En un ensayo de James Traub publicado en «The New York Times Magazine»(1), exactamente un año ante de las elecciones que llevaron a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, puede leerse una entrevista realizada a Joseph S. Nye, un profesor de Harvard considerado, según encuesta del 2005, como uno de los diez académicos norteamericanos más influyentes en el área de las relaciones internacionales. Nye también ocupó altos cargos en las administraciones de Carter y Clinton, y es el creador de las «teorías del poder suave e inteligente», corceles de batalla de la administración Obama y panacea universal para resolver los problemas de Estados Unidos en sus relaciones con el resto del mundo, según se ha conocido.
Aquellas declaraciones de Joseph Nye arrojan luz sobre lo que podrá esperarse de una presidencia, como la actual, al identificar la filosofía política que yace tras los exitosos discursos y las declaraciones de un político como Barack Obama, mesurado, inteligente, lúcido a la hora de entender y saber usar la fuerza de las ideas y los símbolos para defender y promover los intereses de su país. «Obama como presidente–declaró entonces Nye– podrá hacer más por el soft power de los Estados Unidos en el mundo, que lo que hayamos podido hacer antes… Sentimos que él puede ayudarnos a transformar la manera en que los Estados Unidos tratan con el mundo.»(2)
Con toda franqueza, a nadie preocuparía la sintonía de las ideas de Nye con las de Barack Obama, siempre que estas no simplifiquen el análisis de las complejidades del mundo contemporáneo, ni caigan en la tentación de intentar resolver los problemas globales mediante misiles inteligentes, cárceles secretas y guerras preventivas, tan del gusto del clan neoconservador que dominó las decisiones de la administración saliente. Pero en la biografía del propio Nye aparecen dos renglones que obligan a la reflexión, y que hacen que nos detengamos a hurgar en las entretelas y los significados de dicha coincidencia: Nye no solo ha sido un exitoso profesor universitario y una destacada figura pública de dos gobiernos demócratas, sino también es el actual vicepresidente norteamericano de la Comisión Trilateral, un grupo privado, sumamente influyente, que une a empresarios de su país, Canadá y Europa, fundado en 1947 por Nelson Rockefeller, casualmente, el mismo año en que se considera dio inicio la Guerra Fría. Y por si fuera poco, también lo es del Grupo Bilderberg, una elite de 130 empresarios, políticos y dueños de grandes medios de comunicación de todo el mundo, que se reúne cada año en secreto, para determinar estrategias comunes ante los problemas del planeta.
Y es aquí, llegado a este punto, donde no se por qué viene a mi mente aquel prudente consejo de Don Quijote a su escudero: «Cuidado, Sancho, que con la Iglesia hemos topado». ¿ Acaso no es motivo de preocupación que detrás del adalid del «cambio» esté una teoría diseñada por uno de los adalides de la conservación de los privilegios, las enormes ganancias, y la hegemonía de un puñado de naciones y empresas sobre el resto del mundo, precisamente mucho de lo que se nos ha hecho entender que debe ser cambiado? Al parecer, y como se dice en el argot callejero cubano, «la lista no juega con el billete».
En una entrevista para Deep Journal realizada por el periodista holandés Daan de Wit al escritor norteamericano Webster Tarpley, autor del libro «Obama, the Postmodern Coup, The Making of the Manchurian Candidate», se ofrece un interesante análisis acerca del entorno ideológico del actual presidente, y su alegada supeditación a figuras como Joseph Nye, Zbigniew Brzezinski y George Soros, todos vinculados a poderosos círculos preocupados por los retrocesos en el liderazgo global norteamericano, y defensores de un replanteamiento radical en los métodos de política interior y exterior de la nación, precisamente, para poder ejercer tal liderazgo en las nuevas condiciones de nuestra época. Una de las afirmaciones recurrentes de estas figuras, cuyos ecos atenuados por la cautela electoral se pueden rastrear en los discursos de Obama, es que no se necesitan invasiones militares, sino retos ideológicos, guerras culturales y una vigorosa diplomacia pública para devolver a Estados Unidos, y al capitalismo, en general, su lozanía perdida durantes los últimos años, reinstalándolo en el imaginario global como el paladín de la libertad y la democracia, y el sistema capaz de garantizar la mayor suma de felicidad a los seres humanos. Se trata, en resumen, no de tocar las esencias, rectificar errores o evitar injusticias, sino de un vulgar asunto de imagen y relaciones públicas; no de transformar la realidad, apenas la percepción que de ella tienen los seres humanos del planeta.
Cuando Obama declaró a James Traub que las figuras de la política exterior norteamericana que más admiraba eran George C. Marshall, Dean Acheson y George F. Kennan,…»por la manera en que habían resuelto los problemas, escogiendo siempre otras herramientas diferentes a las militares, que son muy costosas…»(3), estaba reconociendo, de hecho, su pertenencia a la llamada escuela realista y pragmática de la política exterior de su país, a la cual pertenecen, precisamente, los personajes citados. Obama lo subrayó también al reconocer que respetaba también al grupo que había delineado la política exterior de los Estados Unidos durante el mandato de Bush Sr., especialmente, a Colin Powell y Brent Scowcroft, este último, uno de los consejeros del Centro para estudios estratégicos e internacionales (CSIS), el tanque pensante de Washington, del cual son también consejeros Brzezinski, Carla Hill, Henry Kissinger, Sam Nunn y Richard Fairbanks, mientras que Richard Armitage, quien fuera segundo de Powell, y Joseph S. Nye, forman parte de su junta de gobernadores.
El 8 de febrero del 2008, bajo los auspicios del CSIS, Bill Richardson, gobernador del Estado de New México, y uno de los inicialmente propuestos por Obama para ocupar una secretaría en su gabinete, impartió una conferencia cuyo título era sumamente elocuente: «The New Realism and the Rebirth of American Leadership», sin dudas, un síntoma de los tiempos que corren y de los aires renovados que se esperan de la nueva administración. En Australia, del otro lado del mundo, Francis Fukuyama, uno de los primeros firmantes del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, que fue la plataforma neoconservadora de la presidencia de George W. Bush, marcaba distancia del naufragio que ayudó a consumar, declarando, en la misma cuerda que Richardson:
«Yo me percaté de que muchos de mis amigos (neoconservadores) dependían demasiado de sus ideas del hard power, como medio para provocar cambios políticos en el mundo, pero los actuales conflictos son muy complicados y solo el poder militar convencional no podrá poner de su lado a otros pueblos… Debemos usar más el soft power para promover los intereses de los Estados Unidos…» (4)
El nuevo rostro, y la renovada vocación cultural que intenta encarnar la administración de Barack Obama es el que la historia le ha impuesto. Bajo el look, glamoroso y renacido de la primavera que se nos promete, no es difícil adivinar las terribles cicatrices de la guerra de Irak, los desastres del hambre, las enfermedades y la miseria en que se debaten millones de seres humanos del planeta, y que el capitalismo no ha logrado erradicar. Las teorías y las eventuales prácticas del Soft y el Smart Power, su proclamada intención de invertir en escuelas, hospitales, desarrollo sostenible para todos, nuevos centros culturales estadounidense por el mundo, más programas de intercambio, mayores flujos de información, acceso a las tecnologías, comercio más justo y respeto a las diferencias, en caso de aplicarse, serían, sin dudas, un paso de avance con respecto a las teorías y las prácticas francamente imperialistas de los neoconservadores. Pero con toda lógica surge una pregunta decisiva: las políticas del New Realism, ¿están realmente destinadas a cambiar las bases profundas, las raíces del actual sistema imperialista global o se trata, apenas, de darle un nuevo aire y otra imagen forzadas por los descomunales y peligrosos errores de la administración Bush?
Al menos, en el terreno cultural, no se vislumbra un cambio radical en la orientación de las políticas en marcha. Sobre el tapete no está la promoción de una cultura democrática, plural, participativa, para hacer mejores a los seres humanos del planeta. Ni siquiera se discute cómo los ciudadanos norteamericanos podrán acceder a los productos culturales de las demás naciones del resto de los pueblos del mundo. De lo que se habla es acerca de qué mecanismos más eficientes y casi invisibles utilizar para retomar el control de los flujos de las culturas y las ideas, dirigiéndolas del centro a la periferia, con el objetivo declarado de transformar la percepción que el mundo tiene de los Estados Unidos. Y cuando la cultura se utiliza de esta manera, no es de extrañar que lo que se quiera realmente ocultar detrás de ella, sean los mecanismos de coerción y penetración no culturales, esencialmente económicos, políticos y militares.
En este cambio generacional que está teniendo lugar en la política estadounidense, mientras parten cabizbajos los viejos neoconservadores llevándose consigo, en procesión luctuosa, el cadáver del reaganismo y el bushismo, quienes llegan para relevarlos están convencidos de que la cultura es hoy la expresión concentrada de la economía y la guerra por otros medios, a saber, suaves, blandos e inteligentes.
Y si apareciese algún optimista a ultranza, si alguien creyese que Obama es la nueva encarnación del Mesías y que su tarea es arrojar a latigazos a los mercaderes del templo de la nación y restaurar sus virtudes primigenias, lo invito a que analice la ruta del dinero invertido en la campaña electoral, y comprobará la manera en que el sistema invierte, con absoluta cabeza fría, si de la autoconservación se trata:
-Obama recaudó más del doble de lo logrado por los otros candidatos. Vale la pena recordar que en Ligas Mayores, lo que decide no es el modesto aporte de los ciudadanos humildes, sino el dinero de los grandes donantes, que, claro está, no se mueven por filantropía ni idealismos, sino por sus intereses.
-Los mayores donantes de esta contienda fueron las grandes corporaciones, al estilo de J.P. Morgan Chase, Goldman Sachs y Citigroup.
– Por primera vez en muchos años, Wall Street invirtió en los candidatos demócratas. También lo hicieron las grandes firmas legales.
No creo que Vikrat Pandit, el actual presidente de Citigroup, ese monstruo financiero presente en más de cien países, y que compró en el 2007 el fondo de inversiones Old Lane Partners por 800 millones USD, de los cuales fueron a parar a su cuenta particular más de 165 millones, tenga los mismos ideales y esperanzas de cambio que el resto de los mortales del planeta, esos que suspiraron de alivio al darse a conocer la victoria de Barack Obama.
Pero pensándolo bien, ¿acaso es difícil imaginar al Sr. Pandit también suspirando aliviado al filo de la medianoche de aquel ya histórico 4 de noviembre? En su caso, claro, está, un suave suspiro, como suaves son las políticas que se han encargado aplicar al flamante presidente.
Elíades Acosta Matos, escritor y ensayista cubano. Ha publicado numerosos ensayos y libros entre estos últimos destacamos Apocalipsis según San George, De Valencia a Bagdag y en la Feria del Libro de La Habana 2009 será presentado su último libro titulado El imperialismo del siglo 21: las guerras culturales. Acosta fue jefe del Departamento de Cultura del Comité central del Partido Comunista de Cuba.
[1] James Traub: «Is (His) Biography (Our) Destiny?» The New York Times Magazine, 4 de noviembre del 2007.
[2] Idem
[3] Idem
[4]Eleanor Hall: «The World Today: Fukuyama Backs Obama for US Presidency», 27 de mayo del 2008 (http: \www.abc.net.au)