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Senegal

Casamance: convivir con la guerra, acostumbrarse al miedo

Fuentes: Wanafrica

Después de 24 años de lucha armada en busca de la independencia, el Movimiento de las Fuerzas Democráticas de la Casamance trata de dibujar su futuro, mientras soluciona a tiros sus divergencias internas. La mayoría de los líderes de las distintas facciones se han pronunciado a favor de negociar con Dakar, pero el independentismo radical […]

Después de 24 años de lucha armada en busca de la independencia, el Movimiento de las Fuerzas Democráticas de la Casamance trata de dibujar su futuro, mientras soluciona a tiros sus divergencias internas. La mayoría de los líderes de las distintas facciones se han pronunciado a favor de negociar con Dakar, pero el independentismo radical del grupo de Salif Sadio siembra de incertidumbre un proceso que, aún sin él, genera tantas esperanzas como dudas.

La pista rojiza y agujereada que cruza la frontera entre Senegal y Guinea Bissau ofrece, con apuntes de normalidad, un aspecto extraño. La intensa presencia militar, a ambos lados, y las casas abandonadas que asoman a lo largo del camino, alertan que algo está sucediendo pero los set-places (taxi colectivo) y transportes en común siguen circulando entre Ziguinchor (capital regional) y Bissau (capital guineana), como también lo hace la gente que, andando o en bici, transportan toda suerte de objetos de un lado a otro del puesto fronterizo. Ir hasta Guinea «no es peligroso, no pasa nada» asegura un oficial de policía en la estación de vehículos de Ziguinchor. Allí llevan la cuenta de los transportes públicos que entran y salen de ciudad y son medio centenar de vehículos los que cada día van de un país a otro por este camino. «Pero hay que pasar sin pararse, quedarse en la zona norte de Guinea no es recomendable, ¡ ui no! no es seguro. ¡Por allí hay guerra, están los rebeldes!». Esta zona norteña del país vecino ha acogido temporalmente el viejo y enquistado problema de Casamance y ha sido escenario en las últimas semanas de los enfrentamientos entre los hombres del líder rebelde senegalés Salif Sadio y el ejército de Guinea Bissau, que el 14 de marzo decidió iniciar un ataque contra el hombre considerado hoy como el principal obstáculo para la paz en la sureña provincia de Casamance. Desde Bissau se adoptó la opción de tomar parte activa en el asunto y levantar las armas contra Sadio para echarle del país, con todas las consecuencias que acarrea una elección de tal dimensión y riesgo. Precisamente en la zona que el oficial de la estación de tráfico señala como peligrosa se encuentra la escuela de Djeguie 2, a apenas un kilómetro del control de frontera. Aunque repleta de niños, no ejerce como centro docente sino que sirve de cobijo a un centenar de refugiados que se protegen de las balas y los obuces cruzados, pero también de las minas con las que los rebeldes han sembrado la selva de los alrededores de sus aldeas. Las mujeres cocinan el arroz que cada día les trae la Cruz Roja, mientras esperan que el Programa Mundial de Alimentos (PAM) estudie su caso y decida hacerles llegar víveres. Como João Rodrigues, uno de los pocos hombres que se encuentran en este pequeño campamento, situado peligrosamente en medio del conflicto, la mayoría de los refugiados son guineanos procedentes de Baraca Tara, Sungu-toto, Diacumundo, Chicago, Tres kilómetros (sic) y Buta, pueblos del este de la carretera, vacíos desde que los hombres de Sadio o «los rebeldes musulmanes», como les llama João, se vieron obligados a cambiar sus posiciones. Antes estaban al oeste de la carretera, donde tenían instalada su base, en Baraka-Mandioka. Pero la fuerte ofensiva lanzada el jueves 13 de abril por el ejército guineano obligó a resituar a los resistentes de esta facción del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de la Casamance (MFDC), un reducto que se opone a las negociaciones de paz iniciadas por los otros sectores del movimiento.

Therèse Corea es una de las mujeres que se ha quedado en Djeguie 2, pero ella viene de Burgadier, un barrio de Mpack, en la frontera senegalesa. Junto con otras vecinas huyó de su pueblo al iniciarse los ataques, pero ahora ha vuelto «porque la Cruz Roja quería llevarnos más al norte, cerca de Bignona. Nosotras no queríamos adentrarnos a Senegal, queremos estar cerca de nuestras casas». Muchos de los habitantes de la zona que estaban con ella en Burgadier han sido trasladados a los campos de São Domingo y Bissau, más alejados del peligro, donde se alojan unos 8.000 desplazados. Pero Therèse, como otras cerca de 400 personas han decidido quedarse en Djeguie 2 y sus alrededores. Algunos duermen repartidos en las dos aulas de la escuela, otros, en las casas abandonadas de la zona. Algunos (182), bajo «control» y protección de la Cruz Roja, que cada día pasa a dejarles algo de comida; otros (más de 200), sin ningún tipo de amparo. «Ahora ya no tenemos miedo, pero necesitamos jabón» explica Thèrèse, que llegó a Djeguie con sus dos gemelos de cuatro meses y sus otros tres hijos más. «Sólo tenemos una pastilla cada cuatro días, y hay que repartirla entre toda la familia» se queja con un descontento poco iracundo. Sus preocupaciones no parecen ir más allá de la subsistencia y quehaceres diarios, aunque la guerra esté presente en cada uno de los muchos hombres armados que van pasando por el camino. De repente, una ráfaga se escucha a algunos metros del campo. Momentos de espera, atención. A ver qué pasa. No sucede nada más y todas vuelven a sus tareas sin un atisbo de histeria. En sus visitas rutinarias la Cruz Roja se encarga de los primeros auxilios, del traslado de enfermos o de heridos al hospital más cercano (el de São Domingo) y del abastecimiento de algunos alimentos para las 97 personas que duermen en el campo y para más de 80 personas registradas que residen en las casas de alrededor y vienen sólo a buscar sus raciones. Las mujeres cocinan, los niños juegan y los jabalíes se pasean pero… y ¿dónde están los hombres? «están en la selva, han ido a buscar vino de palma y pomme de cajou (anacardos, castaña de cajú )» explica Marciano Indika, uno de los pocos representantes masculinos que, sentado en su silla, se encarga de anotar quién viene a Djeguie 2 y qué se reparte. La respuesta suena un poco extraña. La fruta de cajou cuelga de todos los árboles de los alrededores, también de los que crecen a lo largo de la carretera, desde donde es fácilmente alcanzable… ¿Por qué se adentran entonces en la selva minada? De la cabaña de enfrente de la escuela de Djeguie 2, a unos escasos metros, al otro lado del camino, entran y salen indistintamente militares guineanos y hombres armados sin uniforme. Los segundos «son los rebeldes católicos» tal y como designa João Rodrigues a los hombres de Ismaïla Magne Diémé (Frente Norte) y César Atoute Badiate (Frente Sur), ambos líderes separatistas partidarios de las negociaciones de paz. Las divergencias de enfoque dentro del MFDC han creado fuertes tensiones internas en los últimos tiempos, sobre todo desde el acuerdo firmado en Ziguinchor en diciembre de 2004, en el que tomó partido a favor del diálogo el abad Diamacoune (jefe histórico del MFDC). Pero el movimiento secesionista constituye un complejo entramado dónde se mezclan política, religión e intereses individuales. El dilema sobre el camino que debe tomar el partido: este fue el motivo por el que, en los años ’90, se separó el movimiento entre el Frente Norte, leal a Sidi Badji y favorable a entablar el diálogo y el Frente Sur, fiel a Diamacoune, contrario entonces a negociar. Y ésta es la causa también por la que, una década más tarde, rebeldes de los dos frentes hayan viajado hacia el sur hasta Guinea Bissau para capturar a Salif Sadio, el único que se opone radicalmente al proceso. La colaboración entre los rebeldes de Badiate y Dième y los militares es evidente. Llegan en bici, en moto o andando hasta la cabaña, donde se está preparando una comida. Entran y salen (unos y otros) de vez en cuando para buscar agua a uno de los dos pozos cercanos a la escuela o para saludar. Un poquito más allá, soldados del ejército guineano y hombres sin escudo pero con kalachnikov comparten amigablemente brutu (un vino local que se consigue dejando fermentar tres o cuatro días la fruta de cajou ) bajo alguna sombra encontrada al azar.

Todo esto sucede a unos pocos quilómetros de Ziguinchor, desde dónde pueden oírse los obuses en las noches de máxima actividad. Pero los ciudadanos, con las orejas abiertas pero la boca cerrada, observan sólo de reojo lo que sucede, con una aparente indiferencia surgida de la costumbre, con un silencio que se suspira con fatiga después de un cuarto de siglo habituados a los ataques constantes. «Ahora mismo, el problema está en Guinea» se dice, como si se tratara de un problema ajeno. Los habitantes de esta gran ciudad cacahuatera se acogen a una tranquilidad «suficiente» comparándola con otras épocas. El silencio del gobierno es en cambio mucho más cínico. Dakar se mantiene al margen, mientras el periódico progubernamental Le Soleil no considera el tema suficientemente importante como para cederle alguna de sus páginas. Solamente el día que Guinea Bissau desmantela la base de Baraca Mandioca dedica un breve espacio para contarlo, y lo hace en la sección de Internacional.

Desde del naufragio del Joola, el barco que unía Ziguinchor con Dakar, en septiembre de 2002, los maquis de Casamance han aminorado notablemente sus ataques. «La gente tenía miedo de coger la carretera que lleva hasta la capital porque era muy probable ser víctima de un ataque durante el trayecto, así que cuándo llegaba el barco, todo el mundo quería subir» explica Mamadou Pape Mane, periodista del periódico Walfadjri. Cerca de 1.500 personas murieron cuando el ferry, con capacidad para 550 personas, se hundió. Sólo 64 lograron sobrevivir a la catástrofe. «La culpa indirecta fue de los rebeldes, porque ellos crearon el miedo a viajar por tierra, convirtiendo el Joola en la única oportunidad de ir hasta Dakar. Por eso iba demasiado cargado y por eso naufragó. Fue un golpe muy duro para los habitantes de Casamance, que perdieron allí a muchos jóvenes. Las madres dijeron ‘¡basta!’ y los ciudadanos se empezaron a dar cuenta de que el precio que se estaba pagando era demasiado alto. La catástrofe marcó un punto de inflexión en el conflicto» considera Pape Mane. «Sólo queremos la paz» responden muchos ciudadanos de Ziguinchor cuando se les pregunta sobre su visión sobre el futuro en Casamance. Son muchos los que quieren mejoras para esta zona, los que consideran que no es tratada justamente por el gobierno central, pero no quieren más muertos. «Tenemos muchos problemas, sobre todo a causa de Gambia, país que está en medio de nuestra provincia y de la capital. Mi madre, cuando va a Dakar dice: me voy a Senegal. Lo primero que hay que hacer desde el gobierno es hacer que nos sintamos como senegaleses. No puede ser que cuando hayas de viajar a Dakar te pases la noche sin dormir. Tenemos argumentos, tenemos motivos y razones para esgrimir a los políticos de la capital» opina Pape Mane que añade: «Porque hablo como periodista, pero ante todo hablo como habitante de Casamance». Esta nueva línea que defiende el periodista es la que se sigue desde el Colectivo de élite de la Casamance , un grupo de intelectuales que piden la vía del diálogo y la unidad para llegar a conseguir la paz y la reconciliación de la región. «He hablado muchas veces con gente que está al frente y siempre les digo: habéis intentado durante 24 años la vía de las armas. No ha funcionado, no ha servido para nada. ¡Absolutamente nada! Sólo para crear inseguridad entre nuestro propio pueblo.» Por eso Pape les pide: «Dejad ahora que nosotros probemos por otro camino. Dejad que explotemos la vía de las palabras.» En este momento, favorable para albergar algunas esperanzas pero también propicio a generar muchas dudas, se pone a Salif Sadio como excusa al proceso de paz. Pero muchos ciudadanos creen que una vez que él sea capturado, saldrán otros obstáculos. Y las intuiciones de esta experimentada población tienen sentido, sobre todo si las dudas se plantean desde dentro de las filas rebeldes, que ahora aseguran estar luchando por la paz