En nuestro imaginario infantil los malvados piratas objeto de nuestras lecturas y de nuestros sueños solían estar privados de alguno de sus órganos: quien no era cojo y llevaba una pata de palo, estaba tuerto y se cubría el hueco del ojo con un parche (moda que en su día adoptó otro gran pirata contemporáneo, […]
Los bucaneros iniciaron sus aventuras de corsarios y filibusteros sacrificando reses que los españoles habían abandonado en alguna isla de las Antillas, secando su carne al sol o ahumándola en parrillas y luego vendiéndola a los barcos de paso. Imaginamos que lo que se dice hambre, hambre, no debieron de pasar. Posteriormente, del sector de las industrias cárnicas decidieron pasar al de las finanzas, y empezaron a asaltar los barcos de la flota española que regresaban a España cargados de oro y plata.
Los hubo famosos como Henry Morgan, pero quien sin duda se lleva la palma de la piratería fue Francis Drake, azote de las posesiones españolas en América, al servicio de la corona inglesa y de sus propios intereses, a quien la reina Isabel I le dio el título de sir, algo melindroso con el ron, que no gustándole puro le añadió hierbabuena, con lo que descubrió el mojito.
Pero, ¡oh sorpresa!, los piratas que asaltaron el atunero «Playa de Bakio» en las costas de Somalia, a decir de los tripulantes españoles que sufrieron durante varios días tan dura pesadilla, «estaban famélicos, eran pura piel y huesos». (El Pais, 27/04/2008).
Famélicos, estaban en los huesos y se les clareaba la piel…
¿Qué ha ocurrido para que en cuatro siglos más o menos los piratas presenten un aspecto tan lamentable? ¿Acaso sus patrocinadores (un bufete de abogados ingleses por lo que parece ser) no les dan suficiente soldada para que coman adecuadamente?
Posiblemente podamos encontrar otras explicaciones. Que fueran pobres diablos somalíes de los miles que en este maltrecho, o deshecho país, pasan hambre, mucha hambre, y que aceptasen sin muchos remilgos convertirse en piratas.
Hemos conocido con bastante detalle el desgraciado incidente de los marineros españoles en el Cuerno de África, pero apenas se nos ha explicado qué es lo que allí ocurre como para que se prodiguen con relativa asiduidad los actos de piratería.
¿No hay nadie que pueda impedir que se asalten a veleros que surcan los mares del Indico en viajes de placer? ¿No es posible controlar a quienes abordan barcos de pesca y ponen en grave peligro a sus tripulantes? ¿ No se puede detener a los intermediarios sufragistas londinenses que se enriquecen y mal alimentan a los corsarios autóctonos?. ¿No podría detenerse la pesca ilegal en aguas de Somalia, que según Ghanim Alnajjar, experto en derechos humanos de las Naciones Unidas, está esquilmando las costas de este país y que genera unos beneficios de 300 millones de dólares anuales? ¿Quién le pondrá el cascabel al gato, en este caso a sir Sam Jonah presidente de la Anglo Gold Ashanti, la mayor empresa aurífera de África, que se ha quedado con los derechos petroleros y mineros de uno de los Estados en que se ha dividido Somalia, el de Puntland? ¿Quien impedirá que Conoco, Amoco, Chevron y Phillips que tienen la concesión de los dos tercios de los campos petroleros de Somalia dejen a este país totalmente seco de su oro «negro»? ¿Quién evitará en el futuro nuevas intervenciones de las fuerzas especiales operativas de los EE UU en territorio somalí como las que se han dado en los últimos años en defensa de la seguridad mundial y de los intereses de sus multinacionales?
Parece ser que el problema de la piratería marítima puede estar en vías de solución ya que recientemente Francia, Estados Unidos y el Reino Unido quieren que el Consejo de Seguridad de la ONU les autorice a patrullar por las aguas territoriales del Cuerno de África, según ha revelado el embajador de Francia en este organismo.
Puede terminarse así con la actividad de los contrabandistas que se aprovechan de la inseguridad interesada de ese país de retales en que se ha convertido Somalia para traficar con la desesperación de miles de seres humanos que huyen de la guerra, del hambre y de la miseria hacia las costas de Yemen. Esa emigración de pateras que hace la travesía «clandestina» entre ambos países con su rosario de muertos diarios.
Las tres potencias occidentales deben haber escuchado a Ekber Menemencioglu director de ACNUR para Oriente Medio para unir sus esfuerzos en la lucha contra la piratería:
«Lo que está sucediendo en el Golfo de Adén equivale a asesinatos en el mar. A diferencia de Europa -donde la emigración es el tema del día-, parece que el Golfo de Aden está fuera del radar. Es una auténtica tragedia que la comunidad internacional y los gobiernos locales no hagan más para cambiar la situación y evitar que más gente muera o deje sus hogares impulsada por la desesperación».
La mayoría de los países africanos «normalizados» no poseen flotas de guerra, ni patrulleras que puedan vigilar sus costas. Mucho menos lo puede hacer un territorio, (ni el nombre del país nos atrevemos a pronunciar), como Somalia. ¿Pero hasta que punto será conveniente permitir que quienes tienen tan larga tradición en temas de piratería se les autorice a controlarla?