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Atrapados entre la crisis climática y la violencia armada en Burkina Faso

Fuentes: Al Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Las familias desesperadas en este país del Sahel padecen una doble carga que ha provocado que muchas personas estén desplazadas y e la indigencia.

KI (prefiere no utilizar su nombre completo por razones de seguridad), que creció en una comunidad agrícola al norte de Burkina Faso, nunca necesitó mucho para vivir. Su familia comía lo que había plantado y criaba ganado suficiente para sentirse segura económicamente. Pero ahora, por primera vez en su vida, este hombre de 65 años no sabe cómo va a sobrevivir los próximos meses.

Décadas de cambio climático y años de una violencia cada vez mayor por parte de grupos armados vinculados tanto a al-Qaeda y al ISIL (ISIS) como a fuerzas de defensa locales (una mezcla de voluntarios de la comunidad armados por el gobierno y grupos que han tomado las armas por su cuenta) han llevado a la pobreza a la antes acomodada familia de KI. No ha podido cultivar ya que varios hombres armados lo expulsaron de su granja en noviembre. Su rebaño de 30 vacas, la mayor parte del cual se dispersó y perdió durante el ataque, ha quedado reducido a solo dos cabezas.

Su familia, que ahora está deslazada, vive entre la ciudad de Titao, donde quedan dos primos, y Ouahigouya, el mayor centro urbano de la provincia de Yatenga, una ciudad seca y polvorienta con un bullicioso mercado rodeado de lo que antaño fuera un denso bosque, pero ahora no es más que un árido desierto. KI creció a unos 65 kilómetros de la ciudad, pero es la primera vez que vive en ella.

“Nunca había estado en esta situación”, nos explicó sentado en una tenuamente iluminada oficina en Ouahigouya perteneciente a un pariente. “Es devastador”, añadió en una rara muestra de vulnerabilidad este estoico padre de 15 hijos. A lo largo de las horas que duró la conversación Ki, sentado en el borde de un sofá, sólo dejó vislumbrar ocasionalmente su dolor tras perder casi todo por lo que había trabajado toda su vida.

La región del Sahel, una extensión árida situada al sur del desierto del Sáhara en la que está situado Burkina Faso, es una de las zonas del mundo más afectadas por el cambio climático. Aproximadamente el 80 % de la tierra agrícola del Sahel está degradada debido a unas temperaturas que han ascendido 1.5 veces más rápido que la media mundial, según el Foro Económico Mundial.


Foto: KI camina con su hijo Soumaila en la ciudad de Ouahigouya (Sam Mednick/Al Jazeera).

Según un informe del gobierno, Burkina Faso se ha visto afectado por el aumento de la magnitud e intensidad de las sequías, las lluvias, las olas de calor, los fuertes vientos y las tormentas de polvo. Según Richard Munang, coordinador regional de cambio climático de África para el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, este país es el vigésimo país más vulnerable al cambio climático y trigésimo quinto menos preparado del mundo. También explicó que más de una tercera parte de la tierra de Burkina Faso está degradada y esa degradación avanza a un ritmo de 360.000 hectáreas al año.

Según International Crisis Group, el cambio climático es en parte responsable del “origen de la crisis que afecta al Sahel Central”. Las sequías de las décadas de 1970 y 1980 cambiaron la dinámica agropastoral a favor de los agricultores dedicados al cereal y la verdura, que se vieron menos afectados que las marginadas comunidades de pastores. Años de sequía devastaron los rebaños de los pastores, que dependían de mover su ganado de unos pastos a otros. Aunque los agricultores también se vieron afectados, siguieron produciendo comida y con el excedente de dinero invirtieron en ganado y emplearon a los entonces empobrecidos pastores. Según International Crisis Group, la marginación de los pastores empezó en ese periodo.

La devastación climática y económica de Burkina Faso ha ido acompañada de un conflicto armado en la zona. Tras el golpe de Estado militar de 2012 en el vecino Mali varios grupos armados se aprovecharon de la inestabilidad y tomaron parte del norte del país. Desde entonces la violencia regional ha llegado a unos niveles sin precedentes y ha provocado una atroz crisis humanitaria en Mali, Niger y Burkina Faso. Según la ONU, hay más de un millón de personas desplazadas por estos tres países.

Varios ataques vinculados a al-Qaeda y el ISIL han convertido recientemente a Burkina Faso en el epicentro de la crisis. Esta antes pacífica nación se mantuvo durante años al margen del conflicto que padecían sus vecinos. Pero el derrocamiento en 2014 del que durante mucho tiempo había sido el presidente del país, Blaise Compaore, y el desmantelamiento de la unidad de fuerzas especiales, preparó el camino a los ataques. Desde entonces la violencia que empezó en el Sahel y en las regiones del norte se ha extendido por todo el país hacia el este y oeste, y provocado el desplazamiento de casi un millón de personas y la muerte de casi 2.000 el año pasado. Los grupos armados exacerbaron los conflictos por la posesión de la tierra y los recursos, y los relacionados con el origen étnico, provocaron violencia y llevaron a comunidades como la de KI a la desesperación.

Días mejores

La agricultura marcó la vida de KI desde que tiene recuerdo. Cuando era un muchacho ayudaba a su padre a cultivar maíz, arroz, sésamo y mijo en su pequeña aldea de Bouna, en la provincia de Loroum de Burkina Faso, donde vivió hasta que fue atacada por hombres armados en noviembre. Recordó que a principios de la década de 1960 bastaba un poco de trabajo en parcelas pequeñas para obtener unos resultados inmensos. Una cosecha podía producir comida para un año e incluso producir suficiente cosecha para regalarla a vecinos con menos recursos. “No utilizábamos ningún pesticida ni técnicas especiales, ni siquiera burros o bueyes, trabajábamos a mano”, afirmó KI. Sonriendo con nostalgia, recordó las cosechas y que se necesitan 30 o 40 personas más para acarrear en la cabeza desde la granja a la casa los abarrotados cestos de fruta y verdura. El rendimiento era tan grande que cada persona tenía que andar varias veces unos cinco kilómetros para poder transportarlo todo.

En aquellos días rara vez se necesitaba dinero, vivían simplemente de la tierra. La granja producía más que suficiente para que comieran él y sus diez hermanos, y algodón suficiente para que las mujeres hicieran ropa. Si alguien quería viajar podía o bien caminar o utilizar un burro.

Foto: Una mujer cava en un campo árido en las afueras de Uagadugú en busca de piedras para vender en el mercado y ganar dinero para comprar comida, porque ya no puede cultivar en la tierra (Sam Mednick/Al Jazeera).

Recordó que aunque la escuela era gratuita, la mayoría de las familias solo enviaban a un hijo a la escuela ya que solo había escuelas en las ciudades más grandes y la educación no se consideraba una prioridad. El hermano mayor de KI fue a la escuela en Ouahigouya mientras el resto de los hijos se quedaron en la granja.

KI afirmó que incluso cuando se necesitaba dinero, este no era como el actual. Hasta justo después de nacer él la gente pagaba con conchas marinas en vez de con dinero. Pero hoy es raro ver una concha vieja, la mayoría se han intercambiado por artículos, aunque todavía se puede ver alguna en los escaparates de las tiendas, un recuerdo de otros tiempos más fáciles y sencillos. “Cuando pienso en aquellos tiempo y los comparo con los actuales, la gente no sufría como ahora”; afirmó KI.

“La cosecha fue muy mala”

Años de cambio climático y de violencia han provocado una espantosa crisis humanitaria en el Sahel. El pasado mes de abril el Programa Mundial de Alimentos advirtió que la situación “se estaba descontrolando” y había más de cinco millones de personas que se enfrentaban a una grave inseguridad alimentaria en todo el Sahel Central.

En Burkina Faso hay más de dos millones de personas que sufren una inseguridad alimentaria grave, frente a más de 680.000 el año pasado por estas fechas, una cantidad mayor que en los vecinos Mali y Níger. En las provincias del norte, como Loroum, donde KI tiene su granja, se espera que la situación nutricional siga siendo grave hasta julio, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.

Durante años KI vio deteriorarse gradualmente la seguridad económica y alimentaria de su familia. Lo que empezó como una lluvia menos constante llevó a la degradación del suelo y a la escasez de cosechas. KI, que no puede recordar meses o años específicos, relaciona todos los momentos significativos con el dirigente del país en aquel momento. Recuerda que cuando las cosas cambiaron bruscamente a peor estaba en el cargo el primer ministro Gerard Kango Ouedraogo. Aquello fue a principios de la década de 1970. En el Sahel murieron cien mil personas a consecuencia de la sequía y las hambrunas de las décadas de 1970 y 1980. “La cosecha fue tan mala que la gente tuvo que buscar hojas y fruta en la selva para vivir”, recordó KI. En una ocasión al menos el gobierno envió alimentos por avión a la ciudad de Titao, la más grande cerca de la aldea de KI, para tratar de aliviar el hambre. KI recuerda haber llevado bolsas de mijo rojo a su familia en un carro tirado por una vaca.

Pero cuando se le preguntó cómo le afectó el hambre, prefirió hablar de cómo había afectado a los demás habitantes del pueblo. “En aquella época conocimos a personas que solo comía una vez al día… Resultaba difícil ver sufrir a la aldea», afirmó

Foto: Una mujer cocina en un campo para personas desplazadas en Burkina Faso (Archivo: Reuters).

A medida que pasaban los años la tierra se secó, los árboles desaparecieron y la lluvia se hizo más escasa. Las lluvias que solían empezar en mayo ahora empiezan en junio o julio. “No llovía suficiente o a veces, cuando llovía, salías al poco rato y la tierra estaba seca”, dijo KI .

Para cuando su padre murió en 1985 la vida que había conocido de joven había desaparecido. Su hermano mayor y él se encargaron de la granja, y fueron los responsables de que todos tuvieran lo suficiente para comer. “Después de que nuestro padre muriera había mucha presión para proporcionar comida”, dijo. KI comenzó a racionar las cosechas y almacenarlas para prepararse para los años difíciles, y compró fertilizante para humedecer el suelo.

En aquellos años algunos de sus tíos que luchaban por sacar adelante sus granjas se trasladaron al pueblo occidental de Bobo-Dioulasso, donde el gobierno distribuía parcelas de tierra fértil. Pero KI no quiso dejar la granja de su familia y eligió aguantar. Algunos años produjo mucho y otros nada, y cada año tuvo que ahorrar lo suficiente para futuras dificultades.

Con el tiempo se hizo difícil encontrar tierra fértil para cultivar y los agricultores tuvieron que aventurarse cada vez más dentro del bosque para cultivar alimentos.

A diferencia de cuando KI era un niño que trabajaba con su padre y la tierra buena de cultivo estaban justo al lado de su casa, su hijo tuvo que pasar dos meses durmiendo en la granja durante la cosecha, porque la tierra de cultivo viable estaba mucho más lejos. Tendido en el sofá frente a su padre en la oficina de Ouahigouya, Soumaila, de 26 años, dijo que estuvo diez años viviendo en la granja durante la cosecha. “Es duro ir a los campos, es menos seguro que dormir en casa y hay serpientes y animales salvajes”, dijo. Cuando en 2014 Soumalia dejó el pueblo para ir a la escuela en Ouahigouya uno de sus hermanos lo sustituyó durante la cosecha. Las cosas continuaron así hasta que el pasado mes de noviembre unos hombres armados los echaron de la granja.

Amenazas de ataques armados

La comunidad de KI, que está situada en uno de los epicentros de la violencia, es una de las muchas comunidades que se encuentran atrapadas entre las omnipresentes amenazas del cambio climático y los ataques violentos.

El 30 de mayo el gobierno afirmó que los “terroristas” había matado al menos a 15 personas, niños incluidos, en un ataque contra un grupo de comerciantes que viajaban por ciudades del norte, no lejos del pueblo de KI. Según un informe de seguridad interna destinado a organizaciones de ayuda al que tuvo acceso al Jazeera, el 28 de abril cuatro mujeres, una de ellas embarazada, fueron asesinadas por un artefacto explosivo casero cuando salían del mercado en la comuna de Titao, la misma zona en la que está la granja del KI. Fue la segunda explosión en esa zona en un mes.

Cuanto más lejos tienen que ir los agricultores en busca de tierras, más se exponen al peligro de ser secuestrados por hombres armados, dijo Mamoudou Ouedraogo, fundador de la Asociación para la Educación y el Medio Ambiente, un grupo de ayuda local. Afirmó que en octubre unos “terroristas” habían secuestrado a un mecánico de la ciudad de Titao cuando estaba buscando un buen terreno. “No hemos vuelto a saber de él hasta ahora”, añadió.

Foto: Soldados de Burkina Faso patrullan en un pueblo de la zona del Sahel (Archivo: Reuters).

Ouedraogo también ha oído hablar de mujeres secuestradas y a veces violadas cuando buscaban leña. Afirmó que los secuestros relacionados con el clima son más frecuentes en la temporada de lluvias, que comienza en torno a mayo o junio, porque la gente viaja más lejos para cultivar. En 2019 los secuestros aumentaron con respecto al año anterior, aunque no pudo proporcionar cifras concretas.

Ouedraogo, que tiene más de veinte años de experiencia trabajando en cuestiones medioambientales por todo el país, ha constatado que hay una correlación directa entre el cambio climático y el reclutamiento por parte de grupos armados. “Cuando lo has perdido todo, incluso los alimentos, estás al borde de la desesperación, de modo que estás dispuesto a encontrar una solución donde sea posible, incluidos los terroristas”, afirmó. Y añadió que muchos de los reclutados provienen de las partes más empobrecidas del país.

Sin embargo, algunas personas que han sido atacadas por los terroristas afirman que por muy desesperados que estén nunca se unirían a ellos. “Si personas de estos grupos te persiguen, ¿por qué unirte a ellos? Aunque te proporcionen dinero o comida. Preferiría morir”, dijo Soumaila.

Foto: Parte del conflicto armado que afecta a Burkina Faso se originó en el vecino Malí en 2012 (Archivo: Reuters).

KI tiene una casa pequeña en Titao donde vive con sus tres esposas e hijos, pero dijo que es demasiado pequeña para albergar a todos, aunque no tiene suficiente dinero para construir una mayor. Como no pueden cultivar, viven de la comida de la cosecha del año pasado y dependen de lo que les dan amigos y familiares.

Pero cuando se le pregunta qué pasó cuando fue atacada su aldea, KI no quiere hablar de ello. Tampoco quiere hablar de la cada vez mayor inestabilidad del país, que le ha obligado a dejar sus tierras y ha paralizado su medio de vida. En vez de hablar, permanece en silencio, mirando al frente y tratando de encontrar soluciones.

Afirmó que la falta de estabilidad financiera le había impedido construir una nueva casa, arreglar la moto y comprar maquinaria más moderna, como una azada eléctrica, lo que facilitaría el cultivo de las cosechas, dijo. Pero sobre todo, le preocupa su situación económica. Es el primer año que la familia no puede acceder a la granja debido a la inseguridad. Aunque cultivan una parcela más pequeña en el pueblo al que los han desplazado, no cultivarán lo suficiente para todo el año y a KI le preocupa que su familia no tenga suficiente comida para sobrevivir.

Adaptarse al cambio climático

Se suele vincular la violencia en el Sahel con la competencia por los recursos naturales, aunque los observadores internacionales advierten que el gobierno y los grupos de ayuda deben abordar el cambio climático desde una perspectiva diferente a la hora de proporcionar soluciones a las comunidades. “Es esencial luchar contra el cambio climático y sus efectos, lo que incluye una mayor presión sobre la tierra, en particular en las zonas rurales. Pero la escasez de recursos no es ni el único factor ni el determinante de la cada vez mayor inseguridad”, señaló en abril International Crisis Group en un informe.

Foto: Personas desplazadas, que huyeron de los ataques de militantes armados, se reúnen cerca de un campo de la ONU (Archivos: Reuters).

El informe señala que a menudo hay muchos recursos, pero las autoridades carecen de la capacidad o de la legitimidad para mediar en los conflictos sobre el acceso a ellos. Las políticas climáticas deberían centrarse más en la adaptación que en la premisa de que los recursos no son lo suficientemente abundantes.

Hace unos cinco años el gobierno de Burkina Faso modificó el nombre del Ministerio de Medio Ambiente para incluir las palabras “economía verde y cambio climático”, en un intento de dar un enfoque adaptado y más firme ante el cambio climático, indicó Colette Kabore, directora para la promoción de la acción para la resiliencia climática del Ministerio.

El Ministerio se centra en combinar la silvicultura y la agricultura, lo que Kabore denomina regeneración natural. Afirmó que si se quieren cortar árboles, el gobierno aconseja no cortar todos los árboles de la vecindad, sino dejar algunos en pie. El Ministerio también ayuda a las industrias afectadas por el clima a adaptarse a la sequía fomentando el plantar tanto árboles que puedan sobrevivir con menos agua, como frutales (por ejemplo, el ballantine), para proporcionar más alimento a la población. Kabore añadió que el Ministerio también promueve prácticas que no contaminen el entorno, como el uso de energías renovables, por ejemplo, bombas solares.

En los diez últimos años la contaminación ha tenido un impacto devastador, en particular para los ganaderos. Un 30 % del ganado muere debido a la ingesta de plástico, dijo Ouedraogo, director del grupo ecologista local. Las vacas suponen una importante fuente de ingresos para los agricultores puesto que proporcionan leche, carne y estiércol para fertilizar. Una vaca se puede vender por unos 300 dólares, de modo que cuando los agricultores tienen menos vacas, tienen menos estabilidad financiera.

Foto: Una cabra come restos de plástico en un vertedero de basura en las afueras de Uagadugú (Sam Mednick/Al Jazeera).

Ouedraogo dijo que hace cuatro años perdió nueve de cada diez vacas, que murieron por ingerir plástico cuando pastaban demasiado cerca de la ciudad, dijo. “Al abrirlas tenían el estómago lleno de plástico”. Su organización trabaja con comunidades locales de Titao y de la comuna vecina de Ouindigui para recoger y transformar las bolsas de plástico en baldosas, bolsos y bolsas de compras. Planean empezar a hacer mesas y bancos. El grupo también trata de plantar árboles en las zonas donde los han cortado todos, pero es difícil. Muchos árboles mueren porque no hay agua suficiente.

En un viaje a Ouahigouya en abril al Jazeera visitó una zona que las personas que vivían ahí afirmaron que hace cuatro décadas era un denso bosque repleto de flora y fauna. Hoy en día es un trozo de tierra árida con unos cuantos arbustos A lo largo de los años los ganaderos obligados a abandonar el Sahel debido a la desertización se fueron desplazando más al sur y muchas partes de Ouahigouya sufrieron un pastoreo excesivo.

Los criadores de ganado como KI afirman que la falta de pastos ha hecho imposible ocuparse de tantas vacas como antes. “Si en el pasado tenías diez vacas, ahora puedes ocuparte de cinco”, dijo.

Desde que KI perdió casi todas sus vacas en el ataque de noviembre, no quiere pensar en vender las dos únicas que le quedan. Pero puede que no tenga opción si no puede producir comida suficiente para su familia esta temporada. “Si no hay comida, tendré que venderlas”, afirma mirando al suelo con ojos tristes. “Pero todavía tengo la esperanza de que algunos puedan volver”.

Sam Mednick es una periodista que trabaja en Burkina Faso.

Fuente: https://www.aljazeera.com/indepth/features/caught-climate-crisis-armed-violence-burkina-faso-200529144536869.html

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.