Traducido para Rebelión por Loles Oliván
El dirigente libio Muamar Gadafi se debe ir. Pero es esencial que su caída se produzca a manos del pueblo libio y no como resultado de la intervención militar occidental en el país.
La intervención occidental en el país trae a la memoria imágenes de la destrucción de Iraq y revive los recuerdos del pasado colonial de la región. Además, empaña el espíritu de las revoluciones que se están extendiendo por todo el mundo árabe pues éstas están dirigidas no sólo a acabar con los dictadores sino a establecer gobiernos árabes libres. Y no es a través de la interferencia occidental como se pueden establecer gobiernos árabes libres.
Ningún gobierno es libre si en sus inicios depende de potencias externas -potencias que en el caso libio tienen sus ojos sobre la riqueza petrolera del país y están motivadas por intereses geopolíticos.
Es cierto que la intervención militar occidental se produjo por la represión criminal de Gadafi contra su propio pueblo. Pero es también el resultado del fracaso del mundo árabe para proteger a los pueblos de la región de dictadores despiadados y gobernantes autoritarios e interesados.
Además, el bombardeo que hemos visto es una manifestación de la debilidad de Naciones Unidas -un organismo que ha permitido que sean los intereses de las grandes potencias los que definan la naturaleza y el orden del día de la intervención actual. El pueblo libio necesitaba y sigue necesitando protección. Sin embargo, el estado actual de Naciones Unidos permite a países como Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia utilizar cínicamente «el mandato de proteger» a fin de preservar y ampliar sus propios intereses.
El ejemplo de Iraq
La intervención occidental es vista por muchas personas en la región con el prisma de la guerra de Iraq y de sus desastrosas consecuencias. El Estado de Iraq -invadido, ocupado, desmantelado en su estructura estatal para abrir paso a un sistema predominantemente sectario y con su riqueza saqueada por empresas petroleras internacionales y por la elite dominante- no es un recuerdo para los pueblos del mundo árabe sino una realidad cotidiana.
Iraq y Afganistán han demostrado que las bombas inteligentes de Occidente hieren y matan civiles, lo que hace al pueblo libio vulnerable a los ataques de ambos lados. Pero mientras que los muertos por las fuerzas leales a Gadafi son considerados víctimas, los muertos por las bombas occidentales serán descritos, como mucho, como daños colaterales, un coste necesario de la guerra.
Asimismo, no hay garantías de que Occidente respetará la soberanía de Libia una vez que el régimen haya sido derrocado, lo que significaría que el pueblo libio podría librar al país de un dictador sólo para hallarse bajo la dominación extranjera. Esta es una región donde el pasado colonial no está consignado en los libros de Historia sino donde las historias y las canciones sobre el sufrimiento por el colonialismo y la heroica resistencia en su contra forman parte viva de nuestra cultura.
Los hijos de Omar al-Mujtar
Es natural que los libios y por extensión, los árabes, invoquen la imagen del dirigente revolucionario libio Omar al-Mujtar en sus protestas. Al-Mujtar, que encabezó la lucha libia contra el colonialismo, sigue siendo un poderoso símbolo de la lucha por la libertad.
Y para los libios que se alzan hoy contra la tiranía de un líder que durante 42 años ha silenciado a sus enemigos en nombre de una particular reivindicación de la revolución, el combate por un gobierno democrático forma parte integral de una lucha más amplia por la libertad.
Resulta muy penoso ver a los hijos de Omar al-Mujtar atrapados entre la brutalidad de un dictador delirante y la codicia de los gobiernos occidentales. Marca un momento preocupante y difícil en la historia árabe: los árabes están viendo cómo el pueblo libio está siendo masacrado por un líder lunático y cómo crece cada vez más la dependencia hacia una ayuda occidental que podría ser el preludio de la dominación.
Es una situación que despierta sentimientos encontrados: las revoluciones árabes han habilitado al pueblo para que crea en su capacidad de construir un futuro libre pero la lucha libia ha puesto de relieve las limitaciones del poder del pueblo cuando se enfrentan a una máquina de matar desmedida.
Al contrario que en Egipto, donde existen estructuras estatales, Gadafi había prosperado impidiendo la construcción de verdaderas instituciones estatales, transformando así Libia en su propia hacienda.
El éxito de las revoluciones de Egipto y Túnez debería proporcionar apoyo y un grado de protección a la revolución libia. Sin embargo, ambas revoluciones siguen estando en peligro si las fuerzas contrarrevolucionarias se siguen resistiendo a los cambios necesarios para que se formen gobiernos libres y responsables.
En cuanto al resto del mundo árabe, está en gran parte regido por gobernantes autoritarios demasiado ocupados tratando de contener el despertar revolucionario de sus propios ciudadanos como para tomar medidas independientes de Occidente en apoyo del pueblo libio.
Las experiencias pasadas nos han demostrado que incluso cuando los países árabes participan en una intervención occidental, como en Iraq, terminan siendo simplemente peones o en el mejor de los casos, seguidores subordinados de una agenda occidental.
En las dos intervenciones que se están produciendo en la actualidad -la de Bahréin y la de Libia- dominan agendas occidentales a pesar de las aparentes diferencias; la primera intervención es en apoyo del gobierno y la segunda, supuestamente, en apoyo del pueblo.
Del empoderamiento a la impotencia
La profunda sospecha entorno a las motivaciones y los objetivos occidentales no es simplemente una reacción automática a la política de Occidente. La inacción occidental frente a la agresión israelí es un importante punto de referencia para la evaluación de los árabes que no puede ser desestimado o simplemente ignorado.
Las intervenciones humanitarias de Occidente se ven a menudo en el contexto de los intereses occidentales que en buena medida contradicen los intereses de los pueblos de la región.
Estados Unidos únicamente respaldó los levantamientos de Túnez y Egipto cuando se hizo evidente que el pueblo estaba ganando y entonces fue el momento en que Occidente trató de congraciarse con los que iban a ser los nuevos gobernantes. Es más, la política occidental, pero más específicamente la estadounidense, ha tratado desde entonces de configurar los futuros gobiernos de ambos países de modo que sirva a los intereses occidentales.
Los pueblos de la región están ansiosos por independizarse de los dictados de Occidente y por el establecimiento de gobiernos que no dependan en gran medida de aquél. La situación que se desarrolla en Libia amenaza tales aspiraciones.
El peligro que afecta al pueblo libio ha abierto la puerta a la intervención occidental lo que ha devuelto un sentimiento de impotencia al pueblo árabe justo cuando había empezado a sentirse capaz de tomar el control de su propio destino.
Para aquellos de la región que apoyan la intervención como el menor de dos males, existe la convicción de que los crímenes de Gadafi no tendrán límite. Pero es difícil desembarazarse de la sensación premonitoria que acompaña a la intervención occidental. La esperanza para ponerle límites reside ahora en que continúen las revoluciones árabes y en que se mantenga la presión popular sobre los gobiernos. Las voces de los pueblos de la región deben ser escuchadas para garantizar que no habrá un sometimiento a la dominación occidental.
Los árabes deben estar preparados para apoyar a los hijos de Omar al-Mujtar -no sólo en el derrocamiento de un dictador, sino para garantizar que no sean ellos quienes paguen el precio de la intervención occidental. No se debe convertir a Libia en otro Estado fallido ni dejar que sucumba ante una nueva forma de colonialismo. Para asegurarlo, las revoluciones árabes en otras partes deben continuar y triunfar.
Fuente: http://english.aljazeera.net/