El quinto informe presidencial de Bush estuvo marcado por la limitación de objetivos, las dimensiones modestas, la ausencia de los presuntuosos proyectos de discursos anteriores. Toda la bambolla retórica permaneció pero las promesas fueron insignificantes. Se comprende. Estados Unidos se encuentra en un año electoral y Bush cuenta con dos tercios de desaprobación en la […]
El quinto informe presidencial de Bush estuvo marcado por la limitación de objetivos, las dimensiones modestas, la ausencia de los presuntuosos proyectos de discursos anteriores. Toda la bambolla retórica permaneció pero las promesas fueron insignificantes. Se comprende. Estados Unidos se encuentra en un año electoral y Bush cuenta con dos tercios de desaprobación en la opinión pública. Las violaciones a la constitución, los abusos de derechos humanos (como las extendidas torturas practicadas por la CIA), el déficit record en el comercio y en el presupuesto, la corrupción, el espionaje ilegal, las prisiones secretas, la debilitada seguridad social, las guerras y la inestabilidad mundial constituyen puntos vulnerables que permitirán, muy probablemente, a los demócratas reconquistar el Congreso en noviembre.
Al iniciarse su mandato Bush pretendió abrir nuevos yacimientos a la exploración petrolera, ahora confesó que Estados Unidos es un país «adicto al petróleo» y que es preciso liberarse de ese vicio. Para ello prometió un incremento en la producción de etanol y una inversión notable en las búsquedas de energía sustituta como la eólica, el hidrógeno y las baterías de litio. Veremos si esa promesa queda trunca como tantas otras. Ofreció que en dos décadas Estados Unidos debe liberarse en un 75% de la dependencia del combustible del Oriente Medio. Lo que no dijo es quién controlará esos nuevos medios energéticos.
No tuvo más remedio que reconocer el gran déficit en profesores y científicos de su país, que se está quedando atrás con respecto a gigantes en marcha como China y la India. En esas condiciones de precariedad ¿cómo le va a ser posible acometer las extensas búsquedas y experimentaciones necesarias para hallar sucedáneos a las actuales fuentes de energía?
Durante el mandato de Bush muchos programas de seguridad social han sido suprimidos o reducidos. El costo de los tratamientos de salud es ahora mayor que nunca antes. Cuarenta millones de norteamericanos no tienen seguro médico y por tanto no disponen de acceso a hospitales ni a galenos, ni a medicamentos ni a procedimientos curativos por no poderlos pagar. Por ello el discurso de Bush estuvo dominado por la agenda doméstica, los problemas internos, que decidirán a muchos a la hora de votar. Fue un informe preparado con la intención de reconquistar el apoyo de las clases medias que están desertando del apoyo al clan petrolero de la Casa Blanca. Fue un discurso concentrado en los problemas de economía, salud y energía que están en la preocupación de todos los ciudadanos.
Una de las causas de esa desbandada es la guerra en Irak de la cual el pueblo norteamericano parece haberse percatado que no tendrá fin y que la voluntad de resistencia del pueblo iraquí crece en lugar de disminuir. Es una guerra sin salida para Bush pero éste no desea reconocerlo y se obstina en un discurso triunfalista que todos saben falso. Irak se ha convertido, como muchos pronosticamos, en un nuevo Vietnam.
Otra causa del desprestigio creciente de Bush fue la pobre respuesta federal a las víctimas del huracán Katrina y las débiles medidas preventivas. El mundo descubrió con estupor cuán extendida estaba la pobreza en Estados Unidos, cuantos negros estaban viviendo en miserables casuchas, cuán pobre, desorganizada, insuficiente era la ayuda a los damnificados. Todos los presupuestos de socorro a los desvalidos han sido desguarnecidos de fondos para comprar balas y cañones con el fin de intentar el avasallamiento del pueblo iraquí. La venda se va cayendo de los ojos del pueblo estadounidense.
Bush reconoció de manera implícita la tendencia hacia la izquierda en América Latina, al no mencionar al continente sur. Ni siquiera Cuba, centro de sus furias y exasperaciones, ocupó una línea. ¿Confesión tácita de su derrota ante la obstinada solidez de la isla? De México, donde se ha desatado una feroz guerra de narcotraficantes y una caótica ingobernabilidad, donde se eleva en la frontera un muro, similar al de Berlín, tampoco dijo nada. ¿Es que ignora el serio problema migratorio y de seguridad pública existente en su frontera sur?
Eso sí, reiteró su intromisión en los asuntos internos de Irán al pretender negarle el derecho de construir un poderío atómico con fines pacíficos. Esgrimió el conocido embuste de las armas nucleares -el mismo usado contra Irak–, para justificar un ingerencismo peligroso.
Ante el cerco de los legisladores demócratas, e incluso de su propio partido republicano, Bush alzó la bandera blanca de la conciliación y la derrota. Pidió que las diferencias políticas no fueran conducidas con irritación y frenesí, pidió que lo dejaran respirar, casi suplicó una tregua que ninguno parece querer concederle antes de las elecciones.
Fue un discurso sin la retórica de esplendor de los anteriores informes presidenciales, más ajustado a una realidad que se le escapa de las manos, menos convincente que nunca, más huidizo. Un Bush de rodillas frente a su incapacidad.