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Burkina Faso, otro fracaso francés

Fuentes: Rebelión

Nadie parece estar tomando conciencia del desastre humanitario que las intervenciones francesas en algunas de sus antiguas colonias africanas siguen provocando a diez años de su entrada en Mali.

La información que se recoge tanto en Burkina Faso como en Chad, Mali y Níger coincide en apuntar que donde han puesto sus botas los militares franceses han resurgido con más fuerza las khatibas rigoristas -filiales del Dáesh y al-Qaeda con su consecuente carga de violencia- que están generando miles de muertos, millones de desplazados, la destrucción de sistemas de vida milenarios y la reactualización de las guerras entre pastores y agricultores (Ver: Nigeria: La última guerra antes del fin del mundo).

Más allá de los resultados reales, trágicos y concretos, esa intervención ha generado una consecuencia simbólica pero con un peso en la realidad definitorio, hoy quizás como nunca en las antiguas colonias francesas se acrecienta un profundo espíritu anticolonial, incluso más consecuente que el de los años sesenta cuando, como un efecto dominó, las naciones francófonas comenzaron a quitarse de encima, en lo que pudieron, los despojos putrefactos del antiguo imperio.

Los 5.500 efectivos de la Operación Barkhane ya se ha retirado derrotados de Mali mientras son cada vez más fuertes los indicios de la retirada de los militares de la Operación Sabre, un contingente de fuerzas especiales francesas, de la base Kamboinsin, en cercanías de Uagadugú, la capital de Burkina Faso, junto a algunos efectivos, de la Operación Barkhane.

Francia todavía mantiene unos 3.000 hombres en el Sahel, remanentes de la Operación Barkhane, esencialmente destacados en Níger y Chad, mientras prepara una estrategia para el nuevo contexto africano, a lo que hay que sumar no solo el incremento y posicionamientos de las fuerzas terroristas, sino también la presencia de los mercenarios rusos, del Grupo Wagner, muy activos en Mali y según todo parece indicar próximos a ingresar en Burkina Faso, así como el nuevo marco político en Mali y Burkina Faso tras los golpes militares. Además del cada vez más complejo panorama de Níger (Ver: EE.UU.: ¿Qué hacer con Níger?) el endurecimiento de la dictadura en el Chad, aunque socio fundamental de Francia en la región, la violación de los derechos humanos, la represión y asesinatos de opositores del Gobierno del general Mahamat Déby. (Ver: Chad, un minué en el Sahel y Chad, la masacre anunciada) harán imposible sostener mucho más el apoyo irrestricto del Eliseo.

Las protestas antifrancesas y la aparición de banderas rusas, cada vez más frecuentes entre los manifestantes en Bamako, Uagadugú, Niamey e incluso en Yamena, dibujan claramente la endeble posición de la vieja metrópoli, que no se va a retirar mansamente y esas retiradas, cómo lo ha hecho siempre, las cobrará con muchos muertos y gigantescas operaciones de prensa culpando a otros de las miles de muertes como está haciendo ahora con Mali, acusando al Grupo Wagner de cientos de ejecuciones de civiles y al Gobierno de Bamako de permisividad.

En un intento por demostrar cierta presencia ante la inminencia del desastre militar en África, el ministro francés de las Fuerzas Armadas, Sébastien Lecornu, explicó un plan integral de trabajo para reorganizar las bases militares que “tendrán que mantener ciertas capacidades para proteger a nuestros nacionales”, pero también “orientarse más al entrenamiento de los ejércitos locales”, y agregó “Ya no se trata de luchar contra el terrorismo en lugar de nuestros socios, sino hacerlo con ellos, a su lado”, lo que de alguna manera se probó durante por lo menos ocho años con la Operación Barkhane en el norte de Mali y fracasó de manera contundente.

El viernes 18 de noviembre una protesta contra la presencia francesa en Burkina Faso, quizás hoy el principal frente de los grupos fundamentalistas en el Sahel, se plantó frente la embajada de Francia en Uagadugú y la base militar de Kamboinsin, en las afueras de la capital, reclamado el abandono del país.

Mientras, el presidente francés, Emmanuel Macron, como si le sobrara tiempo en África se tomará seis meses para finalizar un plan que establezca una nueva estrategia para la región, como si tuviera la convicción que los muyahidines estarían dispuestos a sentarse y esperar.

Con la experiencia de Mali tras la retirada francesa a cuestas, que provocó una ofensiva de los takfiristas que llegó a golpear incluso en cercanías de Bamako -a 1.000 kilómetros y más de los epicentros de la acción terrorista- Burkina Faso inició un plan de reclutamiento cercano a 50.000 Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP). Estos hombres pasarán a reforzar los efectivos del ejército en la lucha contra los insurgentes, como los koglweogos (en lengua mooré “vigías del bosque”), el grupo de autodefensa que desde hace años se enfrenta tanto a delincuentes comunes como a terroristas contra los que las acusaciones por abuso contra la población civil son muy frecuentes.

El lunes 21 al menos 14 personas, incluidos ocho auxiliares de los VDP, murieron en dos ataques a la aldea de Safi, en la comuna de Boala, cerca de Kaya en el centro-norte del país.

El grado de apremio de las fuerzas burkinesas lo está marcando el corto tiempo de entrenamiento de estos voluntarios, de solo 14 días, para ser enviados a contener a los experimentados milicianos de al-Qaeda y el Dáesh, que ya controlan aproximadamente el cuarenta por ciento del país, y que desde hace años y con vasta experiencia en otros campos de batalla como Libia, Argelia, Medio Oriente e incluso Afganistán, llevan con éxito la guerra contra el takfir.

La guerra de la sed y el hambre

Desde 2015 Burkina Faso ha sufrido de manera constante ataques terroristas que no solo han asesinado a miles de civiles, sino que obligó al menos a 2.000.000 de personas a escapar de sus pueblos y aldeas del norte del país, donde se han cerrado unas 5.000 escuelas, sin que el ejército burkinés y mucho menos las dotaciones francesas puedan impedirlo.

Acciones como la del pasado lunes 21, cuando una decena de soldados murió mientras otros 50 resultaron heridos en un ataque a la norteña ciudad de Djibo, sitiada por los integristas desde hace tres meses, son ya rutinarias. Ese mismo día también se conoció la muerte de seis civiles en proximidades de Markoye, en la provincia de Oudalan (noreste) donde los atacantes, además de robar vehículos y otros insumos, saquearon y quemaron viviendas.

Este pasado viernes 25 al menos cuatro militares murieron tras la explosión de un IED (artefacto explosivo improvisado, por sus siglas en inglés) en la ruta Bourzanga-Kongoussi en el norte del país, cuando regresaban de una misión de escolta a la ciudad de Djibo, en la provincia de Soum.

Esta última ciudad, de casi 70.000 habitantes, se ha convertido en una perfecta metáfora de esta guerra, lugar al que llegan cientos de desplazados internos obligados a escapar de las acciones terroristas en sus regiones y asediada por los terroristas que impiden la llegada de provisiones.

El pasado 26 de septiembre un convoy de aprovisionamiento, junto a una fuerte escolta militar que trataba de reabastecer a la ciudad, fue literalmente destruido por los muyahidines del grupo de al-Qaeda en la región Jama’at Nasr al-Islam wal Muslimīn o JNIM (Grupo de Apoyo al Islam y los musulmanes) quienes des principio de año controlan las rutas de acceso a la ciudad.

El convoy había llegado a unos 25 kilómetros de Djibo cuando fue emboscado, causando la muerte de una treintena de soldados y por lo menos diez civiles. Según estudios satelitales a lo largo de cinco kilómetros de la carretera N22, en proximidades de la ciudad de Gaskindé, habrían sido destruidos unos 95 camiones.

Ese fue el punto de inflexión para que un grupo de jóvenes militares liderados por el capitán Ibrahim Traoré diera un golpe pocos días después (Ver: Burkina Faso, adieu la france).

Más allá del golpe, la situación en Djibo continúa siendo de extrema vulnerabilidad alimentaria de miles de personas, porque para el reabastecimiento depende de la posibilidad de que las escoltas militares de los transportes civiles consiga sortear el cerco terrorista, por lo que ahora se está intentando proveer alimentos y medicinas lanzándolo desde aviones en maniobras sumamente peligrosas.

Desde el ataque al convoy los grupos humanitarios que trabajan en Djibo están advirtiendo de que la situación se ha seguido agravando, habiéndose producido al menos 15 muertes por hambre, aunque para las Naciones Unidas hay decenas de lugares en Burkina Faso que enfrentan condiciones similares a las de Djibo, donde casi un millón de personas viven en áreas situadas en el norte y el este del país.

Más allá de la imposibilidad de hacer llegar alimentos y medicamentos a las áreas sitiadas, los terroristas también concentran acciones para destruir instalaciones hidráulicas. Un dato nada menor si se considera que la región semiárida, golpeada por la crisis climática, atraviesa los meses más calurosos del año con temperaturas medias que superan los 40°C, mientras los embalses de agua se agotan. Mientras comienza la temporada del Harmattan, un viento seco y polvoriento, que desde noviembre a marzo proviene del Sahara, es considerado un desastre natural.

Un momento oportuno para que los muyahidines incrementen sus acciones para vencer la ciudad antes que Francia se retire de Burkina Faso y la nueva junta de Gobierno pueda organizar, libre de presiones extranjeras, un plan certero para enfrentar a los rigoristas.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.