George W. Bush se empeña en mantener la ocupación de Irak pese a la desaprobación de esta por una mayoría de sus conciudadanos y a la percepción de muchos en los círculos de poder de Washington de que no es posible una victoria militar. Como revelaron las elecciones intermedias y recientes encuestas cada vez más […]
George W. Bush se empeña en mantener la ocupación de Irak pese a la desaprobación de esta por una mayoría de sus conciudadanos y a la percepción de muchos en los círculos de poder de Washington de que no es posible una victoria militar. Como revelaron las elecciones intermedias y recientes encuestas cada vez más estadunidenses se oponen a la presencia militar en el país árabe mientras la aprobación al emperador es la más baja desde que llegó al cargo vía el fraude electoral.
El cantinfleo de Bush en las últimas semanas respecto al conflicto -«No estamos ganando pero no estamos perdiendo»- y las comisiones creadas para proponer «un cambio de curso» no son más que estratagemas para continuarlo y eventualmente atacar a Irán. De antemano los bushistas tienen decidido mantener el curso y las comisiones son pura escenografía. Todo indica que la Casa Blanca aumentará sustancialmente el contingente castrense en Mesopotamia, expediente que ya demostró su fracaso cuando en el verano pasado el envío adicional de 7000 soldados lo que logró fue un incremento de las acciones de la resistencia, del número de civiles iraquíes muertos y de las bajas estadunidenses. Más realista, el ex jefe de Estado Mayor y ex secretario de Estado Collin Powell declaró en una comparecencia de costa a costa que no se está ganando la guerra y que el envío de más tropas sería contraproducente.
El empecinamiento de Bush y, por supuesto, de su coach Richard Cheney, radica en que ambos responden a los intereses petroleros y a la camarilla neoconservadora sionista, que coinciden en apoderarse de los hidrocarburos desde el Golfo Pérsico hasta el Caspio y Asia central.
La última de las mentiras para quedarse en Irak era «llevarle la democracia», algo risible viniendo de quienes han pisoteado lo que quedaba de la república de 1776 y se burlan descaradamente del mensaje enviado por los electores el 7 de noviembre. Ahora Bush añade otra engañifa. Se trata, dice, de una guerra «ideológica».
Más de lo mismo en Irak llevará al agravamiento de la ya dramática situación militar de Estados Unidos y al ascenso de sus bajas en un país donde a duras penas controla la Zona Verde y el perímetro de sus bases militares, con las funestas consecuencias políticas que se derivarán para Bush en casa. Pero también en otros frentes el inquilino de la Casa Blanca se verá enfrentado a graves problemas como en Palestina, donde la limpieza étnica practicada por su socio israelí mediante el terror, el cerco económico y el hambre continuará acrecentando el odio de árabes y musulmanes contra la política genocida de Washington.
Irán y Siria han fortalecido su posición internacional contrariamente a lo que era el plan de los neoconservadores de «cambio de régimen» en esos Estados y rediseño del Gran Medio Oriente. A ello contribuyó notablemente la ignominiosa derrota de la invasión bushista-sionista por la Resistencia Nacional libanesa nucleada en torno a Hezbollah.
Rusia y China llevan a cabo acciones conjuntas para impedir el apoderamiento estadunidense de los hidrocarburos de Asia central y presentan un frente unido frente a sus designios expansionistas en la zona a través de la organización surgida de los acuerdos de Shanghai. América Latina nunca había desafiado a Washington como en la actualidad con sus movimientos populares y nuevos gobiernos que pugnan por una mayor independencia del vecino del norte.
La crisis del dólar y de la burbuja especulativa inmobiliaria pueden llevar a la economía estadunidense a una franca recesión en el año que comienza, con todas sus consecuencias políticas internas y el desbarajuste que provocaría en la economía mundial.
Estos problemas, unidos a una mayor debacle en Irak, aumentarán el aislamiento internacional de Washington, crearán graves focos de tensión social inerna y sustancian lo que afirmé al comentar el resultado de las elecciones de noviembre y la tímida postura del Partido Demócrata ante la guerra. Entonces dije que lo único que puede lograr la salida de Irak, como ocurrió con Vietnam, es que los estadunidenses salgan a protestar a las calles. Ese escenario es probable y que los demócratas, forzados a deslindarse totalmente de Bush, aprovechen su nueva mayoría congresional para promover su destitución, recurso con el que asegurarían su victoria en las elecciones de 2008.
En todo caso, está claro que no hay solución militar en Irak y que mientras más se dilate la retirada más humillante será la derrota de Estados Unidos.