Un reporte de Chris Adams, publicado en el periódico McClatchy, Illinois, da cuenta de la tensa situación creada en el Departamento de Asuntos de Veteranos norteamericanos (VA), con el incremento del número de soldados regresados de Iraq con trastornos mentales. Según el autor, el VA enfrenta una verdadera oleada de veteranos con síndromes postraumáticos, considerada […]
Un reporte de Chris Adams, publicado en el periódico McClatchy, Illinois, da cuenta de la tensa situación creada en el Departamento de Asuntos de Veteranos norteamericanos (VA), con el incremento del número de soldados regresados de Iraq con trastornos mentales.
Según el autor, el VA enfrenta una verdadera oleada de veteranos con síndromes postraumáticos, considerada la peor dolencia mental y uno de los problemas mas dramáticos surgido de la ocupación militar de Iraq y Afganistán.
Los enfermos se sienten incapaces de borrar los recuerdos de una guerra en la que resulta difícil distinguir a civiles inocentes de combatientes enemigos, en un teatro de operaciones donde el peligro de ataques suicidas y bombas en carreteras acecha incluso durante el cumplimiento de misiones rutinarias.
McClatchy tuvo acceso a los informes del VA sobre este tema y estudió 200 millones de datos, incluyendo las citas médicas registradas en el 2005, entrevistas a expertos de salud mental y a veteranos y familiares.
La investigación revela la incapacidad de la institución para dar respuesta a la demanda de atención médica especializada, y las diferencias existentes en la calidad de los servicios de un lugar a otro, muy lejos de la excelencia en todos los casos.
En algunos centros el VA invierte hasta dos mil dólares por cada veterano, mientras en otros lugares apenas la inversión llega al 25 por ciento de esa cantidad.
La falta de atención adecuada es más aguda en los estados rurales y del Oeste, regiones que han aportado un número mayor de soldados a los conflictos bélicos ya señalados.
El regreso de tantos veteranos de Iraq y Afganistán –revela el reportaje– «está afectando la capacidad del VA para darles tratamiento a los soldados de antaño, de las guerras de Vietnam, Corea y la Segunda Guerra Mundial. Y la competencia por la atención requerida se ha acrecentado porque las vívidas escenas de Iraq dan lugar a que veteranos desarrollen nuevos síntomas.»
Chris Adams entrevistó a Steve Robinson, director de relaciones gubernamentales del grupo Veterans for America, con base en Washington, quien admitió: «Hay instalaciones del VA que estaban bien en épocas de paz pero que ahora se ven abrumadas. Debemos equilibrar – añadió- las necesidades de los veteranos de guerras previas con los de Iraq.
Los que retornan ahora afrontan un sistema de salud en el VA que no se parece en nada a lo que era cuando volvían de la Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam e incluso la primera Guerra del Golfo Pérsico. El cambio – puntualizó- comenzó hace más de una década, cuando la agencia decidió utilizar clínicas de pacientes externos.»
La avalancha de veteranos enfermos no ha estado acompañada de aumentos en el presupuesto. El dinero destinado ha bajado de tres mil 560 dólares por cada uno de ellos en 1995 a dos mil 581 en el presente.
Del argumentado reportaje de Chris Adams, no resulta difícil concluir que la contabilidad de las bajas de este tipo, como las de los mutilados, no reflejan, ni en mucho, la magnitud del drama humano provocado por la aventura bélica promovida y empecinadamente sostenida y escalada por el presidente Bush, bien protegido y alejado de los cruentos escenarios del conflicto.