Aquel poder que se sostiene sólo en la fuerza tiene los días contados. El poder, tanto o más que en la fuerza, reside en la información. «Aquellos que cuentan» son precisamente aquellos que saben. Son aquellos que tienen información privilegiada muchos años antes que los demás, décadas incluso. Son aquellos que, en el caso del […]
Aquel poder que se sostiene sólo en la fuerza tiene los días contados. El poder, tanto o más que en la fuerza, reside en la información. «Aquellos que cuentan» son precisamente aquellos que saben.
Son aquellos que tienen información privilegiada muchos años antes que los demás, décadas incluso. Son aquellos que, en el caso del Congo, mediante tecnologías punta y redes mafiosas de compra de influencia y personas, conocen qué tesoros se esconden en sus entrañas. Son aquellos que, mediante poderosos servicios de información, saben qué tipo de campañas y operaciones encubiertas deben realizarse para hacerse con ellos. Son aquellos que saben cómo engañar al mundo, elaborando una «doctrina oficial». Son aquellos que saben que para convertirla en pensamiento único necesitan de la casta de los propagandistas. Ellos son el importante e imprescindible eslabón intermedio para lograr el silencio de la gran masa de los buenos. Silencio que para Luther King era el mayor de los males. Mayor aún que la maldad de aquellos pocos que cuentan.
«El sujeto supuesto saber» Los propagandistas están entre las elites de la política, de la diplomacia, de la información, de los derechos humanos, de la cultura… Los sujetos que forman estas elites son aquellos a los que Lacan llama el «sujeto supuesto saber». La información es tan poderosa que sólo con suponer que existe, las gentes ya quedan predispuestas y sumisas. «Lo han dicho en televisión», «sale en El País»… Lo importante no es el mensaje sino la autoridad que depositan en el mensajero. Estas elites son las que toman decisiones, las que crean opinión. Hay en ellas muchos buenos y hasta extraordinarios profesionales, pero por desgracia también están los propagandistas, muchos, demasiados.
La autosuficiencia de los mediocres Hay dos categorías de propagandistas. Están aquellos que aceptan ser comprados. Pero también están los otros: aquellos que nunca se salen de lo políticamente correcto, de los cómodos consensos sociales. Estos sí son peligrosos, porque son multitud, porque creen saber, porque su privilegiada posición les hace sentirse seguros y autosuficientes, porque las gentes creen realmente que ellos son los que saben, porque ¿cómo no va a ser verdad lo que dicen 10.000 expertos? Son una subcasta especial dentro de la de la casta de los que saben, auque en realidad no saben nada. Y les salen baratos a los promotores de la versión oficial. Trabajan para ellos sin tan sólo ser conscientes de estar en nómina. Posiblemente en ningún conflicto como en éste han caído tantos de ellos en la red de una hábil propaganda.
Los que no saben, hablan Son especialistas en repetir como loros lo que dictan las grandes agencias. Son expertos en el arte de seleccionar, copiar y pegar. Son aquellos que, a veces, para demostrar que son periodistas de investigación, añaden algo de su propia cosecha. Siempre sin salirse del marco de lo políticamente correcto. O incluso siendo más papistas que el papa: ensalzando a los agresores criminales. Queda bien. Como Jonh Carlin refiriéndose a Kagame: «es de una generosidad que ni el propio Jesucristo habría podido imaginar». El mismo Kagame al que, sin embargo, los que realmente se esfuerzan en saber, califican como «el mayor criminal en activo». O rematando a las víctimas. Como hacen otras/os insignes periodistas de cuestiones internacionales. Pues la doctrina oficial dice que esas víctimas son los culpables, o como mínimo los corresponsables. Pero, a los otros corresponsables, a los protegidos de los grandes de nuestro mundo, mejor no tocarlos. Estos expertos disponen de páginas y páginas en los más importantes medios. Qué curioso. Algunos han pasado días o quizá semanas «sobre el terreno» y ya son incuestionables. Otros hasta han recibido premios a su magnífica labor profesional. Pero no se dan cuenta de que, en expresión del colectivo SOS-Ruanda-Burundi: «Se han convertido en vulgares distribuidores de una mentira tan dañina como la peor droga». Me he encontrado muchos de ellos en estos años. Auque hace ya un tiempo que ha empezado su extinción.
Los sorprendentes mecanismos de la «información» Ya a finales de 1996 y comienzos de 1997, en el mismo momento en que Kagame y sus asesinos del FPR (Frente Patriótico Ruandés) cometían en el Congo, llamado aún entonces Zaire, las primeras grandes masacres de cientos de miles de congoleños y refugiados hutu ruandeses, algunos de nosotros intentábamos todo lo que estaba en nuestra mano para denunciarlo e intentar detenerlo. En medio de un ayuno que duró 42 días, escribí una carta a Clinton, que firmaron 19 premios Nobel y todos los presidentes de los grupos políticos del Parlamento Europeo. Éramos incómodos al igual que algunos otros colectivos. Desde los grandes centros anglófonos del poder y de la información, se decidió cortar por lo sano, se decidió que ya no había refugiados ruandeses en el Zaire. Sorprendentemente, las grandes agencias, supuestamente especializadas en este conflicto, así lo «informaron» al unísono. Y, tras ellas, la casi totalidad de los medios de todo el mundo.
1997, el experto En esta vorágine en que vivíamos, una plataforma de ONG de Cataluña pensó apoyarnos. Pero el gran experto catalán desbarató sus intenciones. Según él, nuestro voluntarismo no tenía ningún sentido, él entraba cada día en Internet y ya no quedaban refugiados en el Zaire. Poco después la Comisaria Europea Emma Bonino volaba hasta Tingi Tingi y las cámaras de TV mostraban a todo el mundo la desoladora imagen de 300.000 seres humanos abandonados a su suerte. Eran los que no existían. A pesar de todo, la decisión estaba tomada, los intereses eran demasiado importantes. Acabaron con la mayoría de ellos. Todo esto me ha enseñado que, si se practica el ejercicio de contrastar tantas y tantas informaciones que suelen darse sobre un determinado suceso, la inmensa mayoría nace de una misma fuente. La supuesta multiplicidad de análisis es más bien un espejismo.
2008, incansables en la mentira Son muchos los puntos de esa sistemática propaganda que en la crisis actual podríamos desenmascarar, pero sólo hay espacio aquí para una pequeña muestra. Nkunda, para justificar sus agresiones, desde hace años no cesa de invocar la necesidad de neutralizar a los hutu ruandeses genocidas y el peligro que suponen. Sus razones son recogidas solemnemente por miles de analistas internacionales. Lo curioso es que ninguno de ellos se pregunte cuántos ataques de éstos se han dado en los últimos años. De existir, muy graves deben haber sido para que, como contrapartida, se haya arrasado a millones de seres humanos. Pero al respecto, sorprendentemente, la conclusión del Primer Panel de Expertos de la ONU ya fue ésta: «La clase dirigente de Ruanda ha logrado persuadir a la comunidad internacional de que su presencia militar en el sector oriental de la RD del Congo protege al país de los grupos hostiles que operan en esa zona… El grupo tiene pruebas abundantes que demuestran lo contrario» (S/2002/1146, apartados 65 y 66). De hecho, Nkunda sólo ataca a las Fuerzas Armadas del Congo, sólo intenta derrocar a Kabila, limpiar étnicamente el Kivu, fragmentar el Congo y anexionarse el Kivu.
Análisis desencaminados Muchos ‘líderes’ de opinión de todo el mundo continúan moviéndose aún en desencaminados análisis como ese de supuestos enfrentamientos étnicos. Otros, también desfasados, siguen centrados en la antigua oposición francofonía-anglofonía. Oposición que, aunque pueda persistir en alguna pequeña medida, ya no es significativa. El gobierno del conservador Sarkozi no está ahora enfrentado a las grandes potencias anglófonas. Más aún, su ministro de exteriores, Bernard Kouchner, es uno de los más fervientes aliados internacionales de Kagame. Hasta el punto que ha calificado a los hutu, colectivamente, de genocidas. Por lo que existe contra él una querella en Francia interpuesta por el ex ministro ruandés Jean-Marie Vianney Ndagijimana y la Fédération Internationale des Associations Rwandaises.
Los que sí sabían fueron silenciados Pero en España, en estos días, se han oído testimonios en la Audiencia Nacional e intervenciones en el Senado que daban en el centro de la diana: la coalición de «aquellos que cuentan», que está detrás de los terribles acontecimientos que desde 1990 han ensangrentado el África Central, provocando más de 3 millones de víctimas ruandesas y 5 congoleñas, no tolera que el Congo de Kabila sea un país realmente soberano. No tolera que haya firmado con China importantes acuerdos por valor de casi 10.000 millones de dólares. Desde 1994, nueve españoles excepcionalmente generosos y lúcidos dieron sus vidas al servicio de los sufridos pueblos de Ruanda y el Congo, denunciando crímenes inconfesables y clamando por la verdad. Su sacrificio nos está permitiendo seguir la pista que nos lleva a esa verdad ocultada. El coronel Cristophe Hakizabera, miembro del FPR desde sus inicios, ya testificó sobre las intenciones de eliminar o desacreditar a los antiguos misioneros, buenos conocedores de la realidad de Ruanda. Debían ser sustituidos por los nuevos analistas de este conflicto.
Siguiendo sus pasos Siguiendo los pasos de estos conciudadanos, que tras décadas de vivir en Ruanda o el Congo aún seguían aprendiendo sobre la historia y la realidad de estos pueblos y que los acompañaron hasta el fin, la Justicia y la sociedad españolas continúan en la vanguardia mundial de ese noble combate. Lo hacen a pesar del escaso apoyo político del Gobierno, que debería ser el actor principal en esta lucha contra la impunidad en esa región, pero que no parece capaz de desmarcarse lo más mínimo de la coalición de «aquellos que cuentan». Lo hacen, también, a pesar del nefasto papel de los grandes medios de comunicación, que han sido los mayores responsables del triunfo -por ahora- de esta gran farsa, y de la consiguiente confusión y desmovilización en la que está sumida nuestra sociedad.
–> Son aquellos que tienen información privilegiada muchos años antes que los demás, décadas incluso. Son aquellos que, en el caso del Congo, mediante tecnologías punta y redes mafiosas de compra de influencia y personas, conocen qué tesoros se esconden en sus entrañas. Son aquellos que, mediante poderosos servicios de información, saben qué tipo de campañas y operaciones encubiertas deben realizarse para hacerse con ellos. Son aquellos que saben cómo engañar al mundo, elaborando una «doctrina oficial». Son aquellos que saben que para convertirla en pensamiento único necesitan de la casta de los propagandistas. Ellos son el importante e imprescindible eslabón intermedio para lograr el silencio de la gran masa de los buenos. Silencio que para Luther King era el mayor de los males. Mayor aún que la maldad de aquellos pocos que cuentan.
Joan Carrero Saralegui es Presidente del Forum Internacional para la Verdad y la Justicia en el África de los Grandes Lagos