Traducido por Alberto Nadal
El pueblo argelino no tiene otra opción que continuar la lucha pacífica para imponer su voluntad: desmontar el sistema actual e instaurar la democracia.
Despreciando la grandiosa movilización ciudadana que dura ya desde el 22 de febrero pasado, el poder actual ha instalado a Abdelkader Bensalah como Jefe del Estado por un período de 90 días, reemplazando al presidente dimisionario, Abdelaziz Buteflika, conforme al artículo 102 de la Constitución.
La grotesca reunión de las dos cámaras del Parlamento, celebrada hoy, ha dado el golpe de gracia a las escasas esperanzas alimentadas por numerosa gente en Argel que ha creído, ingenuamente, en las palabras del jefe de Estado Mayor del Ejército Ahmed Gaid Salah, que se comprometió a velar por la materialización de las reivindicaciones de millones de argelinas y argelinos que han salido a la calle para exigir «que se vaya todo el régimen».
Así, poniendo en marcha el artículo 102 de su constitución caduca, el régimen toma un camino peligroso. Acaba, sencillamente, de desafiar a millones de personas que se han manifestado pacíficamente que podrían en adelante escuchar a voces que llamaban a acciones de protesta más o menos radicales, como la huelga general o la desobediencia civil. Opciones hasta ahora descartadas por la mayor parte de la gente en Argelia que espera con determinación llegar a un cambio político en calma y serenidad.
Frente a la decisión (provocación) del poder, las y los argelinos no tienen otra opción que continuar la lucha pacífica para imponer su voluntad: desmontar el sistema actual e instaurar la democracia. Aceptar que el período de transición sea dirigido por Bensalah o sus semejantes significa el mantenimiento del régimen que ha anulado los sueños de libertad y de justicia durante cerca de seis decenios.
El próximo viernes será ciertamente una jornada memorable en la historia de nuestro país, que deberá marcar el largo recorrido del combate pacífico por la liberación definitiva de las y los argelinos.