Con una operación, ya clásica, del grupo fundamentalista somalí al-Shabaab, la franquicia de al-Qaeda en el cuerno de África, durante la noche del viernes 19, inmediatamente después del Magreb -la oración del atardecer- un grupo de sus muyahidines tomó el hotel Hayat, ubicado en pleno centro de Mogadiscio, la capital del país, tras lo que se inició el asedio de las tropas gubernamentales que se prolongó por unas 30 horas dejando un saldo de 21 muertos y 130 heridos.
Muestra de la intensidad de los combates es que gran parte de la estructura del edificio ha sido prácticamente demolida, lo que convirtió este ataque en el más sangriento de los últimos meses desafiando las políticas del nuevo presidente somalí, Hassan Sheikh Mohamud, quien fue elegido a mediados de mayo y asumió el cargo a principios de agosto y que en su plan gubernamental tiene como principal estrategia desarmar la insurgencia, no sólo con métodos militares, sino establecer líneas de negociación con el grupo “solo cuando fuera el momento adecuado”.
El grupo, que fue expulsado de Mogadishu en 2011 por fuerzas de la Unión Africana, aunque se afincó en diversos puntos del interior del país, donde en muchas áreas se ha constituido prácticamente como un estado cobrando impuesto o el zakat (limosna), que todo creyente está obligado a dar, e impartiendo con rigor los preceptos de la sharia (ley islámica), resolviendo querellas sobre tierras o negocios, brindando servicios médicos, educativos y distribuyendo ayuda humanitaria, lo que le posibilita el reclutamiento de nuevos reclutas y donde se ha concentrado para incrementar su capacidad para realizar ataques mortales contra objetivos civiles y militares, como lo está demostrando en sus últimas acciones.
El asalto de los terroristas fue el primero que se realizó en la capital desde la llegada de Hassan Mohamud al Gobierno. Comenzando con lo que ya es acción clásica de al-Shabaab, lanzar uno o más autos cargados de explosivos contra la entrada principal, sorprendiendo a la guardia, a lo que le sigue de inmediato la irrupción de un grupo de combatientes disparando armas largas y lanzando granadas para ingresar al edificio y apoderarse de él.
Esta maniobra, a lo largo de los años de guerra integrista, ha sido ejecutada en una docena de oportunidades contra hoteles de la capital (Sahafi, Ambassador, Beach View, SYL, Dayah, Maka al-Mukarama, Safari, Weheliye, Elite, Afrik, Siyad) e incluso en Kenia en el Bisharo y el complejo DusitD2, además de consumar operaciones similares en varias bases militares del interior del país, las cuales, prácticamente siempre, resultan exitosas.
En este caso, según algunos testigos, tras la primera explosión -que se habría producido fuera del hotel- minutos después se produjo otra, preparada para sorprender a los primeros socorristas que llegaron para asistir a las víctimas de la primera detonación.
Tras conocerse la noticia de la toma del Hayat, muy frecuentado por legisladores, funcionarios del gobierno y jefes tribales de visita en la capital, las autoridades ordenaron el acordonamiento del área, iniciándose un tiroteo entre las fuerzas de seguridad y los atacantes que se extendió por unas 30 horas.
Tras la llegada del Grupo Alfa, una unidad de operaciones especiales de seguridad entrenada por militares norteamericanos, que consiguió ingresar a la planta baja del hotel, los terroristas se atrincheraron en los pisos superiores.
Aquel ataque había sido la respuesta de al-Shabbab al ataque aéreo estadounidense de principios de esa semana en el que murieron al menos 13 insurgentes, cerca de Teedaan en la región de Hirshabelle en el centro-sur del país, cuando la khatiba de los rigoristas atacaba una unidad de efectivos somalíes.
El presidente Joe Biden decidió en mayo último el retorno al conflicto somalí, revirtiendo la decisión de su predecesor Donald Trump de retirar la mayoría de los efectivos norteamericanos, y ordenó el envío de 450 comandos de fuerzas especiales para entrenar, asesorar y equipar a las fuerzas. Desde entonces Estados Unidos ha realizado varios ataques aéreos contra los militantes, con los que no consiguieron amedrentar a los terroristas, sino todo lo contrario, si esa hubiera sido la verdadera razón de Washington.
Con el comienzo de las operaciones norteamericanas al-Shabaab lanzó una serie de acciones que parecerían apuntar más que nada a dar fuertes señales de que su capacidad táctica y estratégica continúa incólume. Como el ataque en la frontera con Etiopía, para lo que lo que el grupo rigorista se había tomado un año y medio para planear su estrategia, en la que utilizó unos 1.200 de sus mejores combatientes, ingresando unos 150 kilómetros en territorio etíope y obligando a Addis Abeba a enviar unos 2.000 hombres (Ver: El desangre del Cuerno de África), lo que ha generado preocupación sobre el posible intento de expansión hacia el país vecino, envuelto en el cada vez más complejo y confuso conflicto de Tigray (Ver: Etiopía, el reinicio del fuego.).
Sin lugar para los débiles.
Desde su llegada al poder el presidente Mohamud intentó gestos de acercamiento hacia los fundamentalistas, nombrando a principios de agosto a Mukhtar Robow, cofundador y exportavoz de al-Shabaab formado militarmente en Afganistán, como ministro de asuntos religiosos. Robow renunció a la organización en 2013 y en 2017 denunció públicamente las características criminales de al-Shabaab tras el atentado suicida en pleno centro de Mogadiscio en el que murieron 600 civiles. La renuncia al terrorismo de Robow, por cuya cabeza se llegaron a ofrecer cinco millones de dólares norteamericanos, marcó un punto de inflexión entre los altos mandos de la organización, ya que él ha sido uno de los muy pocos líderes que han renunciado y diferenciado de la cúpula al-Shabaab. Aunque para muchos opositores del presidente Mohamud el nombramiento del antiguo líder terrorista, quien estuvo detenido desde 2018 hasta el momento de asumir el cargo, es una muestra de que al-Shabaab ya se ha infiltrado en el nuevo Gobierno. Mientras tanto los milicianos han calificado de apóstata a Robow, lo que significa que está apuntado en una lista de futuras víctimas de los terroristas.
La actual ofensiva terrorista, que amenaza la voluntad negociadora del nuevo Gobierno, obligó al presidente a anunciar pocos días después de la resolución del asalto al hotel Hayat una “guerra total” para exterminar a los terroristas. En una rueda de prensa señaló que tras completar el gabinete: “es el momento de centrarnos en al-Shabaab. Mi Gobierno está comprometido a eliminar al enemigo” cerrando con categórico: “Ustedes no tendrán que seguir llorando por más ataques”, sin especificar el momento del inicio de las operaciones militares, ya que en el comienzo de su anterior mandato (2012-2017) Mohamud había prometido lo mismo y dejó el cargo sin haber modificado un ápice la matriz terrorista.
Una tarea difícil si se tiene en cuenta la opinión del general Stephen Townsend, jefe del Comando Militar de Estados Unidos en África (AFRICOM): “Al-Shabaab sigue siendo el grupo más grande, poderoso y letal de todas las franquicias de al-Qaeda”, con el suficiente poder financiero para poder asistir a organizaciones hermanas en Yemen o el Sahel.
En el marco de su campaña de reposicionamiento postelecciones y con la llegada de las tropas norteamericanas, se conoció que el pasado sábado 2 un grupo de muyahidines asesinó a 21 personas tras una emboscada contra una columna de al menos ocho vehículos, que se movilizaban entre las localidades de Beledweyne y Maxaa, durante la noche del viernes al sábado en cercanías de la aldea de Afar Irdood, a 90 kilómetros de Beledweyne, la capital del estado de Hirshabelle en el centro de Somalia, incendiando los camiones cargados con alimentos de socorro y abriendo fuego contra los transportistas, además de atacar a los grupos de autodefensa de la región conocidos como Ma’awisley (en maay-maay, una de las lenguas más habladas del país, se podría traducir como “irregular”) que colaboran con el Ejército Nacional Somalia (ENS)
Además se han conocido denuncias de que en el Estado de Galgudud, en el centro del país, militantes destruyeron fuentes de agua potable y torres de telecomunicaciones, una táctica frecuente del grupo terrorista utilizada como castigo contra las comunidades sospechadas de colaborar con los takfiri (apóstatas). En el caso de Galgudud la cuestión es doblemente grave, ya que es una de las regiones más afectadas por la peor sequía que asola al Cuerno de África en los últimos 40, lo que involucra a cerca de ocho millones de personas y que ya ha obligado a desplazarse a más de un millón de personas y sumar 250.000 personas a la ya crónica lista de millones de personas afectadas por la “inseguridad alimentaria”. El hambre en Somalia, al igual que al-Shabaab, se ha convertido en ese rayo que no cesa.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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