Mientras con los escasos recursos con los que cuenta, África espera la inevitable llegada del COVID-19, lo que amenaza en convertirse quizás en uno de los holocaustos más formidables que haya vivido en continente de los muchos que ha tenido. Solo alcanza con imaginar que pueda suceder si el Coronavirus se despliega en los números campamentos de desplazados que existen, en el continente. Atiborrados de desplazados, migrantes, refugiados de las numerosas guerras, hambrunas, sequías e inundaciones, que asolan África, de manera incesante desde su descolonización, si ese hecho hubiera sucedido, más allá de los escritorios europeos.
Una rápida mirada a los más numerosos campamentos del continente, donde millones de personas habitan desde hace décadas, obliga a pensar en las consecuencias, que la pandemia, podría producir de expandirse en solo alguno de ellos, siendo el potencial solo una inocente expresión de deseos de guerras, hacer una rápida pasada por los campamentos de refugiados y desplazados del continente, donde cientos de miles de personas viven hacinadas, con pésimos servicios sanitarios y escasos recursos de salud, el golpe será demoledor e incontenible. Solo por nombrar los principales según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)
El campo de Dadaab, en Kenia, contiene al menos a unas 230 mil personas; y a pesar de sus dimensiones se encuentra ya superado; mientras que el de Kakuma tiene cerca de 200 mil. Dollo Ado, el mayor de Etiopía, con un cuarto de millón de refugiados, aunque junto a otros, el país tiene casi un millón de refugiados: El de Nabadoon, a las afueras de Mogadiscio, Somalia, si bien la cifra es imprecisa se estima que viven entre 15 y 20 mil desplazados. Mientras en Tinduf el sur de Argelia donde desde los años setenta, contiene cerca de 170 mil refugiados saharauis, perseguidos por el régimen marroquí. El millón, millón y medio de refugiados que en galpones y almacenes en diferentes puntos de la costa libia, esperan su oportunidad para pasar a Europa, o los dos millones de desplazados del norte de Nigeria o el casi millón 200 mil, de Burkina Faso, lo que significa una somera mirada, de una lista que podría continuarse tan extensa como inquietante, que hace temer que el COVID-19, una vez instalado en África, pueda hacer palidecer cualquier cifra llegada desde los Estados Unidos, Italia o España.
Otras formas de muerte
Más allá de la falta de recursos, y la vulnerabilidad del sistema sanitario, lo que nunca ha faltado, en ningún momento en África, han sido los capitales que financian guerras y matanzas.
En estas últimas semanas un importante frente de batalla, se ha reactivado exponencialmente, en torno a las riberas del lago Chad, específicamente desde que el grupo Boko Haram, intensificó sus acciones en los cuatro países lindantes al lago, Chad, Níger y Nigeria y Camerún, (Ver: Nigeria: La amplia estela del terror) esas naciones, que en 2015, conformaron la Fuerza Conjunta Multinacional (FMM) para luchar contra el terrorismo y no han logrado producir daños significativos a la organización wahabita, dado el celo a la hora del cruce de información entre los diferentes ejércitos, intentan ahora relazar su alianza y evitar que Boko Haram, en el marco de sus éxitos, convoque más militantes y destine más recursos materiales, en procura de un Emirato en el lago, aunque sea virtual, lo que sería una afrenta a los cuatro países costeros, sus fuerzas armadas, y se convertiría en un gran foco de atracción de muyahidines, de todo el mundo, secuencia que ya hemos visto en Afganistán, Irak, Siria y Libia, donde más allá del tiempo trascurrido y los ingentes esfuerzos del occidente dominante, si realmente fueran verdadero esos esfuerzos, no han podido terminar con ellos. Sumado a la cada vez más cercana alianza entre los grupos que operan en África Occidental, con por ejemplo el Daesh en el Gran Sahara, que está ocupando la centralidad en la guerra que se desarrolla en el norte de Mali, Burkina Faso y Níger, por tropas francesa y locales que no pueden impedir su despliegue cada vez más osado junto al brazo de al-Qaeda en el Sahel, Jamā’at Nuṣrat al-Islām wa-l-Muslimīn o JNIM (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes), que podría fortalecer a los muyahidines de manera vertiginosa.
La operación Cólera de Bohoma, lanzadas por el gobierno chadiano, contra las diferentes khatibas (brigadas) de la organización terrorista Boko Haram, en las islas del lago Chad, que ocupan un amplio sector fronterizo entre Chad, Nigeria, Níger y Camerún, provocó al menos mil muertos entre los muyahidines y 52 soldados del ejército y al menos 200 más heridos. La campaña que se inició el pasado 31 de marzo y se extendió hasta el ocho de abril, en respuesta a las acciones del pasado 23 de marzo, contra una base militar de la península de Boma, en la provincia del Lago, donde fueron asesinados cerca de 120 efectivos del ejército chadiano y otros 200 fueron heridos, lo que se convirtió en el mayor desastre militar de ese país en su historia (Ver: África, un mundo Mad Max a la vuelta de la esquina.) , obligando Idriss Déby, en presidente de Chad, a llegar al mismo teatro de operaciones, desde donde dirigió personalmente las acciones del ejército. Lo que no evitó los consecuentes abusos de los efectivos militares contra pobladores de la zona como en la localidad de Kirkindjia, según se ha denunciado, en diferente medios de comunicación, los que han sido sometidos a todo tipo de tortura, con el fin de conseguir confesiones de su pertenencia a ese grupo terrorista en procura de conseguir abultar el “éxito” de sus acciones.
En una operación conjunta de los ejércitos de Nigeria y Níger, que partió desde la región de Arege en el estado de Borno, Nigeria, persiguió a los terroristas hasta el Lago Chad, finalizando con un bombardeo que produjo la perdida de importante alijos de materiales de la organización y la muerte de cinco milicianos. Según las autoridades nigerinas, fueron destruidos vehículos, armas y municiones, perteneciente a Boko Haram, que mantenía escondidos en las islas Tumbun Naira, Kanama, Doro Lelewa y Shilaya, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Bosso, en el extremo sureste de Níger, además se destruyeron varias lanchas rápidas, en que los insurgentes se movilizan por el alambicado archipiélago del lago.
Junto a las acciones de Boko Haram, también se replican los asaltos y atentados del brazo escindido de esta organización, la Provincia del Estado Islámico en África Occidental o ISWAP, por sus siglas en inglés, que compiten por el control territorial y de recursos, que incluye los “impuestos” a la pesca y al ganado.
El flaco rendimiento de la Fuerza Conjunta Multinacional durante los últimos cinco años, a llevad al presidente Déby, a denunciar en reiteradas oportunidades, la falta de iniciativa de sus aliados. Lo que hace que ya no disimule su fastidio con sus “socios”. Lo que hizo declarar al presidente chadiano que: “el Chad es el único que soporta todo el peso de la guerra contra Boko Haram”. Y ordenó el pasado lunes 13, que los efectivos de su país que combaten como parte de la fuerza del G5-Sahel junto a las fuerzas francesas de la operación Barkhane, dejen de participar en los combates, que se libren más allá de las fronteras nacionales.
Aunque en un comunicado posterior se informó que “El ejército chadiano no se retirará de las acciones contra los insurgentes en la región del lago Chad y el Sahel, ni junto a misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas (MINUSMA). Lo que habría sido una importante baja frente a la contención de los extremistas ya que él ejercito chadiano, tienen una gran experiencia y son necesarios para neutralizar la amenaza de los takfiristas, en una guerra que siempre comienza.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.