Los EEUU, una vez asegurada la obediencia fiel de la UE -cuya política exterior común es el ¡Señor!, ¡Sí Señor! de la solidaridad Atlántica– siguen presionando, un día sí y otro también, sobre los miembros reticentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Lo hacen con la ayuda inapreciable de Alemania, que sin ser miembro […]
Los EEUU, una vez asegurada la obediencia fiel de la UE -cuya política exterior común es el ¡Señor!, ¡Sí Señor! de la solidaridad Atlántica– siguen presionando, un día sí y otro también, sobre los miembros reticentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Lo hacen con la ayuda inapreciable de Alemania, que sin ser miembro permanente se ha metido en ese club privilegiado -de los que deciden cómo se rompe la paz- por obra y gracia de Washington…
Berlín tiene poderosos argumentos económicos para negociar con Moscú sobre resistencias excesivas a la política de coacción militar de la comunidad internacional que definió Clinton durante la guerra de Yugoslavia, y que Bush ha sometido a una disciplina militar todavía más férrea.
Lo que realmente quiere el Consejo de Seguridad Nacional de los EEUU -que es el organismo que asegura la continuidad de la estrategia de dominación mundial- es una fórmula ambigua en una Resolución contra Irán, que les permita iniciar una guerra en el momento más oportuno.
Utilizarían seguramente el modelo de Guerra de Destrucción Masiva Unilateral que ya emplearon contra Yugoslavia, pero convenientemente modernizada con la feliz inclusión de las nuevas tecnologías en forma de pequeñas armas nucleares.
La cuestión es tener la posibilidad de destruir de manera escalonada -de menos a más; de la barbarie al genocidio- sin sufrir costes humanos excesivos en carne propia. La ajena es bien barata como hemos visto en Iraq y también en Guantánamo.
El gasto de los sucesivos ataques es un coste de renovación del armamento que asegura el ciclo productivo y el buen funcionamiento del complejo militar-petrolero-industrial. Los daños colaterales -sin duda inmensos en un ataque a Irán- sería asumidos por una opinión pública cuya sensibilidad ha sido devastada por Falsimedia y los políticos del Washington consensus.
La guerra flexible -en tiempo indeterminado y con métodos variables-, cuyo modelo perfecto es la guerra preventiva, tiene enormes ventajas. Una de ellas es que permite una preparación minuciosa de la opinión pública que se mueve desde el absurdo a lo inevitable, desde el horror a lo aceptable en cortos períodos de tiempo.
En ese proceso estamos.