente del coltán, un mineral utilizado para hacer teléfonos móviles. También es utilizado para manufacturar armas que matan a otros negros a miles de kilómetros de distancia de la propia tierra.
La cobertura mediática de esta tragedia en el Congo está ausente de la mayor parte de los canales americanos. Cuando es presentada, es para demostrar que hay negros que matan a negros. No se plantean preguntas sobre la gente o los países que arman a esos negros -y con qué propósito. En su lugar, los medios corporativos prefieren emitir historias sobre líderes de bandas en nuestra región que los Estados Unidos ha contratado para hacer el trabajo y alimentar la teoría de negros matando a negros a nivel internacional.
Lo sorprendente aquí es cómo se estructura la historia -o el hecho de que a menudo no hay narrativa alguna para este problema, solo silencio. Lo que quiero señalar específicamente aquí es la cuestión de cómo nuestros cuerpos se convierten en objetos de un espectáculo. Mientras el silencio rodea generalmente la tragedia congoleña, hay sin embargo un aspecto de este conflicto que es presentado más que otros.
El problema de la violación como arma de guerra es el adorado tema de una cierta «intelectualidad» americana y ha ayudado a mejorar la imagen de algunas «celebrities» americanas. Los cuerpos mutilados de mujeres congoleñas se han convertido en una imagen pornográfica, que es difundida libremente bajo un cartel de lucha feminista y la narrativa de esta tragedia es asumida por las feministas blancas que en realidad luchan por sus propios derechos en un entorno capitalista.
Esto no se hace para ayudar a las mujeres congoleñas. También se hace para difundir la idea de que es un feminicidio y no un genocidio. La historia de las mujeres congoleñas es un modo de recaudar fondos para estas organizaciones para escribir y producir documentales que también generan dinero y -esto puede que sea lo más importante- es un modo de reafirmar la idea de que el hombre negro es salvaje, un depredador cuya violencia es atávica, loca. Él es por tanto el único instrumento de erradicación de su propio ser negro.
¿Acaso no es esta la narrativa utilizada para explicar a los afro-americanos que ellos mismos son los instrumentos de su propia aniquilación y su propia pobreza? ¿ No es eso lo que se dice cuando los medios corporativos utilizan imágenes falsas para afirmar que Mike Brown había robado algo en una tienda y que esa fue la razón de su muerte?
Todos necesitamos tener los ojos abiertos sobre el modo en que somos tratados y presentados, y hablo de «nosotros» porque la imagen que se transmite del hombre africano en África afecta necesariamente al modo en que es percibido el hombre afro-americano.
Para aquellos que nos están mirando, como si estuviéramos en una jaula, como dijo Patrice Lumumba, no hay diferencia entre un negro africano y un africano-americano. (Lumumba, el primer Primer Ministro del Congo elegido democráticamente, escribió en 1960, en la última carta a su mujer, antes de su asesinato a los 35 años: «Muerto, vivo, libre o en prisión por órdenes de los colonialistas, no soy yo quien cuenta. Es el Congo, es nuestro pueblo para el que la independencia se ha transformado en una jaula donde somos observados desde fuera» -ed.)
Somos nosotros los que hacemos esta diferencia porque pensamos que para el hombre blanco hay buenos negros y malos negros. No nos miramos a nosotros mismos a través de nuestros ojos sino a través de los ojos de otra persona que nos ha definido como no humanos.
Cuando el congresista por Georgia John Lewis dijo que Ferguson no es el Congo*, muestra lo mucho que tiene interiorizada esta idea. Muestra que para él hay negratas buenos y malos. Cuando una reflexiona sobre lo que está pasando en Ferguson, una ve precisamente que Ferguson es el Congo.
La lección de esta tragedia es cómo todos debemos reconstruir nuestras historias, cómo debemos enseñar a nuestros hijos a considerar valiosas sus vidas y las vidas de aquellos que se parecen a ellos, cómo debemos enseñarles que son seres humanos y que son parte de este mundo incluso aunque algunos quieran negarles ese derecho.
BK Kumbi es historiadora y activista, vive en Ginebra, Suiza.
Este artículo ha sido publicado en Global Research, San Francisco Bay View y el blog The Rising Continent entre otros.
Traducido por Rosa Moro.
* El 14 de agosto, el congresista John Lewis, héroe del Movimiento por los Derechos Civiles, dijo: «La gente tiene derecho a protestar. Tienen derecho a disentir. Tienen el derecho a manifestarse de forma ordenada, pacífica y no violenta. Ferguson, Missouri, no es el Congo, no es China, no es Rusia. Nosotros podemos hacerlo mejor.»