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Carta abierta a la izquierda sobre Libia

Fuentes: Informed Comment

Publicamos a continuación la Carta abierta a la izquierda sobre Libia del profesor norteamericano Juan Cole en una versión castellana que apareció en su propio blog (Informed Comment). Su texto ha provocado una interesante polémica en los medios de la izquierda académica norteamericana. Para ver la réplica del filósofo Andrew Lewine, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125741. Tal como yo […]

Publicamos a continuación la Carta abierta a la izquierda sobre Libia del profesor norteamericano Juan Cole en una versión castellana que apareció en su propio blog (Informed Comment). Su texto ha provocado una interesante polémica en los medios de la izquierda académica norteamericana. Para ver la réplica del filósofo Andrew Lewine, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=125741.

Tal como yo lo esperaba, ahora que la ventaja de Gadafi en materia de blindados y armamento pesado ha sido neutralizada por la campaña aérea de los aliados de las NNUU, el movimiento de liberación está reganando territorio perdido. Los libertadores han retomado las localidades petroleras claves de Ajdabiya y Brega (Marsa al-Burayqa) entre el sábado y la mañana del domingo y parecían decididos a avanzar más hacia el oeste. Con certeza este rápido avance se ha hecho posible en parte gracias al odio a Gadafi que impera en la mayoría de la población de eses ciudades. La cuenca de Buraiqa contiene gran parte de la riqueza petrolífera de Libia y el Gobierno de Transición en Benghazi volverá a controlar en breve el 80 por ciento de este recurso, una ventaja en su lucha contra Gadafi.

Yo estoy abiertamente alentando al movimiento de liberación, contento de que la intervención autorizada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas los haya salvado de ser aplastados. Aún recuerdo lo desilusionado que estuve de adolescente cuando se les permitió a los tanques soviéticos ponerle fin a la Primavera de Praga y extirpar el socialismo con rostro humano. Nuestro mundo moderno multilateral tiene mayores espacios para el cambio exitoso y el desafío al totalitarismo que lo que tenía el antiguo mundo bipolar de la Guerra Fría, cuando los EEUU y la URSS frecuentemente se respetaban mutuamente sus esferas de influencia.
La intervención en Libia, autorizada por Naciones Unidas, ha puesto en el tapete cuestiones éticas de la mayor importancia y ha dividido a los progresistas de un modo desafortunado. Espero que podamos tener un debate sereno y civilizado de los aciertos y errores a este respecto.

En la superficie, la situación en Libia hace una semana y media planteaba una contradicción entre dos principios claves de una política de izquierda: apoyar a la gente común y oponerse a la dominación extranjera que les afecta. Los trabajadores y el pueblo de Libia se habían levantado para derribar al dictador de una ciudad a la otra – Tobruk, Dirna, al-Bayda, Benghazi, Ajdabiya, Misrata, Zawiya, Zuara, Zintan. Incluso en la capital Tripoli, los barrios obreros tales como Suq al-Jumah y Tajoura habían expulsado a la policía secreta. En las dos semanas que siguieron al 17 de febrero casi no habían signos de que los manifestantes estuvieran armados o fueran violentos.

La calumnia levantada por el dictador, de que los 570000 habitantes de Misrata y los 700000 de Benghazi eran partidarios de «al-Qaeda,» no tenía fundamento. Que unos cuantos jóvenes libios de Dirna y alrededores hayan combatido en Iraq es simplemente irrelevante. La resistencia árabe sunita en Iraq en su mayor parte fue llamada ‘al-Qaeda’ de manera imprecisa, lo que es un calificativo propagandístico en este caso. En todos los países con movimientos de liberación existieron simpatizantes de la resistencia sunita iraquí; de hecho las encuestas de opinión demuestran que tales simpatías son casi omnipresentes en el mundo árabe sunita. En todos esos países existió al menos algunos movimientos fundamentalistas. Eso no era razón suficiente para desearles mal a los tunesinos, egipcios, sirios y otros. El asunto es qué tipo de liderazgo estaba surgiendo en lugares como Benghazi. La respuesta es que simplemente fueron los notables de la ciudad. Su hubiera un levantamiento en contra de Silvio Berlusconi en Milán, probablemente congregaría a empresarios y obreros fabriles, católicos y seculares. Sería simplemente el pueblo de Milán. Es posible que aparezcan unos pocos ex miembros de las Brigadas Rojas, así como quizás alguna figura del crimen organizado. Pero difamar a todo Milán en base a ello sería pura propaganda.

Entonces los hijos de Muammar Gadafi lanzaron a sus brigadas blindadas y fuerza aérea a bombardear a las multitudes civiles y a dispararles con proyectiles de tanque. Los miembros del Consejo del Gobierno de Transición en Benghazi han estimado en 8000 las muertes ocurridas cuando las fuerzas de Gadafi’s atacaron y sometieron a Zawiya, Zuara, Ra’s Lanuf, Brega, Ajdabiya y los distritos obreros de la propia Tripoli, usando munición de guerra disparada a manifestaciones indefensas. Si 8000 era una exageración, simplemente «miles» no lo era, como lo atestiguan medios de izquierda tales como Democracy Now! de Amy Goodman. Cuando las brigadas de tanques de Gadafi arribaron en los distritos sureños de Benghazi, se alzó la perspectiva de una masacre de gran escala entre los rebeldes comprometidos.

La autorización dada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que estados miembros de NNUU intervinieran para evitar esta masacre planteó entonces la interrogante. Si la izquierda se oponía a la intervención, de hecho aceptaba la destrucción, por parte de Gadafi, de un movimiento que representaba las aspiraciones de la mayor parte de los trabajadores y los pobres de Libia, junto a gran número de empleados y capas medias. Gadafi habría restablecido su dominio, habiendo aplastado al movimiento de liberación como a un insecto y el país puesto de nuevo bajo el imperio de la policía secreta. Las consecuencias del resurgimiento de un perro rabioso, enojado y herido, sus arcas repletas de miles de millones petroleros, podrían haber sido perniciosas para los movimientos democráticos a ambos lados de Libia, en Egipto y en Túnez.

Los argumentos en contra de la intervención internacional no son triviales, pero todos implicaban que la comunidad internacional aprobaba el que Gadafi desplegara tanques en contra de multitudes civiles inocentes que no hacían más que ejercer su derecho de reunión pacífica y de petición para con su gobierno. (Simplemente no es verdad que gran número de manifestantes haya tomado las armas desde un principio, aunque algunos fueron después forzados a hacerlo por la campaña militar agresiva de Gadafi en su contra. Aún no existen tropas entrenadas dignas de mención del lado rebelde).

Algunos han levantado el cargo de que la acción de Libia tendría un olor neoconservador. Pero los neoconservadores odian a las Naciones Unidas y la quisieran destruir. Fueron a la guerra en Iraq pese a la falta de una autorización por parte del CSNU, de una manera que claramente contravenía la Carta de Naciones Unidas. Su portavoz, con breve pasada por el cargo de embajador ante Naciones Unidas, John Bolton, efectivamente en un momento negó que las Naciones Unidas siquiera existían. A los neoconservadores les encantó desplegar el músculo norteamericano unilateralmente y refregárselo a todos. Los que no estuvieron de acuerdo fueron objeto de acosos no menores. Francia, según prometió el entonces viceministro de defensa Paul Wolfowitz, sería «castigada» por negarse a caer sobre el Iraq al antojo de Washington. La acción de Libia, por contraste, cumple con todas las normas de derecho internacional y consultas multilaterales que los neoconservadores desprecian. No ha habido mezquindad. A Alemania no se le ‘castiga’ por no participar. Por otra parte, los neoconservadores querían ejercer todo el poder militar anglo-estadounidense para dañar al sector público e imponer una privatización con características de ‘terapia de choque’ con el fin de abrir el país conquistado a la penetración de las empresas occidentales. Toda esta ingeniería social requería botas en terreno, una invasión y ocupación terrestres. Un mero bombardeo aéreo limitado no podía tener por efecto aquella revolución capitalista extrema que buscaban. Libia en 2011 no es como Iraq en 2003 de ningún modo.
Permitir que los neoconservadores se apropien de la intervención humanitaria como su marca registrada, afirmando que siempre sería un proyecto de ellos, le hace un grave daño al derecho internacional y a sus instituciones, dándoles un crédito que no merecen, por asuntos en los que de hecho no creen.

La intervención en Libia se realizó de manera legal. Fue provocada por un voto de la Liga Árabe, que incluía a los gobiernos egipcio y tunesino, países recién liberados. Fue una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el estandar de oro para intervenciones militares, la que instó a su realización. (Contrariamente a lo que algunos alegaron, las abstenciones de Rusia y China no le restan legitimidad ni fuerza jurídica a la resolución; solamente un veto podría haber tenido ese efecto. Cualquiera puede ser arrestado hoy en base a una ley aprobada por el Congreso, en cuya aprobación algunos diputados se hayan abstenido.)

Entre las razones dadas por los críticos para rechazar la intervención se cuentan:
1. Un pacifismo absoluto (el uso de la fuerza siempre es equivocado)
2. Un anti-imperialismo absoluto (cualquier intervención externa en asuntos de los países es equivocada).
3. Pragmatismo anti-militar: una creencia de que ningún problema social puede resolverse de manera útil por medio del uso de la fuerza militar.

No abundan los pacifistas absolutos y yo voy a asumirlos simplemente y seguir adelante. Yo personalmente prefiero una opción por la paz en política mundial, en la que ésta debería ser la posición inicial por defecto. Pero la opción de paz se falsea en mi mente ante la oportunidad de parar un crimen de guerra de mayor envergadura.

Los izquierdistas no siempre son aislacionistas. En EEUU, gente progresista de hecho fue a pelear en la Guerra Civil Española, formándose en la Brigada Lincoln. Esa fue una intervención extranjera. Los izquierdistas no tienen problemas con la intervención de Churchill y después de Roosevelt en contra del Eje. Hacer que el ‘anti-imperialismo’ anule a todos los demás valores de manera poco reflexiva lleva a posiciones francamente absurdas. Me faltan palabras para expresar lo molesto que estoy por la adulación de la franja de izquierda del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, sobre la base de que este sería ‘anti-imperialista’ y bajo el supuesto de que sería, de algún modo, de izquierda. Como pilar de un régimen represivo teocrático que reprime a los trabajadores, él es un hombre de extrema derecha y el hecho de que no le gusten los EEUU ni Europa Occidental no lo ennoblece.

La tesis de que los problemas sociales no se resuelven exclusivamente por la fuerza militar puede ser cierta. Pero hay algunos problemas que no se pueden resolver sin que haya antes una intervención militar, dado que no llevarla a cabo permitiría la destrucción de las fuerzas progresistas. Los que argumentan que «los libios» deberían arreglar el asunto entre ellos están deliberadamente ignorando la inmensa superioridad represiva que le es dada a Gadafi por sus jets, helicópteros armados y tanques; los ‘libios’ estaban siendo aplastados inexorablemente. Tal aplastamiento puede mantenerse en efecto durante décadas.

Suponiendo que la misión de la OTAN en Libia autorizada por la ONU es realmente limitada (esperan que a 90 días) y que se evite una ocupación militar extranjera, la intervención probablemente sea cosa buena en su conjunto, por muy desagradable que sea la grandilocuencia de Nicolas Satkozy. Por supuesto que no merece la confianza de los progresistas, pero, muy a su pesar, sus posibilidades están crecientemente acotadas por las instituciones internacionales, lo que limita el daño que podría causar mientras la campaña de bombardeo llega a su fin (Gadafi solamente tenía 2000 tanques, muchos de los cuales en mal estado, y no tardará en llegar el momento en que le queden tan pocos y los rebeldes hayan capturado una cantidad suficiente para nivelar el campo de juego, que poco más se pueda lograr desde el aire).

Muchos lloran hipócritamente, citando otros lugares donde podría ponerse en práctica una intervención o expresando temores de que con Libia se establezca un precedente. A mi no me convencen esos argumentos. La intervención militar es siempre selectiva, en función de una constelación de voluntad política, capacidad militar, legitimidad internacional y limitaciones prácticas. La situación humanitaria en Libia era bastante singular. Se tenía a un conjunto de brigadas de tanques dispuestas a atacar a los disidentes, ya responsables por miles de víctimas y con la perspectiva de otros miles de muertos por delante, siendo que una intervención aérea por parte de la comunidad mundial podía marcar una diferencia rápida y eficaz.

Esta situación no estaba dada así en la región de Darfur, en Sudan, donde el terreno y el conflicto eran tales que la sola intervención aérea habría sido inútil y solamente con tropas terrestres habría podido tener una esperanza de se eficaz. Pero oda una ocupación norteamericana del Iraq no pudo evitar los enfrentamientos urbanos entre sunitas y chiítas en los que murieron decenas de miles, por lo que incluso con botas en el terreno extenso de Darfur la operación podría haber fallado.

Las otras manifestaciones de la Primavera Árabe no son comparables con Libia, porque en ninguno de esos países se ha visto una escala tal de pérdida de vidas humanas, ni ha sido tan central el papel de las brigadas blindadas, ni han pedido los disidentes una intervención, ni tampoco la Liga Árabe. Para la ONU, así de la nada, ordenar el bombardeo de Deraa en Siria en este momento no lograría nada, aparte de suscitar probablemente la indignación de todos los involucrados. El bombardeo de las brigadas de tanques que iban rumbo a Benghazi fue diferente.

Es decir, en Libia la intervención fue pedida por el pueblo que estaba siendo masacrado, así como por las potencias regionales, fue autorizada por el CSNU y pudo en la práctica lograr su objetivo humanitario de prevenir una masacre por bombardeo aéreo y de brigadas blindadas asesinas. Y la intervención podía ser limitada y aún así lograr su objetivo.
Tampoco entiendo la preocupación referente a sentar un precedente. El Consejo de Seguridad no es un tribunal y no funciona por precedentes. Es un organismo político y trabaja por voluntad política. Sus miembros no están obligados a hacer en otras partes lo que están haciendo en Libia, a no ser que así les plazca, y el veto de los cinco miembros permanentes asegura que una resolución como la 1973 raramente se dé. Pero sí hay un precedente que realmente se está sentando y es que si gobiernas un país y envías brigadas de tanques a asesinar un gran número de disidentes civiles, podrás ver tus blindados bombardeados en pedazos. No logro ver, qué hay de malo en eso.

Otro argumento es que la zoma de no vuelo (y la zona de no transitar) se establece con el objetivo de derrocar a Gadafi, no para proteger a su pueblo de él, sino para abrir el camino para una dominación de las riquezas petroleras de Libia por EEUU, Gran Bretaña y Francia. Este argumento es extraño. Los EEUU se negaron a hacer negocios en petróleo con Libia a fines de los 1980 y durante los 1990, cuando podrían haberlos hecho, porque le había impuesto al país un boicot. No quería tener acceso a ese mercado petrolero, que entonces le fue ofrecido a Washington repetidamente por Gadafi. Después de que Gadafi «volvió del frío» a fines de los 1990 (para la Unión Europea) y después del 2003 (para EEUU), las sanciones fueron levantadas y las compañías petroleras occidentales acudieron al país. Las compañías estadounidenses estuvieron bien representadas, junto a la BP y a la empresa italiana ENI. BP firmó con Gadafi un extenso contrato de exploración y no es probable que haya querido que su validez se pudiera en duda por una revolución. Para el sector de la industria petrolera no hay ventajas que se deriven de la remoción de Gadafi. De hecho, es posible que sea más difícil tratar con un nuevo gobierno o este puede no cumplir los compromisos adoptados por Gadafi.

No existe la perspectiva de que a las compañías occidentales se les permita poseer campos petrolíferos en Libia, que fueron nacionalizados hace mucho tiempo. Por último, no siempre es de interés de la gran industria petrolera tener más petróleo en el mercado, ya que esto reduce el precio y – potencialmente – las ganancias. Una guerra en contra de Libia para obtener más y mejores contratos como para hacer bajar el precio mundial del petróleo no tiene sentido en un mundo en el que las ofertas se transan libremente y los altos precios han estado produciendo ganancias récord. No he visto que el argumento de la «guerra por el petróleo» aplicado a Libia tenga sentido alguno.

Me gustaría instar a la izquierda a aprender a masticar chicle y caminar al mismo tiempo. Es posible razonar hasta el final, caso por caso, a una posición ética progresista que apoya la gente común en sus tribulaciones en lugares como Libia. Si simplemente no nos importa que la gente de Benghazi sea víctima de asesinato y represión a vasta escala, no somos gente de izquierda. Deberíamos evitar hacer de la «intervención extranjera» un tabú absoluto a la manera en que la derecha hace un tabú absoluto del aborto, si el hacerlo nos hace ser gente sin corazón (adoptar posiciones inflexibles a priori frecuentemente tiene ese efecto). Ahora es fácil olvidar que Winston Churchill ocupó posiciones absolutamente odiosas desde el punto de vista de la izquierda, que era un colonialista insufrible que se oponían a dejar ir a la India en 1947. Sus escritos están llenos de estereotipos raciales que son profundamente ofensivos cuando se los lee hoy en día. Algunas de sus intervenciones fueron, sin embargo, nobles y contaron casi universalmente con el apoyo de la izquierda de su época. Los aliados de las Naciones Unidas que ahora hacen retroceder a Gadafi están haciendo una buena cosa, cualquier cosa que se piense de algunos de sus líderes individuales.

Juan Cole es profesor de Historia y director del Centro de Estudios de Asia del Sur en la Universidad de Michigan. Mantiene un blog muy visitado por la izquierda académica progresista norteamericana (Informed Comment), de donde está sacada esta carta, traducida al castellano por un lector habitual de la página de Cole.

http://www.juancole.com/2011/03/an-open-letter-to-the-left-on-libya.html