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15 números que resumen una era de inseguridad

Bienvenidos a la era de la inseguridad interior

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En otro tiempo, estudié el arte marcial chino de Tai Chi – hasta que me di cuenta que nunca encontraría mi «chi.» En ese momento, tiré la toalla y empecé a hacer ejercitación de tipo occidental. Pero el principio tras Tai Chi me quedó grabado – que se podía multiplicar la fuerza de un acto cediendo ante la fuerza de otros; que una persona más pequeña podía utilizar la fuerza de uno más grande en su contra.

Ahora saltemos al 11 de septiembre de 2001 y a sus secuelas – y de ahí se conoce la versión Tai Chi de la historia. Piénsese en ello como en un sombrío chiste cósmico – que los ataques del 11-S, por apocalípticos que parecieran, fueron cualquier cosa pero no eso. Los verdaderos desastres vinieron después y las heridas fueron en gran parte auto-infligidas, a medida que la nación más poderosa del planeta en lo militar utilizaba su propia fuerza para inhabilitarse.

Antes de ese aciago día, el gobierno de Bush había considerado al terrorismo, a Osama bin Laden, y a al Qaeda, temas apropiados para bobos y cobardes. Lo que se proponía era gastar vastas sumas de dinero en el desarrollo de un elaborado despropósito de sistema de defensa de misiles contra futuros ataques nucleares por Estados proscritos. Esos vaqueros [y vaqueras] de la Guerra Fría no se cansaban de hablar de la idea de acumular misiles. Ahí, después de todo parecía hallarse todo el dinero y la diversión. El terreno en el que jugaban los chicos grandes – los Estados-nación – era nuclear. «Bin Laden esta decidido a atacar en EE.UU….,» dijo la CIA al presidente en agosto. Bostezo.

Después del 11-S, claro está, George W. Bush y sus principales asesores lanzaron su cruzada contra el Islam y luego sus diversas guerras, todas bajo la rúbrica de la Guerra Global Contra el Terror. (Como lo describiera mordazmente el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld en septiembre de ese año: «Tenemos una disyuntiva – o cambiamos la manera como vivimos, lo que es inaceptable, o cambiamos la manera como viven ellos; y elegimos esta última.») Para entonces, ya íbamos a «drenar el pantano» de malhechores, unos 60 países, si fuera necesario. Mientras tanto, actuaron rápidamente para librar la última batalla en casa, derrochando vastas sumas en una Línea Maginot estadounidense de seguridad. El poroso nuevo Departamento de Seguridad Interior, la Agencia Nacional de Seguridad [NSA], el FBI, y otras agencias acronímicas debían encerrar, vigilar, y escuchar a EE.UU. Todo esto para prevenir «el próximo 11-S.»

Al hacerlo, trataban a al Qaeda, la red dispersa de bin Laden, como si fuera la maquinaria bélica nazi o soviética (incluso con el cómico apodo de «islamofascistas» para sus seguidores). En un abrir y cerrar de ojos, y en los escombros de dos enormes edificios en el centro de Manhattan, bin Laden y sus compinches habían pasado de ser personas sin importancia a ser superhombres, una verdadera legión apocalíptica. (Hubo un curioso paralelo en esta transformación en la Segunda Guerra Mundial. Antes de Pearl Harbor, los expertos estadounidenses habían considerado que los japoneses eran – como lo documentó tan vívidamente el historiador John Dower en su libro «Guerra sin piedad» – gentes con dientes de conejo, cortos de vista, incompetentes desde el punto de vista militar, cuyos aviones de guerra apenas eran capaces de volar. El 8 de diciembre de 1941, se convirtieron repentinamente en una raza de superhombres invencibles sin, en la imaginación estadounidense, pasar jamás por un encarnación humana.)

Cuando, en octubre de 2001, el Congreso aprobó la Ley Patriota, y se estableció una Oficina de Seguridad Interior (que, en 2002, se convirtió en un «departamento»), se saludó una era de inseguridad interior. Desde entonces, cada importante edificio, hito, parque de diversiones, zoológico, mercado de pulgas, puesto de palomitas, y cabina de peaje en alguna parte del país sería revendido como un objetivo potencial para terroristas que requería protección. Cada departamento de policía de Arkansas a Ohio se avio ante una necesidad desesperada de financiamiento antiterrorista. ¿Y por qué no, si los terroristas aparecían tan amenazantes con una dimensión tan monstruosa, eran tan apocalípticamente capaces, y querían destruir nuestro modo de vida con tanta urgencia? No es ninguna maravilla que en la Base de Datos de Recursos Nacionales de 2006, compilada por el Departamento de Seguridad Nacional, el Estado de Indiana, «con 8.591 objetivos terroristas potenciales, haya tenido un 50% más de sitios registrados que Nueva York (5.687) y más de dos veces los de California (3.212), ubicándose como el sitio más rico en objetivos de la nación.»

En la imaginación del gobierno (y en la estadounidense), ahora [los terroristas] eran capaces de cualquier cosa. Desde sus campos en las áreas rurales abandonadas de Afganistán (¿o se trataba de los suburbios de Hamburgo?), así como en el tenebroso bajo mundo global del mercado negro de armas, los acólitos de al Qaeda se afanaban febrilmente por poseer las más diabólicas plagas y pestilencias – viruela, botulismo, ántrax, lo que quieras. Se preparaban para llenar maletas con armas nucleares a fin de depositarlas en el centro de Manhattan. Juntaban desperdicios nucleares para hacer bombas sucias. Nada era suficientemente demencial o destructor para ellos. Todo olor débil pero extraño – el dulce olor del jarabe de arce flotando por una ciudad – constituía potencialmente un bio-ataque. Y por todas partes, incluso en áreas rurales, los políticos se colocaban su blindaje y se preparaban para enfrentar un peligro inminente, campañas contra el terror, mientras instaban a sus electores a que pusieran a cubierto. Mientras tanto, esa antigua Sodoma del Nuevo Mundo, la ciudad de Nueva York, había sido transformada de alguna manera en un conjunto de camiseta y gorro Yo-♥-Nueva York.

Así que, muchas gracias, Osama bin Laden por empujar a la acción al Departamento de Seguridad Interior, por sobrealimentar a un Pentágono ya repleto con aún más dinero, asegurando que todas esas «fuerzas expedicionarias» salgan resueltamente a causar descalabros y a no lograr la victoria en dos guerras irremediables, por posibilitar el establecimiento de una vasta red de prisiones en ultramar (y las técnicas de tortura que van con ella), y crear toda una nueva industria global de «seguridad» para «frustrar a los terroristas» que, en 2006, generó 600.000 millones de dólares en negocios y cuya ala interior se dedicó a encerrar a EE.UU.

Cuando se termine por escribir la historia de esta era, basada en el Principio Tai Chi, se puede dar crédito a Osama bin Laden y a sus seguidores aislados por acicatear a los dirigentes fundamentalistas de EE.UU. para que utilicen el poder a su alcance tan – en buen romance – estúpida y disolutamente como para llevar a la «única superpotencia» del mundo a su decadencia. Sobre todo, bin Laden y su hueste de fanáticos habrán asegurado una cosa: que los verdaderos problemas de seguridad de nuestros tiempos hayan sido ignorados en Washington hasta que fue de lejos demasiado tarde, a favor de sueños demenciales y de fantasmas tenebrosos. En esto reside una historia fría y sombría pero épica, digna de un gran novelista estadounidense (dondequiera ella se encuentre).

Mientras tanto, hay que considerar la siguiente listita: 15 números que dan una idea de precisamente lo que significó el Principio Tai Chi en acción durante estos últimos años; precisamente a donde fluyeron las energías estadounidense y a donde no; y, a fin de cuentas, precisamente hasta qué punto estamos menos seguros ahora de lo que estábamos en enero de 2001, cuando George W. Bush entró al Despacho Oval:

536.000.000.000: la cantidad de dólares que el Pentágono solicita para el presupuesto militar de 2009. Esto representa un aumento de casi un 70% sobre el presupuesto del Pentágono para 2001 de 316.000 millones de dólares – sin incluir pedidos «suplementarios» para financiar las guerras en Iraq y Afganistán, así como la Guerra Global contra el Terror del presidente. Si se suman esas sumas en aumento, los gastos militares en la era de Bush se han más que duplicado. Según el Centro de Prioridades Presupuestarias y Políticas, el financiamiento para «defensa y programas relacionados… ha aumentado a una tasa promedio anual de un 8%» desde 2001″ – «cuatro veces más rápido que la tasa de crecimiento promedio para Seguridad Social, Medicare, y Medicaid (2%), y 27 veces más rápido que la tasa promedio de crecimiento para programas discrecionales (0,3%).»

1.390.000: La cantidad de ejecuciones de hipotecas subprime (de alto riesgo) durante los próximos dos años, según cálculos de analistas de Credit Suisse. También predicen que, a fines de 2012, un 12,7% de todos los prestatarios residenciales podrían haber perdido sus casas como parte de una crisis inmobiliaria que pilló totalmente desprevenido al gobierno de Bush.

1.000.000: La cantidad de «misiones» o «salidas» que la Fuerza Aérea de EE.UU. afirma orgullosamente que ha realizado en la Guerra Global Contra el Terror desde el 11-S, más de un tercio de ellas (unas 353.000) en lo que todavía gusta de llamar Operación Libertad Iraquí. Es una buena medida de a donde han ido las energías (y las compras de petróleo) estadounidenses en estos últimos años.

509.000: La cantidad de nombres encontrados en 2007 en una «lista de observación de terroristas» compilada por el FBI. En el EE.UU. de George Bush ya no basta una lista de los 10 Más Buscados. Según ABC News, «legisladores de EE.UU. y sus cónyuges han sido detenidos porque sus nombres estaban en la lista de observación» y Sadam Husein seguía en la lista incluso cuando estaba detenido por EE.UU. En febrero de 2008, según la Unión Americana por las Libertades Civiles (ACLU), los nombres en la misma lista del FBI han crecido rápidamente a 900.000.

300.000: La cantidad de soldados estadounidenses que ahora sufren de fuerte depresión o estrés post-traumático [PTSD], según un reciente estudio de RAND. Esto representa casi uno de cada cinco soldados que sirvieron en Iraq o Afganistán. Incluso más – aproximadamente 320.000 – «informan de posibles daños al cerebro por explosiones u otras heridas a la cabeza.» Esto, informa RAND, representa una «crisis sanitaria importante» que apenas ha sido considerada. La depresión y el PTSD solos, informa el estudio, «costarán a la nación hasta 6.200 millones de dólares en los dos años después del despliegue militar.»

51.000: La cantidad de prisioneros iraquíes retenidos en las cárceles estadounidenses e iraquíes después de la ‘oleada’ a fines de 2007. En ese país, EE.UU. dirige «lo que tal vez sea el mayor campo de internamiento extrajudicial mayor del mundo,» Camp Bucca, cuya capacidad está, ahora mismo, siendo expandida de 20.000 a 30.000 prisioneros. Luego existe Camp Cropper, con por los menos 4.000 prisioneros, incluyendo a «cientos de jóvenes.» Mucho de esos prisioneros fueron simplemente reunidos en redadas de la ‘oleada’ y han sido retenidos sin acusación o acceso a abogados o tribunales desde entonces. Hay que agregar a prisioneros (en cantidades desconocidas) en la gran red de cárceles de EE.UU. en Afganistán, en Guantánamo, y en sus diversas prisiones en el extranjero y prestadas; agréguese, también, el maltrato generalizado de prisioneros en manos estadounidenses; y se tendrá la maquinaria para la fabricación de vastas cantidades de enfurecidos enemigos potenciales, algunos indudablemente dispuestos a cometer casi cualquier acto de venganza. Aunque no hay forma de organizar las cifras, cientos de miles de prisioneros ya han pasado ciertamente a través de las diversas prisiones del gobierno de Bush en estos últimos siete años, y muchos han salido amargados. (Y no hay que olvidar a sus familias amargadas.) Hay que pensar en todo esto como un enorme experimento distópico en «redes sociales,» el Facebook del Infierno sin Internet.

5.700: La cantidad de remolques de Nueva Orleans – entregados por la Agencia Federal de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) como albergues temporarios después del huracán Katrina – que siguen ocupados por gente que perdió sus casas en la tormenta hace casi tres años. A veces esos remolques contienen niveles tóxicos de vapores de formaldehído. Katrina («Brownie, estás haciendo un tremendo trabajo») fue uno de los numerosos desastres de seguridad del gobierno de Bush.

658: La cantidad de atentados suicidas en todo el mundo el año pasado, incluyendo 542 en Afganistán e Iraq, «más del doble de los ocurridos en alguno de los últimos 25 años.» De todos los atentados suicidas en el último cuarto de siglo, más de un 86% ha ocurrido

desde 2001, según expertos gubernamentales de EE.UU. Por los menos uno de esos atacantes – que muró en una reciente ola coordinada de ataques suicidas en la ciudad iraquí de Mosul – era un kuwaití, Abdallah Salih al-Ajmi, que había pasado años encarcelado en Guantánamo.

511: La cantidad de postulantes condenados por delitos graves, incluyendo robos caseros, hurtos de gran cuantía, y asaltos agravados, que fueron integrados al Ejército de EE.UU. en 2007, más del doble de los 249 aceptados en 2006. Según el New York Times, entre 2006 y 2007, hubo casi el doble de enlistados con condenas por posesión ilegal de drogas (sin incluir marihuana), los condenados por robos caseros se casi triplicó, los por asalto agravado aumentaron en un 30%, y los por «amenazas terroristas incluyendo amenazas con bombas» se duplicó (de uno a dos). ¿Os sentís más seguro ahora?

126: La cantidad de dólares que costó comprar un barril de petróleo crudo en el mercado internacional esta semana. Mientras tanto, el precio promedio de un galón de gasolina regular en EE.UU. llegó a 3,72 dólares, mientras el precio del gas aumentó casi 20 centavos en Michigan en una semana, 36 centavos en Utah en un mes, y rompió el límite de 4 dólares en Westchester, Nueva York, un aumento de 65 centavos en el último año. Justo después de los ataques del 11-S, un barril de petróleo crudo todavía se encontraba en el área de 20 dólares; cuando ocurrió la invasión de Iraq en marzo de 2003, estuvo a 30 dólares. En otras palabras, desde el 11-S, un barril de crudo ha aumentado más de 100 dólares sin que el gobierno de Bush haya tomado algún paso serio para promover la conservación de energía, reducir la «adicción» al petróleo de EE.UU., o desarrollar estrategias de energía alternativa (fuera de un dudoso programa para producir más etanol).

82: El porcentaje de estadounidenses que piensan que «las cosas en este país… han empeorado seriamente por el camino equivocado,» según el sondeo más reciente de Washington Post-ABC News. Es la actitud más sombría de los estadounidenses respecto a la «dirección» del país en los últimos 15 años de tales sondeos.

40: El porcentaje de baja («ponderado sobre el comercio exterior») del valor del dólar desde 2001. La parte del dólar en las reservas de divisas extranjeras totales del mundo también ha bajado de un 73% a un 64% en el mismo período. Según el Centro para el Progreso Estadounidense: «A principios de mayo de 2008, un dólar compró un 42,9% menos euros, 35,7% menos dólares canadienses, 37,7% menos libras británicas, y 17,3% menos yen japoneses que en marzo de 2001.»

37: La cantidad de países que han presenciado protestas o disturbios por alimentos en los últimos meses debido al aumento vertiginoso de los precios de alimentos, una crisis global de inseguridad que sorprendió al gobierno de Bush totalmente desprevenido. En el último año, el precio del trigo aumentó en un 130%, el del arroz en un 74%, de la soya en 87%, y el del maíz en un 31%.

0: La cantidad de ataques terroristas de al Qaeda o de grupos similares dentro de EE.UU. desde el 11 de septiembre de 2001.

Así que considerad que «la patria» está segura. Misión cumplida.

Y por si dudáis, menciono una última cifra, representativa de la máxima inseguridad que, por omisión consciente así como por comisión, de la que el gobierno de Bush ha hecho caso omiso para que el asediado futuro se ocupe de ella: El número es 387. Los científicos en el observatorio Mauna Loa en Hawai acaban de publicar nueva información sobre el dióxido de carbono – el principal gas invernadero – en la atmósfera, y se ubica a un nivel récord de 387 partes por millón, «un aumento de casi un 40% desde la revolución industrial y la mayor en por lo menos los últimos 650.000 años.» Su tasa de aumento también se ha incrementado. Tras todas estas cifras acecha un mundo potencial de inseguridad que EE.UU. todavía no encara.

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Tom Engelhardt dirige «Nation Institute’s Tomdispatch.com, es el cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Ha actualizado su libro: «The End of Victory Culture» (University of Massachussetts Press) y hay una nueva edición que aborda la victoria de la cultura de la guerra de tierra quemada y sus secuelas en Iraq.

Copyright 2008 Tom Engelhardt

http://www.tomdispatch.com/post/174932/welcome_to_the_age_of_homeland_insecurity