Lo cierto es que la frase del presidente estadounidense Joe Biden, “va a haber un Nuevo Orden Mundial, tenemos que liderarlo y debemos unir al resto del mundo libre para hacerlo”. causó malestar en las capitales europeas, donde siguen siendo recelosos de los ataques de caudillismo supremacista de sus socios de este lado del Atlántico.
La frase sobre el Nuevo Orden la viralizó de inmediato el aparato propagandístico de los medios hegemónicos. Sin embargo, el mismo aparato escondió la información sobre los conflictivos preliminares, que desembocaron en la humillación de Biden y del primer ministro del Reino Unido Boris Johnson, empeñados en obtener el apoyo de los principales productores de petróleo en su cruzada contra la economía rusa.
Aunque el mandatario no precisó en qué consistirá ese orden, mencionó durante su discurso a la OTAN y a los aliados de EE.UU. en el Pacífico, afirmando que presentan «un frente unido». Ahora es un momento en que las cosas están cambiando. Va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo, continuó Biden.
Resaltó que «la OTAN nunca ha estado más fuerte o más unida en toda su historia de lo que lo está hoy, en gran parte debido a Vladimir Putin» y mencionó al grupo del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), formado por EE.UU., Japón, India y Australia y criticado por Pekín como una herramienta antichina en el Pacífico. «Japón ha sido extremadamente fuerte, al igual que Australia, en términos de lidiar con la agresión de Putin. Presentamos un frente unido en toda la OTAN y el Pacífico», declaró Biden.
Seguramente quien escribió su discurso, ya fue despedido. La frase comenzó rápidamente a ser tendencia en Twitter, y los comentaristas no perdieron tiempo en regodearse con lo que consideraron una invocación (¿accidental?) de una teoría de conspiración que afirma que una élite globalista que opera desde las sombras está conspirando para dividir el mundo e imponer un régimen totalitario.
Socializar el terror
En su alocución, Biden socializó el terror entre los empresarios presentes, al advertir de que Rusia podría tomar represalias con nuevos ciberataques contra Occidente y utilizar armas químicas contra la población civil ucraniana, ya que el conflicto se está convirtiendo en una prolongada guerra de desgaste, en lugar de la rápida conquista.
La frase “Nuevo Orden Mundial” se ha utilizado, de forma muy parecida a la de Biden, por Woodrow Wilson y Winston Churchill tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial respectivamente y, más recientemente, por George H. W. Bush en respuesta al colapso de la Unión Soviética. De todas formas, pocos en el mundo comprendieron cuál era el mensaje, más allá de su futura proclamación como hegemón.
La frase también se ha utilizado en un sentido mucho menos optimista, al promover los temores del “miedo rojo” por la propagación de la “conspiración comunista internacional” en la década de 1950, que culminó con las vergonzosas persecuciones del senador republicano Joseph McCarthy en ese periodo. Pero el libreto es similar y también se basa en otro “eje del mal”.
Es cierto que los europeos prefieren evitar las situaciones irreversibles, como los bombardeos a Belgrado o ahora a Kiev. Y las palabras del casi octogenario Biden en el primer día de la primavera del hemisferio norte, ante el mundo empresarial. Hubo algún analista europeo que se preguntó si se trataba de un conjura masónica o , quizá, de los Illuminati.
Adrian Mac Liman señala que en un país como Estados Unidos, donde las sociedades supuestamente secretas proliferan, las tesis conspiracionistas se difunden a velocidades supersónicas. “El Emperator Biden lanza su cruzada globalista, insinúan los círculos ultraconservadores de su país. Los europeos – algunos europeos – les siguen”, indicó.
Pero pareciera que hay algunas fallas en el sistema de comunicaciones, porque no dejó de llamar la atención que las dinastías de países tan “democráticos” como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes ni siquiera respondieron a los llamados de Biden ni le dieron importancia a las gestiones que llevaba adelante Johnson, quien debió admitir que en el mundo del petróleo y el gas el fantasma de Rusia es omnipresente.
Washington se había comprometido a suplir las exportaciones de gas y petróleo ruso destinadas a Occidente con productos estadounidenses o procedentes de países amigos, pero sauditas y los emiratíes prefirieron respetar sus compromisos con los demás miembros de la OPEP que habían acordado no incrementar la producción de crudo hasta la primavera próxima. No olvidar que Rusia es miembro de la OPEP.
Es más, les prometió eliminar algunas sanciones y bloqueos a Irán y Venezuela…pero nones: ninguno de los dos cedió al chantaje, mientras entre los eruditos estadounidenses de la energía trataban de adivinar qué iban a hacer con sus excedentes los sauditas y los emiratíes. Y en el horizonte apareció China, que hacía seis años que insistía en abastecerse allí, pero pagando en yuanes.
Según el Wall Street Journal, la medida amenazaría seriamente el dominio global de los estadounidenses en el mercado petrolero y afectaría la supremacía del dólar. Los sauditas ya tenían el apoyo chino para la producción de misiles, el desarrollo del programa nuclear, y otras inversiones en la modernización del reino.
Es cierto: los Estados Unidos se habían comprometido a dar apoyo estratégico a Arabia Saudita, pero la monarquía está descontenta con la falta de ayuda en la guerra del Yemen, el interés de Washington en resucitar el acuerdo nuclear con Teherán o la caótica y mal explicada retirada de Afganistán. Y aunque nadie se pregunta abiertamente qué hacer con amigos así, el interrogante queda en el aire.
Haití ¿protectorado?
El viernes, el presidente Joe Biden confirmó la implementación de la ‘Ley de Fragilidad Global’, que si bien fue aprobada en 2019 empezará a aplicarse en al menos cuatro países: Haití, Libia, Mozambique y Papúa, y también la costa occidental de África, que incluye a Benin, Costa de Marfil, Ghana, Guinea y Togo,
Biden argumentó que como el mundo se encuentra en «una década decisiva», EE.UU. «debe liderar» este punto de inflexión. Prometió que la aplicación de la ley será la hoja de ruta de la nueva estrategia de Washington de ser “un socio confiable” para prevenir conflictos y promover la estabilidad mundial.
Se trata de una estrategia de diez años que pretende limar los conflictos en esas zonas y, al mismo tiempo, «mejorar la forma» en que el gobierno de Estados Unidos opera «en una variedad de contextos». Traducido significa que se abroga el derecho de intervenir en asuntos de otros países, pobres pero estratégicos. «Es una inversión en la paz y la seguridad mundiales, una inversión que generará beneficios críticos, no solo en las naciones con las que trabajaremos, sino, sobre todo, aquí en Estados Unidos», dijo.
En la práctica, la nueva estrategia de «enfoque multifacético» reeditará el viejo tutelaje institucional de EU en un contexto internacional volátil que deja a esos países sin mucho margen de maniobra. Para ello, el Congreso destinará hasta 200 millones de dólares al año.
No es la primera vez que Washington intenta intervenir en Haití. Las invasiones en Puerto Príncipe en 1915, 1994 y 2004 fueron las más escandalosas, pero desarrolló también otras formas más veladas de injerencia, como el otorgamiento de préstamos impagables a esa nación para que le resultara imposible zafarse de sus acreedores o la quiebra inducida a su industria de arroz a finales del siglo pasado, inundando el mercado con productos estadounidenses.
El diario inglés The Guardian reveló cifras oficiales estadounidenses, que mostraron que de los 2.300 millones previstos para ayudar a Haití hasta 2019, más de la mitad acabó de vuelta en EE.UU.
El Center for Economic and Policy Research (CEPR) aseveró que solo 0,6 % de los fondos se destinaron a organizaciones haitianas y 0,9 % finalmente se entregó al Gobierno de la isla, antes del magnicidio del presidente Jovenel Moïse en julio (en el que están implicados dos estadounidenses) y el impacto del terremoto que se produjo un mes después. Ambos acontecimientos consolidaron el liderazgo de bandas criminales que controlan desde el flujo de gasolina hasta la entrada de ayuda humanitaria.
El secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que el nuevo enfoque tendrá en cuenta «las difíciles lecciones aprendidas» en décadas anteriores. La meta es «mitigar la propagación de ideologías extremistas, cultivar una mayor confianza entre las fuerzas de seguridad y los ciudadanos, y protegerse contra la amenaza desestabilizadora del cambio climático». En ese «esfuerzo» de salvaguarda de sus intereses, el país más pobre de América Latina fue elegido para que el viejo hegemón pruebe su nueva estrategia.
Las teorías conspirativas
Las teorías de conspiración se han convertido en una forma de entretenimiento de masas en las redes sociales, alimentadas por todo tipo de contenidos, culminando en las fantasías marginales de QAnon, una de las principales teorías de la conspiración de la extrema derecha estadounidense que detalla una supuesta trama secreta organizada por un supuesto «Estado profundo» contra el expresidente Donald Trump.
Las aparentes metidas de pata como la de Biden sólo sirven para alimentar el molino de aquellos que eligen creer que en las tinieblas se reúnen conspiradores empeñados en la dominación global. ¿Y si no es un desliz presidencial y se trata de la imposición de un imaginario colectivo que posibilite, realmente, un Nuevo Orden Internacional? ¿Eh?
*Sociólogo, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)