Desde la década de 1970, los contornos de la postura de América del Sur respecto a la cuestión palestina comenzaron a formarse en el marco de profundas transformaciones globales. Tras la crisis del petróleo de 1973, cuando Arabia Saudita decidió suspender sus suministros a Occidente tras el estallido de la guerra de Octubre entre Egipto y Siria por un lado e Israel por el otro, los países de América del Sur se encontraron ante una nueva realidad que redefinió sus relaciones con el mundo árabe y, en particular, con la causa palestina.
En esa etapa, la mayoría de las capitales del continente se alinearon, aunque simbólicamente, con la posición árabe en los foros internacionales y permitieron la apertura de oficinas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el marco de las misiones de la Liga Árabe, en un gesto que tuvo dimensiones más políticas que diplomáticas.
No obstante, esta postura adquirió un impulso sin precedentes a inicios del nuevo milenio, cuando el continente fue atravesado por la denominada “ola rosa”, con la llegada al poder de gobiernos de izquierda desde Venezuela hasta Brasil, Bolivia, Argentina y Chile, que elevaron consignas anticoloniales y antihegemonía estadounidense.
En el marco de estas transformaciones, Palestina dejó de ser una mera causa de solidaridad externa y se convirtió en espejo que refleja la identidad de la nueva izquierda en su lucha contra el imperialismo, y en un símbolo de justicia dentro de un discurso político que procura redefinir la relación del Sur con Occidente.
Esos años representaron el culmen de la solidaridad latinoamericana con Palestina; gobiernos significativos de izquierda adoptaron posturas más firmes en apoyo de los derechos palestinos, viéndolos como una continuación natural de la histórica lucha del continente contra la dependencia económica y política de Estados Unidos y sus aliados.
Sin embargo, este panorama comenzó a transformarse gradualmente hacia finales de la segunda década del siglo XXI, cuando corrientes populistas de derecha recuperaron la iniciativa en varias capitales importantes.
Con ese cambio, el mapa político latinoamericano se dividió con claridad entre dos símbolos contrapuestos: Palestina, que permaneció en el discurso de la izquierda como emblema de la resistencia y la justicia social; e Israel, adoptado por la derecha como modelo de seguridad, desarrollo y pertenencia al “mundo occidental”.
La izquierda latinoamericana: Palestina como causa de liberación universal
El alineamiento de la izquierda latinoamericana con Palestina no fue un mero gesto pasajero de simpatía política, sino una extensión profunda de raíces intelectuales e ideológicas que remiten al legado del continente en la resistencia al colonialismo.
Desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, desde Néstor y Cristina Kirchner en Argentina hasta Evo Morales en Bolivia y Michelle Bachelet en Chile, la ola de la “izquierda rosa” adoptó la causa palestina como símbolo de justicia internacional y como continuación natural de su discurso contra la hegemonía estadounidense e israelí.
En este contexto, el Foro de São Paulo, fundado por el presidente cubano Fidel Castro y el líder del Partido de los Trabajadores brasileño Lula da Silva en 1990 tras el colapso de la Unión Soviética, desempeñó un papel central en orientar el alineamiento político e intelectual de América del Sur y Central hacia Palestina.
El foro, que reúne a más de cien partidos y movimientos de izquierda de 27 países, constituyó una plataforma intelectual y organizativa para unificar el discurso antiimperialista y antihegemonía occidental, y convertir el apoyo a los pueblos sometidos a ocupación en parte de la identidad de la izquierda latinoamericana. Desde esa perspectiva, Palestina se transformó en una cuestión simbólica central en la agenda del foro, reflejando su compromiso histórico con la justicia y la liberación.
Esa orientación ideológica se tradujo en políticas concretas adoptadas por gobiernos surgidos de partidos afines al foro, desde Brasil y Argentina hasta Chile, Bolivia y Venezuela, que asumieron posturas firmes contra la ocupación israelí y elevaron la cuestión palestina en los foros internacionales.
Así, el apoyo a Palestina dejó de ser meramente humanitario y se convirtió en una visión y expresión política coherente con la identidad de la izquierda continental, que considera la lucha palestina como extensión de la larga batalla latinoamericana por la independencia y la soberanía. Algunos pensadores de la izquierda latinoamericana la han concebido como punta de lanza frente al imperialismo y el sionismo. La visión de la izquierda se sustenta en tres pilares principales:
Primero: el legado anti-colonial. La izquierda percibe la ocupación israelí como un ejemplo vivo de hegemonía imperial, análogo a lo que sufrieron los pueblos latinoamericanos bajo el colonialismo europeo y la dependencia económica respecto a Occidente.
Segundo: la alianza con el eje del Sur global. En las últimas dos décadas, los gobiernos de izquierda profundizaron alianzas con potencias como Irán, Rusia y China, actores que critican a Israel y apoyan políticamente y diplomáticamente a Palestina.
Tercero: la base popular de la izquierda. La izquierda latinoamericana se apoya en sindicatos, movimientos estudiantiles, organizaciones populares e iglesias progresistas que ven en Palestina un símbolo de lucha social y justicia, expresando la resistencia de los pueblos frente a las injusticias globales.
Estas posturas se tradujeron en medidas concretas: en Bolivia se rompieron relaciones con Israel en dos ocasiones (2009 y 2023); Nicolás Maduro describió a Israel como un Estado colonial que practica genocidio; y Lula da Silva desató una crisis diplomática con Israel al afirmar que lo que Israel hacía en Gaza era peor que lo que Hitler hizo con los judíos
La derecha latinoamericana: Israel como aliado del Occidente y de la modernidad
Por su parte, la derecha latinoamericana adoptó posturas de apoyo a Israel en distintos grados, sustentadas en motivos religiosos, de seguridad y económicos.
Con la llegada al poder de líderes de derecha como Jair Bolsonaro en Brasil, Mauricio Macri en Argentina y Sebastián Piñera en Chile, estos gobiernos redefinieron la política exterior sobre bases más próximas a Washington y Tel Aviv.
La alianza de la derecha continental con Israel no fue fortuita, sino resultado de cuatro pilares principales:
- Alianza con Occidente y Estados Unidos. La derecha latinoamericana se considera una extensión del Occidente liberal y ve la apertura hacia Israel como parte de su adhesión al “campo democrático” liderado por Washington. Esto se manifestó con claridad en Brasil, cuando Bolsonaro describió a Israel como modelo de seguridad y desarrollo y decidió trasladar la embajada brasileña a Jerusalén, en un gesto simbólico de significado ideológico.
- Influencia evangélica-religiosa. En países como Brasil, el ascenso de las iglesias evangélicas protestantes consolidó el sionismo cristiano (los nuevos evangélicos), que considera un deber religioso apoyar a Israel.
- Pragmatismo económico y tecnológico. Israel representa un socio atractivo en áreas como tecnología agrícola, ciberseguridad y energías renovables, sectores clave en la agenda de los gobiernos neoliberales.
- Narrativa de seguridad global y demonización de la izquierda. La derecha adopta un discurso importado de medios conservadores estadounidenses que encuadran la cuestión palestina en la lucha contra el terrorismo islámico, presentando a Israel como aliado frente al extremismo.
En definitiva, lo que cambia en América del Sur no es tanto la conciencia popular como el humor del poder y los equilibrios de gobierno. La simpatía popular por los palestinos permanece estable y profundamente arraigada en la memoria colectiva de los pueblos del continente, que ven en la experiencia palestina un reflejo de su larga historia de colonialismo y represión. Ese apoyo popular es notable en países como Chile, que alberga la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe, y en Brasil y Argentina, donde la mayoría continúa percibiendo a Israel como una potencia ocupante incluso bajo gobiernos de derecha.
No obstante, ese consenso popular no siempre se traduce en políticas oficiales, porque la variable decisiva es quién detenta el poder. Cuando gobierna la izquierda, Palestina vuelve al centro del discurso diplomático como emblema de la lucha contra el imperialismo, como hicieron Morales, Lula, Maduro y Kirchner. Los gobiernos de izquierda actúan ofreciendo un apoyo político claro en los foros internacionales y defendiendo los derechos palestinos como extensión de su proyecto ético e histórico.
Cuando asciende la derecha, la orientación cambia rápidamente. Los gobiernos de derecha priorizan la alianza con Washington y Tel Aviv como socios en inversión, seguridad y desarrollo, relegando a Palestina a un plano secundario o adoptando posturas abiertamente favorables a Israel, como ocurrió bajo Bolsonaro, Milei y Piñera.
Así, la posición de Palestina en América del Sur queda supeditada al ciclo electoral: con la izquierda aumenta el tono de apoyo; con la derecha disminuye en favor de cálculos estratégicos y económicos. Lo esencial es que esa oscilación no refleja un cambio en los valores de la sociedad, sino una trasformación en la identidad de las élites gobernantes. La cuestión palestina no es una cuestión geopolítica inmutable en el continente, sino un signo ideológico: la izquierda la alza como bandera de resistencia, mientras la derecha la deja de lado para evitar confrontaciones con ejes de poder internacionales.
En conclusión, en América del Sur, Palestina no pierde a los pueblos sino a los gobiernos; la opinión pública permanece —hasta ahora— profundamente alineada con ella, a la espera de alguien que traduzca esa inclinación en una política de Estado.
Palestina como espejo de la identidad sudamericana
La división en torno a Palestina en América del Sur trasciende los límites de la política exterior tradicional y se convierte en expresión de un conflicto más profundo sobre la identidad del continente y su lugar en el sistema internacional. La cuestión palestina dejó de ser un asunto exclusivo del Medio Oriente y se transformó en símbolo utilizado por las fuerzas políticas del continente para definir su dirección: ¿permanecer como parte del Sur global antihegemonía o alinearse con el orden liberal occidental liderado por Estados Unidos?
- Conflicto sobre la identidad política. La posición respecto a Palestina refleja la filiación intelectual de cada corriente: la izquierda la considera una causa de liberación y continuación de la historia del continente en la resistencia al imperialismo; la derecha la aborda desde la óptica de alianzas de seguridad y económicas y ve en Israel un modelo de desarrollo y capacidad militar.
- Retroceso del centro. La desaparición de partidos de centro ha creado un escenario fuertemente polarizado: una izquierda internacionalista que defiende a Palestina como causa humanitaria y ética, y una derecha que vincula sus intereses con Israel como socio fiable en seguridad y economía. De este modo, el continente ha perdido la zona gris que antes mitigaba la polarización.
- El peso estadounidense. La creciente influencia de Washington en gobiernos de derecha, mediante acuerdos de seguridad y comerciales, convirtió la relación con Israel en un indicador de alineación con las políticas estadounidenses. Como resultado, la posición respecto a Palestina pasó a formar parte de la ecuación de lealtad política en la región.
- Influencia de los medios y la religión. Los medios de derecha y las corrientes evangélicas promueven a Israel como “bastión de la civilización cristiana”, mientras que los medios de izquierda, los sindicatos y los movimientos de solidaridad presentan a Palestina como símbolo de resistencia contra el capitalismo global. Así, el discurso mediático y religioso se convierte en una de las principales fuentes que moldean la opinión pública sobre la cuestión.
De este modo, Palestina dejó de ser un expediente exterior pasajero para convertirse en un espejo que revela la profunda división sobre la identidad y las opciones estratégicas del continente.
Recomendaciones: cómo recuperar presencia en América del Sur
A la luz de las rápidas transformaciones políticas en América del Sur, donde la postura hacia Palestina oscila entre mareas solidarias de izquierda e islotes pragmáticos de derecha, surge la necesidad urgente de revisar de forma integral el enfoque palestino en la gestión de las relaciones con las fuerzas emergentes de la región.
El apoyo latinoamericano ya no se basa únicamente en la ideología, como en las décadas del “solidarismo internacional”; hoy está condicionado por consideraciones de seguridad, estabilidad y desarrollo.
De ello se derivan una serie de recomendaciones prácticas que pueden constituir una hoja de ruta para la política palestina en el continente:
1. Redefinir el discurso palestino para intersectar con los intereses de la derecha
Los partidos de derecha en América del Sur se mueven por un pragmatismo que privilegia resultados tangibles sobre lemas ideológicos. Por ello, el discurso palestino debe reformularse para presentar la causa como una cuestión de estabilidad y desarrollo, no meramente como un conflicto religioso o político. Debe pasarse del discurso de victimización a un discurso de asociación, que puede ser la vía más eficaz para construir puentes con los nuevos gobiernos de derecha, re-presentando a Palestina en la conciencia derechista como:
- un factor de estabilidad regional influyente en la ecuación de seguridad global;
- un ejemplo de lucha por la justicia y la dignidad humana, valores que se cruzan con lo que promueve cierta derecha democrática en el continente;
- un socio económico potencial en áreas como la agricultura, las tecnologías verdes y la educación.
2. Diplomacia pragmática multicanal
La derecha latinoamericana no es un bloque monolítico; varía entre el evangelismo conservador en Brasil y el liberalismo económico en Argentina y Chile. Esta diversidad exige que la diplomacia palestina diseñe planes de comunicación adaptados a cada tipo político, mediante:
- la apertura de canales de contacto con centros de pensamiento y económicos próximos a los círculos de la derecha;
- el fortalecimiento de la presencia de portavoces palestinos especializados en economía, seguridad y desarrollo;
- la construcción de relaciones paralelas fuera del marco gubernamental formal, en particular con empresarios y medios conservadores capaces de influir en la opinión pública.
3. Activar el poder blando palestino
A pesar de la creciente influencia israelí en tecnología y medios, Palestina posee un capital cultural y humano profundamente arraigado en la conciencia popular latinoamericana que puede ser eficazmente aprovechado. Las acciones posibles incluyen:
Reforzar la cooperación académica y cultural mediante la creación de centros de investigación, programas de intercambio universitario y la traducción de la literatura palestina al español y al portugués;
Destacar la dimensión cristiana palestina, especialmente en Jerusalén y Belén, para activar un lenguaje emocional eficaz ante la opinión pública cristiana conservadora;
Invertir en producción mediática y artística, documentales cortos y programas humanitarios que muestren la experiencia cotidiana palestina, alejándose del discurso político tradicional.
4. Ampliar alianzas a través de la sociedad civil
Incluso con la alternancia de gobiernos, la sociedad civil en América Latina suele ser más estable e influyente que las instituciones políticas. Por tanto, los palestinos pueden construir redes de solidaridad duraderas mediante:
- el apoyo a organizaciones de amistad palestino-latinoamericanas dentro de sindicatos y universidades;
- la creación de vínculos profesionales conjuntos (médicos, ingenieros, periodistas) para el intercambio de experiencias con contrapartes palestinas;
- la inversión en una nueva generación de activistas conservadores que actúen como puente natural hacia gobiernos de derecha.
5. Desvincular la admiración de la derecha por Israel
La admiración de la derecha latinoamericana por Israel proviene de su imagen de éxito y seguridad, no de animadversión hacia árabes o el Islam. En consecuencia, el discurso palestino debe neutralizar esa admiración mediante una narrativa profesional y realista que muestre que la ocupación no garantiza seguridad sino que constituye un obstáculo para el desarrollo y la estabilidad regional.
Se recomienda que la comunicación palestina se centre en:
- vincular la paz justa con la “seguridad sostenible”, una idea central en el pensamiento pragmático de parte de la derecha;
- utilizar plataformas mediáticas conservadoras para transmitir una voz palestina serena y persuasiva, alejada del tono propagandístico o acusatorio.
6. Diversificar las herramientas diplomáticas
Para fortalecer la presencia palestina en el escenario latinoamericano, es necesario ir más allá de la diplomacia oficial y adoptar marcos más amplios y flexibles, mediante:
- la ampliación del diálogo parlamentario con legisladores de derecha sensibles a la cuestión;
- la inversión en relaciones locales y municipales, en lugar de limitarse a los gobiernos centrales;
- el lanzamiento de proyectos simbólicos conjuntos en áreas como la agricultura o la salud bajo la rúbrica “Alianza Palestina–Latinoamérica”, que consoliden lazos de campo duraderos que trasciendan la alternancia administrativa.
7. Convertir a las diásporas palestinas en un brazo diplomático paralelo
Las comunidades palestinas en América del Sur constituyen uno de los recursos estratégicos más importantes para la diplomacia palestina. Estas diásporas disponen de elementos de poder difíciles de hallar en otras regiones: influencia económica significativa, legitimidad social derivada de su integración histórica en las sociedades del continente, redes que se extienden al mundo empresarial, político, a las iglesias y a las municipalidades, así como el pleno dominio de las lenguas y culturas locales. Estos atributos les permiten influir eficazmente en la formación de posiciones dentro de la derecha latinoamericana, que a menudo se muestra más sensible a argumentos prácticos y económicos que a consigas políticas tradicionales.
Por ello, se recomienda organizar institucional y profesionalmente este papel a través de la oficina de asuntos de emigrantes y las federaciones palestinas en el continente, en particular la Confederación Palestina de América Latina y el Caribe (COPLAC), para habilitar a las diásporas a actuar como mediadoras eficaces entre Palestina y los tomadores de decisiones en América del Sur. Cuando su capacidad económica sea activada, su presencia social aprovechada y sus redes de influencia orientadas a objetivos claros, las diásporas podrán convertirse en un canal de presión suave que preserve la presencia de la cuestión palestina en la agenda política latinoamericana, independientemente del partido en el gobierno. Así, las diásporas se transforman de un apoyo moral en una herramienta estratégica capaz de consolidar la presencia palestina y proteger sus intereses en una región donde las posiciones gubernamentales fluctúan según los ciclos electorales.
Conclusión
La división latinoamericana en torno a Palestina no es simplemente una discrepancia diplomática, sino el reflejo de un conflicto más profundo sobre la identidad del continente y su papel en el mundo.
Entre una izquierda que ve en Palestina la continuación de la lucha de liberación frente a la hegemonía y una derecha que considera a Israel como la puerta de acceso al mundo occidental, este debate configura un enfrentamiento intelectual que replantea la posición de América del Sur en el nuevo orden internacional:
¿Se mantendrá el continente como la voz resistente del Sur o se transformará en un socio subordinado del bloque occidental?
El éxito palestino en este contexto no dependerá únicamente de una postura moral o simbólica, sino de una diplomacia estratégica inteligente que reúna discurso humanitario, alianzas económicas y poder blando cultural, para asegurar que Palestina permanezca como un socio visible e influyente en un continente donde los vientos políticos cambian con rapidez.
De este modo, Palestina se consolida en la conciencia latinoamericana como símbolo de resistencia y justicia, y al mismo tiempo como un socio real para la seguridad y el desarrollo, capaz de afrontar los desafíos futuros y de convertir la división continental en una oportunidad para reforzar su presencia diplomática, política y cultural en América del Sur.
Dr. Rasem Bisharat, Doctor en Estudios de Asia Occidental y especialista en asuntos latinoamericanos
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