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Africa: ¿se perdió el juego?

Fuentes: Prensa Latina

El infortunio con que la propaganda occidental caracteriza todos los asuntos de Africa, fija en la conciencia de la opinión pública la imagen de que el continente no se salvará. ¿Acaso ese territorio y sus moradores cedieron hasta el punto de que es imposible toda recuperación? Es la interrogante que acompaña a esa percepción destructiva. […]

El infortunio con que la propaganda occidental caracteriza todos los asuntos de Africa, fija en la conciencia de la opinión pública la imagen de que el continente no se salvará.

¿Acaso ese territorio y sus moradores cedieron hasta el punto de que es imposible toda recuperación? Es la interrogante que acompaña a esa percepción destructiva.

Esa forma de evaluar con pesimismo la situación política, económica y social tiene una base real, el continente acoge a la mayoría de los 10 países más pobres del mundo, millones de africanos sobreviven con donaciones y el despegue tecnológico es un sueño.

Las epidemias devastan, el hambre es factor recurrente en los desafíos nacionales y cada vez son más escasos los accesos a los niveles de instrucción requeridos para ser más prolijo en la inventiva y romper el impasse productivo.

Desde el exterior, en política, se juzga aviesamente al continente por tener «malos gobiernos», falta de «transparencia administrativa» y haber déficit de «democracia», todo lo cual promueve el rechazo.

Sin intentar proponer una postal idílica de Africa, debería analizarse por qué esa situación de deterioro persiste en una de las regiones más ricas -por no decir la más beneficiada en recursos naturales- del planeta.

Es que sus principales relaciones con el otro, el occidente rico, no cambiaron en el último medio siglo, pese a los proceso de descolonización iniciados con mucha fuerza en la década de los años 60.

En la matriz del problema está en el violento tajo al desarrollo histórico natural de sus sociedades y cinco siglos de estancamiento y supeditación a las metrópolis europeas.

A un vínculo distorsionado desde la raíz corresponde una imagen similar, que refuerza el mensaje respecto a mantener sin alteración lo establecido, para que continúe beneficiándose sólo uno de los componentes del juego internacional.

Citemos sólo algunos aspectos de los vínculos en el ámbito económico que están en la esencia del resto de las relaciones bilaterales.

La Unión Europea es el mayor socio comercial de Africa con más de 215 millones de euros en 2007, según la OMC (Organización Mundial de Comercio), pero las inversiones directas de la UE se mueven hacia regiones de rápidas recuperación y grandes ganancias.

No hay equidad en los términos de intercambio que posibiliten solidificar una base para el despegue continental hacia el desarrollo económico.

Los países ricos incumplieron la promesa de conceder el 0,7 por ciento de su Producto Interno Bruto al desarrollo en el Tercer Mundo, principalmente en Africa, donde, paradójicamente, la tendencia es convertirse cada vez más en exportadora de capitales.

No hay novedad alguna en cuanto a asuntos medulares, en las relaciones exteriores, a las promesas históricamente incumplidas se suman otras de las cuales los poderosos se desentenderán en su momento, según la lógica que caracterizaron sus vínculos en los pasados 500 años.

El continente africano ha sido desde teatro del comercio humano hasta muladar para el vertimiento de desechos tóxicos, que a cambio de capitales frescos condenan a muerte a los ecosistemas.

No obstante, la dramática situación que nubla el horizonte africano actual, se perciben algunos destellos esperanzadores que tienden a enrumbar el panorama actual hacia un estadío menos tenso.

Luego de todos esos partes trágicos es sorprendente leer que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) pronosticó para el continente africano un crecimiento económico del 5,9 por ciento, frente al 5,7 registrado en 2007.

Si bien los principales crecimientos se constatarán en los países petroleros de la región, Africa deberá volver a presentar un modesto incremento en un período de leve ascenso de la economía mundial.

Podría ser esto el canto de cisne o, por el contrario, un desmentido de que todo está acabado y no hay razón para continuar; de ocurrir lo primero la región se doblegaría a los neoliberales. Si por fortuna lo que sucede es lo segundo, aún hay esperanzas.