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Burkina Faso, cómo escapar del terror

Fuentes: Rebelión

Una vez más Burkina Faso ha sido golpeada por el terrorismo wahabita que desde 2015 ha causado la muerte de miles de civiles, efectivos del ejército y de la policía, además de haber provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas. Burkina Faso es uno de los países más pobres del continente, con más de 22 millones de habitantes, de los que la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y casi 650.000 mil personas están al borde de la inanición.

Si bien la crisis de seguridad se inició en las provincias del norte y el este del país saheliano, ha comenzado a filtrarse hacia el sur y el oeste, por lo que casi el cuarenta por ciento del país se encuentra bajó el control, o en disputa, de las bandas integristas tras las estrategias equivocadas de los mandos franceses desde el principio de la embestida terrorista, tal como ha sucedido en Malí, en Níger y el Chad.

Dicho fracaso, al igual que en Mali, que llevó al poder, al coronel Assimi Goita en mayo del 2020, provocó en Burkina Faso dos golpes de Estado durante el 2022. El primero en enero, encabezado por el teniente coronel Paul-Henri Damiba, que desplazó del poder al presidente Roch Marc Kaboré. Siguió el segundo golpe de Estado, en septiembre, realizado por un grupo de jóvenes oficiales liderados por el capitán Ibrahim Traore. (Ver: Burkina Faso, adieu la france).

Más allá de los cambios políticos y la expulsión de las tropas francesas, el conteo de muertos del 2023 es espeluznante, solo en enero han sido casi 80 los muertos registrados por acciones de los integristas.

El sábado día 4 se conoció la muerte de otras 18 personas en dos operaciones terroristas diferentes. Se conoció que un grupo de hombres armados sin identificar atacaron Bani, una ciudad a unos 300 kilómetros al noreste de la ciudad de Uagadugú, la capital burkinesa, donde fueron asesinados una docena de civiles mientras seis hombres del destacamento militar de Diapaga, en el este del país, que patrullaban un sector de la ruta Diapaga-Partiaga, murieron después de que el vehículo en el que se trasladaban pisara un “artefacto explosivo improvisado”, mejor conocido por sus siglas en inglés IED (improvised explosive device).

Estos nuevos ataques suceden apenas cinco días después de las operaciones terroristas que dejaron una treintena de muertos. 15 de ellos, que habían sido secuestrados durante el fin de semana, aparecieron ejecutados el lunes 30 en proximidades de Linguekoro, una aldea de la provincia occidental de Comoe. Las 15 nuevas víctimas habían sido secuestradas cuando se trasladaban en dos buses que provenían de Banfora, en el sureste del país, junto a otras ocho personas, siete de ellas mujeres, que fueron liberadas de inmediato.

En otro ataque diez policías militares, dos hombres de las fuerzas auxiliares de apoyo al ejército y un civil murieron en Falangoutou, al norte del país, desplegados para defender la ciudad. Se conoció que, además, otros cinco gendarmes resultaron heridos y unos diez más se encuentran desaparecidos. Según fuentes militares, en el hecho habrían muerto unos 15  muyahidines. Si bien ningún grupo se atribuyó de inmediato el hecho, la metodología responde a las actuaciones realizadas en infinidad de ocasiones por las khatibas de al-Qaeda, Jamā’at Nuṣrat al-Islām wal-Muslimīn o JNIM (Grupo de Apoyo al Islam y los musulmanes) y del Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS), la rama saheliana del Dáesh, que operan en toda la región y avanzan de manera sostenida hacia los países del litoral del Golfo de Guinea.

Estos ataques suponen una nueva escalada de una insurgencia que asola Burkina Faso, uno de los países más pobres y conflictivos del mundo, desde hace más de siete años.

Intentando controlar este tipo de acciones el Gobierno continúa limitándose a establecer mayor presencia de las fuerzas de seguridad, extendiendo su permanecía en la región por más tiempo, acompañado de medidas cómo restricciones al tránsito de rutas y caminos comunales, control vehicular, toque de queda y la estricta prohibición de reuniones públicas.

Dado el monumental fracaso francés en Burkina Faso, que replica su fiasco en Malí, a mediados de enero el Gobierno del capitán Traore otorgó un plazo de 30 días a las tropas francesas para que abandonaran el país.

Francia ha destacado miles de hombres en la región desde 2012 para contrarrestar el avance de las bandas integristas después de que estas derrocasen el “dique natural” que representaba el Gobierno del Coronel Gaddafi en 2010.

Desde entonces, frente a la mirada indiferente de Occidente, docenas de movimientos integristas de este tipo, nacidos al calor de la guerra civil argelina (1991-2002), y la carta blanca que significó la Primavera Árabe, miles de muyahidines desbordaron a los ejércitos locales, por lo que Francia y La OTAN aprovecharon la oportunidad para establecerse nuevamente en sus excolonias con los deficientes resultados que conocemos y que han generado un sentimiento antifrancés cada vez más acentuado.

En febrero de 2022 Bamako expulsó a la dotación de los 5.000 efectivos franceses de la Operación Barkhane acusados de atrocidades contra la población civil y de connivencia con los insurgentes. Prácticamente la junta militar burkinesa ha utilizado las mismas razones para expulsar a los franceses.

Aunque en la región permanecen tropas estadounidenses y británicas, entre otras naciones miembros de la OTAN, que se expanden desde Marruecos hasta Níger más que para controlar a los integristas monitorear los movimientos cada vez más firmes de los efectivos de la compañía de seguridad (mercenarios) rusa conocida como el Grupo Wagner.

Una unidad improbable

Tanto Burkina Faso como Mali, que no cuentan con salida al mar, se encuentran entre las naciones más pobres e inseguras del mundo y han vivido a lo largo de su historia independiente escasos momentos de paz.

Así, en su reciente visita oficial que realizó, entre el 31 de enero y el 1 de febrero, a Bamako, la capital de Mali, el Primer Ministro de Burkina Faso Apollinaire Tambela, esbozó la posibilidad de que ambas naciones, que cuentan con una frontera común de 1.000 kilómetros, conformen una “federación flexible” que podría alentar nuevos emprendimientos comerciales y daría al hipotético bloque mayor unidad para la lucha contra el terrorismo, problema que a estas dos naciones, como a varios países de la región, está asolando desde hace ya más de una década.

Tambela, además de recordar el intento de la creación, poco antes de sus respectivas independencias de Francia en 1960, de una federación en el África occidental francófona que integrarían Malí, Senegal, Burkina Faso y Benín, dijo que “Mientras cada uno tomó caminos separados, no tenemos mucha influencia, pero si ponemos nuestras producciones juntas (algodón, oro y ganado) Malí y Burkina Faso se convertirían en una potencia”.

Otro punto de coincidencia, y quizás el fundamental, es que tanto Uagadugú como Bamako prácticamente han roto todo tipo de vínculos con París, la antigua metrópoli colonial.

Estas naciones, más allá de haberse independizado en los años 60 de Francia, la vieja metrópoli ha seguido interviniendo en ambas naciones, como también lo ha hecho en el Chad y Níger, digitando en beneficio propio la política interna, la economía, la articulación de sus fuerzas armadas y en las relaciones internacionales, por lo que eliminó la presidencia de líder burkinés Thomas Sankara (1983-198), quien alentó también sueños panafricanistas, de ahí su asesinato instigado desde París y ejecutado por uno de sus hombres más cercanos, Blaise Compaoré, quien gobernó el país por los siguientes 27 años con el amparo de París, como ha hecho y sigue haciendo con otras dictaduras de la región. Quizás la más emblemática, sea la del general Idriss Déby, que se mantuvo en el poder por 30 años y tras su muerte en combate en abril del 2021 su hijo, el general Mahamat Déby Itno, sin que nada lo avalase más que las armas y Francia, capturó el Gobierno y desde entonces gobierna bajo la tutela de presidente francés Emmanuel Macron, quien lo alentó para tomar el poder inmediatamente después de la muerte de su padre.

En este marco regional, con enemigos como Chad, que a pesar de ser uno de los países más pobres del mundo cuenta con uno de los ejércitos más poderosos del continente, a los que sin duda se le sumarán las khatibas wahabitas que hoy combaten contra una media docena de países del Sahel, cualquier idea de unidad entre Mali y Burkina Faso se convertiría en una posibilidad altamente improbable, además de extremadamente sangrienta, si rozase la posibilidad de afectar los intereses de Francia y sus socios occidentales.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.