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Historia de una inmigrante de Nicaragua en EE.UU.

Charito

Fuentes: Rebelión

Este relato forma parte de la serie Transgredidas -«Charito» es un nombre ficticio, pero su historia es real.

Charito tiene trece años es originaria de Nicaragua. Sus padres que emigraron hacia Estados Unidos cuando ella tenía cinco años de edad, contactaron a un pollero para que la llevara clandestinamente desde Nicaragua hasta ese país, acordaron pagar la cantidad de diez mil dólares, la primera mitad fue enviada en remesa desde Nueva York, la otra sería enviada en la misma forma cuando Charito fuera entregada en la puerta del apartamento que alquilan sus padres.

El pollero arregló pagarle a traileros para que la escondieran en los camarotes a la hora de pasar las fronteras de los países centroamericanos, el pago no sería en efectivo tal como se lo había prometido a Charito sino ella misma servida en la cama del cabezal, lo entendió así cuando el primer hombre la forzó y la abrió de piernas. Éste tenía aproximadamente cincuenta años de edad.

Llegaron a Tapachula. Ahí abordaron como pudieron el Tren de la Muerte y a la altura del poblado llamado Medias Aguas fueron asaltados por un comando de policías, éstos hicieron detener el tren para una revisión de rutina, es lo que recuerda que dijeron cuando los migrantes preguntaron por qué se detuvo La Bestia. Eran alrededor de sesenta uniformados e identificados como policía federal y bajaron a los migrantes a punta de pistola, los golpearon con bates, a muchos les quebraron las extremidades.

Charito recuerda que vio cómo las vísceras salían de los estómagos partidos en dos por policías que de un machetazo lanzaron a los migrantes sobre las vías.

Estaba oscuro ya era de noche a las mujeres las violaron ahí mismo en el monte, sobre las vías y a otras en los vagones. A varios hombres de un filazo les cortaron el cuello y se reían y los insultaban, les decían que por qué andaban invadiendo territorio que no era de ellos, que se regresaran a sus países.

Escogieron alrededor de cincuenta migrantes, los más fuertes y lo más jóvenes y se los entregaron a otros grupos de hombres vestidos de negro que llegaron en camiones.

A las niñas y adolescentes se las llevaron los policías, entre ellas Charito que fue ultrajada durante tres semanas en las cárceles de una comisaría, no sabe en qué poblado.

Ahí en una celda tuvieron a veinticinco mujeres hacinadas y a todas las violentaron los policías que estaban de turno. A la cuarta semana las subieron a un autobús de la policía y las trasladaron de estación donde también fueron violentadas sexualmente por otros policías, durante diez días. Nunca firmaron ningún papel ni se registraron sus entradas ni salidas de las estaciones policiales.

El tercer traslado se hizo de Estado y fueron a parar a una cárcel de Querétaro, en donde tampoco se registró movimiento alguno de las niñas y adolescentes migrantes. A las mujeres adultas las separaron de celda y se las entregaron a otro grupo de hombres vestidos de negro que entraron y las sacaron arrastradas del cabello.

En esa cárcel, recuerda que las hicieron vestirse con faldas cortas, les llevaron zapatos de tacón y pinturas, las obligaron a salir al patio en donde se encontraban hombres vestidos de particular esperando a que desfilaran para escoger a cuál llevarse.

Charito recuerda que había niñas de ocho años de edad, que lloraban porque también iban en el tren que asaltaron en otro poblado y que también habían sido macheteados y balaceados varios migrantes entre ellos los coyotes que las llevaban.

Los policías las daban en alquiler durante tres días por cinco mil pesos y las tenían que regresar antes de las doce de la noche o el cliente pagaba una multa de tres mil.

Muchas regresaban golpeadas, con cortadas de navaja en el rostro, en los brazos, con moretones en todos lados. Charito también fue alquilaba a un hombre de cuarenta años de edad que la ató de piernas y manos en una cama y la violentó sexualmente junto a cuatro hombres más, dos días y dos noches, al tercer día la desató y la puso a limpiar su casa, por la noche la volvió a ultrajar antes de irla a dejar a la cárcel.

Recuerda que no podía caminar de tanto dolor en medio de las piernas, no había comido, en la cárcel tampoco les daban comida, solo un vaso de agua y un pan frío dos veces al día.

Estuvo ahí dos meses y cada tres días eran alquiladas y devueltas. Cinco no regresaron, aparecieron muertas y mutiladas en un vertedero de basura. No salió en ningún noticiero, no se supo qué hicieron con sus cuerpos las autoridades.

Una noche las sacaron a todas juntas y las subieron en un camión, las lanzaron al suelo y les tiraron una lona encima, no sabe cuánto tiempo estuvieron en carretera pero de pronto de detuvieron y las bajaron a golpes, desde arriba las lanzaron y cayeron en las cercanías de la línea del tren en los alrededores de Veracruz. Las amenazaron que si contaban algo de lo sucedido las matarían.

Amaneció y lograron llamar por teléfono a sus casas, con ayuda de vecinas y vecinos del poblado, así supo que el coyote la estaba buscando en Veracruz y que había dejado un número en dónde lo podía localizar, se reencontró con éste y volvieron a abordar el tren una y otra vez hasta llegar a Sonora. La entregó a otro coyote que la cruzó junto a otras sesenta personas por el desierto, llegaron a tierra estadounidense por el lado de Douglas, Arizona. Otro coyote la condujo en su automóvil junto a dos migrantes más, que iban hacia Nueva Jersey. Como última pasajera bajó Charito frente al edificio en donde alquilan un apartamento sus padres.

Se reencontró con ellos y conoció a sus dos hermanos que nacieron en Estados Unidos. Le hablan en inglés y no entienden español. No le gusta el país y aunque quiere a sus papás y los extrañó durante los años que estuvieron separados, está pensando en regresarse a Nicaragua de donde dice, nunca debió de haber salido.

Es una adolescente que sufre de ansiedad, no logra dormir por las noches, no sale del apartamento ni para ir a la escuela, conversa muy poco con sus padres, son dos desconocidos a los que no les tiene confianza. Cuida a sus hermanos pues ambos trabajan todo el día. Extraña a su abuela materna y a la tía Tula, a quien acompañaba todas las tardes al molino cuando iban a hacer la masa y regresaban caminando por toda la orilla de la calle empolvada de su natal Jinotega.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.