En febrero de 1991, ya en la fase terrestre de la llamada Guerra del Golfo, las tropas iraquíes se retiraban ante el acoso de la Coalición internacional que llevaba más de un mes bombardeando sin misericordia su país (causando infinidad de «daños colaterales»). La retirada era ya una rendición de facto, pero entonces la Coalición […]
En febrero de 1991, ya en la fase terrestre de la llamada Guerra del Golfo, las tropas iraquíes se retiraban ante el acoso de la Coalición internacional que llevaba más de un mes bombardeando sin misericordia su país (causando infinidad de «daños colaterales»). La retirada era ya una rendición de facto, pero entonces la Coalición -liderada por el Imperio- envolvió a los soldados en fuga y les provocó una carnicería. El pretexto había sido liberar Kuwait de las manos de Sadam. Después, con la victoria de los coaligados, llegaría un angustioso bloqueo que duraría doce años más y multiplicaría brutalmente las víctimas civiles, en parte a causa de varias oleadas de bombardeos al menos en las zonas de exclusión aérea.
Para rematar a Irak -pero aún están en ello-, en marzo de 2003 una nueva coalición liderada por el Imperio lo invadía de nuevo. Sus ocupantes, durante estos ocho años, han acumulado sangre sobre sangre y fuego sobre fuego. Y, como no podía ser menos, han controlado el petróleo iraquí. El pretexto había sido que el gobierno de la antigua Mesopotamia tenía armas de destrucción masiva.
[Leyenda de la viñeta: «Desde aquí no se puede decir si es sangre o petróleo.»]
En marzo de 2011, casi como para celebrar el octavo aniversario de la agresión a Irak, otra coalición internacional -como siempre, liderada por el Imperio, pero esta vez más «benefactora» que nunca- ya tiene licencia legal para agredir a Libia en virtud de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. Y lo hará a pesar de que el tirano Gadafi ya haya decretado el alto el fuego. Para ello cuenta con la «legitimidad moral» de invocar como únicos testigos -así lo ha venido haciendo desde el principio del conflicto- a los rebeldes contra el coronel, que obviamente lo que quieren es desplazar a éste del poder para ocuparlo ellos. Testigos que, como cabría esperar, arguyen que Gadafi sigue bombardeando a pesar del «alto el fuego» (lo arguyen pese a lo poco que le interesaría en estos momentos al dictador proceder así). De este modo, donde hasta ahora hay cientos de muertos constatados -con toda la tragedia que eso implica-, las cifras pueden multiplicarse fácilmente si todo discurre según los cauces a que las coaliciones internacionales nos tienen acostumbrados. Libia es el primer país petrolero de África. El pretexto para la intervención ha sido los bombardeos sobre civiles.
«¡Ay de los que a lo malo llaman bueno y a lo bueno malo! Que hacen de la luz tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!» (Isaías 5: 20)
De cómo fabricaron la presente agresión
Chapeau! Un nuevo éxito del Imperio (como siempre, con la complicidad de Rusia y China). Pero la manipulación mediática esta vez se ha superado a sí misma. Ha logrado confundir a todo el mundo, incluso a gran parte de la izquierda real. Sinceros antisistema se tragaron la versión imperial de los hechos («Gadafi masacra a civiles»). Incluso, como para justificarse por tanta fe, llegaron a creer que no habría invasión. Y dieron por buena la idea de que los rebeldes eran genuinos revolucionarios. Nos hablaron, incluso, de una «insurrección armada espontánea del pueblo», a la que se habría sumado la «deserción de amplios sectores del ejército». (Pero, si es así, ¿por qué la reconquista ha sido para Gadafi prácticamente un paseo militar? Por muchos mercenarios que tuviera, supuestamente traídos deprisa y corriendo, ¿lo habría tenido tan fácil con una oposición tan general y masiva?). Seguramente nunca los medios alternativos habían constituido un eco tan certero (y desmovilizador) de los medios sistémicos. Y ahora aquéllos corren a tratar de arreglar lo que ya no tiene remedio…
Como otras veces, la verdad real ha sido lo de menos. Repentinamente y al unísono, los medios de masas -voz de sus amos- decidieron que Gadafi era la nueva encarnación del Diablo. Y se inventaron la realidad: «bombardeos aéreos sobre civiles, bombardeos aéreos sobre civiles, bombardeos aéreos sobre civiles…» Esto sonaba (aún) más real, y desde luego más urgente, que la famosa cantinela de las «armas de destrucción masiva» iraquíes (eficaz en cualquier caso). Y donde hubo un amplísimo rechazo a la agresión a Irak en 2003, ahora se apoya masivamente la intervención en Libia. Se ve que los imperialistas aprenden, ellos sí. De nuevo, chapeau!
¿Qué más da que aquellos «bombardeos aéreos sobre civiles» nunca existieran? O que, al menos, jamás fuesen probados. Cuando ya llevaban semanas invocándose, satélites rusos los negaron. Hasta algún alto mando militar del Imperio, acaso siguiendo el guión del smart power (poder astuto), lo puso en cuestión.
Y quizá por causa de un lapsus, en un periódico no lejano (de ésos que fabrican la realidad), el reportero (?) JMM admitía que «Gadafi no está cometiendo una carnicería sobre la población sublevada». Agregaba que «las incursiones de sus tropas en los focos insurgentes no han dejado un alto número de muertos». Eso sí, tan sólo dos días después volvía a ajustarse al guión de la peli y hablaba con desparpajo de que «los rebeldes imploran ayuda exterior […] para que cese la carnicería», que habría empezado a «comienzos de semana», es decir, ¡antes de su crónica anterior!
Los testimonios sobre los destructores bombardeos y demás hechos relevantes han llegado, invariablemente, de fuentes rebeldes. El mismo periódico ultrasistémico nos contó que Gadafi había dejado edificios «completamente derruidos, incluidos hospitales», remitiéndose al testimonio ofrecido por «un exiliado libio que ha podido hablar por teléfono con un amigo que vive en Zauiya» (¿y nadie le preguntó por correo electrónico a la prima de su novia?). Eso es un reportero de guerra, eso se llama rigor informativo… Pero ha funcionado, así que, otra vez, chapeau! Tal es la eficaz información que hemos venido recibiendo para que apoyásemos la agresión en ciernes. Aunque a veces se les «escapase» que Gadafi también tiene «muchos» (!?) partidarios (a los cuales, que sepamos, nunca los consultaron para disponer de una información mínimamente contrastada).
Que nadie se engañe. Estamos ante un poder inmenso que gana las guerras antes de empezarlas. Fabricando una realidad ficticia, engendra una real plenamente acorde con sus intereses. Comprando voluntades reacias (una vez más, las de Rusia y China, esos países con derecho a veto y servidumbre al Imperio), se sale ya siempre con la suya.
La lección del smart power
Durante algunos días, a muchos desconcertó y a no pocos confundió cierto hecho. En un momento dado, súbitamente, el gobierno obámico se calló. Había estado en primera línea como el que más, pero entonces pasó a un segundo plano. Y no por causa del terremoto en Japón, no, pues el repentino «eclipse» ya ocurría días antes. En su lugar, Francia y el Reino Unido (ver 1 y 2) asumían el liderazgo aparente (junto a la comparsita española, que todo hay que decirlo… y no olvidarlo jamás).
Algunos empezaron a acusar a Estados Unidos de desertar del problema. Otros dieron por hecho que ya no habría intervención, pues el G-8 no se ponía de acuerdo. Mientras, la diplomacia imperial se movía por detrás de bastidores (y de la nube mediático-radiactiva japonesa): negociando con rusos y chinos, granjeándose el apoyo de gran parte de los países árabes… hasta que saltó la liebre en la ONU y, otra vez, la voz imperial se hizo oír sin ocultar su gozo, Hillary Clinton mediante: «La llamada de la Liga Árabe a una acción militar para proteger a los civiles libios, contra un miembro de la Liga Árabe, fue una extraordinaria muestra de liderazgo y de convicción real.»
Árabes, franceses, británicos, incluso españoles… El gobierno imperial se refugiaba tras ellos para abonar la imagen «multilateralista» que tanto le gusta a Obama (nada que ver con el prepotente unilateralismo de su predecesor). Hizo como que remoloneaba durante un tiempo para que creciera el clamor de los demás pidiéndole intervenir. Pidiéndole hacer lo que estaba deseando y resuelto a hacer. Esto es la globalización, señores: la «comunidad internacional», actuando en conjunto, de manera consensuada y «democrática» contra los gobernantes díscolos (pero ya no «gamberros», que eso suena a lenguaje bushiano). Y si encima lo hace contando con los valiosos servicios de la izquierda real, miel sobre hojuelas.
Ahora da igual que Gadafi haya declarado el alto el fuego. Y que esa declaración quepa entenderse como un cumplimiento de las exigencias de la ONU (pero la Resolución 1973 ha sido convenientemente redactada para que sólo «quepa»). Además, los rebeldes -la buena fuente en esta historia- informan de que Gadafi sigue atacando. Y el mismo periódico de siempre proclama que «Gadafi ignora el ultimátum de la ONU y ataca Bengasi», mostrando como prueba que «un caza ha sido derribado»… eso sí, agregando enseguida «aunque no se sabe a qué bando pertenece» (es lo que aparece en su portada en el momento en que escribo esto; guardo captura de pantalla por si acaso). Nos lo tenemos que tragar, por supuesto. ¿Quién osaría creer más, a estas alturas, al tirano que a los que luchan contra él? Poco importa, asimismo, que el desgraciado coronel lleve semanas suplicando que observadores internacionales -de la UE, de la ONU…- inspeccionen el terreno para saber lo que realmente ocurre (lo último ha sido solicitar que Malta y Turquía supervisen la realidad del alto el fuego). Gadafi no es nadie. No es quién para pedir nada, aunque diga cumplirlo todo. No es quién, desde luego, para interponerse entre la codicia occidental y el petróleo libio (el único sin nacionalizar en la zona, como nos recordaba insistentemente Michel Chossudovsky, un crítico lúcido del Sistema: ver 1 y 2).
«Bombardead a Gadafi ya», parece que les ha dicho a sus tropas el sin par Sarkozy (cuya campaña electoral, según las malas lenguas del régimen libio, fue financiada por el propio tirano; ¿será que «Sarko» tiene prisa por eliminar las pruebas?). Una orden, la del gerifalte francés, que apenas esconde su sed de sangre, fuego y petróleo.
Los del poder astuto hace tiempo que dijeron la última palabra (seguramente antes, incluso, de que se conociera la primera, también escrita por ellos). Y, de paso que atrapan una buena pieza menor, han logrado cerrar el ciclo que sienta un magnífico precedente para cobrar la pieza mayor.
No hay duda de que, con tales fines, esos lobos con piel de cordero tienen mucho que agradecer a otros (¿otros?), como las serpientes avaázicas y, muy especialmente, a los medios de masas que trabajan para los fines del Imperio. Porque han sido ellas y ellos los que han generado una corriente de opinión que ha dado «legitimidad moral» a la (pen)última hazaña de los mayores terroristas del planeta (pero cf. Juan 8: 7).
¡Chapeau!
Blog del autor: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2011/3/19/chapeau-agresion-imperialista-libia-ya-es-legal
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