Hoy Burkina Faso, que se encuentra entre los cinco países más pobres del mundo y casi 11 de sus 20 millones de habitantes viven bajo el umbral de pobreza, se halla envuelta en una marea de manifestaciones populares dado el fracaso de las políticas de seguridad llevadas por el presidente Roch Kaboré, reelegido el año pasado para otro periodo de cinco años.
La errática política antiterrorista del Gobierno quedó expuesta por los centenares de ataques que sufre el país desde hace cinco años, como el sucedido el pasado 14 de noviembre en un destacamento de gendarmería en Inata, al norte del país, donde 53 gendarmes y cuatro civiles fueron asesinadas durante una incursión de los rigoristas.
Desde 2016 el país sufre acciones constantes de las diferentes organizaciones fundamentalistas que operaban en el Sahel, como el Jamā’at Nuṣrat al-Islām wa-l-Muslimīn (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM)) un conglomerado de grupos armados que se unieron en 2017 y que responden al mando de al-Qaeda global, Daesh en el Gran Sáhara (ISGS) y el grupo nativo Ansarul Islam. En procura de liderar la guerra terrorista, han sido frecuentes los choques armados entre los muyahidines del Daesh y los del JNIM.
Hasta 2015, gracias a las férreas medidas represivas que desarrollaron durante la larga dictadura de Blaise Compoaré, derrocado en ese año, el país también pudo mantenerse fuera de las operaciones integristas que desde 2012 se venían desarrollando en Mali y Níger. Pero todo cambió el 15 de enero de 2016, apenas unos días después de la toma de posesión de Kaboré, cuando Ouagadougou, la capital del país, sufrió su bautismo de fuego con una serie de ataques coordinados contra cafeterías, restaurantes y hoteles, que dejaron una treintena de muertos y sumergió al país en una escala de violencia que no se ha detenido hasta hoy. Después de cientos de ataques que han dejado miles de muertos y han obligado a más de un millón de personas a abandonar sus hogares, particularmente en el norte del país donde cientos de escuelas han debido de ser cerradas tras una oleada de ataques selectivos contra maestros y profesores. En la actualidad la escalada terrorista ha cruzado el país, que desde las porosas fronteras con Mali al norte y Níger al este ha alcanzado la frontera con Costa de Marfil, al sur del país.
La crisis de seguridad ha obligado al gobierno de Kaboré a dictar una ley de reclutamiento “voluntario” para engrosar las filas tanto del Ejército como de la Policía, a los que se han agregado grupos de autodefensa conocidos como Koglweogo, en lengua mossi “vigilantes del bosque”, con presencia en las áreas rurales.
En las protestas que hoy sacuden al país, más allá de lo poco efectivas que han sido las medidas contra el terrorismo, también influyen los constantes abusos a los que se ve sometida la población civil, tanto por las fuerzas de seguridad como por los grupos de autodefensa, que a la vez están agravando las siempre tensas relaciones intercomunitarias que tienen como centro a los fulani o peul, una etnia de pastores, originariamente nómada, que se extiende por casi todos los países de África Occidental y es acusada de tener lazos con los grupos terroristas, lo que ha estimulado los cada vez más frecuentes ataques contra ellos, iniciado un ciclo de venganzas infinito. Lo que también se repite en Mali, Níger y Nigeria, entre otras naciones.
Estos episodios han posibilitado que las diferentes khatibas que operan en el país hayan tenido un sustancial incremento en sus filas, dado que son muchos los jóvenes que encuentran en esas organizaciones no solo una “salida laboral”, sino también un modo de rebelarse contra los abusos a los que sus comunidades están siendo sometidas.
Las acciones entre las comunidades y las fuerzas de seguridad han dejado verdaderas masacres como la ocurrida en enero del 2019, donde una patrulla de Koglweogos asesinó a más de 50 fulanis en el distrito de Yirgou en respuesta a un ataque anterior contra la milicia progubernamental. Al tiempo Human Rights Watch (HRW) ha denunciado a las autoridades burkinesas por la ejecución de una treintena de civiles tras haber sido detenidos por el Ejército en una operación antiterrorista en el norteño distrito de Djibo, en abril del 2020.
Marcando la creciente inestabilidad el pasado 19 de noviembre varios miles de manifestantes bloquearon un convoy de suministros militares francés, perteneciente a la Operación Barkhane, que se dirigía a Mali, en el distrito de Kaya, a unos 100 kilómetros al norte de Ouagadougou. Los transportes franceses que venían desde Costa de Marfil se dirigían, vía Burkina Faso y Níger, a la ciudad de Gao en el centro de Malí.
Tras haber ingresado a Burkina, el convoy había sido detenido en Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad más grande del país, y después en Ouagadougou donde se levantaron barricadas, hubo quema de neumáticos, saqueos de edificios gubernamentales, de donde fueron arrojadas a la calle computadoras y documentos. Las manifestaciones terminaron con enfrentamientos con la Policía. Con el fin de detener la comunicación entre los manifestantes, bajo la excusa de la “seguridad nacional”, el Gobierno cortó los servicios de internet hace ya más de una semana y prohibió cualquier tipo de manifestación.
Tras desencallar el convoy francés fue detenido en la ciudad de Kaya, a 350 kilómetros al este de Niamey, la capital nigerina, donde el convoy estuvo retenido casi una semana. Se informó de que efectivos franceses y burkineses abrieron fuego y lanzaron gases lacrimógenos contra la multitud, de lo que resultaron cuatro civiles heridos por armas de fuego. Algunas fuentes locales informaron de que los manifestantes tenían evidencia de que el convoy transportaba armamento para los terroristas que operan en Mali. Lo que no sería del todo descabellado considerando la creciente enemistad entre París y la junta de coroneles nacionalista que se ha instalado en Bamako.
Francia se hunde en el desierto
Tras ingresar a Níger, la caravana francesa pasó la noche en la ciudad de Tera, en la región de Tillabéry, por lo que el sábado por la mañana unos 1.000 manifestantes volvieron a impedir el tránsito que continuaba hacia Niamey. En el intento de escapar del nuevo cerco, los efectivos franceses volvieron a abrir fuego, de lo que dos civiles resultaron muertos y otros 18 sufrieron heridas, 11 de ellos de gravedad. Otras versiones, negadas por las autoridades locales, hablan de que el ejército francés en Tera habría causado decenas de muertos.
Mientras todavía no está claro el número verdadero de las víctimas causadas en la ruta de la caravana francesa que partió de Costa de Marfil hace ya más de diez días, el portavoz del Estado Mayor del Ejército francés, el coronel Pascal Ianni, ha acusado a los manifestantes de querer “apoderarse de los camiones”. Razón por la que los gendarmes nigerinos y soldados franceses se vieron obligados a hacer disparos de advertencia. Desde París nada se ha dicho al respecto, pero si se ha conocido que “ningún soldado francés resultó herido” y solo dos conductores civiles sufrieron algunas lesiones.
El episodio del convoy deja en claro la degradación que Francia está sufriendo a raíz de su notorio fracaso en la lucha contra el terrorismo wahabita en la región del Sahel, si es que alguna vez pretendió combatirlo y no solo se limitó a monitorear que los muyahidines no se salieran de madre. Más allá de cualquier presunción el hecho incontrastable es que París con un larguísima Operación Barkhane, con la que puso en tierra más de 5.000 efectivos en 2013, no ha conseguido nada, o mejor dicho ha conseguido generar más inestabilidad en la región. Cuatro golpes de Estado: dos en Mali, uno en el Chad y uno en Burkina Faso; la reactivación de conflictos intercomunitarios en varios países del área y un crecimiento exponencial del terrorismo, que desde el norte de Mali en 2012, se ha lanzado a conquistar el continente abriendo nuevos frentes en Chad, Níger, Burkina Faso, Senegal, Guinea, Benín, República Democrática del Congo, Tanzania, Uganda, Burundi y Mozambique… hasta ahora y profundizando el largo conflicto de Nigeria.
Nunca antes una misión de la Barkhane había sido blanco del rechazo manifiesto de la población local, que los habían considerado como verdaderos libertadores del terrorismo wahabita. Tras casi diez años de fracaso Francia ha logrado que se consolide por ejemplo la Coalición de Patriotas de Burkina Faso (Copa-BF) parte de un creciente movimiento panafricano que rechaza la presencia de militares franceses.
De todos modos París sigue negando lo evidente y busca, como siempre, culpables en los que descargar sus responsabilidades. Y para eso nadie mejor que Rusia, claro está, nación que según el análisis del Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian, que ha sugerido que Rusia, después de haberse “apoderado” de República Centroafricana, ha debilitado considerablemente a Francia en su antigua colonia, lo que Moscú estaría reproduciendo en Mali y Burkina Faso.
Una fuente del Elíseo también se consuela deslindando responsabilidades y buscando fantasmas: “Rusia quiere debilitarnos y, por qué no, expulsarnos de África. Hemos perdido Bangui, (capital de República Centroafricana) y Moscú sigue avanzando”.
Quizás al mismo ritmo que Francia se hunde en el desierto.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.