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Cementerios nucleares, movilizaciones ciudadanas y composición político-cultural de los movimientos sociales resistentes

Fuentes: Rebelión

Lo apuntó con acierto el médico antinuclear, especializado en toxicología, farmacología, radiobiología y neurobiología, Eduard Rodríguez Farré [1]: […] Aún en el hipotético caso de que la técnica de la transmutación llegase a funcionar en un futuro, por el momento no previsible, no lograría hacer desaparecer del todo los residuos radiactivos, por lo que el […]

Lo apuntó con acierto el médico antinuclear, especializado en toxicología, farmacología, radiobiología y neurobiología, Eduard Rodríguez Farré [1]:

    […] Aún en el hipotético caso de que la técnica de la transmutación llegase a funcionar en un futuro, por el momento no previsible, no lograría hacer desaparecer del todo los residuos radiactivos, por lo que el problema permanecería, con distintas dimensiones, y no evitaría la discusión sobre la necesidad de tener que construir un cementerio nuclear. Recientemente, Carlos Bravo, responsable de la campaña de energía de Greenpeace, ha declarado que en materia de residuos radiactivos no hay panaceas ni varitas mágicas. «Hacemos un llamamiento a la responsabilidad de quienes tratan de confundir a la opinión pública con soluciones mágicas en materia de residuos radiactivos». Yo estoy totalmente de acuerdo con él.

    Ante esta situación, no es extraño que no haya consenso social ni político para resolver este problema. Esto explica, como decíamos, el fracaso de los sucesivos planes de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (ENRESA) de implantar un cementerio nuclear de residuos de alta actividad en España, el conocido como ATC (Almacén Temporal Centralizado). Para mí, el verdadero consenso pasa por establecer previamente un calendario de cierre de las centrales nucleares.

No hay consenso social ni político. Afortunadamente. La ciudadanía de muchos pueblos y ciudades de España ha vuelto a ponerse en pie y ha señalado claramente sus posiciones y deseos: no a la instalación de cementerios nucleares, ni siquiera intentando comprar voluntades, contando nuevamente cuentos sin cuento ni moral a la población y explotando sin piedad momentos de crisis, de dificultades e incluso de desesperanza.

Jordi Siré [2] ha narrado magníficamente la manifestación del domingo 24 de enero en Ascó, una movilización que ha contado con la presencia de Andreu Carranza, reconocido escritor (El que l’herbolària sap. Barcelona: Planeta, 2002; L’hivern del Tigre. Barcelona: Planeta, 2004, y La impremta Babel. Barcelona: Columna, 2009) e hijo de Joan Carranza, el primer alcalde democrático de Ascó.

Joan Carranza tuvo que abandonar del pueblo con su familia por oponerse a la central atómica. «La persecución de que fue objeto por las eléctricas y el propio ayuntamiento cuando ya no era alcalde acabó con su vida», cree Andreu Carranza. La historia fue la siguiente:

Joan Carranza era el sastre de Ascó al final del franquismo. Llegó entonces al pueblo tarraconense un hombre que empezó a comprar terrenos. El caciquismo franquista expandió un rumor interesado: una fábrica de chocolate. Cuajó inicialmente. Pero pronto se supo la verdad: las obras atómicas comenzaron sin permisos legales.

Joan Carranza se movilizó con la ayuda del párroco local, mossèn Miquel

    […] quien cada año conmemoraba el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki con un vía crucis que acababa lanzando coronas de flores al Ebro delante mismo de la planta.

La sala parroquial fue el primer lugar de encuentro de los ciudadanos antinucleares que leyeron en Triunfo, la inolvidable revista antifranquista,. las advertencias de físicos y científicos comprometidos. Eran otros tiempos. Sin duda.

Joan Carranza y el sacerdote insumiso crearon una asociación para presentarse a las elecciones. Triunfaron con mayoría holgada. Las fuerzas vivas del pueblo no se lo perdonaron. Fue en 1979 su victoria electoral, dos años después llegó el 23-F. Personas del pueblo de o conducidas por la extrema derecha salieron de sus casas con escopetas para liquidar a la familia Carranza, quienes tuvieron que esconderse por las habitaciones de su casa con escopetas de caza para defenderse. Les salvó de una muerte segura Jaume de Grau, un hombre de derechas que no era partidario del crimen político.

Las eléctricas actuaron como actúan actualmente: convencieron con promesas falsarias y engaños en entrevistas personales con los vecinos. Prometiendo el oro y la plata: progreso y puestos de trabajo en tierras donde escaseaban y escasean.

En los 70, ha señalado Andreu Carranza, «las manifestaciones antinucleares estaban llenas de personas de ideología libertaria de Barcelona. El domingo, los presentes eran de aquí».

El cambio, desde luego, es muy importante pero la memoria no ha acuñado bien ese registro del escritor catalán: los antinucleares que nos manifestábamos contra la nuclear de Ascó no érmaos sobre todo libertarios, sin negar desde luego su importancia presencia. Éramos muchos los militantes comunistas barceloneses (y de otros lugares) que hacíamos todo lo que podíamos y un poco más para echar una mano al movimiento. Lo habíamos aprendido de los compañeros comunistas del CANC (Víctor Ríos., Toni Domènech., Francisco Fernández Buey, Joan Pallisé,..) y del ejemplo que una vez más nos daba aquel filósofo marxista revolucionario comprometido llamado Manuel Sacristán.

Jordi Siré finaliza su magnífico artículo con un merecido homenaje:

    Cuando la central empezó a funcionar, la familia Carranza y otra media docena se marcharon del pueblo. Mossèn Miquel fue retirado de su parroquia por orden del obispo y acabó sus días enfermo en un convento de monjas en Benicarló. Todavía no tienen epitafio: su recuerdo perdura entre los antinucleares de hoy.

Es cierto: todavía perdura en nuestro recuerdo. Es sal que abona la tierra de la rebeldía antinuclear y del «no nos moverán».

Las eléctricas tiemblan: la ciudadanía quiere vivir, una vez más, sin su permiso.

Notas:

[1] Eduard Rodríguez Farré et al, Casi todo lo que usted desea sobre sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008, pp. 243 y ss.

[2] Jordi Siré, «La fábrica de chocolate era… una central atómica». Público, 26 de enero de 2010, p. 16.

Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.