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Burkina Faso, ¿más coroneles para África?

Fuentes: Rebelión

Pese a que en Ucrania el mundo puede estar jugándose su existencia, los militares burkineses parecen tener otras urgencias y en un infatigable déjà vu, Burkina Faso acaba de vivir su octavo golpe de Estado desde su independencia en 1960, lo que agrega todavía más inestabilidad ya no solo al país sino a toda la región, conmocionada por golpes de Estado y cambios de estrategias en la lucha contra los grupos fundamentalistas que han sumido al centro del Sahel en una guerra de múltiples frentes.

Se confirmó que entre el domingo 23 y el pasado lunes un grupo de militares liderados por el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, nucleados en el hasta ahora desconocido Movimiento Patriótico de Salvaguardia y Restauración (MPSR), finalmente derrocaron al presidente Roch Kaboré, quien presentó su renuncia manuscrita el lunes por la noche, confirmando lo que se había murmurado durante toda la semana anterior. Lo que había llevado al Gobierno depuesto a detener a 11 oficiales, entre ellos el veterano coronel Emmanuel Zoungrana, comandante de cuerpo del regimiento de infantería del comando 12, quien estuvo a cargo de la lucha contra los terroristas en el sector occidental. Mientras los rumores se confirmaban el pasado lunes 24 se conoció oficialmente la destitución de Kaboré, quién había sido reelegido en las elecciones de 2020 con el 58 por ciento de los votos. Habiendo llegado al poder en 2015, tras el derrocamiento en 2014 de Blaise Compaoré, en el poder desde 1991 que está siendo juzgado, en ausencia, por el asesinato en 1987 de Thomas Sankara, el líder de la revolución burkinesa. El magnicida, alcanzó a huir a Costa de Marfil con la ayuda de la inteligencia francesa.

Con los siempre clásicos gestos que preanuncian la inminencia del golpe militar, el domingo por la noche en Uagadugú, la capital del país, se escucharon disparos en cercanías del palacio presidencial, en cuarteles militares de la capital y según algunas fuentes también en las bases militares de Kaya y Ouahigouya, en el norte del país. El servicio de internet y telefonía móvil fue interrumpido al tiempo que algunas versiones decían que Kaboré ya había sido recluido en una dependencia militar mientras el edificio de la televisión estatal había sido tomado por los golpistas. Cientos de ciudadanos, desafiando el toque de queda impuesto por Kaboré el mismo domingo, salieron a apoyar la asonada y comenzaron a acercarse a la Place de la Nation, en el centro de la Uagadugú, mientras que de pronto empezó a incendiarse la sede del Movimiento del Pueblo para el Progreso, el partido del ahora expresidente.

El golpe, del mismo modo que en Mali, se produjo por el descontento de las fuerzas de seguridad y por la incapacidad de los gobiernos en la lucha contra el terrorismo. En el caso particular de Burkina Faso fue impulsado por el contundente fracaso político militar del Gobierno en su lucha contra la insurgencia rigorista que desde 2016 se ha filtrado en el país desde Mali, lo que ha provocado miles de muertos y 1,6 millones de desplazados, al tiempo que el país se convirtió en un puente de las khatibas muyahidines hacia Costa de Marfil y Ghana, donde ya han logrado instalarse.

Previo al golpe los integrantes del MPSR habían pedido al presidente la renuncia de los jefes del ejército y mayor presupuesto para la guerra contra los grupos wahabitas, tributarios de al-Qaeda como el Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimīn (JNIM)o Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes y al Daesh o Estado Islámico en el Gran Sáhara, que prácticamente se han adueñado del norte de Burkina Faso y las áreas que comparte con Mali y Níger, obligando a los aldeanos a vivir bajo las estrictas normas de la sharia.

Entre 2015 y 2018 los terroristas habían concentrado sus acciones contra diferentes objetivos en Uagadugú: hoteles, bares, restaurantes y edificios públicos, pero a partir de 2019 sus operaciones de mayor escala las realizaron con khatibas móviles en las áreas rurales del norte y este del país produciendo ataques incluso contra bases militares, como la de Koutougou en agosto de 2019, donde murieron dos docenas de soldados. Lo que generó prácticamente la paralización de todas las actividades, el cierre de la mayoría de las escuelas y el éxodo de miles de pequeños productores. A partir del 2020 comenzó a funcionar una fuerza paramilitar, Voluntarios para la Defensa de la Patria, un grupo civil auxiliar del ejército que terminó siendo rechazado por la población, ya que sus miembros extorsionaban y robaban a quienes tenían la obligación de proteger.

Según algunos analistas, lo que finalmente habría precipitado el golpe fue el último gran ataque que se produjo el pasado noviembre contra la comisaría de Inata en la provincia norteña Soum, donde fueron asesinados 54 policías. (Ver: Burkina Faso, especulaciones sobre el terror). A lo que hay que sumar el ataque al pueblo de Solhan, provincia de Yagha, en el norte del país, en la noche del viernes 4 al sábado 5 de junio del año pasado, que dejó al menos 160 civiles muertos convirtiéndose en el hecho más sangriento desde que comenzó la actividad terrorista en Burkina Faso, perpetrado por una khatiba de más de 100 militantes (Ver: Refugiados, una explicación a Ceuta).

Se ha conocido que tras la concreción del golpe el MPSR, además de ungir como nuevo presidente al coronel Sandaogo Damiba, ha suspendido la Constitución, disolvió la estructura del anterior gobierno, al igual que la Asamblea Nacional, ordenó el cierre de fronteras aéreas y terrestres hasta nuevo aviso y estableció un toque de queda desde las 9 de la noche a las 5 de la mañana. Al tiempo que anunció que presentará, a la brevedad, cronograma para el retorno del orden constitucional.

Caminos que se cruzan

Se conoció que el líder del MPSR, el coronel Sandaogo, en su momento había propuesto en dos oportunidades al ahora derrocado presidente pedir la asistencia de la compañía militar rusa Wagner, que tras el fracaso de Francia está a cargo de la lucha contra los grupos rigoristas en Mali en colaboración con el ejército liderado por el actual presidente, el coronel Assimi Goita, por lo que se cree que ahora, ya que aquellas propuestas fueron rechazadas, sea inminente la llegada de los rusos a Burkina Faso. Un dato nada menor no solo en la guerra contra el terrorismo en el Sahel, que esta pasado por uno de sus momentos más críticos y en plena expansión de las khatibas, sino en vista de la peligrosa situación en Ucrania. Por lo que en África se incrementaron los hasta ahora disimulados choques entre Washington y sus subordinados de París y Londres tanto como con Rusia, que de alguna manera está tomando un fuerte protagonismo en el continente junto con China, que viene haciendo multimillonarias inversiones en muchos países africanos.

Burkina Faso, al igual que Mali y Níger, está en un punto de extrema debilidad frente a la incontenible andanada de los grupos wahabitas, cuyas operaciones durante 2021 se incrementaron en un setenta por ciento de 1.180 acciones en 2005. El Sahel se ha convertido el foco más activo de los cinco con que cuenta en África del terrorismo “islámico”, los otros cuatro son el Magreb, Somalia, Mozambique y la cuenca del lago Chad (Nigeria, Camerún, Chad y sureste de Níger), al tiempo que en los últimos meses se ha verificado también un importante incremento de las acciones de los grupos integristas que operan en República Democrática del Congo, Uganda y Burundi.

Específicamente en el Sahel central (Burkina Faso, Mali y Níger), donde han operado con mayor intensidad fuerzas militares de Occidente, particularmente Francia y Estados Unidos, las consecuencia de la actividad terrorista han producido el desplazamiento de más de 2,4 millones de personas (sólo en Burkina 1.6 millones), incluidos, más de 190.000 refugiados y 2,2 millones de desplazados internos.

En gran parte del continente la grave crisis de seguridad está haciendo trastabillar a los gobiernos “democráticos”, a lo que hay que sumar las crónicas crisis políticas, económicas, la pandemia del Covid-19 y epidemias como el cólera, sida, ébola y hasta el 2020 poliomielitis en Nigeria.

Esta situación es la que ha dado contexto para lo que a lo largo del año pasado se hayan producido en el continente seis golpes de Estado: Chad, Mali, Guinea y Sudán en dos intentos, al que hay que sumar el fallido en Níger, mientras que desde 2011 al 2020 se habían producido sólo cinco. A los que ahora se suma Burkina Faso antes de que termine el primer mes del año.

Esta multiplicación de movimientos militares da un entorno estremecedor para la “democracia” africana y que según se ve en vastas regiones del mundo parece ser un sistema que se ha ido degradando, al punto de convertirlo en inútil, quizás por los mismos países que tanto la promocionan. Mal al que los coroneles africanos parecen estar dando una respuesta.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.