Souleymane Guengueng -fundador y vicepresidente de la AVCRP (Asociación de Victimas contra la Represión Política y la Tortura)- nunca ha conocido tiempos de paz en su país de origen, el Chad. La historia de su nueva vida, consagrada a la lucha contra la tortura, se remonta a finales de 1990 cuando «para mi no quedaba […]
Souleymane Guengueng -fundador y vicepresidente de la AVCRP (Asociación de Victimas contra la Represión Política y la Tortura)- nunca ha conocido tiempos de paz en su país de origen, el Chad. La historia de su nueva vida, consagrada a la lucha contra la tortura, se remonta a finales de 1990 cuando «para mi no quedaba mas futuro que morir o que Dios decidiera darme otra oportunidad. El cambio en el gobierno de mi país evitó que muchos, yo entre ellos, muriésemos entre rejas».
A principios de los noventa el interés de la prensa mundial se centraba en los tambores de guerra que sonaban en Iraq tras la ocupación del vecino Kuwait por parte de Sadam Hussein. Como tantas veces, la realidad africana quedaba relegada a un segundo plano y fueron pocos los que se hicieron eco entonces del final del régimen dictatorial de Hissene Habré.
De la mano del movimiento insurrecto liderado por Idriss Deby se ponía punto y final a un gobierno que, durante ocho años, habría perpetrado según fuentes de la Comisión de la Verdad, en torno a 40.000 asesinatos políticos y casos de tortura sistemática. Todo ello con la colaboración tanto del gobierno francés como del ejecutivo estadounidense liderado por Ronald Reagan que, como arma contra el libio Muammar el Qaddafi, no dudaría en convertirse en la principal fuente de ayuda financiera, militar y técnica de las DDS (Directorio de Seguridad y Documentación que se convertiría en una auténtica maquinaria para la represión y la tortura).
Viaje a la memoria de un país bañado en sangre
Me encuentro con Souleymane a media mañana en el Centro Internacional de Nueva York, lugar que se ha convertido en la segunda casa de este pionero africano que reparte su tiempo entre clases de inglés y su trabajo en la sede de la organización Human Rights Watch.
En pleno centro del caótico Manhattan, Souleymane espera pacientemente enfrascado en la lectura de varios artículos que ha elegido para la ocasión, y que relatan su propia historia, la de un hombre capaz de convertir su sufrimiento en una campaña contra el ciclo de impunidad africana.
Con una amplia sonrisa acompañada de una profunda mirada que mantendrá imperturbable a lo largo de las más de dos horas de entrevista, Souleymane empieza su historia el día en que se ve obligado a abandonar su país, tocado de muerte por lo que se ha conocido como la «Françafrique». Desde que Francia se retira del Chad en 1960 no se conocen mas que tenues intervalos de paz en un país hostigado primero por la potencia colonialista, segundo por las ambiciones de la vecina Libia, y tercero por una fuerte división interna que culminará con el ascenso al poder de Hissene Habré, un líder de mano dura que no se lo pensará dos veces antes de bañar a su país en sangre.
Los primeros pasos de Habré en el Chad -la formación de las Fuerzas Armadas del Norte y la ofensiva que durante nueve meses devastará la capital- marcarán el exilio no sólo de Souleymane, sino de todos sus compañeros en la compañía Lake Chad Basin Comisión. «A principios de la década de los ochenta la situación en mi país se hace insostenible. La guerra se intensifica hasta tal punto que nos vemos incapaces de trabajar en la capital sin correr importantes riesgos para nuestra vida».
Mientras Souleymane se asienta en Camerún, en el Chad se pondrá en marcha el «plan de pacificación» para el Sur, que se traducirá en una violenta ola de represión que azotará particularmente a grupos étnicos como los Hadjerai o los Zaghawa. En medio de un contexto marcado por arrestos y ejecuciones masivas, miles de personas tratarán de huir bien hacia Nigeria, bien hacia Camerún. «Muchísimos exiliados llamaban a mi puerta en busca de ayuda. Estaban aterrorizados. Yo trataba siempre de ayudarles en la medida de mis posibilidades, darles algo de comer, un sitio donde dormir, y algo de apoyo para edificar una nueva vida en un país ajeno».
La ayuda que Souleymane brindará a sus conciudadanos le costaría las simpatías de su gobierno que pronto le acusaría de apoyo a la oposición en el exilio. «Mientras estuviera en Camerún ellos no tenían poder para detenerme. Lo único que podían hacer, y que de hecho hicieron, fue controlar todos mis movimientos con la colaboración de la policía autóctona». En enero de 1987 la empresa de Souleymane decide reubicar su sede en la capital del Chad. Exactamente un año después, en agosto de 1988 agentes de la DDC irrumpen violentamente en la oficina donde Souleymane trabaja y le trasladan a la prisión «Campo de los Mártires» una de las siete cárceles fundadas en N’Djamena con el objetivo expreso de reclutar prisioneros políticos o de guerra.
«Campo de los Mártires», un mausoleo para la tortura
Empiezan en ese momento los dos años y medio mas oscuros en la vida de Souleymane y de su familia, que desde el momento de su desaparición le considerará muerto. «Recuerdo cada uno de los días que permanecí en esa celda, en el fondo de esa locura. Podría explicarte los diferentes tipos de tortura a los que nos sometían, los tratos vejatorios que recibíamos, pero nunca llegarías a entender lo mucho que sufrí en esos años».
Además de los diversos métodos utilizados para obtener confesiones forzadas, la vida en las prisiones del Chad estaba marcada por la inexistencia de higiene, la malnutrición y la falta de atención sanitaria. Muchos de los compañeros de Soleymane perecieron en sus celdas a causa de enfermedades como disentería, deshidratación o hipertensión.
Una mezcla de rabia, impotencia y profundo dolor iba haciendo mella en un Souleyman que mientras luchaba contra el dengue se juró a sí mismo «que si salía vivo de esa celda iba a luchar porque esas personas que perdían la vida diariamente a mi lado pudieran recuperar su honor algún día».
En diciembre de 1990 la historia sufrirá un giro de 180 grados. Habré será esta vez el que se vea obligado a escapar al vecino Senegal, mientras Souleymane recuperará la libertad perdida. «Sin dejar pasar un solo día varios de los supervivientes organizamos la asociación y nos pusimos a recolectar información que demostrase las torturas que muchos de nosotros habíamos sufrido durante tanto tiempo». Con cerca de 800 testimonios de víctimas y el caso Pinochet en mente, la Asociación de Victimas contra la Represión -con el apoyo de varias organizaciones de derechos humanos- denunciará a Habré ante la Corte Regional de Dakar. Sentando un vital precedente en África, el juez Kandji formula cargos contra el ex presidente por tortura y crímenes de lesa humanidad. Bajo arresto domiciliario, Habré se convertirá en el primer cabeza de gobierno procesado por el país que le dio refugio.
El optimismo de las víctimas se ve empañado con la entrada en la arena de juego de los políticos africanos. Tras conocerse la noticia, el presidente de Senegal, Abdoulaye Wade, declara públicamente que Habré nunca será juzgado en su país. Resultado quizás de estas palabras, la Corte Senegalesa se aparta del caso alegando que su país no tiene jurisdicción para perseguir crímenes que no se hayan cometido en territorio nacional.
«Estábamos absolutamente preparados para lo que ocurrió en Senegal. Así que en aquel mismo instante nuestra siguiente carta ya estaba echada: Bélgica, bajo su jurisdicción universal, podía perseguir a Habré y solicitar su extradición para iniciar un juicio en Europa». Así, veintiuna víctimas -entre ellas tres ciudadanos belgas- presentaron cargos contra Habré ante el tribunal europeo. La presión estadounidense obligó a que, en verano de 2003, el Parlamento belga revocará su ley sobre jurisdicción universal. Sin embargo, una cláusula transitoria permitió entonces el mantenimiento del caso Habré. Finalmente, el pasado mes de septiembre Bélgica expidió una orden de detención internacional contra el ex presidente por crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, tortura y graves violaciones del derecho internacional humanitario. Un día después el Ministro de Asuntos Exteriores senegalés puso el caso en manos de la Unión Africana, mientras miles de personas se manifestaban en las calles de N’Djamena para expresar su apoyo a la extradición del ex dictador.
Europa: la única opción que puede «salvar a África de la vergüenza»
Si en algún momento de la entrevista Souleymane se deja llevar por sus sentimientos, es sin duda cuando le pregunto a cerca de la resolución adoptada por la Unión Africana en Khartoum, a finales del pasado mes de enero. En ella se establece la preferencia por una solución africana al caso Habré y se crea un Comité de Juristas Africanos que deberán valorar la posible formación de un tribunal ad hoc que requeriría una inversión de más de 100 millones de dólares. «La decisión es una derrota para todo el continente. Me hace recordar la razón por la que volvimos nuestra mirada a Europa, que cuenta con la única legislación capaz de salvar a África de la vergüenza. Esperamos que la Unión Africana no se olvide de nuestra sed de justicia».
Con una mirada y un deje en su voz que emana una mezcla de rabia y desconfianza, Souleymane repite «no existe ni existirá tribunal en mi continente que sea capaz de llevar ante la justicia a un líder africano (…) África va a evitar que este caso pueda sentar cualquier tipo de jurisprudencia. Muchos presidentes y ex presidentes en el continente temen la entrada de la justicia europea en el caso Habré pues saben que ellos pueden ser los siguientes en ser llamados al banquillo de los acusados».
El siguiente paso en la lucha contra Hissene Habré cambia de acusado
La decisión de la Unión Africana se hará esperar hasta el próximo mes de junio. Sin embargo Souleymane parece avanzar ya una respuesta poco favorable a los intereses de las víctimas. Él no espera, pues, para anunciar cual será su próximo movimiento y con una copia en su mano me empieza a hablar de la Convención contra la Tortura adoptada por Naciones Unidas y ratificada por países como Sudán, la República Democrática del Congo o Somalia. Como firmante de la Convención, Senegal ha incumplido con sus compromisos dentro de la legislación internacional. Por ello, el siguiente paso en la lucha contra Hissene Habré cambia de acusado. Será Senegal el que en un futuro sea condenado primero por parte de Naciones Unidas, al haber violado sistemáticamente los términos de la Convención contra la Tortura, y segundo, por la Corte Internacional de Justicia, que puede entrar en el caso si la justicia belga eleva una demanda directa sobre Senegal por negarse a la extradición de Habré.
Souleymane, uno de los más famosos supervivientes de la tortura, ha perdido mucho en su determinación para que las reglas del juego sean aceptadas también en África, donde la elite ha sido considerada intocable. Muchos años después de que la dictadura terminara en su país los efectos de la era Habré aún repercuten en la vida de un Souleymane que, hoy por hoy, no puede volver al Chad. Hace tan sólo tres años la empresa para la que trabajaba rescindió su contrato al considerar su labor al frente de la Asociación para las Víctimas incompatible con sus funciones en la empresa. También recientemente Souleymane ha logrado borrar el último rastro de las torturas sufridas en prisión tras someterse a una nueva intervención quirúrgica tras la que ha recuperado casi totalmente la vista. Enfrascado en su nueva vida neoyorquina, Souleymane es optimista y, antes de despedirse, repite «desde aquí pienso seguir luchando ese combate que inicié como recuerdo a mis compañeros desaparecidos o muertos entre mis brazos. Por ellos seguiré peleando hasta lograr que los dictadores africanos paguen por el inmenso dolor que han causado».
* Rosabel Rodríguez es periodista, especializada en información internacional y países del Sur.